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Es una tesis doctoral sobre como abordar un marco teórico
Tipo: Tesis
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INTRODUCCIÓN:
LENGUAJE SUJETO:
¿LENGUA SUJETA?
lenguaje – pragmático, performativo, discursivo y simbólico– existe un uso sexista y misógino del mismo. Si bien no existe una relación biunívoca entre estructuras lingüísticas y extralingüísticas, lo cierto es que el uso del lenguaje responde a estereotipos y esquemas culturales y, por lo tanto, no puede negarse la relación entre ambas estructuras que responde a un mecanismo complejo de estratificación y producción de los significados. Los estereotipos no son elementos lingüísticos, sino sociales y culturales, pero se manifiestan a través del lenguaje en marcas gramaticales, frases, palabras, entonaciones, significados, etc. que influyen tanto en la actividad verbal de quien utiliza la lengua, como en la reflexión teórica y científica sobre ella. Aun considerando que a nivel sintáctico y léxico, el uso del masculino como genérico e universal no invisibiliza a las mujeres y sus experiencias, sino responde a una simple adecuación a un sistema gramatical, en esas mismas categorías encontramos otros fenómenos que señalan el femenino como subordinado, inferior, cosificado, moralmente deplorable. Un claro ejemplo lo encontramos en los conocidos dobletes zorro/zorra, mujer pública/hombre público, una cualquiera/uno cualquiera. Nuestro trabajo desarrolla la idea de que el sistema gramatical está relacionado con el sistema androcéntrico y patriarcal que lo sustenta, y con la idea de que cualquier sistema cultural, incluida la lengua, es susceptible de cambio. Por todo ello, hacemos nuestras las propuestas de un uso más democrático del lenguaje para que pueda convertirse en instrumento, materia de pensamiento y medio de comunicación que lleve a la acción por la que los diferentes seres humanos puedan verse representados, aboliendo de una vez los prejuicios misóginos, homófobos, racistas, etc. Las sociedades del siglo XXI están preparadas para neutralizar la violencia que el lenguaje vehicula, que, a nivel simbólico, golpea con fuerza a las minorías pero, sobre todo, a la mitad de la humanidad, es decir, a las mujeres. Encontrar nuevas fórmulas lingüísticas constituye
una forma de participación activa de la ciudadanía en la cultura, dando voz y expresando lo diferente, lo ajeno, lo extraño y todo lo que queda en los márgenes. La segunda hipótesis es admitir que, aunque la diferencia sexual esté anclada en lo biológico y fuera anterior a la semiosis, esa misma distinción se encuentra construida social y culturalmente a través de un proceso semiótico y lingüístico. Nuestro intento será demostrar que lo biológico no es un dato natural, sino algo producido y construido por el lenguaje y su discurso. La tercera hipótesis se asienta en la afirmación de que la Cultura marca a los seres humanos con el género, y el género caracteriza la percepción de todo lo demás: lo social, lo político, lo religioso, lo cotidiano. Los géneros femenino y masculino son elementos de la construcción social, constantemente afectados por el poder social que impone un tipo de femineidad y de masculinidad a través de un determinado sistema sexo/género. Se pondrá de manifiesto que la construcción social de género, es decir, la condición concreta de las mujeres y de los hombres en la división sexual del trabajo, está relacionada con la construcción simbólica de género, o las diferencias y asimetrías que son resultado de los valores asignados a los géneros en las estructuras simbólicas e ideológicas. Una cuarta hipótesis considera el lenguaje no solo como instrumento de comunicación o de conocimiento, sino de poder. Las personas buscan ser comprendidas como un sentido altruista, pero también obedecidas, creídas, respetadas y distinguidas, con un sentido de reciprocidad. La competencia lingüística establece el derecho de algunas personas de utilizar el “lenguaje legítimo”, mientras que decreta que otras personas utilizan un lenguaje “incorrecto”, “carente” o “ilegítimo”. En este sentido, la “incorrección” en el lenguaje puede revelarse como una forma de protesta, de resistencia y de disidencia por parte de quienes lo utilizan. Nuestro trabajo se estructura en tres capítulos. El primero pretende dar cuenta de las ideologías lingüísticas en relación a las mujeres y su forma de hablar. El segundo desarrolla algunos conceptos en la discusión teórica en torno al sistema sexo/género, mientras el último
en los años noventa. La característica principal de esta línea de pensamiento, que reúne a pensadoras como Virginia Woolf, Monique Wittig, Luce Irigaray, Elene Cixous, Julia Kristeva, Luisa Muraro, Adriana Cavarero, etc., se basa en la crítica al falogocentrismo y propone una “écriture féminine” o un “parler femme”, que se remite al concepto especial de “lengua materna” que construye un orden simbólico, denominado “orden simbólico de la madre”. Posteriormente, con los filósofos y filósofas deconstruccionistas y postmodernistas, en cuyas filas encontramos a Joan Scott, Michel Foucault, Teresa de Lauretis, Rosi Braidotti, Donna Haraway, Judith Butler, Gloria Alzandua, etc., asistimos al rechazo de esa lógica binaria que, a partir de Derridà, plantea como problema no la base biológica o cultural del sistema sexo/género, sino cómo pensar la diferencia sexual fuera de un esquema dual. En sus inicios, la dicotomía sexo/género se convirtió en una lucha política que repudiaba la subordinación de la mujer. El “sexo” estaba determinado por factores biológicos, el “género” por sociales y culturales. Pero esta cruzada se centró, sobre todo, en realzar la categoría del género y, por el contrario, dejó intacto e incuestionable la de sexo. A partir de principios de los ochenta, la distinción sexo/género ha sido ampliamente criticada por diferentes autores/as provenientes de distintas corrientes teóricas. Lo que se cuestiona es la consideración de lo biológico – el sexo–, como una superficie pasiva y vacía que brinda el soporte necesario para que lo cultural – el género– le otorgue forma. Las teóricas feministas deconstructivistas y performativistas – Butler, Haraway, Laqueur, etc. – buscan un marco conceptual que trascienda y socave esta distinción y las dicotomías asociadas a ella – naturaleza/cultura; pasivo/activo; etc.n – y proponen también lo biológico como una construcción cultural. Si la construcción de la sexualidad y del género son el producto y el procedimiento de su representación, el ámbito sim bólico del lenguaje incorpora estos signos y símbolos como parte integral y, de ahí, a la cultura del imaginario colectivo. Los sistemas simbólicos, constituyen las formas en que las sociedades representan el género, hacen uso de él para enunciar las normas, las relaciones sociales o para construir el significado de la experiencia. Sin significado no hay
experiencia y sin procesos de significación, no hay significado. Una teoría del lenguaje debe tener en cuenta los poderosos roles que los símbolos, metáforas y conceptos tienen en la definición de la personalidad y de la historia humana. Las diferentes teorías de género asociadas a los diferentes feminismos conllevan implícitas una preocupación y un análisis del significado y la resignificación, puesto que nombrar el mundo desde un punto de vista femenino y poder decidir las historias que contar y transmitir se vuelve fundamental para la construcción de las identidades de las mujeres y para una presencia igualitaria de lo femenino en las representaciones y percepciones políticas, sociales y culturales. Con este extenso capítulo nos proponemos poner en evidencia el entramado que une el calidoscópico pensamiento feminista, como teoría y práctica social, con el uso del lenguaje. Las distinciones lingüísticas entre hombres y mujeres, entre lo masculino y lo femenino son consecuencia de las diferencias históricas, sociales, culturales entre los sexos. El patriarcado ha creado formas lingüísticas diferenciadas en lo gramatical, pero también y, sobre todo, en lo semántico y simbólico, de acuerdo con su estructura jerarquizada y su sistema de valores. Nuestro último capítulo apunta a una hipótesis de trabajo que no puede ser demostrada por completo debido a la falta de datos provenientes de ciencias subsidiarias como sería la lingüística antropológica, la etnoantropología o la arqueología lingüística. En el nivel superficial y perceptible del lenguaje – morfosintáctico y fonético– el canon nos dice que el sistema sexo/género funciona de forma mecánica, mediante concordancias, sin posibilidad de análisis objetivo. En analogía, a nivel semántico, aceptamos que el femenino sirva de punto de referencia negativo de lo masculino, que sería el término positivo. Esta interpretación, basada en hechos biológicos, proviene de una tradición más cercana que la del indoeuropeo que, en cambio, nos muestra signos del mecanismo contrario, es decir, de la existencia del femenino primitivo a partir del cual se creó el masculino. Esta hipótesis se basa en una interpretación feminista de las mismas evidencias lingüísticas que emplea la tradición lingüística, a la que se han añadido datos que provienen de
CAPITULO I
El lenguaje, como modo de pensar, supone una forma de ver el mundo y de acceder a la realidad que nos rodea mediante la aprehensión, reproducción e interpretación (Lévi-Strauss, 1964). El nacimiento de la sociolingüística en 1964, en ocasión de una reunión organizada por William Bright en la UCLA, marca el interés contemporáneo por las diferentes teorías lingüísticas, puesto que los procesos de política lingüística deben partir de los debates sobre la lengua que tienen lugar en la sociedad (Blommaert, 1999). Como sostiene Calvet (1997), las políticas lingüísticas están en el entorno, de forma perceptible, en todo el mundo, en diferentes épocas, y están gestionadas por el grupo de hablantes, o in vivo en su día a día. También el intervencionismo gubernamental actúa sobre esas prácticas, o in vitro , mediante leyes. Las ideologías lingüísticas se configuran entonces como
todo un conjunto de creencias acerca de los lenguajes articulados por los usuarios como la justificación o racionalización de la estructura del lenguaje y del uso (Silverstein, 1979, p. 193).
Las ideologías lingüísticas y sus características dan forma a nuestra conducta verbal y de interacción, al mismo tiempo que se forman y se marcan por nuestros intereses y experiencias. De esta manera, el concepto language planning fue definido por primera vez en 1959, a raíz de las investigaciones de Einar Haugen, en un ensayo sobre los intentos en Noruega de convertir la lengua oficial en un adecuado instrumento de expresión de la identidad nacional.
femenino, por tanto, también a las mujeres; al mismo tiempo, las excluye, con lo cual su situación es paradójica: inexistentes en muchos de los discursos de prestigio – científico, religioso, político– y, a la vez, ya representadas, dichas, simbolizadas. Las personas tienen conocimiento de cómo usar el lenguaje en situaciones diferentes, se posicionan y lo utilizan de una forma concreta, también basándose en sus experiencias y sus expectativas. Ya que distintos grupos e individuos tienen diferentes experiencias, las ideologías – lingüísticas u otras– son necesariamente múltiples (Kroskrity, 2000). Según estas experiencias diferentes, las personas tienen distintas nociones de “lo que es ‘verdadero’, ‘correcto’, ‘moralmente bueno’, o ‘estético’ sobre el lenguaje y el discurso” (Kroskrity, 2000, p. 8). En los estudios más recientes sobre las ideologías lingüísticas el concepto de actitud o posicionamiento se ha convertido en fundamental. Kiesling (2006) define estas “posturas” como “las relaciones del momento”, mientras que Johnstone señala que estas
tienen que ver con los métodos por los que los hablantes crean y señalan las relaciones con las proposiciones que pronuncian así como la gente con la que se relacionan (Johnstone, 1999, p. 3).
La autora hace hincapié sobre lo que considera un vacío en la literatura acerca de la identidad: la actual comprensión de la identidad del individuo se pierde en el hecho de que las interactuaciones entre personas son maleables. Johnstone sostiene que, a pesar de que se ha reconocido la importancia del individuo, en los trabajos lingüísticos se ha prestado mayor atención a los grupos y sus relaciones y se ha descuidado el papel del individuo. Esto se debe, en parte, a la poderosa influencia de Saussure y su distinción
entre lengua y habla, y más tarde, a la distinción chomskiana de competencia y realización. Por un lado, las teorías post-saussureanas, formuladas por Voloshinov, Bühler, Hjelmslev o Coseriu, no distinguen “lengua” de “lenguaje”; por otro, la misma escuela saussureana ha usado ambos términos como sinónimos aparentes: “lengua engloba a lenguaje como hiperónimo, y lenguaje es una parte determinada de la lengua” (Montes, 1998, p. 553). Muchos filósofos del lenguaje posteriores, como Foucault, utilizan indiscriminadamente unas veces lengua y otras, lenguaje , para el mismo concepto. Es necesario constatar que hay otra causa añadida que podemos encontrar en el uso del código de fuentes en otros idiomas:
Frente a las lenguas romances que mantienen la pareja conceptual “lengua”- “lenguaje”, el inglés, el alemán (y otras lenguas) reúnen en una sola palabra los dos conceptos (al. Sprache, ingl. language), no puede evitarse la sospecha de que en el fenómeno [de confusión] ha influido de modo decisivo la situación en las lenguas germánicas (alemán e inglés básicamente)” (Montes, 1998, p. 557).
Para Johnstone, el resultado de la distinción entre lengua/habla es que se ha ignorado la idiosincrasia de la creación de la identidad. Precisamente, para lo que en este trabajo nos interesa, el rechazo del lenguaje androcéntrico, como identidad cultural y lingüística impuesta a las mujeres, figura en el debate más actual en nuestro país, donde la Real Academia Española no considera las nuevas identidades femeninas y se resiste a
permiten obtener un cuadro cada vez más centrado y objetivo de la historia natural y socio-cultural de la humanidad a lo largo del espacio y a través del tiempo. Su fin no es tanto político, sino más bien ideológico y su aportación es la de colaborar en el proceso de cambio, particularmente en la acción de las comunidades que, obviamente, es política también, pero en un sentido amplio no-partidista ni paternalista.
La antropología postmoderna ha conseguido unir lo empírico con lo teórico y, es más, se ha interesado por contribuir de un modo práctico a una acción socio-cultural (Berdichewsky, 2000, p.72).
Cuando Berdichewsky propone la “posibilidad de acción” en la antropología está induciendo a hablar de agentes de cambio. Inexorablemente, se habla de política, de la escena pública. La antropología aplicada sirve como herramienta lingüística a la hora de delimitar la posibilidad de acción a nivel de comunidades o incluso de sociedades enteras en la existencia de un conjunto socio-cultural, pero muy difícilmente, a nivel de casos individuales o de grupos sociales. Su finalidad es conocer íntimamente los procesos y así poder diagnosticar su tendencia e, incluso, indicar una planificación racional y positiva para la actuación de agentes de cambio. Se trata, por tanto, de pasar de la “observación participante” a la “participación activa” del compromiso social, inherente en el humanismo antropológico en que el ser humano no solo hace su propia historia, sino que es el centro y el fin mismo de la práctica histórica y social de cada sociedad en particular y también de la humanidad en su totalidad.
El ser humano es un ente social e individual, por lo que la realización del hu- manismo y de los derechos humanos se basa, al mismo tiempo, en la igualdad social, la libertad y la dignidad individual. Nubiola, en el artículo La investigación filosófica sobre el origen del lenguaje (2000) señala que el origen y adquisición del lenguaje ha sido de interés en todas las culturas y en casi todas se asocia a un origen natural y divino. En Japón, existe la creencia de que la creadora del lenguaje fue la Diosa del Sol, Amaterasu ; en China es el Hijo del Cielo, T’ien-tzu, quien dio el lenguaje a los hombres; en India, la diosa Vak, en la mitología griega fue Prometeo quien robó el fuego del Olimpo para llevarlo a los humanos de manera que con el fuego, se distinguía al ser humano de los animales haciendo que se facilitara que hablaran “los unos con los otros” (Nubiola, 2000, p. 87). Las discusiones, dentro y fuera del ámbito religioso, sobre cómo Adán dio nombre a todos los animales – menos a los peces–, al que también hace referencia Umberto Eco en La búsqueda de la lengua perfecta europea (1999)^1 , nos lleva a cuestionar el criterio lingüístico del primer para nombrarlos. La doctrina aristotélica, en intersección con la visión religiosa, situaba el origen de la lengua, en “los nombres”, en un hecho social convenido. Este será el marco filosófico que llegará desde Hobbes y Locke hasta Rousseau. Por su parte, Étienne Bonnot de Condillac, en su Ensayo sobre el origen de los conocimientos humanos (1746), hizo hincapié en la manera en la que los seres humanos se hacen dueños de sus pensamientos, y de sí mismos, mediante el uso de las palabras.
(^1) También en “ Man gave name to all the animals ” del álbum Slow Train Coming ( 1979 ), Bob Dylan repite constantemente que el “varón/hombre” es quien va dando nombre a los animales hasta que “vio un ani tan suave como el cristal/deslizándose por su camino a través de la hierba”. De esta forma termina el temamal sin llegar a mencionar a qué se refiere.