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documento de la delimitación entre la epistemología y la teoría del conocimiento.
Tipo: Apuntes
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Delimitación del trabajo en epistemología frente a la Teoría del Conocimiento y la Filosofía de la Ciencia. Víctor Peñuela Cano
¿Qué es la epistemología? ¿Desde cuándo podemos hablar de epistemología? ¿Todo análisis sobre la ciencia puede ser considerado como epistemológico? ¿Es la epistemología una ciencia? Preguntas como estas se imponen como necesarias a la hora de iniciar un curso en el cual se habla de epistemología. A lo largo de este artículo intentamos responder a estas y otras preguntas similares con miras a especificar el trabajo estrictamente epistemológico.
Es muy común ver que se utilicen como equivalente los nombres de epistemología, filosofía de la ciencia, teoría del conocimiento e incluso gnoseología para referirse al análisis filosófico sobre el conocimiento científico. Sin embargo, es preciso delimitar las fronteras entre estos diferentes tipos de análisis; ya que si bien podría aceptarse tienen un objeto común, el fenómeno científico, no obstante, de hecho, constituyen modos muy diferentes de plantearlo. Más importante que el objeto de la reflexión es la modalidad de la reflexión, es decir, la problemática fundamental a partir de la cual son pensados los objetos. En este sentido podemos decir que teoría del conocimiento, filosofía de la ciencia y epistemología son problemáticas completamente distintas y cada una de ellas trae consigo cierta clase de supuestos teóricos que determinan el sentido y el alcance de los problemas que plantean.
I. Teoría del Conocimiento
La teoría del Conocimiento o Gnoseología es, para nosotros, un punto de vista clásico, es decir, ubicado dentro del pensamiento filosófico clásico, y cuya problemática específica podría ser calificada como problemática de la verdad. Lo que se persigue, lo que se pregunta, es la posibilidad de un conocimiento verdadero, ya que un conocimiento falso ni siquiera puede llamarse conocimiento. Ahora bien, el conocimiento verdadero, la verdad, remite a un acuerdo entre un sujeto cognoscente y un objeto cognoscible. Una vez logrado el acuerdo, podemos decir que el sujeto es conocedor, dueño de la verdad y el objeto se convierte en conocido, ya que su verdad ha sido desvelada. Resulta obvio, además, que la concepción sobre la verdad puede admitir diferentes formas, lo cual nos obliga a distinguir formas del posible acuerdo entre sujeto y objeto. Estas formas, a su vez, dependen de lo que se entienda por sujeto y objeto. Y si bien pueden encontrarse muchos matices, es necesario expresar que desde la estructura de su problemática, las categorías de sujeto y objeto no pueden rebasar los dos niveles en que se sitúan las dos únicas variantes de la Teoría del Conocimiento: el empirismo y el idealismo. En el empirismo se correlacionan un sujeto empírico (el alma o el entendimiento para los antiguos) y un objeto real (la cosa, en el sentido más ordinario del término). El resultado de ese acuerdo no podría ser otro que la verdad empírica o verdad de hecho, denominada
también como verdad material. Es en este sentido que se habla de la verdad como adecuación “rei et intellectus”. Entre tanto, en el idealismo la correlación se presenta entre un sujeto constituyente o trascendental y un objeto en el sentido estricto del término, es decir, no como un objeto real, la cosa, sino como un objeto para un sujeto. En este tipo de correlación ya no podríamos hablar de verdad en el sentido material del término; más bien se trata de certeza. La certeza o certidumbre no resulta de una comparación con un estado fáctico sino que es siempre algo a priori, en el sentido de una anticipación de la experiencia. Eso explica por qué en el idealismo se prefieren las “verdades” matemáticas para ilustrar la existencia de conocimientos “verdaderos” es decir, ciertos, apodícticos, concluyentes. Empirismo e idealismo se contraponen también en el estatuto que asignan a sus enunciados. El empirista pretende que el conocimiento se expresa, mediante proposiciones (en que importa sobre todo su función denotativa), mientras el idealista dice que se hace mediante juicios (en que cuenta la función expresiva de un sujeto).
Una Pregunta que se puede hacer en este momento es la siguiente: ¿De qué modo una reflexión sobre el conocimiento en general puede valer como análisis del conocimiento científico? La respuesta afirmativa sería la siguiente: La teoría del conocimiento es, como se explicó antes, una teoría del conocimiento verdadero; ahora bien, el conocimiento científico es un conocimiento verdadero, luego una teoría del conocimiento verdadero es, al mismo tiempo, una teoría del conocimiento científico. La dificultad de esta argumentación está, en parte, en el supuesto que se utiliza, es decir, la idea de que el conocimiento científico es un conocimiento verdadero. Hoy, afirmamos, como lo hace Giles – Gaston Granger, que el espacio de la ciencia no es la verdad sino por el contrario el error^1.
Pero, de otro lado, si aceptáramos que el conocimiento científico es verdadero, solo sería una parte de él y, por tanto, no coincidiría con él. Expresado de otro modo, habría que decir cómo la teoría del conocimiento no vale como análisis del conocimiento científico porque no es de este del que habla sino más bien lo utiliza como forma de ilustración y ejemplificación sin hacer distinciones históricas o establecer criterios claros a nivel de las fronteras intra o extracientíficas.
En definitiva un análisis del conocimiento científico tendría que partir de las ciencias mismas y no pretender fundarlas en una presunta naturaleza de las facultades cognoscitivas humanas. Este resultado conduce a un relevo. Tal parece que la filosofía es incapaz de dar cuenta del fenómeno científico y por eso entra en escena una perspectiva que se presenta como autocomprensión científica: una filosofía científica de la ciencia, una ciencia de la ciencia. A esta perspectiva científica y positivista la denominaremos filosofía de la ciencia o teoría de la ciencia desde el orden de su problemática.
(^1) GRANGER, G.G. Formalismo y Ciencias Humanas. Barcelona: Ariel, 1965. p. 12.
II. La Filosofía de la ciencia
La filosofía de la ciencia es un enfoque que debe ser inscrito en la problemática de la cientificidad y cuya estructura fundamental corresponde a la pareja unidad – pluralidad. Se trata de un punto de vista reduccionista; no solo se reduce toda forma de conocimiento posible a saber científico, sino que, además, se reducen las diferentes formas de ciencias particulares a un denominador común, aquello que en el lenguaje filosófico clásico llamaríamos su esencia, la cientificidad. Esta cientificidad pasa a ser la categoría general que permite subsumir la evidente pluralidad de las ciencias. De allí que no sea necesario el plural, basta hablar de ciencia, o mejor de la ciencia. Aparece así el primer postulado de la filosofía de la ciencia: “la ciencia es una”^2.
Pero, ¿cómo garantizar esta unidad de la ciencia, cómo sustentarla cuando, de hecho, observamos ciencias muy distintas entre sí? Para responder a esta pregunta es necesario ver qué se entiende por ciencia. Ciencia es “la representación formal del objeto dado en la realidad”. Esto significa que la ciencia presenta dos aspectos. El primero nos remite a “la realidad” como el punto de partida de la ciencia: los fenómenos científicos deben ser ante todo fenómenos observables y la observación capta de ellos inicialmente sus cualidades sensibles. La enfatización de este aspecto conduce a una posición sensualista del origen del conocimiento. El segundo aspecto (“la representación formal”) destaca el esquema formal y el lenguaje en que deben ser presentados los resultados del trabajo científico: las hipótesis que se postulan con base en los datos observables deben ser traducidas a un lenguaje riguroso, el de la lógica y / o las matemáticas. Ahora bien, como este lenguaje no resulta de la realidad misma, no puede considerársele en sí mismo científico. De aquí que para hablar de “ciencia” lo primero es distinguir entre ciencias formales y ciencias empíricas, reconociendo el efecto de la cientificidad solo en las segundas. El formalismo, en la medida que no implica acoplamiento sino yuxtaposición con el sensualismo, ha perdido su incidencia fundamental en el proceso científico: lo que realmente cuenta es cómo se empieza a hacer ciencia, no cómo se termina.
Una vez reducida (otra reducción, por supuesto) la ciencia a sus propiedades empíricas parece fácil mostrar el carácter unitario de la ciencia. Este carácter se presenta como a priori respecto del trabajo científico: para que haya ciencia es necesario que se utilice un (el) método científico; el método científico es la condición y garantía del conocimiento científico. Esta tesis es complementada con una propuesta: las diferentes ciencias deben valerse de un lenguaje intersubjetivo y universal, el lenguaje fisicalista (el de la physis ). Así, la universalidad del método y del lenguaje parece lograr la pretendida unidad del saber científico.
(^2) FICHANT, M. y PECHEUX, M. Sobre la historia de las
ciencias. México: Siglo XIX, 1978. p. 87.
Pero hay más, esta unidad no se pretende solamente para una época determinada como podría ser la nuestra. No, la unidad de la ciencia abarca toda su historia, hasta el punto de poderse utilizar expresiones como “la historia del pensamiento científico”, o “la historia de la ciencia”. La unidad se convierte en continuidad en el desarrollo. Aparece así el segundo postulado de la filosofía de la ciencia: “el devenir de la ciencia es continuo y uniforme”^3. Ahora resulta todo coherente: el saber remite siempre a un desarrollo continuo, tanto del conocimiento común (observación) al conocimiento científico, como del alba de la ciencia a la ciencia actual.
El problema general de esta problemática tiene que ver con el estatuto de su objeto. Una filosofía de la ciencia se queda sin piso desde el mismo momento en que reconocemos que “la ciencia” no existe. Existen “las ciencias” mas no “la ciencia”. El pensamiento contemporáneo ha mostrado la inconveniencia de sostener genéricos como el lenguaje, el pensamiento y, sobre todo, la ciencia. Ya no se trata de unificar para identificar una esencia, sino más bien de precisar las diferencias, hallar los cortes reconocer las transformaciones. Hoy cuenta más la búsqueda del detalle, de lo singular que de lo general y universal. El sostenimiento de una idea universal de ciencia suena sospechoso, como si quisiera arrogarse para sí todo derecho al conocimiento. No es por otra cosa que se constituyó en una idea “cientifista”.
III. La Epistemología
La epistemología parte de ese hecho tan claro como es el de la existencia de “las ciencias”, las cuales se desarrollan conforme a leyes propias y algunas de ellas tienen una larga historia y han dado un carácter especial a nuestra civilización.
En segundo lugar, la epistemología parte de la tesis de la objetividad de los conocimientos científicos, lo cual la aleja de la problemática de la verdad tanto como de la cientificidad. Decir que las ciencias son “objetivas” no equivale a decir que su conocimiento es verdadero o que cumplen requisitos de cientificidad estipulados a priori, es decir, previos a la constitución de las mismas ciencias. La objetividad es más bien cierta relación, necesariamente histórica, que se presenta entre los conocimientos y sus agentes, los científicos. Los patrones y criterios de objetividad cambian históricamente y de una ciencia a otra del mismo modo que los patrones culturales. La objetividad no debe ser pensada, conforme al sentido común, como acuerdo con la realidad sino como acuerdo o consenso de intersubjetividades a propósito de ciertos objetos y en el uso de ciertos patrones de conocimiento. Es en este sentido que Bachelard expresaba que “toda ciencia particular produce, en cada momento de su historia, sus propias normas de verdad”^4.
(^3) Ibid, p. 87. (^4) LECOURT, D. Para una crítica de la Epistemología. México: Siglo XXI, 1980. p.67.