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Este artículo, basado en el texto de la lección inaugural del curso 2017–2018 de la Universidad Loyola Andalucía, profundiza en una de las líneas de investigación prioritarias en psicología y neurociencia a nivel internacional: el impacto de la calidad de las relaciones humanas en la salud y en la mejora social. Bajo el título: “Relaciones humanas de calidad: contexto de salud y libertad” se comparten los principales hallazgos científicos centrados en cómo las relaciones humanas violentas perjud
Tipo: Resúmenes
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Resumen: Este artículo, basado en el texto de la lección inaugural del curso 2017– de la Universidad Loyola Andalucía, profundiza en una de las líneas de investigación prio- ritarias en psicología y neurociencia a nivel internacional: el impacto de la calidad de las relaciones humanas en la salud y en la mejora social. Bajo el título: “Relaciones humanas de calidad: contexto de salud y libertad” se comparten los principales hallazgos científicos centrados en cómo las relaciones humanas violentas perjudican la salud mental y física, incluso el desarrollo cerebral, y cómo, al contrario, las relaciones humanas de calidad como la amistad, garantizan un desarrollo cognitivo y emocional integral, saludable y positivo no sólo para uno mismo sino también para la humanidad.
Palabras clave: relaciones humanas, violencia de género, memoria, sentimientos, neuro- ciencia, amistad.
Fecha de recepción: 17 de octubre de 2017.
Fecha de admisión definitiva: 25 de octubre de 2017.
(^1) El texto del presente artículo es, en gran medida, el de la lección inaugural del curso académico 2017–2018 de la Universidad Loyola Andalucía, pronunciada por la autora el 11 de septiembre de 2017.
(^2) Universidad Loyola Andalucía. Departamento de Psicología. Investigadora Ramón y Cajal.
ISSN 0015 6043
Revista de Fomento Social 73/1 (2018), 43–
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Relaciones humanas de calidad como contexto de salud y libertad
ESTUDIOS
La psicología ha cambiado enormemente en las últimas décadas. Científicos y científicas con una gran combinación de excelencia científica y excelencia hu- mana han sido centrales en iniciar cambios que han dado un nuevo rumbo a la ciencia psicológica. Entre ellos, se encuentra Jerome Bruner (1915–2016), a quien especialmente admiro por su combinación de conocimiento científico, compromiso humano y conducta ética.
Jerome Bruner fue el líder de la revolución cognitiva en psicología, movimiento que consistió en reivindicar, frente al conductismo, el papel de la mente y de los procesos cognitivos no observables en la explicación de la conducta humana. Bruner (1974, 1990) tuvo un papel central en el desarrollo de las teorías acerca de cómo
Quality human relations as a context of freedom
Abstract: This article, based on the text of the inaugural lecture of the school year 2017– 2018, of the Andalusia Loyola University, studies in depth one of the main research lines in psychology and neuroscience at international level: the impact of the human relations on the health and on the social improvement. Under the title “Quality human relations as the context of freedom”, are shared the main scientific findings centered on how the violent human relations hurt the mental and physical health, included the cerebral development; and how, on the contrary, the outstanding human relations, free of violence, as the friendship, guarantee a development cognitive and emotional that is integral, healthy and positive, not only for oneself, –both he and she–, but also for the whole of humanity.
Keywords: Human relations, gender violence, memory, feelings, neuroscience, friendship.
Relations humaines de qualité comme contexte de liberté
Résumé: Cet article, basé sur le texte de la leçon inaugurale de l’année 2017–2018 de l’Université Loyola Andalousie, approfondit l’un des domaines de recherche prioritaires en psychologie et en neuroscience au niveau international: l’impact de la qualité des rela- tions humaines sur la santé et sur l’avancée sociale. Sous le titre: «Relations humaines de qualité comme contexte de liberté» sont par- tagés les principales trouvailles scientifiques centrées sur le fait que les relations humaines violentes sont préjudiciables pour la santé mentale et physique, même pour le dévelop- pement cérébral, et comment, au contraire, les relations humaines de qualité, libres de violence comme l’amitié, garantissent un développement cognitif et émotionnel intégral, sain et positif non seulement pour nous–mêmes mais aussi pour l’humanité.
Mots clé: Relations humaines, violence à carac- tère sexiste, mémoire, sentiments, neuroscience, amitié.
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Veamos una historia real. Amanda Todd era una estudiante canadiense de 15 años que acabó por quitarse la vida después de una campaña en internet de acoso sexual y “bullying” que duró tres años. Después de interaccionar “online” con un hombre, éste le pidió imágenes íntimas. Aunque dudó y no le gustaba, finalmente Amanda le envío una. Sin el permiso de la joven, ese hombre difundió la foto en “facebook”, concretamente entre los compañeros y compañeras de Amanda. Cuando ella llegó al instituto, fue consciente de lo que ocurría, pero no porque sus amigas y amigos le explicaran lo sucedido y se pusieran de su lado sino porque la empezaron a acosar insultándola sin límite. Esos mismos iguales se sumaron a la campaña de acoso por las redes sociales. A pesar de los intentos de la familia por proteger a Amanda, incluido el cambiar de lugar de vivienda, el acosador la perseguía y proseguía el acoso.
Ante la violencia de sus iguales y la falta de apoyo de otras personas adultas, Amanda acabó pidiendo ayuda a la ciudadanía mundial, subiendo vídeos en “youtube” donde explicaba lo que le ocurría en busca de solidaridad: “No tengo a nadie. Necesito a alguien” decía en sus últimos mensajes en internet. Suplicaba amistad. La violencia que recibía, unida a la falta de respuesta social hizo que la situación fuera insoportable psicológicamente. Al poco tiempo, Amanda se suicidó.
Este caso conmocionó al mundo, tuvo mucho impacto en los medios y alertó del tipo de problemas de las y los adolescentes en nuestra sociedad actual y que merecen pasar a primer plano en las agendas de investigación de las y los psicólogos.
El panorama es estremecedor. Las estadísticas indican que el número de víctimas de violencia virtual y presencial crece a una velocidad de vértigo en todo el mundo. En Europa, en el 2011, un 6% de infancia europea de entre 9 y 16 años sufrieron acoso “online”, y un 3% lo ejercieron (Dalla Pozza et al, 2016). En el 2010, un 7% de niñas y niños de entre 11 y 16 años fueron ciberacosados, mientras que en el 2014 esa cifra ascendió al 12% (Dalla Pozza et al, 2016). Y, hay víctimas porque hay agresores, también en la infancia y en la adolescencia. El análisis internacional de UNICEF (2014) Hidden in plain sight indicó que en la mayoría de los países, más de un 30% de adolescentes de entre 11 y 15 años encuestados admitieron haber ejercido “bullying” en el centro educativo en los últimos dos meses. Ante esta realidad, la preocupación de organismos internacionales sobre el aumento de la violencia entre las personas jóvenes es creciente.
Pero existe una violencia que nos resulta cada día más alarmante no solo por la celeridad de su aumento sino también por el descenso en la edad de las víctimas. En un informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS , WHO) se mostraba
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que la violencia de género era ya en el 2010 la principal causa de muerte entre las mujeres de entre 15 y 44 años en todo el mundo, por delante de la suma de las muertes provocadas por el cáncer, los accidentes de tráfico y las guerras. La violencia de género es un problema de salud global de proporciones epidémi- cas. Superando algunas falsas ideas, las evidencias indican que esta violencia se encuentra en todas las clases sociales y culturas, y en todo tipo de relaciones afectivo–sexuales, sean estables o esporádicas, siendo especialmente relevantes el segundo tipo en el caso de la adolescencia y las primeras experiencias íntimas. A nivel internacional, el 30% de mujeres entre 15 y 19 años sufren o han sufrido violencia en sus relaciones afectivo–sexuales (WHO, 2015) y 1 de cada 3 adoles- centes de 15 años de edad ha sufrido violencia física o sexual (E UROPEAN U NION A GENCY FOR FUNDAMENTAL RIGHTS – FRA, 2014).
Según definición de las Naciones Unidas (1993), definición que se utiliza como referente en la mayoría de la investigación mundial sobre el tema, es violencia de género cualquier acto que resulta en o es probable que resulte en daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico en la mujer, incluyendo las amenazas de perpetrar dichos actos, coerción o privación arbitraria de libertad, ocurra esto tanto en espacios públicos como privados.
En la “base del iceberg” de esta violencia se encuentran relaciones afectivo sexuales estables o esporádicas donde tiene lugar la humillación, el desprecio, el engaño y la coacción. La investigación científica sobre este tema publicada en revistas de primer decilo del JCR, como Violence Against Women , ha demostrado que entre las causas de la violencia contra las mujeres se encuentra un modelo de socialización dominante para muchas niñas y adolescentes en el que la atracción afectivo–sexual se vincula a la violencia (Valls et al, 2008). Literatura como El perfume , películas como Tres metros sobre el cielo , o canciones de cantantes como Rihanna, son solo algunos ejemplos de estímulos en los que se encuentra ese tipo de socialización: libros, películas y canciones que presentan como más atractivo o deseable un tipo de masculinidad tradicional dominante que puede tener conductas violentas (Gó- mez, 2004). En un lenguaje más cercano, hablamos del “chico malo”. Al mismo tiempo, ese modelo dominante vacía de atractivo a un tipo de masculinidad más igualitaria. Como producto de la experiencia con esos medios de socialización y otros agentes, es fácil que algunas jóvenes se socialicen en ese modelo dominante e internalicen esa asociación.
La investigación en psicología del desarrollo y de la personalidad, así como en criminología y estudios de género ya ha aportado evidencias empíricas que apo- yan la fuerza explicativa del modelo de socialización dominante como una de las
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En un estudio coordinado por Lídia Puigvert desde la Universidad de Cambridge, hemos investigado sobre los recuerdos autobiográficos de mujeres jóvenes univer- sitarias relativos a relaciones afectivo–sexuales violentas, estables o esporádicas. Los informes escritos de ese recuerdo indicaron que las mujeres participantes eran conscientes del daño mental que esas relaciones les supusieron e incluso les seguían suponiendo en la actualidad (Racionero et al, 2017). Episodios relativos a ansiedad, apatía, depresión o tristeza estaban presentes en sus recuerdos.
Pero los efectos de las relaciones humanas violentas son todavía más profundos. La neurociencia ha demostrado que las relaciones tóxicas también afectan nega- tivamente el desarrollo cerebral. Los increíbles avances en las técnicas de neuroi- magen ya han permitido evidenciar que la adversidad producida por el estrés tóxico deteriora la actividad y la arquitectura del cerebro (Shonkoff et al, 2012).
Estudios en este campo han demostrado que en situaciones de estrés tóxico se pier- den conexiones neuronales e incluso se produce muerte neuronal en el hipocampo, la principal estructura subcortical encargada de la memoria, y en la corteza pre- frontal media, que es el área del córtex cerebral implicada en funciones mentales esenciales para las personas, como la planificación de tareas y la resolución de problemas (Dumann, 2009; Shonkoff et al, 2012).
Es más, la investigación mundial ha evidenciado que la exposición a experiencias estresantes altera el tamaño y la arquitectura neuronal de estructuras subcorticales, muy profundas en el cerebro, como la amígdala, lo que afecta al procesamiento de las emociones (Shonkoff et al, 2012). Estas alteraciones hacen que las víctimas de violencia puedan manifestar disfunciones en el aprendizaje, el recuerdo y otras actividades cognitivas de alto nivel.
En el caso de mujeres que han sufrido abuso sexual, se ha identificado que tienen alterado el funcionamiento del llamado axis hipotalámico–pituitario–adrenal, lo que se concreta frecuentemente en trastornos de ansiedad, insomnio, fatiga y pro- blemas digestivos, entre otros (Seedat et al, 2003). Esto nos conecta con el tercer grupo de impactos negativos de las relaciones tóxicas, los relativos a la salud física.
El estrés tóxico derivado de relaciones humanas violentas deteriora la salud física. Una de las principales vías como se produce este daño es a través del impacto que tienen los estados emocionales en el cuerpo. Una de las evidencias más im-
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pactantes en este ámbito ha sido descrita bajo el concepto de efecto telómero. La investigación desarrollada por Elisabeth Blackburn, galardonada con el premio Nobel en medicina en el año 2009, ha demostrado que los patrones de pensa- miento negativo vinculados al estrés pueden dañar los telómeros –partes esenciales del ADN de la célula– produciendo un envejecimiento prematuro de la persona y acortando su vida (Blackburn y Epel, 2017). Las relaciones tóxicas alteran el sistema inmunológico e incrementan los marcadores inflamatorios del organismo, lo que se asocia a enfermedades cardiovasculares, hepatitis vírica, cáncer de hígado, asma, enfermedades respiratorias, dentales y autoinmunes, entre otras (Araújo et al, 2009; Bierhaus et al, 2003).
Debido el impacto de las relaciones violentas en la aparición de enfermedades, las colaboraciones entre la psicología y la medicina son crecientes, apoyando estas investigaciones interdisciplinares una mayor efectividad en el tratamiento de las causas de una gran variedad de enfermedades. Así, cada vez más, las exploraciones diagnósticas contemplan variables de experiencias violentas en el desarrollo porque las mismas explican muchos casos a los que la medicina sola no encontraba explicación. Empiezan a proliferar artículos científicos en medicina que incluyen relatos de médicos que experimentaron un giro en su trayectoria profesional al descubrir a través de la acumulación de casos particulares cómo la experiencia de relaciones violentas y los recuerdos de las mismas –que han sido bloqueados, no trabajados– pueden hacer que algunas enfermedades se vuelvan crónicas (Drossman, 2011).
En la exposición de todas estas consecuencias de las relaciones violentas y, en concreto, de la violencia de género sobre la salud, es urgente prestar mayor atención a una cuestión de profunda importancia humana y creciente objeto de trabajo en la ciencia psicológica. Todas estas evidencias sobre cómo la violencia en las relaciones empeora la salud mental, física y el cerebro no sólo afectan a las mujeres víctimas de violencia de género sino también a sus hijos e hijas expuestos a esa violencia. Las relaciones violentas de los adultos son contextos adversos de desarrollo para niñas, niños y adolescentes (Shonkoff et al, 2012). Este tema es una prioridad de investigación en los centros de investigación sobre la infancia más punteros del mundo, como el prestigioso Center on the Developing Child de la Universidad de Harvard.
El mensaje es claro: El tipo de relaciones que se tienen en cualquier momento de la vida son determinantes, no solo para nosotras y nosotros sino también para las personas que nos rodean.
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la explicación de sus causas y consecuencias, aunque necesario, no es suficiente. La sociedad precisa y merece soluciones de éxito y nuestra responsabilidad es investigarlas y aportarlas.
El momento actual no puede ser mejor para el avance de esta misión. Es la era del impacto social de la ciencia (Flecha et al, 2015). El programa marco de in- vestigación de la UE, conocido como H2020, ya se organiza en base a “societal challenges”, las investigaciones que se financian deben servir para afrontar con éxito esos retos sociales. La investigación de excelencia es y será aquella que aporte soluciones a los principales problemas humanos, y las universidades y centros de investigación de más prestigio del mundo serán aquellos que puedan demostrar ese impacto social.
Ese compromiso de investigación al servicio de la sociedad nos define como univer- sidad jesuita como afirmó Arrupe en 1973 (Kolvenbach, 2008; Romero Rodríguez, 2007). Para el personal investigador de Universidades de la Compañía de Jesús, se trata de promocionar la justicia a través de la evidencia. En definitiva, de servir a los demás a través de la ciencia, trabajando no sólo por los más vulnerables sino también con ellos y ellas. Ignacio Ellacuría era claro a este respecto:
La universidad debe encarnarse entre los pobres para ser ciencia de los que no tienen ciencia, la voz ilustrada de los que no tienen voz, el respaldo intelectual de los que en su realidad misma tienen la verdad y la razón, pero no cuentan con las razones académicas que justifiquen y legitimen su verdad y su razón (S ECRETARIADO PARA LA J USTICIA S OCIAL Y LA E COLOGÍA–COMPAÑÍA DE JESÚS, 2014, 29).
Además, como publicaba la revista Science , poner la ciencia al servicio de la humanidad no es una opción sino un derecho (Chapman y Wyndham, 2013). El artículo 27 de la Declaración universal de los derechos humanos (1948) ya indica que toda persona tiene derecho a beneficiarse del progreso científico.
En el caso de la psicología y la neurociencia, la investigación más básica, que ha sido muy influyente históricamente, está fundamentando otras investigaciones con impacto social directo sobre la superación de la violencia en las relaciones humanas. Esa investigación es importante. Pero es creciente el número de estudios incluso en áreas como la psicología cognitiva que se orientan al impacto social y examinan la eficacia de ciertas intervenciones de prevención y superación de la violencia, o son las propias investigaciones las que aportan nuevos modelos de intervención social y clínica. La priorización de estos dos últimos tipos de investigación queda reflejada en la creciente representación de las mismas en las revistas científicas de primer nivel mundial. Veamos algunos de esos hallazgos científicos.
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Una de las evidencias de la psicología y la neurociencia que es más relevante para la superación de las relaciones humanas violentas es que lo propiamente humano son los sentimientos , y no las emociones. Para profundizar en ello nos vamos a basar en las contribuciones de Eric Kandel, premio Nobel de medicina o fisiología en el año 2000, y su obra Principles of neural science (Kandel et al, 2013), el principal texto internacional en neurociencia.
En ese libro, Eric Kandel dedica un capítulo entero, el cuarenta y ocho, a diferenciar entre emociones y sentimientos. Las emociones son
el conjunto de respuestas fisiológicas que ocurren más o menos inconscientemente cuan- do el cerebro detecta ciertas situaciones desafiantes, –en negativo y en positivo–. Estas respuestas automáticas ocurren tanto dentro del cerebro como en el cuerpo (Kandel et al, 2013, 1.079).
Esto se puede traducir, por ejemplo, en aumento del ritmo cardíaco, sudoración, tensión muscular, etc. y sucede inconscientemente. De forma diferente, los senti- mientos “son la experiencia consciente de esos cambios en el cuerpo y en la mente” (Kandel et al, 2013, 1.079).
Los organismos más simples, como una célula bacteriana o la Aplysia, el molusco en el que Kandel realizó sus experimentos, tienen emociones, reaccionan a estímulos desafiantes en el entorno. Pero es obvio que ni la célula bacteriana ni la Aplysia tienen conciencia de esas reacciones, no las piensan, no les dan un significado. Por tanto, no tienen sentimientos.
Es la conciencia, ese maravilloso misterio que la psicología no ha llegado a desvelar, lo que nos distancia abismos de otros organismos. Reconocer que lo propiamente humano son los sentimientos y no las emociones es fundamental para superar la violencia. De no hacerlo, desde la inconsciencia de las emociones se pueden llegar a justificar las conductas más agresivas. Y, lo que es más importante, puesto que los sentimientos implican conciencia, se abre la posibilidad de revisarlos y cam- biarlos, incluso sus emociones asociadas, si la persona así libremente lo escoge.
Por otro lado, la evidencia de que en los sentimientos hay conciencia, hay cogni- ción, desmantela la supuesta oposición entre un hemisferio derecho que se dedica a la creatividad, a lo social y lo emocional, y un hemisferio izquierdo ocupado en lo analítico, lo matemático y lo racional. No existe tal oposición en el funciona- miento mental humano, es un neuromito con muy negativas consecuencias para la educación y el desarrollo humano (Howard–Jones, 2014).
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las jóvenes que habían experimentado al menos una relación afectivo–sexual violenta pudieron recuperar dichos recuerdos y reflexionar críticamente sobre los mismos. Los resultados, en proceso de publicación, han sido sorprendentes.
Siguiendo esta misma línea, el proyecto de investigación MEMO 4 LOVE (Racionero– Plaza, 2017–2019) trabaja en la actualidad sobre el impacto de las Intervenciones de socialización preventiva de la violencia de género que promueven la reflexión crítica de alto nivel sobre los recuerdos autobiográficos en interacción con otras personas. La investigación trata incluso sobre una respuesta emocional que tenga como objetivo implícito vaciar la violencia de su atractivo y prevenir la violencia de género en la adolescencia, puesto que ésta supone cambios en la actividad cerebral, medida con registros electrofisiológicos.
La dimensión de conciencia, la posibilidad de reflexionar sobre los propios senti- mientos, hace posible lo que Marcel Proust supo describir mejor que la evidencia: “El recuerdo de las cosas pasadas no es necesariamente el recuerdo de las cosas tal y como ocurrieron”. Esas reconstrucciones de la memoria son fundamentales. La investigación en psicología de la memoria ya ha demostrado que solo es posible transformar los recuerdos que son accesibles a la conciencia (Cohen y Conway, 2008), así como ha señalado que la principal función de la memoria humana no tiene que ver con el pasado sino con el futuro. Recordamos nuestra vida para construir nuestra identidad y planificar nuestro futuro (Klein et al, 2010). En función de cómo recordamos el pasado, y cómo nos sentimos al recuperarlo, procesamos el presente e imaginamos nuevos horizontes.
Desde la conciencia, somos nosotros quienes decidimos cómo regular los recuer- dos y sus sentimientos asociados; desde la conciencia, somos nosotras y nosotros quienes podemos decidir qué dirección dar al pasado para cumplir propósitos personales y acercarnos más al tipo de persona que deseamos ser y al tipo de vida que soñamos vivir. Mientras que si los recuerdos y los afectos no positivos permanecen en la base del iceberg, confinados a la inconsciencia, son ellos quie- nes nos podrían conducir hacia lugares que podrían incluso llegar a contradecir nuestros mejores sueños.
Esa conciencia, unida al tipo de personas que queremos ser, lo que Markus y Nu- rius (1986) han llamado “posible selves” (personas posibles), puede ser el inicio de una toma de decisiones que implique la elección de relaciones ausentes de violencia, igualitarias, saludables y apasionadas. La elección de esas relaciones dibuja trayectorias de desarrollo positivo que se vuelven contextos de libertad.
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La investigación científica ya ha mostrado que las personas en relaciones huma- nas de calidad y, concretamente en relaciones afectivas positivas, tienen estados emocionales que favorecen una mejor salud general. Los estudios desarrollados por Peter Salovey desde la Universidad de Yale han arrojado muy relevante luz sobre esta cuestión (Salovey et al, 2000).
Otros estudios publicados en un nuevo ámbito de investigación denominado psi- cología positiva y de la felicidad, han evidenciado que las personas que tienen relaciones románticas saludables tendrán una mayor satisfacción con su propia vida a lo largo del tiempo (Dyrdal et al, 2011). Dicha satisfacción es una variable fundamental en la salud mental. Recordando al psicólogo clásico Erik Erikson (1959), al acercarnos al final de nuestras vidas, miramos atrás y hacemos una valoración profunda de la vida que hemos vivido. Sentirse satisfecho con la misma genera en la persona un sentimiento de integridad que le reconforta y da sentido. Sentirse insatisfecho, por el contrario, provoca desesperación.
Pero más allá de las percepciones subjetivas, multitud de estudios científicos publi- cados en las revistas de más impacto mundial, como Plos One , vienen demostrando que las personas con relaciones íntimas más felices muestran perfiles biológicos más saludables (Loving y Slatcher, 2013). Estar en una relación íntima de calidad se asocia con mayor felicidad subjetiva y menor densidad de materia gris dentro del estriado dorsal derecho (Kawamichi et al, 2016). Incluso se ha comprobado que ver fotografías de la persona con la que se tiene una relación íntima positiva disminuye la sensación de dolor, lo que se relaciona con los recuerdos y sentimien- tos evocados por la imagen y, esto, con el sistema de recompensa (Youngert et al, 2010). Además, la investigación ha identificado que las personas con relaciones positivas de amistad, de pareja, en la comunidad, etc., tienen una presión arterial ambulatoria más baja, mejor funcionamiento inmune y niveles de oxitocina más altos que explican incluso una cicatrización de las heridas más rápida (Simpson y Campbell, 2013).
Las relaciones de calidad también protegen de enfermedades mentales como la depresión. Un estudio longitudinal publicado en Plos One (Teo et al, 2013) con una muestra de más de 4.600 norteamericanos de entre 25 y 75 años indicó que aquellas personas con relaciones sociales de peor calidad tenían el doble de riesgo de sufrir depresión que las personas con relaciones sociales de gran calidad. Entre los diferentes tipos de relaciones sociales estudiadas, las personas en relaciones de pareja de baja calidad tenían más riesgo de sufrir depresión a medio plazo.
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Pueden ser relaciones afectivas íntimas o pueden ser relaciones de amistad; lo que la evidencia científica demuestra es que las personas con mejores relaciones humanas tienen una vida mejor. Además de todos los datos expuestos, la evidencia más sólida disponible hasta el momento a este respecto en la psicología mundial la encontramos en la Universidad de Harvard. El Harvard Study of Adult Develo- pment^3 es el trabajo científico longitudinal en el tiempo más largo realizado hasta la fecha sobre qué variables psicosociales y biológicas desde la juventud predicen la salud y el bienestar cuando se alcanzan edades avanzadas. La investigación empezó en el año 1938 y comprende dos proyectos, el Grant Study y el Glueck Study. En el Grant Study participaron 268 graduados de Harvard de las promocio- nes comprendidas entre el 1939 y el 1944. Todos acabaron sus estudios durante la segunda guerra mundial y muchos lucharon en la misma. El Glueck Study se compuso de 456 chicos que crecieron en las familias más pobres de los barrios más desfavorecidos de Boston.
El personal investigador del proyecto acudió a las casas de todos esos chicos, en- trevistaron a sus padres, más tarde a sus esposas o compañeras e hijos, recogieron todos sus informes médicos, les hicieron escáneres cerebrales, análisis de sangre, etc., y así, a lo largo del tiempo hasta la actualidad. Algunos de los participantes se convirtieron en abogados, médicos, trabajadores de fábricas, etc. Uno incluso fue presidente de los Estados Unidos. Algunos cayeron en el alcoholismo, otros desarrollaron esquizofrenia, algunos subieron mucho en la escala socio–económica y a otros les ocurrió lo contrario. Actualmente se continúa recogiendo datos y, desde el 2015, se está llevando a cabo el Second Generation Study , en el que se examina el desarrollo de los hijos e hijas de esos participantes del primer estudio.
Los resultados de estos ochenta años de estudio longitudinal exhaustivo son contun- dentes. De entre todos los factores estudiados, las relaciones humanas de calidad son los mejores predictores de vidas más largas y felices, por encima de la clase social, el coeficiente intelectual y los genes. Las evidencias conseguidas demuestran que las relaciones humanas de calidad protegen a las personas de los desencantos de la vida, les ayudan a retrasar el deterioro cognitivo y físico propio de la edad y mejoran su salud general. Por ejemplo, el estudio ha encontrado que el nivel de satisfacción con las propias relaciones personales que se tiene a los cincuenta años predice más la salud física posterior que los niveles de colesterol en sangre. Las
(^3) Más información sobre el Harvard Study of Adult Development y publicaciones resultantes en http:// www.adultdevelopmentstudy.org/
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personas que estaban más satisfechas en sus relaciones a los cincuenta años son las más sanas de toda la muestra a la edad de ochenta años. Y, al contrario, los resultados demostraron que las relaciones que no son de calidad, como aquéllas en las que hay tensiones y conflictos, empeoraron en todos los casos la salud de los participantes.
Que las relaciones humanas de calidad, sean de amistad, íntimas o en la comuni- dad son contextos de salud y libertad en el desarrollo, es una maravillosa noticia científica repleta de posibilidad para la humanidad. Es la transformadora idea de plasticidad que ha recorrido todo este artículo y que fue planteada por primera vez por el nobel Santiago Ramón y Cajal, padre de la neurociencia moderna. En propias palabras de Cajal (1894): “toda persona, si se lo propone, puede ser escultora de su propio cerebro”.
Podemos esculpir autobiografías llenas de sentido, salud y felicidad, si libremente escogemos y cultivamos relaciones humanas de calidad. Al hacerlo, no sólo me- joramos nuestra vida, sino que también somos mejores para los demás.
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