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Administracion del bienestar social, organizaciones
Tipo: Apuntes
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LA INTELIGENCIA SOCIAL DE LAS ORGANIZACIONES Autor: Leonardo Schvarstein
El término “inteligencia emocional” se ha instalado en la literatura de la década de los noventa (siglo pasado) que trata acerca de las organizaciones y del management , amenazando con persistir en este nuevo milenio. El término “inteligencia emocional” ha sido precedido por (y deriva de) su antecesor, la “inteligencia social”, acuñada por E.L. Thorndike en 1920 para hacer referencia a la “habilidad para entender y manejar a los hombres y a las mujeres, a los niños y a las niñas – para actuar con sabiduría en las relaciones humanas. Cabe considerar esta definición en el campo más amplio de la inteligencia, clasificada en “abstracta” (habilidad para comprender y manipular símbolos lingüísticos y matemáticos), “concreta” (habilidad para comprender y manipular objetos) y “social” (habilidad para comprender a las personas y relacionarse con ellas).
2. EL CONCEPTO DE INTELIGENCIA SOCIAL
La palabra “inteligencia” a secas ha estado asociada tradicionalmente a la capacidad de la persona para resolver problemas haciendo uso del razonamiento lógico. El “coeficiente intelectual”, uno de los indicadores con que se ha medido esta inteligencia, ha surgido además en contextos educativos y está fuertemente ligado a las habilidades de una persona para desempeñarse eficazmente en tales contextos.
Esta concepción racionalista y unicista ha sido criticada por varios autores, que proponen a cambio una visión más amplia de la inteligencia asociada al desempeño humano. Entre los exponentes más difundidos de esta posición, Howard Gardner ha postulado la existencia de inteligencias múltiples, clasificándolas en física/kinestésica, musical/rítmica, espacial/visual, interpersonal, intrapersonal, naturalista, matemática/lógica, verbal/lingüística y existencial. En línea con estos desarrollos, John Mayer y Peter Salovey acuñaron el término “inteligencia emocional”, definiéndola como “la habilidad para percibir, integrar, comprender y manejar los sentimientos propios y ajenos”.
Daniel Goleman, a quien debemos la enorme difusión de este concepto, habla de las competencias personales, ligadas a lo intrapersonal, y de las competencias sociales, relacionadas con lo interpersonal (Goleman, 1998). Otros autores han puesto el énfasis en este último aspecto, definiendo por ejemplo la inteligencia social por “las habilidades y capacidades necesarias para crear y mantener comunidad”
Si la inteligencia social tiene que ver entonces con la capacidad de relacionarse con otros, y si muchos de estos otros están pasando por situaciones de carencia y de exclusión social, una acción socialmente inteligente no puede desentenderse de este estado de cosas. Es por ello que, en este contexto, quiero otorgar relevancia a los aspectos de la inteligencia social que se orientan a la satisfacción de las necesidades sociales de las personas, necesidades estas relativas al trabajo, la educación, la salud, la vivienda, el transporte, la seguridad, el acceso a la justicia.
Estas necesidades, por obvias que parezcan, requieren de un “darse cuenta”, de una capacidad de discernimiento, de una lectura crítica de la realidad. Ser socialmente inteligente implica tomar conciencia de la propia situación social (tan “naturalizada” que solemos tenerla) y de la situación social de los otros, implica tener capacidad para emprender acciones solidarias tendientes al establecimiento de relaciones sociales equitativas.
Siguiendo el modelo de Goleman, la inteligencia social entrañaría entonces el desarrollo de dos juegos de competencias, unas personales y las otras sociales, tal como se expresa en el cuadro que sigue.
COMPETENCIAS PERSONALES
La inteligencia social que estoy poniendo a consideración se debate en la resolución de las tensiones que se establecen entre:
He propuesto en la introducción que consideremos a la inteligencia social como un factor que posibilita el cumplimiento de la responsabilidad social de las organizaciones. Cabe ahora efectuar distinciones del concepto en el nivel de la organización en su conjunto, en el de las personas que la componen, y establecer una relación entre ambos niveles.
Pienso que las empresas deben ser socialmente responsables, pero queda para el Estado el rol fundamental y rector en estas cuestiones, porque tiene una responsabilidad ineludible en la gestión y la solución de los problemas sociales de la población. Si pretendo que las empresas se preocupen por la formación de políticas sociales, por la desocupación, por los derechos sindicales o por la seguridad social, es porque entiendo que pueden tener un rol complementario al del Estado, y que a partir de la acción conjunta, cada uno en su respectiva área de responsabilidad e influencia, se obtendrá el mayor beneficio para todos. No concibo una empresa que se desentienda de estas cuestiones en el marco de la gravedad de la situación social en el mundo.
El ejercicio de la responsabilidad social de una organización la compromete a discernir las consecuencias de sus acciones sobre los distintos grupos de interés, internos o externos. Se basa en el establecimiento de ciertos estándares normativos a los cuales deben adecuarse sus decisiones, referidos, por ejemplo, a la protección del medio ambiente, a las prácticas contables para la liquidación de impuestos, o a los procesos de selección de personal. En el cumplimiento de tal responsabilidad, una organización socialmente inteligente considera a la satisfacción de las necesidades sociales de las personas como un criterio importante para la toma de sus decisiones.
La inteligencia social de una organización se manifiesta en sus estrategias y en sus políticas, en sus prácticas externas e internas, y se materializa a través de sus decisiones y de sus acciones. A este respecto, y dada la desigualdad de poder que instituyen las organizaciones, quienes las dirigen deberán tener siempre en cuenta el principio de la diferencia , uno de los dos principios básicos que postula John Rawls para la existencia de justicia social: las desigualdades sociales y económicas deben disponerse de modo que: a) pueda esperarse razonablemente que sean para bien de todos; b) se asocien a posiciones abiertas para todos. Por lo tanto, cualquier incremento en la ventaja de aquellos que ya ocupan posiciones privilegiadas (como son quienes dirigen la organización) debe al mismo tiempo incrementar la ventaja de los otros, particularmente de los menos favorecidos, que son quienes suelen tener sus necesidades sociales básicas insatisfechas.
Podemos imaginar que no son muchas las organizaciones que imponen a sus miembros una conducta moral tendiente a la satisfacción de las necesidades sociales de los distintos grupos de interés. Ello no inhibe sin embargo que existan e n su seno personas socialmente inteligentes, que no sólo actúen consecuentemente, sino que también procuren orientar a toda la organización en esa dirección. Personas que no están obligadas a hacerlo sino que lo eligen como actores de pleno derecho. Personas que establecen sus preferencias de valor incluyendo a lo social como uno de los factores relevantes para la toma de sus decisiones atinentes a la organización.
La inteligencia social de y en las organizaciones, se manifiesta a través de la gestión de sus miembros, particularmente la de aquellos a quienes le caben mayores responsabilidades a la hora de tomar decisiones. Una primera consideración a este respecto consiste reconocer que tal gestión será diferente en los distintos tipos de organizaciones, ya que cada tipo constituye un contexto de significación diferente. Así por ejemplo, la gestión de lo social es inexcusable en el ámbito de las organizaciones públicas , y los importantes desarrollos en materia de gerencia social así lo demuestran.