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Wolfgang Streeck "Los ciudadanos como clientes"
Tipo: Apuntes
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CAPITAL GLOBAL Y ESTADO NACIONAL
Hablar acerca de la crisis del Estado de bienestar o de la reforma del Estado en un escenario internacional hace que inme- diatamente surja la pregunta: icuál Estado? idónde? ¿el de qué país? Para alguien que ha vivido la mayor parte de su vida en Europa hay un problema adicional: ¿qué tan relevantes son las ideas desarrolladas en Europa acerca del Estado para gente cuyo punto de referencia es el Estado paraguayo, boliviano o argenti- no? La respuesta puede encontrarse sólo en un concepto de fragmentación de un mundo unido. Este artículo trata de desa- rrollar este punto.
El concepto mismo de la reforma del Estado -o la crisis del Estado de bienestar- seiiala el hecho de que estamos identifican-
1 Este artículo es resultado de la experiencia de impartir el curso "La crisis del Estado de bienestar" en la Maestría de Ciencias Sociales de FLACSO-México. Profesor-investigador de la Sede Académica de México de la Facultad Latinoaniericana de Ciencias Sociales, FLACSO-México.
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do algo común en el desarrollo de los diferentes Estados y, por lo
particular es insuficiente. Los Estados parecen ser entidades separadas bien definidas, y sin embargo hablamos de la reforma del Estado o la crisis del Estado como si hubiera uno solo, asumiendo algíin tipo de unidad entre eso que parece estar separado. i66mo entender la relación entre el desarrollo de diferentes Estados como una unidad de lo separado, como la
tiplicidad de diferentes Estados? En la tradición de ciencias políticas, el Estado es tomado en gran medida como una categoría básica e incuestionada. La gran mayoría del trabajo en la disciplina toma un Estado particular como SU marco de referencia casi exclusivo, analizando desarro- llos políticos como si estos pudiesen ser entendidos puramente en télrminos nacionales. Este es el caso, particularmente en los Estados Unidos y en Europa, donde los teóricos todavía se man- tienen e n el mito de la autosuficiencia nacional. Ha sido común, por ejemplo, tanto en ,la izquierda como en la derecha, analizar el thatcherismo o al reaganismo como u n fenómeno puramente nacional, en lugar de entenderlos en términos de un cambio global en la relación entre Estado y el capital. En América Latina, la gente ha sido mucho más consciente del contexto mundial dentro del cual se están llevando a cabo los cambios actuales, pero la categoría incuestionada del Estado sigue res- tringiendo y definiendo la discusión. Si el Estado es tomado como el punto de partida, entonces el mundo -si es que aparece- se revela como la suma de Estados-na- ciones. Tendencias o desarrollos que van más allá de las fronte- r a s de u n Estado son discutidas en términos ya sea de relaciones inter-estatales -como en la tradición de la subdisciplina de rela- ciones interhacionales- o en términos de analogía -como en la subdisciplina de política comparativa. Ambas subdisciplinas em- piezan no a partir de u n cqncepto de unidad de los Estados-na- ciones sino, a partir de su separaicióln: tendencias comunes pue- den ser entendidas sólo como parte de la red interestatal de relaciones de poder ejercidas ya sea directamente entre Estados, o a través de instituciones tales como el Fondo Monetario Ihter-
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las relaciones internacionales: aunque se destaca la primacía del sistema mundial sobre los Estados particulares, el sistema mun- dial se concibe como sistema estatal internacional, con los Esta- dos centrales como actores dominantes, y la única salida de la dependencia sería a través de las acciones de los Estados perifé- ricos (ver, Dabat 1992 para una crítica similar). Como en la tradición ortodoxa de las ciencias políticas, el Estado define una distinción entre lo interno y lo externo: la iánica diferencia es que Bai teoría de la dependencia ewfatiza los determinantes externos de la acción estatal -en el caso de los Estados dependientes. De esta perspectiva desarrollos tales como las reformas del Estado llevadas a cabo en los países periféricos se entienden sólo en términos de las fuerzas externas que surgen de la relación cen- tro-periferia, pero no existe ningún concepto que nos permita entender la dinámica de esta relación.
Cada Estado proclama su propia separación del resto, es decir, su soberanía nacional. Para entender lo que nos permite hablar de la crisis o de la reforma del Estado como si hubiera solamente un Estado, tenemos que suavizar esta separación, necesitamos di- solver al Estado como categoría. Esto significa entenderlo no como u n a cosa en sí, sino como una forma social, una forma de las relaciones sociales. De la misma manera que en la física hemos llegado a aceptar que, a pesar de las apariencias, no hay separaciones absolutas, que la energía se puede transformar en masa y la masa en energía, también en la sociedad no hay separaciones absolutas, no hay categorías rígidas. Pensar cientí- ficamente es disolver las categorías del pensamiento, entender los fenómenos sociales precisamente como tales, es decir como formas de relaciones sociales. Las relaciones sociales, las relacio- nes entre personas, son fluidas, impredecibles, inestables, mu- chas veces apasionadas, pero se rigidizan en ciertas formas, que parecen adquirir su propia autonomía, su propia dinámica, y que son cruciales para la estabilidad de la sociedad. Las varias disci- plinas académicas toman estas formas -Estado, dinero, familia, etcétera- como su punto de partida y cowstribuyen de esta mane-
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ra a su apariencia de solidez y, por lo tanto, a la estabilidad de la sociedad capitalista. Pensar científicamente es criticar a las dis- cipinas, disolver las formas, entenderlas como formas; actuar libremente es destruir formas. El Estado, pues, es una forma rigidizada -o fetichizada para usar el término de Marx- de relaciones sociales. Es una relación entre personas que no parece ser una relación entre personas, es una relación social que existe en la forma de algo externo a las relaciones sociales. Este es el punto de partida para entender la unidad entre los Estados: todos son formas rigidizadas y aparen- temente autónomas de relaciones sociales. Pero ¿por qué se rigidizan las relaciones sociales de esta manera? y ¿cómo nos ayuda esto a entender el desarrollo del Estado? Esta fue la pregunta que se planteó el llamado debate sobre la derivación del Estado, una discusión u n poco peculiar pero muy importante que se extendió desde Alemania occidental a otros países durante los años setenta.2 El debate se desarrolló en un lenguaje muy abstracto y, en la mayoría de los casos, sin hacer explícitas las implicaciones teóricas y políticas del argu- mento. La obscuridad del lenguaje, y el hecho de que los partici- pantes muchas veces no desarrollaron -o no estaban conscientes de- las implicaciones del debate, dejó la discusión abierta a malentendidos. Por tanto, el enfoque ha sido criticado como u n a teoría económica del Estado, o como un enfoque que se basa en la lógica del capital, tratando de comprender el desarrollo políti-
cierto que estas críticas se pueden hacer en contra de algunas de las aportaciones, la importancia de la discusión en general es precisamente que creó una base para romper con el determinis- mo económico y el funcionalismo que han caracterizado tantas discusiones de la relación entre el Estado y la sociedad capitalis- ta, y para discutir al Estado como elemento o, mejor dicho, como momento de la totalidad de las relaciones sociales del capitalismo.
2 Para el debate sobre la derivación del Estado y su expansión ver por ejemplo Holloway y Piccioto, 1978; Clarke, 1991 (Gran Bretaña); Vincent, 1975 (Francia); Pérez Sáinz, 1981 (España); Críticas de la Economía Política, 1979-1980; Sánchez Susarrey, 1986 (México); Archila, 1980; Rojas y Moncayo, 1980 (Colonibia); Fausto, 1987 (Brasil).
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la compra y venta libre de la fuerza de trabajo como mercancía en el mercado. Esta forma de relación entre las clases presupone una separación entre el proceso inmediato de explotación, que se sustenta en la libertad del trabajo, y el proceso de mantener orden en una sociedad explotadora, lo que implica la posibilidad de la coerción (Hirsh, 197411978). Entender al Estado como forma de relaciones sociales impli- ca, obviamente, que el desarrollo del Estado sólo se puede enten- der como momento del desarrollo de la totalidad de las relaciones sociales, es decir, como una parte del desarrollo antagónico, y sujeto a la crisis de la sociedad capitalista. Como una forma de las relaciones sociales capitalistas su existencia depende de la reproducción de estas relaciones. Por lo tanto, no es simplemen- te un Estado en una sociedad capitalista sino u n Estado capita- lista, ya que su supervivencia como tal está ligada a su capacidad de promover la reproducción de las relaciones capitalistas en su conjunto. El hecho de que el Estado existe como forma particular o rigidizada de relaciones sociales tiene por consecuencia, al mismo tiempo, que la relación entre el Estado y la reproducción del capitalismo es una relación compleja: no se puede asumir, como lo hacen los funcionalistas, que todo lo que el Estado hace es necesariamente en el interés del capital, ni que el Estado pueda siempre realizar lo que es necesario para asegurar la reproducción de la sociedad capitalista. La relación entre el Estado y la reproducción de las relaciones sociales del capitalis- mo es una relación de prueba y error. Hablar del Estado como forma rigidizada de las relaciones sociales es hablar de su separación de, y al mismo tiempo de su unidad con, la sociedad. La separación o rigidización -o fetichiza- ción- es un proceso que se repite' todo el t i e m p ~. ~La existencia del Estado implica un proceso constante de separar ciertos aspec- tos de las relaciones sociales y de definirlos como políticos, y por lo tanto como distintos de lo económico. Así el antagonismo sobre el cual la sociedad se basa está fragmentado: las luchas sociales
4 No se puede asuniir, conio lo hace Jessop, 1991, y conio lo parece hacer Hirsh, por lo menos en sus obras más recientes, que la particularización del Estado e s un proceso terminado en los orígenes del capitalismo. Para una crítica a Jessop ver Holloway, 1991.
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son canalizadas en formas políticas y económicas, ninguna de las cuales deja espacio para plantear preguntas sobre la estructura de la sociedad en su conjunto. Venezuela es un ejemplo obvio en este momento, donde la estabilidad de la sociedad actual depende en la capacidad de canalizar el descontento social dentro de los procedimientos establecidos del sistema político, su capacidad de imponer ciertas definiciones en un rechazo mal definido del orden existente. Este proceso de imponer ciertas definiciones en las luchas sociales es al mismo tiempo, por parte del Estado, un proceso de definirse a sí mismo. Como forma rigidizada de rela- ciones sociales, el Estado es al mismo tiempo un proceso de rigidizar las relaciones sociales, y es a través de este proceso que el Estado está constantemente reconstituido como una instancia separada de la sociedad (Holloway, 1980, 1990).
El Estado, por lo tanto, está doblemente disuelto: no es una estructura, sino u n a forma de relaciones sociales; no es una forma de relaciones sociales totalmente fetichizada, sino un proceso de formar -o fetichizar- las relaciones sociales y por consiguiente u n proceso constante de auto-constitución. Pero la discusión queda todavía al nivel del Estado: aún no se ha dicho nada acerca de que el Estado no es sino una multiplici- dad. Como ya ha sido sefialado (Barker, 197811991; Von Braun- mühl, 1974,1978), el debate "trata al Estado como si existiese sólo en el singullar. El capitalismo, sin embargo, es un sistema mundial de Estados, y la forma que el Estado capitalista toma es la forma del Estado-nación" (Barker, 197811991, 204).
que el debate sobre la derivación del Estado no se opacaba con el entendimiento de un Estado en particular, sino con el entendi- miento de la estatidad o, mejor dicho, de lo político. La deriva- ción de lo político a partir de la naturaleza de las relaciones
existe iánicamente en la forma de una multiplicidad de Estados. E n el contexto de analizar la relación general entre Estado y
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la existencia de u n a multiplicidad de Estados nacionales, apaipen- temente autónomos. Lo politico está fracturado; esta fragmenta- ción es fundamental para entender lo político, es un elemento cmcial que se pierde si se asume una correlación espacial entre Estado y sociedad. El mundo no es una agregación de Estados nacionales, cagitalismos nacionales o sociedades nacionales; al contrario, el mundo está descompuesto por la existencia frac- tusadra de lo político e n múiltiples unidades aparentemente autónomas. La distinción entre lo político y el Estado nacional, por lo tanto, da una nueva dimensión al concepto del Estado como proce- so de fetichizar o rigidizar las relaciones sociales. La fracturación o descomposición de la sociedad mundial en Estados nacionales no es algo que está terminado una vez que se definen las fronteras nacionales. Al contrario, todo's los Estados nacionales participan en u n proceso constantemente. repetido de fracturar las relaciones sociales mundiales: a través de las proclamaciones de la soberanía nacional, exhortaciones a la nación, ceremonias a la bandera, himnos nacionales, discriminación administrativa contra los ex- tranjeros, la guerra. Mientras m& débil es la base social de esta fragmentación nacional de la sociedad -como en América Latina, por ejemplo- tanto más obvias son sus formas de expresión. Esta descomposición de las relaciones sociales globales es un elemento crucial en la fragmentación de la oposición a la dominación capita- lista, en la des-composición del trabajo como clase. El Estado nacional es entonces una forma de fracturar a la sociedad mundial. Por lo tanto, hay una no-coincidencia territo- rial báisica entre el Estado y la sociedad con la cual se relaciona. Ea conveniente suposición (que menciona Piccioto) de una corre- lación entre Estado y sociedad es simplemente falsa. Cada Esta- do nacional es u n momento de la sociedad global, una fragmen- tación territorial de u n a sociedad que se extiende por todo el mundo. Edingtiw Estado nacional, sea rico o pobre, se puede entender en abstracción de su existencia como momento de la relación mundial del capital. La distinción que se hace tan se&- do entre los Estados dependientes y los no-dependientes se de- rrumba. Todos los Estados nacionales se definen, histórica y constantemente, a través de su relación con la b t d i d a d de las
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relaciones sociales capitalistas. Por ejemplo, no se puede mante- ner, la distinción que hace Evers en su adaptación del debate derivacionista a laperiferia capitalista, entre los Estados centra- les en los cuales existe una "identidad social de la esfera econó- mica y política" y los Estados periféricos en los cuales no existe
nacional de la mayoría de los teóricos en los países más ricos, la existencia del Estado nacional como monumento de la relación global del capital es tan crucial para la comprensión del thatche- rismo en Gran Bretaiia, por ejemplo, como lo es para la compren- sión del auge del neo-liberalismo en cualquier país periférico (como demuestra Bonefeld 1990). Esto no quiere decir que la relación entre el capital global y
los Estados nacionales son constituidos como momentos de l a relación global, son momentos distintos y no idénticos de esta relación. La fragmentación del mundo en sociedades nacionales implica que cada Estado tenga una definición territorial especí- fica y, por consiguiente, una relación específica con la gente dentro de su territorio. Al interior de ciertos Estados -poco frecuentes como los casos de Sudafrica, Kuwait- algunos sectores sociales son definidos como ciudadanos y los demás como extran- jeros. La definición territorial implica que cada Estado nacional tenga una relación diferente con la totalidad de las relaciones capitalistas. De esta diferencia resulta el significado de los estu- dios naciónales, como aquellos que se encuentran en éste número de Perfiles Latinoamericanos. La definición territorial implica que cada Estado sea inmóvil de una manera que contrasta claramente con la movilidad del capital. El Estado nacional puede cambiar sus fronteras sólo con dificultad, mientras el capital se puede mover de u n lado del mundo al otro en cuestión de segundos. Mientras los Estados nacionales son sólidos, el capital es esencialmente líquido, flu- yendo a cualquier lugar del mundo para obtener la mayor ganan- cia. Obviamente existen obstáculos a este flujo, límites a esta movilidad. La reproducción del capital en su conjunto depende, de manera crucial, de su transitoria inmovilización en la forma de capital productivo, lo que implica su incorporación en máqui-
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o territorial, en lugar de ver estas adherencias como momentos transitorios, paradas en el flujo incesante del capital. Claro que si existen vínculos personales, institucionales y políticos entre grupos de capitalistas y Estados nacionales, pero grupos de capita- listas no son lo mismo que el capital y muchas veces los Estados nacionalés se ven obligados a romper los lazos con sus amigos capitalistas y actuar en contra de ellos para asegurar la reproduc- ción del capital en su conjunto (ver Hirsch, 197411978). La inmovi- lidad relativa del Estado nacional y la movilidad extremadamente alta del capital hace imposible establecer una relación sencilla entre un Estado nacional y una parte específica del capital mundial (Murray, 1971; Piccioto, 198511991). La competencia entre Estados y las posiciones cambiantes de los Estados nacionales en relación con el capital mundial no pueden ser entendidas de manera adecuada en términos de u n a competencia entre capitales nacionales. El punto de partida en la discusión tiene que ser no la inmovilidad del capital sino su movilidad. En tanto que la existencia de cualquier Estado nacio- nal depende no solamente de la reproducción del capitalismo mundial, sino de la reproducción del capitalismo dentro de sus fronteras, el Estado tiene que tratar de atraer y, una vez atraído, de inmovilizar al capital dentro de su territorio.9 La lucha com- petitiva entre los Estados nacionales no es una lucha entre capitales nacionales, sino una lucha entre los Estados para atraer y/o retener una parte del capital mundial y por lo tanto una parte de la plusvalía global. Para conseguir eso, el Estado nacional tiene que tratar de asegurar condiciones favorables
yendo la infraestructura, el orden público, la educación y la regulación de la fuerza de trabajo, etcétera. Además tiene que dar apoyo internacional -a través de la política comercial, política monetaria, intervención militar, etcétera- al capital operando dentro de sus fronteras, generalmente haciendo caso omiso de la nacionalidad de los propietarios legales de ese capital.
(^9) Hasta que punto los Estados particulares pueden romper con estas restricciones e n situaciones revolucionarias requiere una discusión separada, que no se intenta desa- rrollar aquí.
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En esa lucha competitiva se establecen posiciones de hegemo- nía y de subordinación, pero una posición hegemónica no libera a los Estados de la competencia global para atraer y retener al capital. Las posiciones relativas de hegemonía y de subordina- ción se basan en íaltima instancia en la existencia de condiciones más o menos favorables para la acumulación del capital en los territorios de los diferentes Estados: de ahí vienen la decadencia de Gran Bretañna como poder hegemónico y la inestabilidad ac- tual de la posición internacional de los Estados Unidos. Las condiciones para la acumulación del capital dependen a su vez de las condiciones para la explotación del trabajo por el capital, pero no existe ninguna relación territorial directa. El capital se puede acumular en el territorio de u n Estado nacional como resultado de la explotación del trabajo en otro territorio nacional -como en el caso de las situaciones coloniales o neocoloniales, pero tam- bién e n casos donde u n Estado, a través de u n régimen impositi- vo favorable o de otros incentivos, logra hacerse atractivo como sitio para la acumulación del capital -las Islas Cayman o Lie- chtenstein son ejemplos obvios. Los Estados nacionales compiten, pues, para atraer a su territorio una porción de la plusvalía producida globalmente. El antagonismo entre ellos no es expresión de la explotación de los Estados periféricos por los Estados centrales -como sugieren los teóricos de la dependencia-, sino expresa la competencia -suma- mente desigual- entre los Estados para atraer a sus territorios -o retener dintro de sus territorios- una porción de la plusvalía global. Por esta razón, todos los Estados tienen un interés en la explotación global del trabajo. Es cierto, como argumentan los teóricos de la dependencia, que los Estados nacionales se pueden entender solamente en el contexto de su existencia dentro de un mundo bipolar caracterizado por la explotación, pero la explota- ción no es la explotación de los países pobres por los países ricos, sino la explotación del trabajo global por el capital global, y la bipolaridad no es una bipolaridad entre centro y periferia sino u n a bipolaridad de clase, una bipolaridad en la cual todos los Estados, en virtud de su existencia misma como Estados que dependen de la reproducción del capital, se encuentran al polo del capital.
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mer lugar que el desarrollo de cualquier Estado nacional especí- fico se puede entender sólo en el contexto del desarrollo global de las relaciones sociales capitalistas, de las cuales forma parte integrante. El desarrollo global de las relaciones sociales capita- listas no es ni u n proceso lógico ni algo externo a nosotros, sino el resultado histórico del conflicto, un conflicto que, aunque fragmentado, es mundial. La estructura de este conflicto, -es decir la forma de la dependencia del capital al trabajo- crea ciertos ritmos de desarrollo, que se expresan más claramente en la tendencia del capital hacia la crisis (ver Holloway, 1991). Sin embargo, la relación entre cualquier Estado nacional en particu- lar y el desarrollo global es compleja. Por un lado, la unidad de todos los Estados nacionales como momentos de la misma rela- ción se refleja en la presencia de patrones comunes de desarrollo -como indica el tema de la reforma del Estado. Por otro lado, la relación diferencial entre los Estados nacionales y el capital global tiene como consecuencia que las formas tomadas por el desarrollo de los Estados nacionales, pueden diferir enormemen- te. Muchas veces lo que parece a primera vista ser un desarrollo comián -la reforma del Estado, por ejemplo- resulta que esconde estrategias diferentes -y competitivas- para lograr una redefini- ción de la relación con un capital globalque está en proceso de restructurarse. En este contexto el estudio de las semejanzas y diferencias entre los desarrollos nacionales es importante. Si bien es cierto que los Estados nacionales se pueden entender sólo como momentos particulares de una relación global, es igual- mente importante subrayar que la relación global existe solama- nente a través de sus momentos particulares. En todo esto no puede tener cabida el funcionalismo. Uno de los problemas asociados con el análisis del Estado capitalista como si hubiera sólo u n Estado, es que conduce fácilmente al supuesto funcionalista que el Estado por ser Estado capitalista, necesariamente cumple las funciones requeridas por el capital. Como ya seiíalamos en la presentación del debate sobre la deri- vación del Estado, esta es una conclusión que ya no se puede justificar al nivel de el Estado, pero la debilidad del argumento funcionalista se manifiesta mucho más claramente cuando se tiene presente que el capital es global y el Estado es una multi-
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plicidad de Estados nacionales. A partir del hecho de que l a reproducción del capital requiere cierta acción política, n o puede asumirse que algún Estado o algunos Estados van a cumplir lo requerido (Piccioto, 198511991). No s e puede suponer que el capital siempre resolverá sus crisis.
El Estado nacional es fijo, el capital fluye globalmente. El capital fluye globalmente pero en cualquier momento tiene u n a ubica- ción territorial, sea en la cuenta de alguna institución financiera o ligado a los ladrillos y cemento de alguna fábrica. Los diferen- tes Estados compiten para atraer e inmovilizar el flujo de capital. La relación de los Estados nacionales con el capital global es mediada a través de este proceso competitivo de atracción-e-in- movilización. La relación se puede imaginar en términos de u n a serie de reservas buscando competitivamente atraer y retener la máxima cantidad de agua en u n río poderoso y e n gran medida incontrolable. Como sugiere la metáfora del río, los Estados nacionales no controlan la presión, la velocidad y el volumen de la totalidad del flujo de agua. Esto se puede entender sólo e n términos de aquello que produce el movimiento del agua en primera instancia. Los Estados nacionales, las reservas de nuestra metáfora, sólo pue- den responder a cambios en la magnitud y el poder del río. Los cambios importantes en la organización y conceptualiza- ción del Estado que han tenido lugar los últimos quince años no sólo en América Latina sino en todo el mundo son u n a respuesta al cambio radical en el flujo del río del capital Para entender el cambio de flujo del capital, tenemos que i r a s u fuente, a las relaciones de producción capitalista. La forma que asume el flujo de capital depende de las condiciones de producción capitalista. El flujo de capital es incesante pero no sin diferenciación. El capital fluye a través de formas funcionales diferentes, existiendo ahora como dinero, ahora como capital productivo incorporado en los medios de producción y en l a fuerza de trabajo empleada, ahora como mercancías. Cada forma
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1992). Este aislamiento relativo, basado en la estabilidad relativa del capital productivo y reforzado por la regulación internacional y por políticas nacionales para controlar el movimiento del capital, sentó las bases para la política orientada hacia el Estado de este periodo, ya sea la política del Estado de bienestar keynesiano o la política de substitu- ción de importaciones. Esta misma estabilidad relativa también hizo posible la creación de alianzas razonablemente estables entre el Esta- do nacional y grupos capitalistas. Es decir, la clase de alianzas reflejada conceptualmente en las teorías ya mencionadas -complejo militar-in- dustrial, capitalismo monopolista del Estado, etcétera-; y también entre el Estado y los movimientos obreros burocratizados, como se puede ver en los diferentes tipos de desarrollo corporativista.10 Mu- chas de las concepciones teóricas concernientes al Estado que toda- vía son comunes -sobre todo la abstracción del Estado del mundo, ya mencionada- resultaron de la experiencia de este periodo, periodo que vio también el auge y la expansión de las ciencias políticas y de las ciencias sociales en general. El aislamiento relativo del Estado nacional terminó cuando el largo periodo de expansión de la posguerra llegó a s u fin. Desde mediados de los años sesenta, hay claros indicios de creciente inestabilidad. Las condiciones que habían hecho rentable l a pro- ducción a lo largo del periodo de la posguerra s e estaban debili- tando: los costos asociados a la explotación de los trabajadores -la llamada composición orgánica del capital- s e incrementaban, l a disciplina establecida por el periodo de la guerra s e desintegraba, las burocracias estatales asociadas con el patrón previo de desa- rrollo resultaban costosas para el capital. La inversión e n l a producción llegó a ser u n a forma insegura de expandir el capital. Hubo, en otras palabras, u n exceso de capital, u n a sobreacumu- lación de capital. Durante los años de la expansión s e había dado
10 Muchas de estas conexiones han sido analizadas por la concepción regulacionista del fordismo, pero, ya que la teoría regulacionista tonia como marco de referencia al Estado nacional y no al capital global (ver Clarke, 198711991; Hirsch, 1992), no ha logrado relacionar estas cuestiones con la movilidad del capital. La orientación de la teoría regulacionista hacia el Estado nacional refleja el hecho que los Estados nacionales jugaron probablemente un papel más central en la contención global del trabajo durante la posguerra que en cualquier otra época; pero, ya que el Estado nacional se toma por sentado e n la teoría regulacionista, estos vínculos no s e pueden teorizar.
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una acumulación rápida del capital: más capital había sido acu- mulado del que ahora podría encontrar una salida segura y
misma manera en que las abejas enjambran cuando ya no hay miel suficiente en la colmena para apoyar una población que se h a expandido, el capital enjambra, una parte él se levanta y vuela en busca de u n nuevo hogar." Más precisamente, el capital asume la forma líquida del dinero y fluye por el mundo en busca
en los ladrillos y cemento, maquinaria y obreros de la inversión productiva, fluye en busca de medios de expansión especulativos y frecuentemente a corto plazo. Muchas de las fábricas que ahora no son rentables cierran y los edificios y maquinaria han sido vendidos: el capital liberado se queda en la forma de dinero, que puede ser transformado en inversión productiva en al&n otro lado, pero es más probable que permanezca en la forma de dinero mientras las condiciones para la inversión productiva se manti- nenen relativamente desfavorables. Las dificultades en la pro- ducción se expresan en u n incremento tanto de la oferta de dinero -en cuanto el capital previamente productivo se convierte en dinero y se ofrece como préstamo- como en su demanda -en cuanto el capital que permanece en la producción trata de supe- r a r las dificultades a través de los préstamos, y los Estados tratan de reconciliar las crecientes tensiones sociales a través de incrementar su deuda. La crisis de las relaciones de producción es expresada en la licuefacción del capital. Hay un cambio brusco en la relación entre el capital productivo y el capital en la forma de dinero:l2 el dinero, en lugar de mostrarse subordinado a la producción ahora aparece como u n fin en si mismo. El flujo de capital, antes relativamente estable, ahora se convierte en un torrente que arrastra las instituciones y supuestos del mundo de la posguerra. Uno de los primeros pilares del mundo de la posguerra que se
11 Las mettíforas se mezclan sin vergüenza en esta sección. Pero con ríos y abejas ya es suficiente. 12 Para un análisis mucho más detallado de los procesos que se describen en estos párrafos, ver Bonefeld, 1990, con el cual este articulo tiene una deuda considerable.