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Clases Peligrosas: Bandoleros y 'Clases Dangerosas' en la Historia Dominicana, Monografías, Ensayos de Historia

Este documento explora la temática de los 'clases peligrosas' en la historia dominicana, enfocándose en el bandolerismo y sus consecuencias en la sociedad dominicana desde el siglo XVI hasta la dictadura de Trujillo. El texto aborda cómo los bandoleros y otros grupos considerados 'peligrosos' han desafiado el orden establecido y cómo han influido en la historia dominicana.

Qué aprenderás

  • ¿Qué significan las 'clases peligrosas' en la historia dominicana?
  • ¿Cómo han influido los 'clases peligrosas' en la sociedad dominicana?
  • ¿Cómo han actuado los bandoleros en la historia dominicana?

Tipo: Monografías, Ensayos

2021/2022

Subido el 27/05/2022

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Clases peligrosas
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Bandoleros y “clases peligrosas”
Uno de los temas más ignorados, o tal vez más evitados, de la historiografía dominicana es
el bandolerismo. A parte del libro escrito por María Filomena González (
Los gavilleros
1904-1916)
es poquísimo lo que se ha escrito sobre este tema en la República Dominicana.
Las razones podrían ser muchas y una de ellas, quizá, es que los dominicanos se han
resistido a verse como una sociedad que ha producido y reproducido bandoleros en grandes
cantidades a lo largo de su historia.
A pesar de haber sido ignorados por la mirada académica, los bandoleros han sido actores
importantes en la vida social dominicana y han sido también agentes visibles de la vida económica
que, por su larga gravitación, han constituido un firme referente de transmisión e costumbres y de
continuidad cultural.
Los bandoleros como categoría histórica forman parte de eso que algunos escritores han llamado
clases peligrosas”, esto es, grupos de sujetos que por su conducta disidente ponen en peligro la
estabilidad del orden establecido y se convierten en factores de riego para las clases dominantes.
Existe una abundante literatura académica sobre las “clases peligrosas” en otras sociedades.
Algunos investigadores consideran que los bandoleros deben ser vistos como componentes
indisolubles de la estructura social que forman parte innegable del entramado de los hechos
cotidianos.
Es curioso que no existan estudios sobre los bandoleros y otras “clases peligrosas” en la sociedad
dominicana, puesto que abundan documentos que delatan la contundente presencia de estos
importantes actores desde tan temprano como el siglo XVI.
En aquella lejana época, como ahora, era el Estado o las clases que lo controlaban quienes
definían quién era un bandolero y quien amenazaba la estabilidad social, como ocurrió cunado los
últimos indios se rebelaron y se fueron a las montañas encabezados por el cacique Enriquillo.
Entre las bandas de indios rebeldes hubo algunas que asaltaron ingenios de azúcar y otros
establecimientos españoles en compañía de esclavos negros cimarrones, a quienes también se les
consideraba “bandoleros”.
Ambos grupos, indios y negros alzados, fueron considerados como “clases peligrosas”
desde el primer día y fueron tan temidos por los colonos españoles que hubo períodos en que no
se atrevían a salir solos por los campos y, cuando tendía que trasladarse de un sitio a otro, lo
hacían en grupos para protegerse de posibles asaltos.
De estos dos grupos rebeldes hay algunas historias como las hay también de otras “clases
peligrosas”: los contrabandistas y los corsarios franceses e ingleses que venían a las Antillas a
asaltar y robar los ingenios azucareros y los hatos españoles.
La documentación oficial de los Gobiernos coloniales de Cuba, Puerto Rico y Santo Domingo
está llena de temerosas referencias y denuncias de estos contrabandistas y corsarios que
interrumpían el comercio con la Sevilla e impedían al Estado cobrar sus impuestos.
Más peligrosos todavía para la dominación española fueron los piratas que proliferaron en
todo el Caribe durante el siglo XVII. En el siglo siguiente, clases peligrosas fueron para los
ingleses y franceses los llamados “guardacostas” españoles que asaltaban barcos de Francia e
Inglaterra para robarles sus mercancías.
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Moya Pons, Frank. (2017). Otras miradas a la historia dominicana. Santo Domingo: Editora Búho. Pp 433-439.
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Clases peligrosas^1

Bandoleros y “clases peligrosas”

Uno de los temas más ignorados, o tal vez más evitados, de la historiografía dominicana es

el bandolerismo. A parte del libro escrito por María Filomena González (Los gavilleros 1904-1916)

es poquísimo lo que se ha escrito sobre este tema en la República Dominicana.

Las razones podrían ser muchas y una de ellas, quizá, es que los dominicanos se han resistido a verse como una sociedad que ha producido y reproducido bandoleros en grandes cantidades a lo largo de su historia.

A pesar de haber sido ignorados por la mirada académica, los bandoleros han sido actores importantes en la vida social dominicana y han sido también agentes visibles de la vida económica que, por su larga gravitación, han constituido un firme referente de transmisión e costumbres y de continuidad cultural.

Los bandoleros como categoría histórica forman parte de eso que algunos escritores han llamado “clases peligrosas”, esto es, grupos de sujetos que por su conducta disidente ponen en peligro la estabilidad del orden establecido y se convierten en factores de riego para las clases dominantes.

Existe una abundante literatura académica sobre las “clases peligrosas” en otras sociedades. Algunos investigadores consideran que los bandoleros deben ser vistos como componentes indisolubles de la estructura social que forman parte innegable del entramado de los hechos cotidianos.

Es curioso que no existan estudios sobre los bandoleros y otras “clases peligrosas” en la sociedad dominicana, puesto que abundan documentos que delatan la contundente presencia de estos importantes actores desde tan temprano como el siglo XVI.

En aquella lejana época, como ahora, era el Estado o las clases que lo controlaban quienes definían quién era un bandolero y quien amenazaba la estabilidad social, como ocurrió cunado los últimos indios se rebelaron y se fueron a las montañas encabezados por el cacique Enriquillo.

Entre las bandas de indios rebeldes hubo algunas que asaltaron ingenios de azúcar y otros establecimientos españoles en compañía de esclavos negros cimarrones, a quienes también se les consideraba “bandoleros”.

Ambos grupos, indios y negros alzados, fueron considerados como “clases peligrosas” desde el primer día y fueron tan temidos por los colonos españoles que hubo períodos en que no se atrevían a salir solos por los campos y, cuando tendía que trasladarse de un sitio a otro, lo hacían en grupos para protegerse de posibles asaltos.

De estos dos grupos rebeldes hay algunas historias como las hay también de otras “clases peligrosas”: los contrabandistas y los corsarios franceses e ingleses que venían a las Antillas a asaltar y robar los ingenios azucareros y los hatos españoles.

La documentación oficial de los Gobiernos coloniales de Cuba, Puerto Rico y Santo Domingo está llena de temerosas referencias y denuncias de estos contrabandistas y corsarios que interrumpían el comercio con la Sevilla e impedían al Estado cobrar sus impuestos.

Más peligrosos todavía para la dominación española fueron los piratas que proliferaron en todo el Caribe durante el siglo XVII. En el siglo siguiente, clases peligrosas fueron para los ingleses y franceses los llamados “guardacostas” españoles que asaltaban barcos de Francia e Inglaterra para robarles sus mercancías.

(^1) Moya Pons, Frank. (2017). Otras miradas a la historia dominicana. Santo Domingo: Editora Búho. Pp 433-439.

Desde todas esas clases peligrosas las que más temor producían entre los colonos europeos y criollos, y las más perseguidas, fueron los negros cimarrones.

Tanto en Guyana, como en Jamaica, como en Saint-Domingue, hoy Haití. El cimarronaje de los esclavos no solo era peligroso por los posibles enfrentamientos cuerpo a cuerpo que podrían producirse en caso de encuentros con los colonos, sino porque vaticinaban la posibilidad de una rebelión en gran escala que podría derrocar el Gobierno colonial.

Por eso fueron tan perseguidos los cimarrones, tanto antes como después de que ese vaticinio se convirtiera en una profecía realizada al acontecer la Revolución Haitiana.

Durante toda la primera mitad del siglo XIX el temor a una nueva insurrección general y triunfante de esclavos mantudo en temor permanente a los colonos y sus gobiernos en Cuba, Puerto Rico, Brasil, Estados Unidos y las Antillas francesas y británicas.

El “gran temor” se le llamaba a ese estado de miedo difuso que penetraba todos los intersticios de la vida social en esos países, aun cuando fueran personas pacíficas y no fueran bandoleras, eran considerados “clases peligrosas” por los colonos blancos.

En Santo Domingo también se les consideraba de esa manera, sobre todo a partir de las invasiones de Toussaint y Dessalines en 1801 y 1805, tal como lo consignaron varios testigos que dejaron escritas sus memorias de las tropelías haitianas.

La emigración masiva de los colonos blancos de ambas partes de la isla de Santo Domingo, entre 1795 y 1809, y la mulatización creciente de la población dominicana conjuntamente con la drástica disminución de la población esclava, acercaron gradualmente a las poblaciones dominicanas y haitianas de las zonas fronterizas.

Por ello, en una parte de la población dominicana el temor a los antiguos esclavos fue disminuyendo visiblemente hasta desembocar en los famosos “llamamientos” a Jean Pierre Boyer, en 1821, para que unificara políticamente la isla.

Sabemos poco del bandolerismo y de las clases peligrosas en la isla de Haití durante los años de la llamada Dominación haitiana. Si conocemos de unos grupos armados que operaban en el suroeste de Haití, llamados “piquets”, que se organizaron para tomar el poder político a raíz de la caída de Boyer en 1843.

Sabemos más, en cambio, de lo que ocurrió en la naciente República Dominicana cuya independencia no pudo ser asegurada sin antes pactar con los líderes de los antiguos esclavos emancipados por Boyer, como ocurrió con los hermanos Puello en Santo Domingo que debieron ser sonsacados por Tomás de Bobadilla en 1843 para asegurar su adhesión o neutralidad a la causa de la separación.

Antes de eso los hermanos Puello y sus seguidores eran considerados como potencialmente peligrosos por los criollos dominicanos que conspiraban para desalojar a los haitianos de Santo Domingo, y quizá por eso dos de ellos fueron fusilados por Pedro Santana en1845 aduciendo este que estaban conspirando para derrocarlo.

Sabemos también que una parte de los libertos, haitianos y dominicanos, que no eran bandoleros, se resistió a apoyar la independencia dominicana en Santa María, un lugar cercano a San Cristóbal, y que las autoridades nacionales tuvieron que enviar tropas a someterlos en 1845.

La guerra domínico-haitiana, de 1844 a 1856, sacó de los hatos, cortes de caoba y conucos a miles de hombres que se alistaron en el ejército nacional y se convirtieron en soldados de la noche a la mañana.

La política de los partidos banderizó a muchos de estos soldados y los convirtió en huestes de caudillos que pugnaban por controlar el Estado.

Entre la anarquía y las dictaduras florecían las “clases peligrosas”, pero a diferencia de algunos países industrializados en los cuales estas clases se organizaron temprano en gremios y sindicatos para tratar de voltear el sistema económico mediante una revolución social, en la República Dominicana la guerrilla fue la vía más expedita para expresar su insatisfacción o sus resistencias contra el orden establecido.

Santanistas y baecistas; rojos, verdes y azules, luperonistas, lilisistas y moyistas; bolos y coludos; horacistas, jimenistas y caceristas; vidalistas, velazquistas, alfonsequistas y trujillistas, son algunas de las muchas etiquetas que escondían un amplio mercado de servicios políticos que los historiadores y sociólogos han bautizado como caudillismo.

Observando el funcionamiento de la sociedad dominicana durante su primer siglo de vida independiente se nota que mientras una parte de la población trabajaba en la producción de bienes (tabaco, ganado, ron, maderas., azúcar, café cacao, etc.), otra parte, casi tan numerosa como la primera, se ocupaba de la política.

A juzgar por el alto grado de violencia que estaba asociada con la actividad política, la forzosa conclusión a la que uno llega es que la política guerrillera servía para esconder una cultura de delincuencia vestida de nacionalismo y patriotismo.

Si la guerrilla lograba mantenerse suficiente tiempo en el poder, sus jefes adquirían un barniz de respetabilidad que con el tiempo servía para excluirlos de las “clases peligrosas” ante la mirada de las élites establecidas.

Dos claros ejemplos de esto fueron Gregorio Luperón y Ulises Heureaux, quienes al comienzo de sus carreras militares no tenían mayor reconocimiento social que Gaspar Polando o Pedro Pimentel, o cualquiera otro de los guerrilleros restauradores.

Los que perdían el poder y los que no lograban alcanzarlo o quedaban marcados por mucho tiempo como bandoleros subversivos que amenazaban la industria, la agricultura o las inversiones extranjeras, como ocurrió con los llamados “gavilleros” del Este que se opusieron con las armas a la ocupación militar norteamericana y a la expansión de las plantaciones azucareras en San Pedro, La Romana, El Seibo e Higüey.

En su temprana juventud Rafael Trujillo y varios de sus hermanos formaron parte de las “clases peligrosas”, pues fueron reconocidos cuatreros. El mismo Trujillo llegó a alistarse como guerrillero horacista durante la llamada “revolución del ferrocarril” en 1913.

Para suerte suya y de su familia, tanto él como muchos jóvenes de su generación fueron reclutados como soldados de la incipiente guardia nacional que organizó el gobierno militar de los Estados Unidos a partir de 1917.

Los gavilleros del Este lucían invencibles ante las tropas regulares de los estados Unidos que no sabían pelear con guerrillas. Esas tropas no pudieron derrotar a los gavilleros hasta que el Gobierno militar los enfrentó con soldados dominicanos de la guardia nacional que sí sabían cómo pelear en la montonera.

Una vez llegado al poder en 1930, a Trujillo la guerra contra los gavilleros del Este le sirvió luego como referente negativo para colocar a los gavilleros en el mismo grupo de clases peligrosas que incluían a todos los demás guerrilleros de la época de Concho Primo.

Si se leen los cientos de discursos y las varias docenas de libros y folletos que fueron publicados durante su largo régimen, ahí los lectores encontrarán muchos argumentos contra el peligro de volver a caer en la anarquía “como antes”.

“La paz de Trujillo” fue un concepto construido a partir de la negación del “conchoprimismo” rechazando, discursiva e ideológicamente el desorden y la inestabilidad que generaban las “clases peligrosas”.

Para Trujillo, tan peligrosos como los gavilleros del Este eran también los caciques de antaño, fueran estos Desiderio Arias, Cipriano Bencosme o Demetrio Rodríguez, estuviesen vivos o muertos, no importaba.

La memoria de estos caudillos era suficiente para concitar los más inquietantes recuerdos de una época en que el país no vivía en paz, en que los gobiernos cambiaban de un día para otro, en que la gente se despertaba a media noche en medio de un tiroteo que perforaba las casas de madera, en que no había fondos para pagar los empleados públicos, en que no había ejército ni policía para imponer el orden, y así sucesivamente.

Con la incipiente industrialización y las ideas justicialistas, socialistas, falangistas y comunistas que llegaron al país entre las dos guerras mundiales, surgieron nuevas “clases peligrosas” de entre los trabajadores de los ingenios azucareros y de las primeras industrias de sustitución de importaciones, y de los artesanos y el campesinado que gradualmente perdía sus tierras durante la dictadura de Trujillo.

Gregorio Urbano Gilbert, Mauricio Báez, Van Elder Espinal, Julio César Martínez, Dato Pagán Perdomo, Pedro Mir y Andrés Requena, entre muchos otros, encarnaron a estos nuevos “hombres peligrosos” y pagaron con el exilio o con su vida su resistencia al orden establecido.

Muy diferentes a los guerrilleros anteriores, estos asimilaron las nuevas ideologías y se unieron a partidos o movimientos internacionales que buscaban una transformación total de la sociedad por medios revolucionarios.

A la caída de la dictadura de Trujillo, surgieron numerosos grupos “peligrosos” que representaban todo el espectro político, de un extremo al otro: desde los paleros de Balá en la extrema derecha trujillista, hasta los grupos de choque de la izquierda revolucionaria y los comandos de la guerra constitucionalista.

¿Peligrosos para quién?