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Resumen de cartas a un joven profesor
Tipo: Resúmenes
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Escrito a modo de carta, el libro está dividido en siete capítulos que analizaremos uno a uno para considerar sus aportaciones a la Formación Profesional. "Detrás de la petición de recetas, hay una interrogación sobre el cara a cara pedagógico".
Solemos distinguir entre el maestro, que debe enseñar todas las asignaturas o materias, y el profesor de secundaria, especializado en una sola. Defiende Meirieu que tanto en uno como en otro nivel los contenidos deben ser rigurosos por lo que se requiere conocimientos profundos acerca de lo que se enseña. Afirma que no es más fácil enseñar a leer a un niño de primaria que enseñar el teorema de Pitágoras en secundaria. Pero el dominio de los contenidos no da automáticamente las claves para su transmisión, por lo que a unos contenidos exigentes debe sumarse la competencia pedagógica del docente. Todo aprendizaje requiere compromiso y esfuerzo por parte del alumno, la aceptación de un riesgo que nadie puede asumir en su lugar, pero que el docente debe acompañar. Los alumnos no "asimilan naturalmente" y por sí solos los saberes que les presentamos. Para superar los obstáculos que se les presentan "necesitan puntos de referencia estables que solamente puede proporcionar un profesional de la enseñanza". "Ser profesor es asumir siempre a la vez la presentación del saber y el seguimiento de su asimilación".
Todo profesor en sus inicios sueña en convertir su clase en una "fiesta del saber" con alumnos motivados y dispuestos a aventurarse por los caminos de la inteligencia y la cultura. Pero la realidad del aula nos da la primera bofetada, ya que "la fiesta está en otra parte" como dice Meirieu. Porque para muchos de nuestros alumnos, reconozcámoslo, la fiesta se produce, precisamente, fuera de la escuela. Todos hemos tenido un maestro o profesor que nos ha marcado como nos confesaba Camus, que nos ha servido de guía y modelo, y nos sonroja reconocer que desearíamos ser como él para nuestros alumnos. Pronto nos damos cuenta de que las ensoñaciones a las que nos abandonábamos sobre nuestro oficio no eran más que una quimera. Primero nos asalta el desánimo, pues la confrontación entre expectativas y realidad se nos muestra de la manera más cruda, sin previo aviso. Nos quedamos descolocados. Posteriormente nos invade la ira al reconocernos incapaces de asumir todas las tareas burocráticas que nos impone la Administración, y pronto nos damos cuenta de que lo esencial no está a nuestro alcance, sino en la reducción de ratios, en políticas educativas contra la desigualdad, en la inversión de mayores recursos, etc. Y, al mismo tiempo, tenemos la percepción de que se nos imponen, desde fuera, obligaciones que consideramos verdaderos obstáculos para realizar nuestra labor.
Toda persona con responsabilidades políticas en materia educativa debería mantener un contacto directo con la realidad que se vive en las aulas, con sus profesores y con sus alumnos. "Para que nadie olvide de dónde emana y dónde puede regenerarse el proyecto de enseñar".
En este capítulo el autor se pregunta cómo no dejar a nadie al margen de la escuela. ¿Cómo podríamos democratizar el acto pedagógico, hacerlo accesible a todos sin trivializarlo? No reduciendo la transmisión del saber a las élites y utilizando la escuela para tratar de eliminar las desigualdades económicas, sociales y familiares. En definitiva, se trata de llevar a cabo un proyecto ineludible, construir una verdadera democracia, proporcionando al alumno los saberes necesarios para comprender el mundo y ubicarse en él. Pero esta demanda social ha dado lugar a un repertorio de reformas educativas discutibles en la forma y en el fondo. "La democratización de la enseñanza se ha convertido en un asunto de Estado" y el gobierno de turno ha terminado por olvidar de nuevo lo esencial, perdiendo de vista el cara a cara pedagógico. Y es que, como dice Meirieu, "hemos terminado por confundir el acto pedagógico con sus representaciones institucionales, a nuestro parecer más prestigiosas". No han convencido de "que el saber era espectacular o no existía", olvidando lo más importante, el trabajo individualizado con el alumno y su seguimiento. Volver a poner el foco de atención en el proyecto de enseñar y en el acto de aprender, en el acto de transmisión. Según el autor hemos cometido un error, "hemos organizado la pedagogía cuando deberíamos haber <pedagogizado la organización>". "Abandonar nuestra fascinación por lo espectacular y trabajar lo más cerca del alumno y del saber".
"Enseñar es organizar situaciones de aprendizaje eficaces". Los docentes deben conocer cómo aprende el alumno, qué operaciones mentales permiten que asimile los contenidos de manera eficaz. Y por lo tanto, preguntarse qué contenidos quiere transmitir, qué actividades va a plantear, qué dispositivos didácticos va a utilizar, qué acción debe realizar el alumno para acceder a los contenidos, etc. Debemos proponer actividades accesibles pero difíciles, en las que el trabajo del alumno requiera un esfuerzo real que le permita superar el obstáculo que se le plantea. Pero Meirieu recuerda también "los peligros de la eficacia didáctica a cualquier precio" característica de algunos sistemas educativos, con exigencias de resultados y ritmos escolares durísimos, en los que los alumnos viven sometidos a una presión extrema. Cuestiona también la necesidad de someter la actividad docente a la obligación de resultados, de forma análoga a lo que ocurre en el sistema productivo. "La escuela no es una empresa" y, si bien no deberíamos negarnos a evaluar nuestro trabajo, no podemos aceptar criterios desde fuera, porque éstos nunca
Alumnos que se sientan en clase como si estuvieran en el sofá de su casa, y que se quejan a la mínima si lo que les estás contando no
Meirieu define la escuela como un proyecto que aúna de forma inseparable la transmisión de conocimientos y la formación de los ciudadanos. Y así, en virtud de ello, la escuela se convierte en una "institución de encuentro con la alteridad". El niño o el adolescente descubre que su universo va más allá de su familia (necesaria para su desarrollo afectivo), para darse cuenta de que él no es el centro del mundo, una ruptura totalmente necesaria para poder crecer. Y al mismo tiempo, que hay otros como él, pero con otras opiniones, vivencias, culturas, intereses,etc... lo que le abrirá las puertas de un universo más amplio del que había conocido hasta ahora. Defiende también la escuela como "institución de búsqueda de la verdad". En la escuela se produce la primera confrontación entre nuestras opiniones y deseos con la verdad, aprendemos a conocer las cosas con rigor, a diferenciar entre "el saber y el creer". "La escuela enseña de qué modo la búsqueda de la verdad forja el respeto mutuo y permite escapar de la hegemonía de las relaciones de fuerza."
Y, finalmente, la escuela como institución de una sociedad democrática donde se aprende a asumir el bien común a pesar de los intereses propios, a despojarse del individualismo que todo lo impregna bajo el paraguas del discurso liberal que nada cuestiona acerca de lo que pasa a nuestro alrededor. Esto aleja cada vez más a nuestros alumnos de la posibilidad de adquirir los conocimientos y herramientas para pensar por sí mismos. Discursos simplistas inundan las redes sociales y programas de TV dirigidos a jóvenes, que convierten en modelos a imitar a youtubers, más influyentes que escritores o filósofos, etc. "La libertad de pensamiento no es ningún lujo" dice Meirieu, "la escuela debe garantizar a todos la posibilidad de escapar de cualquier forma de dominio para poder pensar por sí mismos". Así, una cuestión pedagógica esencial es "asociar, en el mismo acto de transmisión, instrucción rigurosa y aprendizaje de la libertad de pensamiento". No puede haber pensamiento crítico sin conocimientos profundos que sustenten nuestros argumentos y, en este sentido, el autor los considera inseparables. No se da el uno sin el otro. Al mismo tiempo, se reconoce desencantado con los sistemas democráticos actuales. La auténtica democracia, para él, sigue siendo una utopía. Pero no podemos abandonarnos al pesimismo. Como docentes debemos resistirnos a este desaliento y trabajar para edificar una escuela cuyo proyecto común sea "hacer sociedad". Construyendo proyectos conjuntos en los que los adolescentes deban buscar soluciones comunes y consensuadas, asumir las opiniones de otros y sus diferencias, nos convertiremos en "acompañantes de libertades", tratando de alejarlos de los "profesionales del dominio", tales como gurús y nuevos predicadores digitales que los encorsetan en un discurso fácil y vacío. Y de todo esto deberíamos estar hablando los docentes, reflexionando acerca de cuestiones pedagógicas esenciales y hacia dónde queremos ir como escuela, alejarnos de debates estériles que no aportan nada, y empezar a construir la escuela que queremos, desde dentro. Me quedo con esta reflexión de Meirieu: "La democracia debe ser para el profesor, la única utopía de referencia posible" Porque pese a todo, quiero seguir siendo optimista y creer que podemos acercarnos a esta utopía, sin perder el norte, porque ese norte está donde están nuestros alumnos. Trabajar por ellos y para ellos. Para todos ellos. "Nuestro trabajo consiste en convencer a nuestros alumnos, contra toda fatalidad, de que un futuro diferente es posible. Uno en el cual, gracias a que habrá conseguido aprender, podrá comprenderse mejor y comprender el mundo, y así asumir, prolongar y subvertir su propia historia." Muchas cuestiones quedan abiertas para el debate, especialmente el papel de los poderes públicos y la obligación de los políticos de abrir una reflexión seria sobre la educación que queremos contando con la opinión de toda la comunidad educativa. Y nadie sabe mejor lo que ocurre en un aula que los que trabajamos en ella.