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Ideología y teoría sociológica
Tipo: Resúmenes
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Más que los pensadores de cualquier época anterior, los hombres del Iluminismo adherían firmemente a la convicción de que la mente puede aprehender el universo y subordinarlo a las necesidades humanas. La razón se convirtió en el dios de estos filósofos, quienes se inspiraron principalmente en los avances científicos de los siglos precedentes. Tales avances los llevaron a una nueva concepción del universo basada en la aplicabilidad universal de las leyes naturales. Utilizando los conceptos y las técnicas de las ciencias físicas, emprendieron la tarea de crea un mundo nuevo basado en la razón y la verdad. Esta última fue el objetivo fundamental de los intelectuales de dicha época; pero no la verdad basada en la revelación, la tradición o la autoridad, sino aquella cuyos pilares gemelos serían la razón y la observación. Si la ciencia había revelado la acción de las leyes naturales en el mundo físico, quizá podían descubrirse leyes similares en el mundo social y cultural. Así, los philosophes investigaron todos los aspectos de la vida social; estudiaron y analizaron las instituciones políticas, religiosas, sociales y morales, las sometieron a una crítica implacable desde el punto de vista de la razón y reclamaron un cambio en aquellas que la contrariaban. Por lo general, descubrían que los valores y las instituciones tradicionales eran irracionales. Esto era sólo otra manera de decir que las instituciones vigentes eran contrarias a la naturaleza del hombre y por lo tanto inhibían su crecimiento y su desarrollo: las instituciones irrazonables impedía a los hombres realizar sus potencialidades. Por ello, estos pensadores hicieron una guerra constante a lo irracional, y la crítica se convirtió en su arma más importante. Combatieron lo que consideraban superstición, fanatismo o intolerancia; lucharon contra la censura y exigieron libertad de pensamiento; atacaron los privilegios de las clases feudales y sus restricciones sobre la clase industrial y la comercial; por último, intentaron secularizar la ética. Conocían perfectamente las conquistas intelectuales positivas logradas hasta entonces, pero eran también críticos, escépticos y seculares. Fundamentalmente, fue la fe en la razón y en la ciencia lo que dio un impulso tan vigoroso a su obra y los llevó a ser humanitarios, optimistas y confiados. Algunos estudiosos del Iluminismo han sostenido, sin embargo, que “ los philosophes estaban más cerca de la Edad Media, menos liberados de los preconceptos del pensamiento cristiano medieval de lo que ellos pensaban y de lo que se ha supuesto comúnmente”^1. Más que sus logros efectivos y sus afirmaciones, son sus negaciones las que nos han impresionado y llevado a atribuir a su obra un carácter moderno. Los “philosophes” demolieron la Ciudad de Dios de San Agustín, pero sólo para reconstruirla con materiales más modernos”.^2 Ernst Cassirer, que quizá sea el más grande historiador de la filosofía del siglo XVIII, comparte esta opinión hasta cierto punto. “Sus enseñanzas dependían de los siglos anteriores –escribe Cassirer- en mucho mayor medida de lo que pensaban los hombres de la época (...) más que aportar y poner en circulación ideas nuevas originales, ordenaron, tamizaron, desarrollaron y aclararon esa herencia”.^3 Sin embargo, como con paciencia demostró Cassirer, el Iluminismo creó realmente una forma de pensamiento filosófico que era original en su totalidad, pues solo con respecto al contenido siguió dependiendo de las lucubraciones de los siglos precedentes. Sin dudas, sus construcciones intelectuales se erigieron sobre los cimientos colocados por los pensadores del siglo XVII –Descartes, Spinoza, Leibniz, Bacon, Hobbes y Locke- y reelaboró sus ideas principales: pero en esta misma reelaboración aparecieron un nuevo significado y nuevas perspectivas. El filosofar se convirtió en algo diferente. Los pensadores del siglo XVIII habían perdido la fe en los sistemas metafísicos cerrados y autosuficientes del siglo anterior; habían perdido la paciencia ante una filosofía confinada a axiomas definidos e inmutables y a realizar deducciones a partir de ellos. En mayor medida que antes, la filosofía va a convertirse en al actividad mediante la cual es posible descubrir la forma fundamental de todos los fenómenos naturales y espirituales. “ Ya no debe separarse a la filosofía de la ciencia, la historia, la jurisprudencia y la política; más bien, aquella debe ser la atmósfera en la que estas puedan existir y ser efectivas”. (pág. vii). Se da gran importancia a las investigaciones e indagaciones; el pensamiento del Iluminismo no es solo reflexivo, ni se contenta con tratar en forma exclusiva verdades axiomáticas. Atribuye al pensamiento una función creadora y crítica, “el poder y la tarea de moldear la vida misma” (pág. viii). La filosofía ya no es una mera cuestión de pensamiento abstracto, sino que adquiere la función práctica de criticar las instituciones existentes para demostrar que son irrazonables e innaturales. El Iluminismo exige el reemplazo de estas instituciones y de (^1) Carl Becker, The Heavenly City of the Eighteenth-Century Philosophers , New Haven: Yale University press, 1932, pág. 29. (^2) Ibid ., pág. 31. (^3) Las restantes citas de este capítulo están tomadas de Ernst Cassirer, The Philosophy of the Enlightenment , Princeton, New Yersey: Princeton University Press, 1951. Esta cita se encuentra en la pág. vi; los otros números de pína se indicarán entre paréntesis después de la cita. ( Filosofía del Iluminismo , México, Fondo de Cultura Económica, 2ª. Ed., 1950.)
todo el orden anterior por otro nuevo, más razonable, natural y, por ende, necesario. La realización del nuevo orden es la demostración de su verdad. El pensamiento del Iluminismo tiene, pues, tanto un aspecto negativo y crítico como un aspecto positivo. Lo que le da una cualidad nueva y original no es tanto la peculiaridad de sus doctrinas, axiomas y teoremas, sino el proceso de criticar, dudar y demoler, así como el de construir. Con el tiempo, esta unidad de tendencias “negativas” y “positivas” se quebró, y después de la Revolución Francesa, según veremos, ambas se manifiestan como principios filosóficos separados y antagónicos.
Para los pensadores del Iluminismo, todos los aspectos de la vida y la obra del hombre estaban sujetos a examen crítico: las diversas ciencias, la revelación religiosa, la metafísica, la estética, etcétera. Percibían claramente un gran número de poderosas fuerzas capaces de arrastrarlos, pero se negaban a abandonarse a ellas. La autocrítica, la comprensión de su propia actividad, de la sociedad y la época en que actuaron, constituían una función esencial del pensamiento. Mediante el conocimiento, la comprensión y la identificación de las fuerzas y tendencias principales de su tiempo, los hombres podían determinar la dirección de esas fuerzas y controlar sus consecuencias. La razón y la ciencia permitían al hombre alcanzar grados cada vez mayores de libertad y, por ende, un creciente nivel de perfección. El progreso intelectual –idea que impregna todo el pensamiento de esa época- debía servir constantemente para promover el progreso general del hombre. A diferencia de los pensadores del siglo XVII, para quienes la explicación debía partir de la deducción estricta y sistemática, los philosophes construyeron su ideal de explicación y comprensión según el modelo de las ciencias naturales contemporáneas. No se inspiraban en Descartes, sino principalmente en Newton, cuyo método no era la deducción pura, sino el análisis. Newton, estaba interesado en los “hechos”, en los datos de la experiencia; sus principios y el objetivo de sus investigaciones descansaban, sobre todo, en la experiencia y la observación; para resumir, tenía una base empírica. El fundamento de sus indagaciones era la suposición de que en el mundo material rigen el orden y la ley universales. Los hechos no son una mezcla caótica y fortuita de elementos separados; por el contrario, parecen incorporarse a ciertas pautas y presentar formas, regularidades y relaciones definidas. El orden es inmanente al universo, creía Newton, y no se lo descubre mediante principios abstractos, sino mediante la observación y la acumulación de datos. Esta es la metodología que caracteriza al siglo XVIII, y su enfoque peculiar la distingue de la que adoptaron los filósofos continentales del siglo XVII. Condillac, por ejemplo, en su Traité des Systèmes (Tratado de los sistemas, 1749), basándose en Locke, justifica explícitamente esta metodología y critica a los grandes sistemas del siglo XVII por no haber adherido a ella. Para todos los fines prácticos, los racionalistas del siglo XVII ignoraban los hechos, los fenómenos del mundo real. Se elevaba a la categoría de dogma a ideas y conceptos aislados. El espíritu racional dominaba completamente el conocimiento. Por ello, Condillac aduce la necesidad de un nuevo método que una lo “positivo” y científico con lo racional. Es necesario estudiar los fenómenos mismos para conocer sus formas y conexiones inmanentes. Condillac, D’Alembert y otros exigen la aplicación de este nuevo método como requisito para el progreso intelectual. La lógica de este método es nueva, en verdad, pues no es “la lógica de la escolástica ni la del concepto puramente matemático: es más bien la ‘lógica’ de los hechos! (pág. 9). Después de observar el proceder real de la ciencia, los philosophes concluyeron que la síntesis de lo “positivo” y lo “racional” no era un ideal inalcanzable, sino plenamente realizable. Las ciencias de la naturaleza estaban demostrando su propia validez; podía percibirse claramente su progreso como el resultado de la marcha triunfal del nuevo método científico. En el transcurso de un siglo y medio la ciencia había realizado una serie de significativos avances y luego, con Newton, había dado un paso hacia adelante de carácter verdaderamente cualitativo: la compleja multiplicidad de los fenómenos naturales fue reducida a una única ley universal y comprendida como tal. Se trataba de una victoria impresionante del nuevo método. Los philosophes observaron que la ley general de la gravitación de Newton no fue el resultado exclusivo de la teorización ni de la experimentación o la observación esporádica, desprovistas de una guía teórica; su descubrimiento fue el fruto de la rigurosa aplicación del método científico. Newton completó lo que otros habían comenzado. Conservó, usó y dio forma concreta al método que antes de él emplearon Kepler y Galileo, y cuya característica principal era la interdependencia de los aspectos analíticos y sintéticos. Utilizando el descubrimiento de Galileo de que los cuerpos en caída libre adquieren una aceleración constante, y la observación de Kepler de que existe una relación fija entre la distancia de un planeta con respecto al Sol y la velocidad de su revolución, Newton llegó a la ley según la cual el Sol atrae a los planetas con una fuerza directamente proporcional a sus masas e inversamente proporcional al cuadrado de la distancia entre ellos. Luego pudo demostrar que todos los cuerpos del universo adquirieron sus posiciones y su movimiento por la fuerza de la gravitación. Además, la fuerza que mantiene a los planetas en su órbita provoca también la caída de los cuerpos en la tierra. Esa ley regía en todo el universo. El universo finito se
investigados, al proponer una clasificación de las cualidades de la materia en primarias y secundarias: es posible experimentar directa e inmediatamente la extensión, el número y el movimiento; en cambio, el color y el sonido no tienen existencia fuera de la mente del observador. Posteriormente, la epistemología de Locke condujo al idealismo y el escepticismo entre los filósofos ingleses, y al materialismo entre los franceses. En Inglaterra, el obispo Berkeley, por ejemplo, sostuvo que la distinción de Locke entre cualidades “primarias” y “secundarias” era muy dudosa y difusa: ninguna cualidad tiene existencia fuera de la mente del que percibe. Esto equivalía a decir que la materia no existe, o al menos que no era posible demostrar su existencia. En realidad, Berkeley afirmaba que solo existe el espíritu y que este espíritu es Dios. Así, se defendía al espíritu, el objeto de la religión, atacando a la materia, el objeto de la ciencia. David Hume dio un paso más: la mente no puede conocer nada fuera de sí misma; por lo tanto, para el hombre todo conocimiento del mundo externo es imposible. Examinaremos la obra de Hume más adelante, pues a partir de ella Immanuel Kant dio comienzo a su propio sistema filosófico. Muchos filósofos franceses, en cambio, trasladaron las ideas de Locke al materialismo científico, proceso que estuvo relacionado probablemente con el rígido y caprichoso absolutismo imperante en Francia y con el hecho de que este fuera apoyado por la Iglesia. El materialismo aparecía como un arma ideológica efectiva contra el dogma de la Iglesia. Condillac expuso y desarrolló la teoría de Locke sobre el origen de conocimiento. El más consecuente , a este respecto, fue Holbach, quien rechazaba toda causa espiritual reducía la conciencia y el pensamiento al movimiento de moléculas en el cuerpo material. Mientras que Helvecio, Holbach y La Mettrie fueron exponentes del materialismo, Condillac, aunque aceptaba la teoría de Locke en la mayoría de sus puntos esenciales, introdujo en ella importantes cambios, cuyas implicaciones iba a desarrollar Kant más tarde. En su descripción de las ideas de Condillac. Cassirer dice que la mente, a partir de los datos sensoriales más simples que recibe, “adquiere gradualmente la capacidad de concentrar su atención en ellos, de compararlos y distinguirlos, y de separarlos y combinarlos” (pág. 18). Condillac atribuye, pues, un cierto papel creador y activo a la mente; el conocimiento se obtiene de alguna manera por medio de la mente y su capacidad de razonamiento. Mientras que la teoría de Locke atribuía un papel pasivo al observador –este era un mero receptor de impresiones sensoriales y su mente desempeñaba un papel activo en la organización de las mismas- Condillac sostiene que, una vez que se despierta en el hombre la facultad de pensamiento y de razonamiento, deja de ser pasivo y de adaptarse simplemente al orden existente. Ahora el pensamiento puede avanzar e incluso levantarse contra la realidad social, “convocarla ante el tribunal de la razón y poner en duda sus títulos legales a la verdad y la validez. Y la sociedad debe resignarse a ser tratada como la realidad física sujeta a investigación” (pág. 18). Condillac, en su Tratado de las sensaciones ,** declara: la sociología debe convertirse en una ciencia cuyo método “consiste en enseñarnos a reconocer en la sociedad un “cuerpo artificial”, compuesto de partes que ejercen una influencia recíproca”. Sí, Condillac asigna un papel decisivo al juicio y a la razón aun en el acto de percepción más simple; y esto era cierto tanto en la percepción del mundo natural como en la del mundo social. Los sentidos, por sí solos, nunca pueden crear el mundo tal como lo conocemos en nuestra conciencia; la cooperación de la mente es una necesidad absoluta. Se hace evidente, pues, por qué el Iluminismo es el punto de partida más lógico para quién esté interesado en los orígenes de la teoría sociológica. En ese periodo puede verse, con más claridad que en los anteriores, el surgimiento del método científico. La razón, por sí sola, no nos proporciona un conocimiento de la realidad; tampoco puede lograrse este a través del uso exclusivo de la observación y la experimentación. El conocimiento de la realidad natural o social depende de la unidad de la razón y la observación en el método científico. Los pensadores del Ilumnismo estaban tan interesados en la sociedad y la historia como en la naturaleza, las consideraban como una unidad indisoluble. Al estudiar la naturaleza, inclusive la naturaleza del hombre, se puede conocer no solo lo que es , sino también lo que es posible. De igual modo, estudiando la sociedad y la historia se puede conocer no solo el funcionamiento del orden fáctico existente, sino también sus posibilidades intrínsecas. Estos pensadores eran “negativos” en cuanto mantenían siempre una actitud crítica frente al orden existente, el cual, según opinaban, ahogaba las potencialidades del hombre y no permitía que lo posible emergiera del “es”. Estudiaban científicamente el orden fáctico existente para aprender a trascenderlo. Estas premisas, como veremos, fueron aceptadas, modificadas o rechazadas durante el desarrollo posterior del pensamiento sociológico. Así, buena parte de la sociología occidental se desarrolló como una reacción al Iluminismo. Pero antes de examinar esta reacción será conveniente analizar a dos philosophes que pueden ser considerados como los precursores de la teoría sociológica. ** (^) Buenos Aires, Eudeba, 1963.