Docsity
Docsity

Prepara tus exámenes
Prepara tus exámenes

Prepara tus exámenes y mejora tus resultados gracias a la gran cantidad de recursos disponibles en Docsity


Consigue puntos base para descargar
Consigue puntos base para descargar

Gana puntos ayudando a otros estudiantes o consíguelos activando un Plan Premium


Orientación Universidad
Orientación Universidad

El Mercantilismo: Intereses Privados vs. Públicos - Historia del Pensamiento Económico, Monografías, Ensayos de Economía de Mercado

EL MERCANTILISMO: III.- LOS INTERESES PRIVADOS VERSUS LOS PÚBLICOS

Tipo: Monografías, Ensayos

2018/2019

Subido el 07/03/2019

JSBARRETOP
JSBARRETOP 🇨🇴

1 documento

1 / 14

Toggle sidebar

Esta página no es visible en la vista previa

¡No te pierdas las partes importantes!

bg1
TEMA 8: EL MERCANTILISMO III: Los intereses privados versus los públicos Prof. Dr. Eduardo Escartín González
HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO
TEMA 8
EL MERCANTILISMO:
III.- LOS INTERESES PRIVADOS
VERSUS LOS PÚBLICOS
pf3
pf4
pf5
pf8
pf9
pfa
pfd
pfe

Vista previa parcial del texto

¡Descarga El Mercantilismo: Intereses Privados vs. Públicos - Historia del Pensamiento Económico y más Monografías, Ensayos en PDF de Economía de Mercado solo en Docsity!

HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

TEMA 8

EL MERCANTILISMO:

III.- LOS INTERESES PRIVADOS

VERSUS LOS PÚBLICOS

1.- GENERALIDADES

El rey Carlos I de Inglaterra moría ejecutado en enero de 1649. Este fue uno de los resultados de la Revolución Inglesa (1641-1649) a la que abocó la pugna (y posterior guerra civil) por el mantenimiento de los privilegios de la monarquía absolutista de ese Rey y el control parlamentario del gasto público. Los ingentes gastos del monarca y la corrupción de los gobernantes requerían cuantiosas exacciones tributarias, sentidas muy onerosamente por la burguesía y el pueblo.

El Rey disolvió varias veces el Parlamento por no haber accedido a sus pretensiones económicas. La sublevación, en 1642, del partido parlamentario contra el partido aristocrático estaba apoyada, en gran medida, por la burguesía que se oponía a los privilegios de los grandes monopolios y a los impuestos arbitrarios; también encontró apoyo en el campesinado oprimido y descontento por el vallado de fincas (enclosures) que provocaba un aumento del paro al detraerse las tierras recién cercadas del cultivo o del uso comunitario y destinarlas a pastos para las ovejas.

Tras la dictadura de Cromwell (1648-1658) y la restauración monárquica (efectiva desde mayo de 1660) en Carlos II, hijo del rey ejecutado, y que pretendió mantener la monarquía absolutista, no desaparecieron las tensiones sociales y políticas que culminaron en la Segunda Revolución Inglesa (1688-1689) con la caída de Jacobo II (hermano y sucesor del anterior).

Esta breve e incruenta revolución acabó con el régimen absolutista en Inglaterra dando paso, con Guillermo III de Orange-Nassau, a una monarquía constitucional basada en la legitimidad del pueblo y conferida por éste a sus representantes parlamentarios. No obstante, éstos no se elegían democráticamente, sino por las poderosas oligarquías locales que, al dominar las circunscripciones electorales, lograban los votos a favor de sus propios candidatos.

En el trasfondo de estas luchas y revoluciones se encontraban las aspiraciones de libertad económica de la burguesía comercial. La institución de la propiedad privada, desde tiempo inmemorial, propicia el afán de lucro personal. Pero para colmar las ilusiones de quienes

obtienen ganancias privadas y garantizar en el futuro sus perspectivas se requiere la lucha social para conseguir emancipar los negocios del poder público y, luego, la conquista del propio poder político. Las revoluciones inglesas del siglo XVII constituyen ese primer paso de la consecución de la libertad comercial y económica que iría encaminándose hacia la conquista, en una segunda fase, del poder político, cuyo hito histórico más relevante se encuentra en la Revolución Francesa. La intelectualidad, también en el campo del pensamiento económico, se encargó de difundir desde finales del siglo XVII el ansia de libertad económica individual, enmascarada en la consecución del bien público, por ser acorde con la ley natural. Sobre la vieja concepción de un cosmos ordenado por leyes naturales, empieza a consolidarse la idea de que el hombre no puede modificar las leyes de la naturaleza sin vulnerar la armonía del orden natural. En el mundo de la economía se identifica ese orden natural con la propiedad privada ejercida libremente y se acuña la expresión «libertad natural»; cualquier restricción de la libertad económica individual perjudica la armonía general y con ella el bien común. En consecuencia, se creyó que el logro del interés privado, en régimen de libertad económica, era el mejor medio para alcanzar el interés general. Adam Smith, en el último cuarto del siglo XVIII, fue el economista que culminó este proceso de individualismo. Aunque las ideas de libertad económica en los negocios se remontan a muchos siglos atrás (ya vimos cómo se iban desarrollando durante el Renacimiento y en los primeros siglos del mercantilismo), en el campo del pensamiento económico, es en esta última etapa del movimiento cultural mercantilista cuando cobra una especial intensificación la mencionada creencia. En este tema se expondrá el pensamiento de algunos de los principales autores de tendencia liberal, así como los que aluden a los intereses privados y públicos.

Inglaterra, apenas se consigue trabajo "para un solo hombre en el país" (ibídem, p. 186).

Considera la política colonial inglesa mucho más efectiva que la francesa y la española. En efecto, una parte de la mano de obra, que Inglaterra empleaba en las colonias, procedía de la población reclusa, convictos, otros delincuentes y pobres; la facilidad para emigrar a las colonias aliviaba en gran parte el problema del paro y de la delincuencia, pero el gobierno inglés permitía la libertad (la redención por el trabajo) a esos trabajadores en las colonias, y también el acceso a la propiedad privada y el reconocimiento de los derechos hereditarios, lo cual constituía un aliciente para la laboriosidad de los colonos. En cambio, los colonos franceses no adquirían derechos de propiedad sobre la tierra sino que trabajaban para el rey a través de las compañías colonizadoras. Los españoles se dedicaban, principalmente, a la minería del oro y la plata (en cuya actividad morían muchos esclavos) y desatendían la producción agrícola que les permitirían mantener "una gran flota" y muchas personas "en tierra y en el mar" (citado por Spiegel, p. 186). Pero, aunque hay algo de cierto en lo que dice Child, estas consideraciones no reflejan toda la realidad.

C) LA POBLACIÓN

Como otros mercantilistas, es poblacionista y basa la riqueza de las ciudades y de la nación en la cuantía de su población, porque un país que se enriquece con el comercio y con el desarrollo de la producción agrícola e industrial puede mantener a muchas personas.

Al igual que Petty, supone que la gente es indolente y que reacciona ante el trabajo ofreciéndolo de forma decreciente (posiblemente se refiera al trabajador de la metrópoli, pues ya se ha mencionado que los colonos tenían poderosos estímulos para trabajar intensamente). Así dice: "nuestros pobres [...] en un año bueno [...] no trabajarán más de dos días por semana, y su ánimo será tal que no trabajarán para los malos tiempos, sino sólo lo justo y nada más, manteniéndose en esa situación de indigencia a la que están acostumbrados" (Child, 1668, p. 241).

D) LA PRODUCCIÓN

La actividad económica más productiva es el

comercio y su potencialidad para seguir enriqueciendo a Inglaterra es grandísima, puesto que, según Child, ni siquiera había alcanzado la quinta parte de sus posibilidades (Spiegel, p. 187). Este autor, tiene una gran fe en el desarrollo económico y se le puede considerar un temprano precursor de la idea del crecimiento sostenido cuando dice que "ni la naturaleza ni las leyes operan por saltos"^1. Es partidario de fomentar la producción de nuevas manufacturas mediante exenciones fiscales y de la elaboración de productos de alta calidad, como así lo hacían los holandeses (Child, 1668, p 239). Después del comercio, le sigue el trabajo, pues como él dice, "si trabajamos más nos haremos más ricos" (cita de Spiegel, p. 184). Sin embargo, no todos los trabajos ayudan al enriquecimiento de la nación de igual forma. Los trabajos que crean riqueza o la traen de fuera son los de los campesinos, mercaderes, artesanos, y los que dependen de éstos, es decir, los marineros, pescadores, ganaderos, etc. Mientras que el resto de los trabajos, como son el de los nobles, los abogados, los médicos, los hombres de letras, los vendedores etc., tan sólo hacen circular la riqueza (Child, 1668, p. 246). Es decir, Child tiene la noción de actividades económicas productivas y no productivas, según aumenten o no la riqueza del país; pero no identifica la riqueza con los metales preciosos, pese a preocuparse por el saldo positivo de la balanza comercial. E) EL INTERÉS, LOS SALARIOS Y EL VALOR DE LAS TIERRAS Para Child, el interés, o precio del dinero, no solo tiene una influencia decisiva en el desarrollo del comercio, sino que su reducción es la primera causa de la riqueza (Child, 1668, p. 237). Así, “para saber si un país es rico o pobre y en qué proporción, sólo es necesario resolver la siguiente cuestión: ¿qué interés pagan por el dinero?” (ib, p. 239). La competitividad con los holandeses, en el comercio

1 Nec natura aut lex operantur per saltum. A finales del siglo XIX, Marshall adoptaría un lema muy parecido: Natura non facit saltum. Este último lema es citado por Darwin (1859, p. 198 y 454) diciendo que es un antiguo precepto adoptado en historia natural.

exterior, le induce a proponer que en Inglaterra se establezca un tipo de interés bajo; pero ante todo, tan bajo como el de los holandeses (ibídem, p. 237).

Algunos autores criticaron esta postura de Child, argumentando que la competitividad se logra manteniendo unos salarios bajos, pues éstos influyen más que el tipo de interés en el precio de las mercancías. En contra del parecer de Child, otros autores consideraban que el interés bajo es el efecto, pero no la causa, de la riqueza de una nación.

Child rebate estas opiniones, razonando que si el dinero se pide prestado en Inglaterra, los pagos por los intereses se quedan dentro de la nación; pero si, por ser más bajos en Holanda, los préstamos se obtienen en otro país, el pago de los intereses representará una salida de dinero en perjuicio de la nación. Para evitar esto, en consecuencia, el tipo de interés en Inglaterra debía ser tan bajo como el de Holanda. Por otro lado, respecto a la controversia sobre qué elementos económicos son la causa o los efectos del tipo de interés, Child se decanta por considerar que los bajos tipos de interés son la causa de la prosperidad económica de la nación. Y si con ello suben el precio de la tierra, las rentas y los precios de todas las cosas eso sería prueba evidente del aumento generalizado de la riqueza; porque en una nación no es posible que se mantengan las cosas caras durante muchos años si la gente no es rica, pues precisamente en los países donde las cosas son más baratas, la mayoría de la gente es muy pobre (Child, 1668, p. 241).

Respecto a los salarios bajos, replica que los holandeses los pagan muy altos y ello no les impide afrontar empresas comerciales de bajo rendimiento, gracias a que tienen un tipo de interés muy bajo. Los salarios altos son un síntoma de la prosperidad en los negocios que permite pagar más por la mano de obra, lo que a su vez atraerá a más gente "sin necesidad de haberla criado" (citado por Spiegel, p.184) y la propia abundancia de mano de obra hará que bajen los salarios, mientras que su escasez provoca un alza de los salarios. Como se puede apreciar, este razonamiento de Child se basa en el concepto de la interacción de la oferta y la demanda que tiende a un equilibrio mediante el principio del ajuste automático; es decir, sin necesidad de una

premeditada intervención en los mercados hay una tendencia natural hacia un tipo de equilibrio estable. Child relaciona el tipo de interés con el precio de las tierras. Prácticamente procede a capitalizar el valor de la tierra al tipo de interés corriente, dividiendo la renta de la tierra (suponiéndola constante) por el tipo de interés (VT= R/i), ya que cree que nadie en su sano juicio podría gastarse su dinero en la compra de tierras para "no volverlo a ver en veinte años" cuando invertido al diez por ciento lo dobla en diez años, a interés simple (la cita procede de Spiegel, p. 190). Child (1668, pp.240 y 245) constató un hecho ya conocido, a saber, que el tipo de interés es una de las causas que afectan a los movimientos internacionales de capitales, de modo que estos últimos fluyen hacia los países que tienen más alto el tipo de interés. Otro autor que también había relacionado el tipo de interés con los movimientos internacionales de capital fue Sir Thomas Culpepper. A propósito de este autor, conviene hacer una reflexión sobre Child. Algunas de sus opiniones expuestas en su folleto Breves observaciones relativas al comercio y al interés del dinero son muy parecidas a las expresadas por Culpepper en Un tratado contra la usura presentado a la Cámara Alta del Parlamento (1621). Child, al reeditar su opúsculo citado, en un Suplemento niega expresamente haber conocido ese discurso de Culpepper antes de redactar sus Breves observaciones relativas al comercio y al interés del dinero. Por otra parte, alguna de sus reflexiones sobre la situación del comercio y los tipos de interés en España contiene expresiones similares a las empleadas por Martínez de Mata en su Memorial en razón del remedio de la despoblación, pobreza y esterilidad de España (1650); concretamente, cuando ambos se refieren a los extranjeros que dominan el comercio y actúan como sanguijuelas que chupan la sangre. Child (1668, p. 239) dice que España está “desprovista de comercio salvo el que les llevan los ingleses, holandeses, italianos, judíos y otros extranjeros, que en la realidad son como

genérico de propiedad" (ibídem, p. 134). Puesto que, según opina Locke sin fundamento científico, el derecho a la propiedad, en el sentido lato que le da, es anterior a la constitución del gobierno, éste “no puede suponerse que vaya más allá de lo que pide el bien común, sino que ha de obligarse a asegurar la propiedad de cada uno” (ibídem, p. 137), y, por lo tanto, el poder del Estado "no puede ser ejercido absoluta y arbitrariamente sobre las fortunas y la vida del pueblo" (ibídem, p. 142). Estas ideas básicas, al madurar, darían lugar a la versión de que todas las personas son iguales ante la ley y tienen el derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad, sin que nadie, ni siquiera el estado, pueda privarle del contenido de ese derecho, salvo por un procedimiento legal justo.

Estos principios acabaron siendo reconocidos, expresamente, en la Declaración de Independencia de las trece colonias inglesas en América (1776), en la Constitución de los Estados Unidos (1787) por las enmiendas de 1789, en la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano (1789), aprobada por la Asamblea Constituyente Francesa (a raíz de la Revolución Francesa) y, en nuestros días, en la Declaración universal de los derechos humanos de la ONU (diciembre de 1948).

B) LA PROPIEDAD

El derecho a la propiedad, según Locke (1690, pp. 55 y 56), se fundamenta en el derecho de todo hombre a apropiarse los frutos de su trabajo sobre la naturaleza, que proporciona a la humanidad la tierra en común y a cada hombre, individualmente, su propia persona y su propio trabajo.

No obstante, Locke tiene un concepto elitista del derecho de propiedad, porque también afirma que: “Así, la hierba que mi caballo ha rumiado, y el heno que mi criado^3 ha segado, y los minerales que yo he extraído de un lugar al que yo tenía un derecho compartido con los demás, se convierte en propiedad mía, sin que haya concesión o consentimiento de nadie”(ibídem, p. 58).

La apropiación de los frutos del trabajo humano

3 El resalte es mío para destacar que el criado no tiene derecho a los frutos de su trabajo, ya que pertenecen al amo. Además es preciso señalar que los caballos no son rumiantes.

presenta un tope a la acumulación de bienes, ya que por ley natural, el hombre tiene una capacidad limitada de trabajo y consumo y, por otra parte, bastantes productos obtenidos de la naturaleza suelen ser perecederos (ib., pp. 62 y ss.). El uso del dinero, a partir del momento en que se comenzó a utilizar como tal determinados bienes imperecederos, posibilitó la acumulación ilimitada y las desigualdades sociales, contra las limitaciones marcadas por la ley natural. No obstante, como la institución del dinero es debida a una convención de los hombres, las leyes positivas (humanas) pueden establecer normas para regular la propiedad basada en el dinero (ibídem, pp 72 y 74). Como se puede apreciar, estas ideas no son una novedad, puesto que se encuentran en el pensamiento aristotélico, patrístico y escolástico. C) LA PRODUCCIÓN Según Locke (1692, pp. 62 y 63), la actividad que más contribuye a la riqueza de una nación que carezca de minas de oro y plata es el comercio, en unión de la laboriosidad de la gente. Así, una balanza comercial favorable proporciona la acumulación de dinero; lo que es deseable, no porque éste constituya en sí la riqueza, sino porque con él se obtienen todos los bienes necesarios para la vida. Para este autor los factores más importantes que intervienen en la producción son el trabajo y la naturaleza. Según Locke (1690, p. 67), de estos dos factores, el que adquiere una especial relevancia es el trabajo, cuya participación en la formación del valor de los bienes la estima en nueve décimas partes, o, incluso, puede alcanzar las noventa y nueve centésimas, cuando lleguen a nuestro uso si tenemos en cuenta los diversos gastos invertidos en ellos; el resto es atribuible a la naturaleza. No debe extrañar pues “que el trabajo sea capaz de dar más valor a la tierra que cuando ésta era comunal; pues es el trabajo lo que introduce la diferencia de valor en todas las cosas”. Debido a estas apreciaciones, sin ningún tipo de fundamento científico, algunos autores consideran

que Locke es el iniciador de la teoría del valor-trabajo, que posteriormente arraigaría en el pensamiento económico clásico (pese a que Petty ya había intentado un cierto tipo de relación valor-trabajo).

D) LA FORMACIÓN DE LOS PRECIOS

Locke presenta un esbozo de teoría sobre el precio de los bienes basada en la demanda, debida a la necesidad de los bienes, según su utilidad para los individuos, o elemento subjetivo, y en la oferta de los mismos en función de su escasez, o elemento objetivo. El elemento objetivo, es decir la mayor o menor escasez de un bien con respecto a la cantidad de compradores, tiene una gran influencia en la determinación del precio. Esto es lo que se deduce cuando afirma que "la medida del valor del dinero, en relación con cualquier cosa que se adquiera con él, es la cantidad de dinero en efectivo que tenemos en comparación con la cantidad de esa cosa y su salida o venta, que es lo mismo que decir que [...] el precio de cualquier mercancía sube o baja en proporción al número de compradores o vendedores". "La venta de cualquier cosa depende de la utilidad o de la necesidad que se tenga de ella [...y también dependerá] de su conveniencia o de la opinión regida por la moda o el capricho” (Locke, 1692, p. 79).

Locke observó (como otros autores antes que él) la importancia del efecto demostración, elemento eminentemente subjetivo, en la formación del precio. Hace hincapié en que "es la vanidad y no la utilidad lo que configura la moda cara de nuestra gente, surgirá la rivalidad de ver quien tiene las cosas más elegantes y caras, y no las más convenientes y útiles [...] no debéis pensar que la subida de su precio hará disminuir la venta de un producto extranjero de moda, [...] sino que más bien la incrementará” (ibídem, p. 79) (es decir, estos bienes de moda presentan una demanda de tipo anormal, puesto que es creciente en lugar de ser decreciente como serían las demandas normales).

En lo concerniente al elemento objetivo, para que un bien alcance valor de cambio se requiere que exista poca cantidad del mismo, ya que si es más abundante que la necesidad de ellos no adquiere un precio, como ocurre con el aire y el agua, a pesar de su grandísima utilidad (ibídem, p. 89).

Locke completa su teoría de la formación de los precios observando que, con la escasez, los bienes muy necesarios (o sea, indispensables) alcanzarán un precio tanto mayor cuanto menos bienes sustitutivos tuvieran; pone como ejemplo la escasez de trigo cuando no la hay de avena, en cuyo caso y ante el alto precio del primer cereal, la gente no gastará todo su dinero en trigo, sino que sustituirá parte de su consumo por el de avena (ibídem, p. 80). Además, considera que si el tipo de interés variara no afectaría “inmediatamente” a los precios de las cosas; su repercusión sobre los precios será a posteriori, pero sólo en “la medida en que la modificación del interés lleve a que en el comercio entren o salgan dinero o mercancías, y con el tiempo a que varíen sus proporciones” (ibídem, p. 81). Es decir, Locke siempre considera los precios como relativos y sólo cambian cuando se altera la proporción de una mercancía con respecto a otra (ibídem, p. 91). Esta apreciación de Locke puede ser un antecedente de lo que sería llamado el «Efecto Cantillon» (véase en el Tema 9) E) LA RENTA DE LA TIERRA Y EL INTERÉS Locke formula su teoría sobre la renta de la tierra y el interés de acuerdo con su teoría general del precio. Así, mediante la oferta y la demanda tiene suficiente para explicar el nivel que alcanza el interés y la renta de la tierra. La renta de la tierra le despierta poca curiosidad, salvo por el hecho de que al final es la que soporta el peso de los impuestos sobre las mercancías, debido a una cadena de repercusiones en el incremento del precio de los productos; o sea, se trata de una vía costes. El trabajador no puede soportar el incremento de precios si no se ve aumentado su salario, ya que con él sólo subsiste. La cadena de repercusiones se detiene en la renta del terrateniente (ibídem, p. 104 y ss.). Más le preocupó el valor de la tierra. Para determinarlo estableció dos hipótesis: primero supuso que la demanda de tierra se basaba en los ingresos (las rentas) que proporcionaba, y luego pensó que el valor de la tierra se hallaría capitalizando esos

cosas igualmente valiosas que aquéllas de las que se ha desprendido por una cantidad de esos metales. En consecuencia, el valor intrínseco de esos metales, que los hace ser instrumentos de trueque, no es otro que la cantidad de ellos que los hombres dan o reciben.” (ibídem, p. 71-72).

En estas frases se identifica la función del dinero de facilitar los intercambios y se aprecia la opinión de Locke acerca de la característica de la aceptabilidad general para que un bien sea considerado dinero; también puede observarse un cierto grado de cuantitativismo y la escasez (elemento objetivo) que actuando con la aceptabilidad general (elemento subjetivo) confieren el valor al dinero.

Locke opina que la cantidad de dinero necesaria debe estar en proporción al comercio; ahora bien, su idea del comercio es muy amplia, tanto que verdaderamente abarca a todo pago por transacciones económicas y transferencias dinerarias. Por otra parte, como un mismo chelín puede emplearse en varios pagos sucesivos, la proporción de dinero necesaria es función de factores institucionales, como la frecuencia del pago de los salarios, las rentas y otras costumbres sociales, de modo que si se aumenta esa frecuencia en los pagos (lo que equivale a una mayor velocidad de circulación del dinero) se consigue con menos dinero el mismo efecto que si se hubiera aumentado su cantidad (ib., p. 73 y ss.)

Estas tres consideraciones de Locke (ib. p. 72): usar como dinero, en el interior del país, instrumentos distintos de los metales preciosos (como la letra de cambio); la necesidad de emplear el oro y la plata en el comercio exterior; y la función de depósito de valor del dinero, recuerdan las apreciaciones de Tomás Moro en Utopía. Además, Locke realiza su estudio del dinero razonando sobre lo que ocurriría en una hipotética isla que al principio se encuentra aislada del comercio exterior y luego lo practica^4.

En dicha isla, si la cantidad de dinero (que puede ser cualquier bien que no tenga otro uso) fuera constante, el dinero sería una medida invariable del valor de los

4 Los autores británicos, evidentemente, sienten predilección por una isla.

bienes; y además “cualquier cantidad de ese dinero (si hubiera suficiente como para que todos tuvieran algo) serviría para impulsar cualquier proporción del comercio, sea mayor o menor,[...] si el valor de las prendas [o sea, del dinero] fuese suficiente y creciera constantemente con la abundancia de mercancía” (ibídem, p. 96); esto quiere decir que el valor del dinero tiene que subir si su cantidad no varía y a la vez aumenta la cantidad de bienes disponibles. Como se aprecia, Locke, que también había considerado la velocidad de circulación del dinero como fenómeno propio de la naturaleza del mismo, tiene una clara concepción de lo que modernamente se conoce como la ecuación de cambios. Posteriormente, cuando se introduce en la isla el comercio exterior (mediante el pago en oro y plata) la distribución de los metales preciosos entre los países y sus respectivos volúmenes de comercio son muy desiguales; entonces, el dinero ya no puede ser “una medida permanente e inalterable del valor de las cosas”, ni “sirve cualquier cantidad de ese dinero para impulsar una cantidad cualquiera de comercio, sino que debe haber una cierta proporción entre su dinero y su comercio” (ibídem, p. 96). Así, la cantidad de dinero no debe ser mucho menor ni mucho mayor que en otros países, porque afectaría a los precios y sería muy perjudicial para el comercio, tanto interior como exterior. Expone el ejemplo de lo que sucedería en Inglaterra si, de golpe, se redujera a la mitad la cantidad de dinero. Si la producción, las rentas y el dinero en manos del resto del mundo permanecen constantes, entonces, "la mitad de nuestras rentas no se pagarían, la mitad de nuestras mercancías no se venderían y la mitad de nuestros trabajadores no se emplearían y, por lo tanto, la mitad del comercio estaría claramente perdido; o bien, cada uno de éstos debe recibir sólo la mitad del dinero que recibía antes, por sus mercancías y su trabajo, y sólo la mitad de lo que nuestros vecinos reciben por el mismo trabajo y el mismo producto” (ibídem, p. 97). En realidad, Locke es un monetarista que ve con claridad la relación directa entre la cantidad de

dinero, el volumen de las transacciones y el nivel de los precios. Y piensa que lo beneficioso para el comercio es el mantenimiento de unos precios estables, o al menos parejos a los vigentes en el resto de los países. Los precios bajos, debido a la escasez de la oferta monetaria, los considera muy perjudiciales, no sólo porque empeoran la relación real de intercambio, sino porque la mano de obra emigraría a otros países, donde, por tener los precios más altos, se la pagaría mejor, con lo que se causaría un grave daño a la producción y el comercio de la nación. Por este motivo, aboga por una balanza comercial que arroje superávit, para que la afluencia de dinero sostenga los precios a medida que se incrementa el volumen de las transacciones internacionales y nacionales.

Respecto a las fluctuaciones del tipo de cambio de las monedas internacionales, el parecer de Locke es que éstas dependen del saldo de la balanza comercial y de las transferencias internacionales de capital (ib, p 99)

4.-OTROS AUTORES

Sir Dudley North (1641-1691) fue un hombre de negocios y autor británico que, siendo mal estudiante, desde la adolescencia se dedicó al comercio y a los diecinueve años marchó a Turquía donde consiguió una gran fortuna.

Escribió Discursos sobre el comercio (1691) al dictado de su experiencia, fundamentalmente, y de su formación autodidacta (y posiblemente libre de todo prejuicio académico, por no haber cursado estudios oficialmente).

Sus tesis principales son: en primer lugar, que el comercio es único, sin que exista diferencia sustancial entre el que se realiza en el interior y en el exterior del país; y, en segundo lugar, que cualquier restricción impuesta al comercio es perjudicial para el bienestar de la comunidad, ya que decaería la actividad económica general.

En su opinión, el comercio debe ejercerse sin trabas legales, puesto que las reglamentaciones y las restricciones, o bien, serán eludidas, o bien, en el caso de ser efectivas, impedirán el desarrollo económico, la laboriosidad y las innovaciones en perjuicio de la comunidad, aunque, particularmente, algunos pocos

puedan resultar beneficiados. Para este autor, el comercio es interesante y origina el desarrollo económico y la riqueza de la nación cuando se ocupa del "intercambio de cosas superfluas" (Schumpeter, 1954, p. 422). Si el comercio únicamente se dedicara a las transacciones que verdaderamente son necesarias para la supervivencia, "tendríamos un mísero mundo" (citado por Spiegel, p. 208); en cambio, cuando se realiza para satisfacer los deseos y caprichos de hombres opulentos "se benefician otros hombres de apetitos menos exagerados" (cita de Spiegel, p. 208). North, enemigo declarado de toda normativa restrictiva del libre comercio, también se opuso a las leyes contra el lujo y los gastos suntuarios por cercenar las iniciativas empresariales y comerciales; una nación alcanza la prosperidad si "las riquezas pasan de mano en mano" (ibídem, p. 208). North incluye en la ausencia de regulaciones legales el tráfico del dinero. No siente la más mínima inquietud por el saldo de la balanza comercial, ni siquiera por el deficitario, ni por la escasez de dinero en la nación. La propia libertad y desarrollo del comercio son los que hacen circular las mercancías y, entre ellas, el dinero; por lo que la cantidad de éste se acomoda a las necesidades comerciales. Para demostrarlo, intentó, sin lograrlo eficazmente, explicar el mecanismo de ajuste automático del flujo del dinero en el comercio exterior (Schumpeter, 1954, p. 417-418). El liberalismo económico, tan arraigado en la mente de North, le impulsó a combatir las leyes limitadoras del tipo de interés (con las que se pretendía fomentar la actividad económica y el comercio) porque para él (y en contra de la opinión de Child) era superflua esa legislación cuando los bajos tipos de interés eran una consecuencia de la riqueza y de la prosperidad de la nación (Schumpeter, 1954, p. 379n). El conde de Shaftesbury, Lord Anthony Ashley Cooper (1671-1713) fue un político y filósofo inglés, discípulo de Locke (el cual, como ya se dijo, estuvo al servicio del abuelo del presente autor). Su

171 y Cannan, 1904, p. LXVII-LXVIII).

En resumen, el principio de la armonía de intereses es que promoviendo individualmente el bien general se obtiene un bien particular.

En cambio, otros autores lo enunciarían al revés: procurándose uno su propio bien particular, indirectamente, se promueve el bien general.

La diferencia entre ambas formulaciones del principio es sustancial:

En el primer caso, si se acepta la hipótesis del sentido moral, según la cual se obtiene un íntimo placer al actuar bien y benevolentemente hacia el prójimo, el principio es evidente y se pone de manifiesto al observar múltiples ejemplos en los que se aprecia cómo las personas al obrar en beneficio de otras obtienen una satisfacción moral tan profunda que hasta llegan a dar su vida por los demás.

En el segundo caso, el principio no es tan obvio; requiere matizaciones para hacerse más asumible. Por ejemplo, un comportamiento individual en beneficio propio, si es virtuoso, puede ser que, indirectamente, redunde en provecho de los demás. Pero es posible que existan muchas excepciones y no se consiga ningún beneficio para la colectividad; y si dicha acción no es virtuosa, con toda seguridad perjudicará a alguien de la sociedad.

Este segundo enunciado fue el asumido por las tendencias filosóficas que acabaron imponiéndose. Puesto que era el menos evidente y el que más excepciones podía presentar, es necesario plantearse el por qué de este éxito.

La respuesta está en que las filosofías utilitaristas derivaron hacia el egoísmo hedonista y en que (según Schumpeter, 1954, p. 171) el racionalismo, que iba extendiéndose por la cultura occidental, era antagónico con cualquier idea preconcebida de origen religioso o moral. Los intelectuales, bajo el laicismo imperante, exaltaron el individualismo y empezaron a juzgar a la sociedad por sus propios razonamientos y por sus propias convicciones que extendían a todos los demás miembros de la comunidad, de forma que la sociedad era una suma de individuos iguales entre sí, puesto que nadie podía ser

más, ni menos, que otros y además implícitamente se suponía que sus conductas y sus obras siempre eran virtuosas y, por consiguiente, no perjudicaban al prójimo. Bernard de Mandeville (1670-1733) fue un médico holandés instalado en Inglaterra, cuyas clases burguesa y aristocrática se escandalizaron con su Fábula de las abejas: o vicios privados, beneficios públicos (1714, publicado anteriormente, en 1705, en holandés). Prácticamente, con el título del libro ya está dicho todo lo que en este tema había que decir del autor. Se puede añadir que Adam Smith consideraba que Mandeville era un libertino (según dice Spiegel, p. 272)^5 ; pero en realidad lo que hace Mandeville es exhibir sin la careta de la hipocresía social la tendencia perversa y viciosa de los hombres que, sin embargo, promueven el desarrollo económico general de la sociedad al buscar egoístamente la satisfacción de sus vicios. En el fondo, el propio Smith expondría esta misma idea, pero sin los tintes provocativos de Mandeville. Para Mandeville, el vicioso lujo y los gastos desenfrenados son el acicate de la producción. El que la comunidad pueda obtener un beneficio es debido a la satisfacción del egoísmo personal, aunque con absoluta independencia de que éste último sea condenable desde un punto de vista moral (Schumpeter, 1954, pp. 376n y 226). Según Mandeville, todo egoísmo es vicio y, por el contrario, toda abnegación es virtud (Spiegel, p. 272). Una forma de abnegación es la austeridad, pero ésta y el ahorro, que es su consecuencia, no promueven el desarrollo económico de la comunidad. En cambio, lo que fomenta el progreso y la prosperidad de la sociedad es el gasto ostentoso en lujos, y, por lo tanto, en vicios, así como, otro vicio, el afán desmedido por conseguir ganancias egoístas.

5 Adam Smith criticó a Mandeville en su Teoría de los sentimientos morales cuando se ocupa de los “Sistemas licenciosos”, según nos refiere Cannan (1904, p. LXVII).

BIBLIOGRAFÍA

CANNAN, Edwin (1904): Prefacio; en su edición de Investigación sobre la naturaleza y

causas de la riqueza de las naciones de Adam Smith; versión en español del Fondo de Cultura

Económica, México, 1994.

CHILD, Sir Josiah (1668): Breves observaciones relativas al comercio y al interés del

dinero; versión en español publicada con Escritos monetarios de John Locke por Ediciones

Pirámide, S.A., Madrid, 1999.

DARWIN, Charles (1859): El origen de las especies; versión en español de RBA

Coleccionables, S.A., Barcelona, 2002.

LOCKE, John (1690): Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil; versión en español de

Ediciones Altaya, S.A., Barcelona, 1998.

LOCKE, John (1692): Escritos monetarios; versión en español de Ediciones Pirámide, S.A.,

Madrid, 1999.

MARTÍNEZ DE MATA, Francisco: Memorial en razón del remedio de la despoblación,

pobreza y esterilidad de España; Editorial Noneda y Crédito, Madrid, 1971.

SCHUMPETER, Joseph Alois (1954): Historia del análisis económico; versión en español

de Ediciones Ariel, S.A., Barcelona, 1971.

SÉNECA, Lucio Anneo: Cartas a Lucilío; versión en español de Editorial Juventud, S.A.,

Barcelona, 1982.

SPIEGEL, Henry W.: El desarrollo del pensamiento económico; versión en español de

Ediciones Omega, S.A., Barcelona, 1987.