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explicación de los abusos cometidos por grupos armados a las mujeres mayas.
Tipo: Tesinas
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Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales ISSN: 0185- articulo_revmcpys@mail.politicas.unam. mx Universidad Nacional Autónoma de México México Fulchiron, Amandine La violencia sexual como genocidio. Memoria de las mujeres mayas sobrevivientes de violación sexual durante el conflicto armado en Guatemala Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales, vol. LXI, núm. 228, septiembre- diciembre, 2016, pp. 391- Universidad Nacional Autónoma de México Distrito Federal, México
Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=
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Sistema de Información Científica Red de Revistas Científicas de América Latina, el Caribe, España y Portugal Proyecto académico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto
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(^1) Este artículo es una obra derivada del libro Tejidos que lleva el alma. Memoria de las mujeres mayas sobrevivientes de violación sexual durante el conflicto armado (Fulchiron, Paz y López, 2009). (^) Licenciada en ciencia política y master en derecho internacional y derechos humanos. Cofundadora de la colectiva feminista Actoras de Cambio en Guatemala, y doctorante del Programa de Posgrado en Estudios Latinoamericanos, Universidad Nacional Autónoma de México (México). Sus líneas de investigación son: feminismos; violencia sexual contra las mujeres; cuerpo; sexualidad; emociones; memoria; justicia. Entre sus últimas publicaciones destacan: “El carácter sexual de la cultura de violencia contra las mujeres” en Las violencias en Guatemala. Algunas perspectivas, en coordinación con Yolanda Aguilar (2005); Tejidos que lleva el alma: memoria de las mujeres mayas sobrevivientes de violación sexual durante el conflicto armado (en coordinación con Olga Alicia Paz y Angélica López) (2009); y “Poner en el centro la vida de las mujeres mayas sobrevivientes de violación sexual en la guerra: una investigación feminista desde una mirada multidimensional del poder” (2014). Correo electrónico: amandine.fulchiron@gmail.com
Recibido el 19 de mayo de 2016 Aceptado el 20 de junio de 2016
Este artículo es producto de la investigación/ acción participativa llevada a cabo del 2005 al 2009 en el marco del proceso político y social impulsado por Actoras de Cambio junto con 54 mujeres mayas de cuatro grupos étnicos distintos Q’eqchi’, Mam, Chuj, y Kaqchikel sobrevi- vientes de violación sexual durante el conflicto armado interno en Guatemala (1960-1996). En él analizamos el uso sistemático y masivo de la violación sexual contra las mujeres mayas den- tro del marco de la política contrainsurgente en Guatemala, nombrándolo y denunciándolo como feminicidio y genocidio; evidenciamos
This paper is the outcome of a research/partici- patory action carried out from 2005 to 2009 in the context of the political and social process dri- ven by “Women Agents of Change”, along with 54 Mayan women from four different ethnic groups Q’eqchi’, Mam, Chuj, and Kaqchikel, who survived sexual violation during the inter- nal armed conflict in Guatemala (1960-1996). We survey the systematic and widespread use of rape against Mayan women within the fra- mework of the Guatemalan counterinsurgency policy, labeling and denouncing it as feminicide and genocide. We demonstrate how rape was
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sobrevivientes de violación sexual durante el conflicto armado en Guatemala (1960-1996).^3 La investigación se desarrolló en cinco idiomas diferentes, con un equipo interdisciplina- rio e intercultural de diez mujeres entre ellas tres investigadoras: una antropóloga maya quiché, una psicóloga social guatemalteca mestiza y una politóloga de origen francés, tres traductoras y cuatro transcriptoras. El trabajo se estructuró con base en una epistemología feminista articulada con la de la cosmovisión maya en clave descolonial, lo que implicó poner en el centro de la investiga- ción las voces y las experiencias silenciadas por la visión androcéntrica y racista del mundo. Requirió, además, una voluntad colectiva de desvelar cómo se imbrican y sintetizan los di- ferentes sistemas de opresión en el cuerpo de mujeres racializadas. Desde el inicio, la investigación fue pensada como una herramienta para resignificar la experiencia de violación sexual y de guerra, sanar la memoria corporal entre mujeres y crear condiciones de no/repetición; como una herramienta de transformación de la vida de las mujeres. Construir un conocimiento desde las voces, experiencias y formas de ver el mundo de las mujeres mayas sobrevivientes significó crear condiciones de diálogo desde las diferencias no-dominantes (Audre Lorde, 1979); implicó lo que María Lugones llama “el apasionado deseo de comunicarse a través de las diferencias no-dominantes que establece una relación transcultural, de forma igualitaria entre historias que conocemos como interrelacionadas” (Lugones, 2005: 74). Para que “este apasionado deseo de comunicarse” funcionara, tuvo que ser vinculado a un anhelo común de romper el silencio sobre la violación sexual en gue- rra, y crear juntas condiciones para que no nos vuelva a suceder, “ni a nuestras hijas, ni a nuestras nietas”. La violación sexual cometida sistemática y masivamente contra las mujeres mayas du- rante la guerra fue uno de los silencios más importantes de la historia de Guatemala. El silencio nunca es neutral. En este caso, responde a una lógica de poder que invisibiliza la experiencia de las mujeres en la historia, invisibilización que se profundiza al amparo del racismo. Al no nombrar lo que nos sucede a las mujeres, nuestras experiencias desa- parecen de la memoria colectiva. Si la violación sexual tiene la intención de someternos y aniquilarnos como sujetas, nuestro borramiento de la memoria colectiva nos niega la posibilidad de existir. Como lo subraya Ruth Seifert, “si uno suprime y silencia la expe- riencia quiere decir que, en el contexto cultural, la experiencia de las mujeres y por lo tanto las subjetividades de las mujeres están siendo extinguidas” (1995: 67). Nombrar lo que les
(^3) En este artículo no pretendemos hacer un análisis de las causas del conflicto armado interno en Guatemala, sino centrarnos sobre los hallazgos de la investigación con respecto a la violación sexual como genocidio y feminicidio. Para profundizar en las causas, véanse los informes de la Comisión de Esclarecimiento Histórico (1999) y el Proyecto Interdiocesano de Recuperación de la Memoria Histórica, (1998). Véanse también: Le Bot, (1995) y Taracena ( y 2003).
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pasó a las mujeres mayas durante la guerra es, por lo tanto, un acto fundamental para afir- mar su humanidad, un acto profundamente transgresor en tanto revierte las estrategias de silenciamiento sobre las que se sustenta la perpetuación de su opresión en un sistema patriarcal colonial. Para comprender la violencia sexual que vivieron las mujeres mayas, así como la cruel- dad extrema de la que fueron objeto, debe hacerse un análisis histórico integral del conflicto armado y de la realidad social guatemalteca. Es necesario analizar las estructuras de poder colonial y las ideologías racistas, clasistas y sexistas sobre las que se conformó la sociedad guatemalteca que fueron exacerbadas durante la guerra y que llevaron a cometer los crí- menes más crueles contra el cuerpo de estas mujeres. Es indispensable incorporar en este análisis las causas estructurales del conflicto ar- mado; la política contrainsurgente del Estado; el genocidio como expresión máxima del racismo contra el pueblo maya; así como la violencia sexual, el instrumento más poderoso para el sostenimiento del sistema patriarcal^4 y expresión del feminicidio 5 que se dio contra las mujeres. Al respecto, nos interesa remarcar que la dimensión feminicida de la política contrainsurgente ha quedado subsumida o ignorada en los análisis del conflicto armado. En este artículo nos proponemos desvelar los lados invisibilizados y silenciados de la gue- rra en Guatemala y aportar nuevas miradas a su análisis: las de las mujeres mayas cuyos cuerpos fueron marcados por la violación sexual.^6
(^4) La violación sexual es tanto la manifestación más cruel como el resultado inherente a una sociedad patriarcal organizada en torno al derecho de los hombres a acceder y controlar los cuerpos de las mujeres. Véase el concepto de contrato sexual acuñado por Carole Pateman (1995); a su vez, la violación sexual es la síntesis política de la opresión de las mujeres en tanto que en el acto se sintetiza la reiteración de la dominación masculina, el ejercicio del derecho de posesión de los hombres sobre las mujeres y el uso de la mujer como objeto sexual (Lagarde, 1997: 259-260). Ha sido, además, la síntesis política de la opresión de las mujeres mayas en tanto el despojo y la destrucción del cuerpo, vida, territorio, y formas de ver el mundo han sido constitutivos de la colonización y la formación de los estados coloniales. Véase: Federici (2004). La violación sexual contra las mujeres garantiza la perpetuación del sometimiento de las mujeres a través del terror, y de sus pueblos a través de la humillación, de sus territorios a través del despojo y de sus culturas a través de la destrucción. (^5) “El feminicidio está conformado por el conjunto de hechos violentos misóginos contra las mujeres que implican la violación de sus derechos humanos, atentan contra su seguridad y ponen en riesgo su vida. Culmina en la muerte violenta de algunas mujeres. Se trata de un crimen de odio, del asesinato misógino de mujeres, de una forma específica de violencia que solo tiene lugar contra las mujeres por ser mujeres, y una culminación de esta violencia que se expresa como violencia de clase, etnia, etaria, ideológica y política, que se concatena y potencia en el tiempo y espacio deter- minados, y resulta en muertes violentas. Es un crimen de Estado, en cuanto requiere de su complicidad, por acción u omisión, para llevarse a cabo” (H. Congreso de la Unión, Cámara de Diputados, Legislatura, 2006). (^6) De acuerdo con el informe del Proyecto Interdiocesano de Recuperación de la Memoria Histórica, la violencia sexual tuvo como propósitos: a) la demostración de poder como parte de la estrategia de terror que pretendía definir con claridad quién dominaba y quién debería subordinarse; b) la victoria sobre los oponentes, en función no solo de lo que representaban por sí mismas, sino en función de lo que representaban para los otros y como objetivo político para agredir a otros; c) ser una moneda de cambio en algunos casos como única forma de sobrevivir ellas mismas o sus hijos; d) un botín de guerra, premio o compensación a los soldados por su participación en la guerra; e) una tortura sexual extrema (Proyecto Interdiocesano de Recuperación de la Memoria Histórica, 1999).
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el tejido social a largo plazo, y garantiza la impunidad de quienes la cometen a causa del tabú que usualmente la rodea. Las violaciones sexuales fueron sistemáticas y masivas en el marco de la política de tierra arrasada 11 implementada por los gobiernos militares de Lucas García y de Ríos Montt ( a 1983). Se inscribieron como modus operandi en el marco de las masacres que se llevaron a cabo principalmente en zonas rurales e indígenas del país: violaciones múltiples, colectivas y públicas como acto inaugural de las masacres, violaciones de mujeres en sus casas frente a sus familiares, mantenidas con vida un tiempo más para ser reducidas a la servidumbre, violaciones como actos previos inmediatos a su ejecución, en sitios cercanos de las fosas y de forma pública (Diez, 2006: 35). Esta investigación evidencia la dimensión sistemática que tomó la violación y esclavi- tud sexual en el territorio guatemalteco durante aquellos años. Son variadas las situaciones y distintos los contextos de ocurrencia de estos crímenes en las diferentes regiones donde se desarrolló la investigación, en tanto que se llevaron a cabo en casas, iglesias, escuelas o destacamentos militares; en contexto de masacres, de represión selectiva, de ocupación de la comunidad o de desplazamiento forzado. En su mayoría, las mujeres kaqchikeles de Chimaltenango, fueron violadas en sus ca- sas, en ausencia de sus esposos.
Hubo alguien que fue, dijo a los soldados que yo era la que hacía las tortillas para la guerrilla y señalaron mi casa y como tengo dos casas, señalaron mi casa que queda del otro lado. Allí es donde atiendo a los guerrilleros y por eso me agarran y me violan. Al día siguiente, al amanecer ya los soldados estaban en las casas, violentaron las puertas, a mi mamá la amarraron contra un palo y las vacas se lo llevaron. No podíamos hacer nada, solo estábamos esperando la muerte.
(^11) La masacre de Panzós, en 1978, da inicio a una serie de masacres en Guatemala. Fue la primera señal de la política de tierra arrasada que se desataría en contra de los pueblos indígenas en años ulteriores. A partir de allí, el ejército inicia una represión masiva en el Valle del Polochic y la Sierra de las Minas. Entre 1982 y 1983, el gobierno de facto de Efraín Ríos Montt intensificó la estrategia de tierra arrasada, lo que incluyó masacres, ejecuciones, tortura y violaciones sexuales; fueron destruidas cientos de aldeas principalmente en el altiplano provocando un desplazamiento masivo de la población civil que habitaba las áreas de conflicto. En el departamento de Chimaltenango, la registró un total de 62 masacres perpetradas por las fuerzas del Estado entre 1978 y 1985. En el departamento de Huehuetenango, registró 15 masacres en 83 días entre el 2 de junio y el 25 de agosto 1982. “Murieron 2 636 personas. Siete de estas masacres fueron totales, con violaciones sexuales a todas las mujeres y la ejecución de todos los niños” ( , 1999, tomo , 400). “Paralelamente, el ejército implantó estructuras militarizadas como las Patrullas de Autodefensa Civil ( ) para consolidar su control sobre la población, buscando contrarrestar la influencia de la insurgencia (Ibid., 1999: 183). La guerra provocó que grandes grupos de población buscaran refugio en el extranjero o se desplazaran internamente: 45 000 personas estuvieron refugiadas legalmente en México al tiempo que se estima que hubo un millón de desplazados internos; 200 000 se organizaron en Comunidades de Población en Resistencia, en las montañas de Guatemala; 400 000 personas se exiliaron en México, Belice, Honduras, Costa Rica y Estados Unidos. En las zonas del altiplano golpeadas por la política de tierra arrasada se produjo el desplazamiento de hasta 80% de la población (Proyecto Interdiocesano de Recuperación de la Memoria Histórica, 1998).
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Las viudas q’eqchi’es del Polochic fueron esclavizadas sexualmente en los destacamentos militares que durante años ocuparon sus comunidades, mientras que otras fueron viola- das durante la masacre de su comunidad, antes de huir a la montaña para salvar sus vidas.
Cuando se llevaron a mi esposo, me quedé en manos de ellos. Entonces, estuvimos moliéndoles la alimentación, estuvimos manteniéndolos aquí en el destacamento, les cocíamos sus comidas, las tortillas, y allí fue que nos violaron. En el destacamento éramos nosotras gallinas que cualquiera se le antojaba agarrarnos. Nos violaron porque ellos dijeron que nadie va hablar por nosotras. Ya no tenemos esposos. Nos decían: “¿cómo van a pagar la tierra en donde están viviendo?” Estába- mos entre sus manos. No podíamos hacer nada.
Las violaciones en contra de las mujeres mames de Colotenango se inscribieron en una vo- luntad clara de castigarlas por “dar de comer a los guerrilleros” y con el objetivo de romper la resistencia guerrillera en la zona.
El ejército venía de San Juan (Atitán), cuando llegaron ese día en la escuela. Pidieron a los profe- sores que sacaran a las niñas más grandes, para violarlas. Ellos amenazaron de que si no sacaran a las niñas vamos a meterle fuego a la escuela y se acaban todos aquí. Entonces el maestro nos sacó y salimos. Éramos cuatro las que salimos. Me preguntaron todo, todo, dónde están los gue- rrilleros. Y en eso nos agarraron, nos jalaron debajo del monte y nos violaron. Cinco los que nos violaron y más a las muchachas más grandes, pasaron todos los soldados.
Las mujeres chujes de Nentón población base de la guerrilla fueron violadas por am- bos bandos.
Es el responsable de ahí (local de la guerrilla) que entrega a las mujeres. Por eso estoy diciendo que podrían haber reclamado al mando. El responsable decía: “hasta yo puedo aprovechar de us- tedes. Si no, les vamos a entregar al ejército”.
Incluso el camino hacia el refugio estuvo marcado por historias de violaciones sexuales a las mujeres de Huehuetenango que decidieron huir a México para salvar su vida.
Hui con mis hijitas entre el monte, hasta llegar a los refugios de la frontera con México. Pero en el camino nos alcanzó el ejército, y me separaron de mis hijitas. A mis hijas por lado y a mí por otro. Nos acusaban de guerrilleras, nos golpearon con armas. Durante esos días, me violaron y pienso que a mis hijitas también, pero ellas no lo dicen.
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Una sobreviviente kaqchikel relata: “No hubo respeto por la humanidad, por la vida. Robaron, mataron. A mi mamá, le quitaron los senos y la colgaron. Violaron y mataron a las mujeres y las metían en estacas”. Otra sobreviviente mam recuerda el día que el ejército violó y asesinó a una joven frente a toda la comunidad, obligando a todos sus miembros hombres, mujeres, niños, ancia- nos a presenciarlo como señal de escarmiento.
Llamaron esa mujer que ya está embarazada. Lo llevaron y lo pararon así en frente de ese hoyo que hicieron y le dijeron: “mejor quítate la ropa”, y la muchacha se quitó la ropa y se quedó des- nuda. Después cuando se quitó la ropa, de una vez la violaron; lo quitaron los chiches y lo quitaron aquí señalan la parte del vientre; lo mataron de una vez y lo tiraron en ese hoyo. Allí lo dejaron enterrado. Parece que todavía está vivo cuando lo dejaron allí y después se fueron.
La muerte muchas veces no era el límite para la agresión. Más allá de la ocupación de un territorio, este ensañamiento contra el cuerpo de las mujeres mayas ilustra la intención de destrucción de sus vidas, en tanto que se sustenta sobre un odio y desprecio profundo, arrai- gado en la misoginia, el racismo, y clasismo que atraviesan las prácticas sociales coloniales y el imaginario colectivo en Guatemala. No se puede comprender la magnitud y crueldad que se desató contra los cuerpos de estas mujeres durante la guerra sin analizar el sistema social, cultural e ideológico que sus- tentó esta violencia; sin desvelar como sostiene Vachss el grado de tolerancia manifiesta en la sociedad guatemalteca en torno a la violencia misógina, racista y clasista y a las ideas que la sustentan (Vachss, 1993: 227 citada en Monárrez Fragoso, 2002: 283). Los crímenes sexuales no solo responden a una situación de guerra, sino que reflejan causas estructura- les específicas y distintas a las de los otros crímenes. Los significados del cuerpo femenino y de lo indígena, histórica y socialmente construi- dos, interiorizados en las conciencias individuales y colectivas, se trasladan a la lógica de la guerra, alimentando y exacerbando una ideología que permite justificar el uso de la viola- ción sexual para despojar y masacrar. De este modo, la política de guerra se sustentó sobre un sistema ideológico colonial sexista, racista y clasista que ya existía en el sustrato social guatemalteco y que históricamente ha deshumanizado a las mujeres mayas calificándolas como inútiles, desechables, animales, sirvientas,^12 y peligrosas. A través de la imagen de la “sirvienta”, las mujeres mayas han sido convertidas en cuerpos/objetos al servicio doméstico y sexual de cualquier hombre desde la colonia. Más deshumanizante si cabe, el imaginario colectivo las degrada al rango animal, en oposición al mundo humano y civilizado, como
(^12) Para el análisis de la construcción histórica de la institución colonial de la servidumbre y del imaginario social en torno a las mujeres indígenas como “sirvientas” que de allí deriva, véase: Cumes (2014).
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bien lo pone en evidencia Amanda Pop en sus escritos (2000), o esta sobreviviente que ex- plica por qué las violaron y masacraron: “Los que son violados son los campesinos, los indígenas, porque antes se decía que somos animales, por eso nos hicieron, porque para ellos no valíamos nada”. Este constructo ideológico reflejado en los discursos y las acciones del ejército fue lo que justificó la mutilación, la tortura y la masacre. Las causas de esta barbarie radican, por lo tanto, en el centro de la constitución de las instituciones del Estado colonial y de las estructuras socioeconómicas racistas de Guatemala, así como en las relaciones sociales co- loniales que han organizado la sociedad guatemalteca históricamente. En suma, el ejército institucionalizó una práctica social generalizada, comúnmente aceptada, y la utilizó para llevar a cabo una política de Estado de exterminio y feminicidio contra las mujeres mayas sospechadas de ser el “enemigo interno” y de poner en cuestión el statu quo.
La Comisión de Esclarecimiento Histórico sostiene que:
La reiteración de actos destructivos dirigidos de forma sistemática contra grupos de la población maya […] pone de manifiesto que el único factor común a todas las víctimas era su pertenencia al grupo étnico, y evidencia que dichos actos fueron cometidos “con la intención de destruir to- tal o parcialmente” a dichos grupos. [Por lo tanto], agentes del Estado de Guatemala, en el marco de las operaciones contrainsurgentes realizadas en los años 1981 y 1982, ejecutaron actos de ge- nocidio en contra del pueblo maya ( , 1999, tomo : 418-419).
El exterminio de la supuesta base de apoyo de la insurgencia no fue el único objetivo del genocidio llevado a cabo dentro del marco de la política contrainsurgente contra el co- munismo; de la misma manera, la tierra arrasada no buscó únicamente destruir las bases materiales de la economía local. El propósito de fondo de estos métodos de exterminio ma- sivo fue modificar cualitativamente las características socioeconómicas y étnico/culturales de la población rural (Payeras citado en Casaus Arzú, 2008). La intención más profunda fue romper las bases mismas de la estructura social y de la unidad étnica,
[…] destruyendo los factores de reproducción de la cultura y afectando los valores en que des- cansan en la organización social indígena la dignidad de la persona y su perspectiva vital. Ese propósito tiene el exterminio de niños, mujeres embarazadas y ancianos, pues ellos representan en cualquier comunidad humana pero particularmente en la comunidad indígena la posibili- dad concreta de reproducción de la cultura (Ibíd., 2008: 64).
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una política para torturar, humillar, degradar y desmoralizar el otro lado […]; no es sola- mente una política de hombres para tomar ventaja y ganar territorio sobre otro […]. Es violación sexual controlada. Es violación para masacrar. Es violación para matar (MacKinnon, 1995: 190).
En comunidades donde la sexualidad de las mujeres es constitutiva del valor social de las mismas, de la identidad cultural y el honor del grupo, la violación sexual se constituye en un arma de genocidio particularmente eficaz. Como Münkler, pudimos constatar en Gua- temala la eficacia de la violación sexual como instrumento de limpieza étnica de bajo costo: una forma de eliminación sin el gasto de las bombas ni la reacción de los Estados vecinos (Segato, 2014: 27). La interpretación cultural patriarcal del crimen convierte las violaciones sexuales en sexo deseado y consentido por las mujeres. Fuera de toda lógica y por un mecanismo ideológico perverso, propio del patriarcado racista, las sobrevivientes de violación sexual durante la guerra fueron acusadas de “haberse dejado” y “haberse entregado” al ejército. De víctimas de tortura sexual, la estigmatización social las convirtió en “caseras del ejército”, y en trai- cioneras de su propio grupo. Las sobrevivientes fueron responsabilizadas de haber roto las normas sexuales constituti- vas de la organización comunitaria, de la identidad cultural del grupo y de haber manchado el honor de la misma. No se reconoció la violación como un grave crimen perpetrado en condiciones de coerción y de amenaza de muerte. Se interpretó como un acto sexual con hombres de otro grupo étnico fuera del espacio donde está socialmente aceptado: el casa- miento dentro del mismo grupo. Las adultas fueron consideradas culpables del delito de adulterio, mientras las jóvenes del delito de no haber preservado su virginidad. Eso es el pe- cado que cometieron las mujeres y la vergüenza de la comunidad que pesa sobre sus hombros. Las familias y la comunidad hicieron recaer en las mujeres la responsabilidad del profundo sentimiento de humillación que sentían los hombres de la comunidad, y las transformaron en blanco de su cólera. La violación evidenció públicamente que “otros” habían podido apro- piarse del cuerpo de “sus mujeres”. En este entramado de poder patriarcal entre hombres, representó un atentado profundo contra su virilidad, constituida a partir de su prerrogativa sexual sobre las mujeres del grupo. Fue además una afrenta a su honor, por no haber po- dido proteger a “sus” mujeres. Pareciera ser, como lo afirma Brigitte Terrasson (2003: 323), que “en el inconsciente colectivo, la auténtica víctima de la violación no es la mujer, sino su marido, y que el verdadero traumatismo es el de los hombres, y no el de las mujeres”. La imbricación entre la interpretación cultural patriarcal de la violación sexual como sexo consentido y deseado por las mujeres y las normas sexuales constitutivas del orden social y cultural de las comunidades, conllevaron a que las violaciones sexuales no fueran interpretadas como crímenes contra las mujeres, sino vividas como una vergüenza colec- tiva, como un atentado contra el honor del grupo.
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Lo anterior tuvo consecuencias devastadoras en la vida de las mujeres. Fueron re- chazadas, abandonadas, y castigadas por su propia familia, esposos, y excluidas de su propia comunidad. Las jóvenes que fueron violadas vírgenes no pudieron tener acceso al casamiento por no haber podido cuidar su virginidad. Sus testimonios revelan que los hombres no querían casarse con ellas, pues las consideraban “usadas”; y solo se acerca- ban a ellas para usarlas también. En consecuencia, estuvieron condenadas a la soltería forzada, y por ende, a ser tratadas como parias en la comunidad. Muchas se fueron de sus comunidades para escapar a la estigmatización e intentar reconstruir su vida. Otras se quedaron, aisladas, encerradas en su casa, sin ninguna red de apoyo social que les permitiera recuperarse de la violación y reconstruir sus proyectos de vida. La violación sexual es la muerte social de las mujeres. En todos los casos, se rompieron los vínculos sociales y de parentesco en el grupo. Por último, la continuidad de la identidad cultural de un grupo depende de que las mu- jeres reproduzcan miembros del mismo. En los sistemas patrilineales de las comunidades en las que hemos trabajado, la identidad cultural de los hijos e hijas está definida por el pa- dre. Por lo tanto, la violación sexual en estos andamiajes culturales es también un medio para imponer a los niños y niñas una nueva identidad étnica y así evitar la reproducción del grupo. Son ilustrativas al respecto las reacciones de las comunidades de algunas sobre- vivientes que tuvieron hijos e hijas producto de la violación. Las mismas estigmatizaron y rechazaron a estas niñas y niños porque “no es de nuestra raza, es de la raza ladina”; y ejer- cieron presiones sobre algunas mujeres para que los regalen o los maten. Así, la utilización de la violación sexual durante la guerra en Guatemala tuvo un obje- tivo genocida definido. En los términos de la :
La ruptura de uniones conyugales y lazos sociales, el aislamiento social, el éxodo de mujeres y de comunidades enteras, el impedimento de matrimonios y nacimientos dentro del propio grupo étnico, los abortos, los filicidios, entre otras consecuencias del modus operandi de las violaciones afectaron seriamente la continuidad biológica y cultural de los colectivos indígenas […] facili- tando la destrucción de los grupos indígenas ( , 1999: 56).
Es relevante también la información vertida en el veredicto de la jueza Jazmín Barrios con- denando a Ríos Montt por Genocidio, el 10 de mayo del 2013:
La mujer fue objetivo de guerra, concluyendo que a las mujeres embarazadas se les sacó el niño porque “es una semilla que hay que matar”, circunstancia que apreciamos los juzgadores porque evidencia en forma objetiva la intención de hacer desaparecer al grupo maya, buscando romper con la figura de la mujer, porque es portadora de vida la que transmite los valores de la comuni- dad, la que da los conocimientos básicos para la vida.
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transitan libremente, en total impunidad. Allí radica uno de los mecanismos de silencia- miento más poderoso y perverso de la violación sexual. De víctimas de tortura sexual, el estigma las convirtió en “mujeres malas”, en “mujeres que les gusta hacer cosas con los hombres”. El estigma funcionó como evidencia pública de la maldad de las mujeres, las ubicó socialmente “en el lado negativo del cosmos” (Lagarde, 1990: 186), y apeló al castigo social. Este castigo se materializó en una espiral de violencia que luego de sobrevivir a la tortura sexual tuvieron que enfrentar: humillaciones y burlas diarias por parte de familia- res y vecinos; violencia brutal por parte de los maridos “por haber sido mujer de otro”, que en algunos casos llegó a convertirse en asesinato; abandono de los esposos y la familia; acosos se- xuales y nuevas violaciones por ser vistas como “mujeres fáciles”; estigmatización, desconfianza y violencia por parte de otras mujeres que las conciben como “quitamaridos”, entre muchos otros flagelos. La violación sexual se convierte en una tortura permanente contra las mujeres. De este modo, la violación sexual implicó una ruptura en la existencia, en la continui- dad de la vida. Marcó un antes y un después. No solo rompió con brutalidad las relaciones sociales y afectivas de las mujeres. Rompió con la posibilidad de tener un lugar social en la comunidad. Sus proyectos de vida anhelados fueron arrebatados. Las jóvenes sentían que ya no servían porque habían perdido la virginidad y no iban a poder casarse, mientras las mu- jeres casadas sentían un dolor profundo por haber fallado a sus maridos. Se sentían sucias y fracasadas. La culpa ocupó toda la conciencia. Se desencadenaron procesos de desvaloriza- ción y autodestrucción profundos. Ya no correspondían a la imagen que tenían de sí mismas. Se sentían fuera de lugar. “Después de la violación, ya no soy yo. Yo soy solo la sombra de mi yo”. Muchas intentaron suicidarse. Las historias de vida narradas por las sobrevivientes ponen de manifiesto que muchas de las decisiones posteriores a la violación han dependido de la ne- cesidad de desprenderse de su imagen de “mala” creada por “los otros”, y recobrar su estatus social de “buenas mujeres”. La culpa conllevó a que se profundizara muchas veces la subordi- nación de género y a que las mujeres aguantaran situaciones extremas de violencia masculina. Por miedo a ser señaladas, estigmatizadas, o violentadas, las mujeres optaron por ca- llarse. Eso es lo que hicieron durante 25 años, guardando un secreto que las enfermaba, angustiaba, y desvalorizaba. El silenciamiento al que fueron sometidas durante tantos años les estaba matando en vida. En sus propias palabras, estaban enfermas de “susto”: “lo que me da a mí, es el susto. No se me quita. Eso es el susto... se pone bien amarilla una, delgada. Yo he visto varias que son bien delgadas hasta que llegan a morir”.
A pesar de querer olvidar lo que han vivido y de que la sociedad se obstine en silenciar esta memoria, el recuerdo regresa una y otra vez bajo la forma de malestar, enfermedad, dolor
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de corazón, pesadillas, aislamiento, vergüenza, de terror impreso en la piel. Que se hable o no coincide Ignes Hercovich el silencio existe de la boca para afuera. La cabeza de quien calla es una fábrica de bullicios. Hacer como que nada hubiera pasado, obliga a domar la expresión y a anestesiar el cuerpo. “No se debe olvidar que se necesita olvidar” (1997: 163). Las 54 mujeres mayas que participaron en la investigación y con las que iniciamos el pro- ceso de Actoras de Cambio padecían de “susto”; veinticinco años después de haber vivido la violación sexual. La tarea de comprender el susto en el marco de las referencias occidenta- les no ha sido sencilla; ha implicado entender la ruptura que significó la violación sexual en la vida de las mujeres desde los significados que tiene para ellas, desde sus propios códigos, desde la espiritualidad maya y su conexión energética con el todo. Las mujeres contaban que el susto es “una profunda pena, las pone amarillas, les quita las ganas de trabajar, hay des- gana, falta de fuerzas, dolor de cabeza, no tienen hambre, no quieren trabajar y se sobresaltan por cualquier ruido”. Hablaban también de que representa una gran tristeza, sensación de suciedad y fracaso. Es el alma o el espíritu de la persona que se va del cuerpo. Es entrar en un mundo de desolación y soledad. Muchas mujeres que fueron violadas murieron de susto. El “susto” no es la mera transcripción literal de síntomas psicosomáticos; es la manifesta- ción corporal del malestar provocado por el desequilibrio y la ruptura que la violación sexual generó en sus vidas. Ha sido el vehículo corporal que las mujeres han encontrado para comu- nicar el sufrimiento que supuso el crimen, en un entorno social que impuso el silencio, que no quiso saber ni escuchar el dolor de las mujeres. El cuerpo grita cuando no hay palabras, símbolos, ni significaciones en la cultura para nombrar y resignificar lo sucedido. Para com- prender sustancialmente el “susto” tuvimos que acercarnos a la integralidad de las dimensiones de la existencia que había quedado rota por la violación sexual: el cuerpo, la autoimagen, las relaciones sociales con su familia y comunidad, su energía y su lugar en el cosmos. Para curarse del “susto” de la violación, los discursos de las sujetas de la investigación revelan que no fueron suficientes las limpias y ceremonias que usualmente aplican para el “susto” en su comunidad.
Pienso yo que no se puede curar porque eso está en el cuerpo. Está también en la mente, pero en la mente lo podemos borrar con terapia. Pero la señorita no lo saca desde dentro, y por eso es que vive esclavizada. Si uno tuviera la libertad, si uno supiera que tiene apoyo, a quién se lo puede contar; claro eso le va a salir poco a poco. Pero con todo el proceso que ocultó entonces el susto se complicó.
Por más rituales que hicieran, no lograban sanar, porque como sostiene esta ajq’ijab’^15 es el cuerpo que fue invadido. El recuerdo de la violación se impregnó en el cuerpo y se
(^15) Persona investida de autoridad en la cosmovisión maya para celebrar ceremonias, quien tiene conocimientos sobre el calendario maya, la cuenta de los días y sus energías (nahuales).
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En sintonía con esta visión, utilizamos técnicas que abrevan de diferentes corrientes de la psicología alternativa y holística 16 así como de la cosmovisión maya, que reconocen que el cuerpo es el espacio material desde donde vivimos y nos relacionamos con el mundo, que somos seres integrales, y que todo lo existente en el planeta viene de la misma fuente; lo cual adquiere un significado concreto en función del contexto en el que se desenvuelve.
Para curarse del “susto” había que nombrar el crimen. A pesar de su participación previa en organizaciones de mujeres, refugiadas, viudas, o comité de víctimas de la guerra, nin- guna de las sujetas de la investigación había podido hablar de la violación sexual antes del acompañamiento de Actoras de Cambio. Todas las mujeres seguían cargando con el secreto sufriente después de 25 años. No se puede sanar si no hay espacio social que esté dispuesto a escuchar recuerda Bo- ris Cyrulnik al analizar su propio proceso de sanación del genocidio judío vivido durante la ocupación alemana en Francia (2013). Es difícil elaborar el trauma y construir una me- moria sana en sociedades que silencian las atrocidades vividas, pues no hay liberación de la palabra, ni redención del pasado posibles. Crear este espacio social donde las mujeres puedan encontrar escucha sin ser juzgadas ni estigmatizadas, fue el primer paso de este proceso de reconstrucción de la vida. Fuimos a las comunidades que habían sido masacradas durante la guerra, donde la violación y es- clavitud sexual habían sido sistemáticas. Hablamos con algunas sobrevivientes que lideresas de la misma comunidad nos habían referido. La violación sexual era un secreto a voces. A pesar de que la comunidad se obstinaba en silenciarlo, el crimen había sucedido pública- mente y colectivamente. Las mujeres con las que habíamos hablado abiertamente de nuestro propósito fueron las que se propusieron hablar con sus vecinas y constituyeron los grupos de trabajo. Lo anterior permitió construir desde el inicio un sentido de identificación en- tre ellas y la confianza necesaria para romper el silencio en el grupo. La constitución de los grupos por comunidad lingüistíca también permitió que compartieran sus historias en sus propios idiomas. Al inicio del proceso, se constituyeron: un grupo q’eqchi’ de 23 mujeres, un grupo kaqchikel de 15, un grupo mam y un grupo chuj de 8 mujeres. Para abordar la violación sexual se requiere de la intencionalidad política de romper el tabú, resignificarlo y darle contenido político; como mecanismo de silenciamiento e invi- sibilización de lo que les sucede a las mujeres. El objetivo definido fue sacar la violación
(^16) Concretamente, incorporamos a nuestros métodos de acompañamiento técnicas psicocorporales de Gestalt, bioe- nergética, biodanza, y de psicología transpersonal.
L a vioLencia sexuaL como genocidio ⎥ àÉá
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sexual del ámbito de la intimidad de las mujeres para darle un sentido social y político como instrumento de colonización de los territorios y los cuerpos de las mujeres, las culturas y las formas de vida que se consideran inferiores. En el proceso de investigación/acción pu- dimos comprobar así que un elemento fundamental en la construcción de condiciones de confianza fue haber hablado abiertamente y desde el inicio de la violación sexual como cri- men, política de guerra y de genocidio. De esta forma, le quitamos el peso del silencio, del tabú y de la vergüenza a la experiencia dolorosa de las mujeres que tanto tiempo las había dañado y obligado a callar. La respuesta de las mujeres fue inmediata: “Por fin, me vinie- ron a preguntar por lo que me pasó a mí. No solo a mi esposo, a mis hijos, o a mis animales. Nosotras también sufrimos”. Para todas fue un alivio. El “tener un espacio en el que podemos hablar las mujeres”, sin miedo a ser juzgadas ni violentadas, ha sido fundamental. Significó empezar a experimen- tar el poder de su palabra. El hablar abrió la posibilidad de descargar el corazón y reconocer el dolor que les había producido la violación sexual: “La primera confesión fue con ustedes. Cuando estamos contando nuestra historia allí sacamos todo nuestro dolor, nuestro sufri- miento. Cuando se sacó esto, se alivió mi corazón”. La estigmatización en torno a las sobrevivientes y la violencia social comunitaria que desencadena, así como las posibles represalias por parte del ejército y de los ex comisiona- dos militares, 17 autores de los crímenes sexuales, requerían crear condiciones de seguridad para que las mujeres pudieran reunirse y hablar sin temor. Para ello, acordamos un discurso común sobre la razón de nuestras reuniones que no fuera amenazante y que permitiera que las autoridades comunitarias y los hombres de la familia las dejaran ir a las reuniones de grupo. Los tres primeros años del trabajo, las sobrevivientes decidieron que las reuniones se hicieran fuera de las comunidades para garantizar la posibilidad de hablar libremente, y escapar al control comunitario.
Para elaborar el dolor, sanar, y reconstruir la vida, las mujeres tenían que resignificar la ex- periencia traumática. Tener un espacio para hablar entre mujeres creó condiciones para ello. Resignificar, subraya Guntin “implica encontrar lenguaje para conceptuar lo propio, que hasta ahora, estaba nominado, o mejor, innominado por el “otro” (citado en Susana Velásquez, 2004: 92).
(^17) Estructuras militarizadas organizadas por el ejército al inicio de los años 80 en las comunidades, por medio del enrolamiento de hombres de la misma comunidad, para involucrarlos en operaciones de control, terror, torturas, violaciones sexuales, desapariciones forzadas y masacres de sus propias comunidades y aledañas.