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Garbera Katherine - Bella Por Primera Vez.DOC, Apuntes de Lenguaje de Ensamblaje

Garbera Katherine - Bella Por Primera Vez.DOC

Tipo: Apuntes

2016/2017

Subido el 08/05/2017

loslols
loslols 🇻🇪

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Bella por primera vez - Katherine Garbera
Título original: Overnight Cinderella
Fecha: 29-08-01
Duke Merchon estaba a años luz de Cami Jones en lo que a experiencia sexual se
refería. Aun así, su poco agraciada compañera de trabajo despertaba sus fantasías.
Pero Duke juró mantener una distancia de seguridad para no caer en las redes de
aquella provocadora sonrisa.
Huérfano desde niño, había aprendido a negarse a mismo todos sus sueños de
juventud acerca del amor y la familia. Hasta que Cami cambió de repente su
recatada apariencia de bibliotecaria por una gracia y una belleza asombrosas. Duke
sintió que su firme convicción de soltero se tambaleaba. No podía resistir la tentación
de enseñarle todos los secretos del amor y el sexo.
Y cuando Duke estrechó a esta nueva Cenicienta entre sus brazos, sintió que se
transformaba en su príncipe azul.
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Bella por primera vez - Katherine Garbera

Título original: Overnight Cinderella Fecha: 29-08-

Duke Merchon estaba a años luz de Cami Jones en lo que a experiencia sexual se refería. Aun así, su poco agraciada compañera de trabajo despertaba sus fantasías. Pero Duke juró mantener una distancia de seguridad para no caer en las redes de aquella provocadora sonrisa. Huérfano desde niño, había aprendido a negarse a sí mismo todos sus sueños de juventud acerca del amor y la familia. Hasta que Cami cambió de repente su recatada apariencia de bibliotecaria por una gracia y una belleza asombrosas. Duke sintió que su firme convicción de soltero se tambaleaba. No podía resistir la tentación de enseñarle todos los secretos del amor y el sexo. Y cuando Duke estrechó a esta nueva Cenicienta entre sus brazos, sintió que se transformaba en su príncipe azul.

Capítulo Uno

—Sujete el ascensor —dijo una voz femenina. Duke Merchon extendió la mano y evitó que las puertas se cerraran. La mujer que entró era de baja estatura, tanto que ni siquiera le llegaba a la barbilla. Llevaba un vestido de llamativos colores y formas, no muy ajustado. Detrás de unas gafas, había unos ojos marrones, de mirada inteligente. Aunque no tenía nada espectacular, irradiaba una frenética energía. —Gracias —añadió, con una sonrisa—. Ya llego tarde y como voy a reunirme con el pez gordo, no creí que debería esperar al siguiente ascensor. —¿A qué planta va? —A la catorce, por favor. Duke se apoyó contra una de las paredes y vio cómo ella se acomodaba entre las personas que llenaban él ascensor. A pesar del calor de Atlanta, sonrió a todo el mundo e hizo unos cuantos comentarios corteses. Sin poder evitarlo, Duke se puso a pensar en un helado en un cálido día de verano. Poco a poco, el ascensor se fue vaciando hasta que solo quedaron ellos dos. En la planta diez, las puertas se cerraron, pero el artefacto no se movió. Duke esperó. Una de las tareas de su equipo era ocuparse de la seguridad de los altos ejecutivos que trabajaban en los niveles superiores. A pesar de que su equipo de seguridad no se ocupaba de los ascensores constantemente, trataban de que las reglas de la empresa se cumplieran siempre que se montaban en ellos. —¿No se va a bajar aquí? —preguntó ella, cambiándose el maletín de mano. —No, mi despacho está en la planta doce. —Voy a tener que confiar en usted —dijo ella, sonriendo. Entonces, se dio un paso al frente y marcó el código para acceder a los pisos superiores. Duke se preguntó cómo había podido confiar en él, ya que solo acababan de conocerse. De hecho, como jefe de seguridad, Duke debería haberla detenido para interrogarla. Por ello, pulsó el botón que detenía el ascensor. —¿Señor? —Señorita, la compañía tiene como regla que no se puede acceder a los niveles superiores sin identificar a las personas que viajan en el ascensor. —Soy Cami Jones. Habitualmente, trabajo como bibliotecaria pero, durante los próximos tres meses, lo haré como coordinadora de acontecimientos, El nombre le resultaba vagamente familiar. De hecho, muy pronto estarían trabajando juntos. Sintió la tentación de sonreír por el tono de voz que ella había utilizado, como si estuviera incómoda con su nuevo trabajo. —Duke Merchon, jefe de seguridad. —Oh, no. —Oh, sí. Con un gesto muy dramático, ella dejó el maletín en el suelo y le ofreció las muñecas. —Puede esposarme. Duke se mordió los labios para no reír. Había algo en aquella mujer que le hacía sonreír. Sin embargo, las sonrisas invitaban a la amistad y la amistad llevaba al establecimiento de uniones y vínculos, y estos llevaban a la tragedia. Duke apretó el botón para que el ascensor siguiera subiendo, lo que hizo hasta el piso catorce. Ella recogió su maletín y salió del ascensor. Entonces, se volvió para mirarlo. —Creía que su despacho estaba en el duodécimo. —Y así es. —De acuerdo. Adiós, señor Merchon. Se marchó, moviendo las caderas con una suave cadencia. De repente, el deseo se

Duke nunca había visto que nadie tirara por los suelos una presentación entera delante de la junta de directores. Los había visto nerviosos y arrogantes, pero nunca divertidos. Después de haber visto el encanto que había desplegado con unos desconocidos en el ascensor, aquel ataque de nervios le sorprendía mucho. —¿Señorita Jones? —Nada —dijo ella, colocándose las gafas. Luego, le colocó una mano en el antebrazo y se puso de pie. La calidez de aquel gesto penetró las capas de tejido de su chaqueta e hizo revivir el deseo que él había aplastado antes. Habían pasado años desde que alguien le había tocado de un modo que no llevaba intenciones sexuales y, sin embargo, aquel roce había despertado un fuego carnal que le abrasaba por dentro. «Tal vez ya vaya siendo hora de volver a salir con mujeres». Rápidamente le ayudó a colocar de nuevo los posters de presentación sobre los caballetes y se retiró. Aquel año, trabajar con la organizadora de acontecimientos iba a ser más difícil de lo que había anticipado. Como jefe de seguridad, era responsable de supervisar la seguridad de la gala, la culminación de la reunión anual y la celebración de la fundación de la empresa. Las estrellas televisivas eran habitualmente las únicas personalidades que asistían pero, como aquel año, Max estaba a punto de comprar un equipo de hockey, también habría algunos atletas. Por primera vez en cinco años, la junta de directores en pleno asistiría a la gala anual. La señorita Jones no tenía la imagen típica y previsible de chica del montón que ella quería proyectar. Había algo en ella en lo que a Duke le costaba mucho no fijarse. No debería excitarle. No debería desearla o querer estar a su lado. Cuando ella tomó un puntero láser, Duke se preguntó lo que iba a hacer a continuación. Sin embargo, al empezar la presentación, Cami Jones se dio cuenta de que tenía las tarjetas desordenadas. Entonces, se mordió el labio, lo que hizo que Duke se fijara en aquella boca. Tenía un aspecto suave y dulce, por lo que él solo ansiaba saborearlos. Aquellos labios invitaban los besos de un hombre. Duke debería haberse dado cuenta de que aquella mujer no era su tipo. No era dura ni extrovertida. De hecho, era demasiado etérea para él. A pesar de todo, no podía apartar la mirada de ella. A medida que la presentación iba avanzando, la pasión y el ansia de vivir de Cami Jones se hicieron más evidentes. La pasión por la vida pocas veces sobrevivía una infancia tan dura como la de Duke. Aunque el orfanato había sido un lugar agradable y él nunca había sido maltratado, nunca había recibido afecto. Resultaba evidente que Cami Jones había tenido mucho cariño porque, a pesar de su nerviosismo, mostraba su amabilidad a todos los que había en aquella sala con sus sonrisas y sus risas. Duke se apoyó contra la pared y la escuchó. Su dulce voz le embriagaba con tranquila seguridad, aunque ella se concentraba en sus notas como si tuvieran la clave para guardar la compostura. Y, tal vez, así era. Exudaba inteligencia, pero no la suficiente seguridad en sí misma. Duke pensó en pedir un descanso, como cuando de niño quería comunicarles un cambio de planes a sus amigos, para poder decirle a aquella mujer que nunca debería permitir que el enemigo viera sus debilidades. Sin embargo, sus amigos le habían abandonado hacía mucho tiempo. La vida de un huérfano está sujeta a cambios constantes y su estilo de vida había seguido poco más o menos la norma. Además, los cambios de planes no funcionan en la vida real. Se metió la mano en el bolsillo y jugueteó con el anillo, el talismán de su vida real. —Organizar un acontecimiento de esta magnitud necesitará mucha habilidad, pero estoy segura de que podremos superar al del año pasado fácilmente con la mujer adecuada a cargo. —Muy bien, señorita Jones. Nos ha convencido. Usted es la mujer para ese trabajo

—dijo Max. Max era todo lo que Duke no era. Fino, sofisticado, miembro de una cariñosa familia... Alguien de los que había sentados a la mesa se rió con disimulo y Duke se preguntó quién podría ser tan poco amable con aquella mujer. Parecía estar fuera de su elemento en aquella sala llena de ejecutivos que habían visto y hecho todo en esta vida. Parecía casi... pura. Resultaba extraño, considerando el modo en que ella se había comportado, como si estuviera a punto de arder espontáneamente, pero Duke sentía inclinación a protegerla, a cernirse sobre ella y taparla con sus alas hasta que el peligro pasara. —A pesar del modo en que ha empezado su presentación, señorita Jones —dijo Max, con una encantadora sonrisa—, estoy seguro de que se encargará correctamente de la gala. Le he pedido a Duke Merchon, nuestro jefe de seguridad, que trabaje con usted en este acontecimiento. —¿Es que hay problemas de seguridad? No creo que la seguridad se hubiera incluido en la preparación de la fiesta del año pasado en una fecha tan temprana. —Hay ciertos asuntos de los que le hablará el señor Merchon —respondió Max. Duke dio un paso al frente para estrecharle la mano. Como regla general, evitaba los apretones de manos. Tras haberse pasado los últimos cuatro años en Japón con el presidente de Pryce Enterprises, prefería la costumbre japonesa de hacer una reverencia. Sin embargo, haber vuelto a los Estados Unidos significaba practicar costumbres occidentales. Al tomarle la mano, sintió un cosquilleo que le subía por el brazo. Tenía una mano tan pequeña... Los dedos eran esbeltos y, por un momento, él se los imaginó sobre su cuerpo, con aquellas largas uñas arañándole la piel. Al volver a mirarla, no pudo evitar preguntarse qué era lo que su ser presentía que su mente no veía. Aquella mujer no era su tipo. Diminuta, delicada, incluso frágil, justo el tipo de persona que más sufriría por la oscuridad que él llevaba en su interior. A través del fino cristal de las gafas que llevaba puestas, Duke miró aquellos profundos ojos marrones y solo encontró... calidez. Ella le miró a los ojos, pero apartó rápidamente la mirada. Siempre producía aquel efecto en las mujeres. Su difunta esposa, Rebecca, solía decir que podía acallar una habitación llena de mujeres parloteando en poco más de un minuto, algo que todavía parecía ser verdad. —Estoy deseando trabajar con usted, señor Merchon —dijo ella. Él sospechaba que no era cierto. Era el tipo de mujer que prefería trabajar sola, pero tenía el potencial para ser la estrella de la pista central. —Llámame Duke —respondió él. —Entonces, yo soy Cami. Él no era partidario de la conversación amable y solo la utilizaba cuando era absolutamente necesario. No era que no pudiera ser cortés, solo que nunca había tenido una vida fácil y la habilidad para comportarse socialmente cuando no quería hacerlo había desaparecido en él mucho tiempo atrás. —Déjame que te ayude a llevar todo esto al ascensor. Ella metió todas sus cosas en el maletín de piel y recogió su bolso. —Gracias, pero ya lo tengo todo. Entonces, dio un paso hacia la puerta justo en el momento en el que esta se abrió. El maletín de piel voló hacia un lado y ella perdió el equilibrio. Sin embargo, Duke la agarró a ella y a la maleta. Trabajar con Cami iba a ser un desafío. A él le gustaba poder controlar el medio en el que se movía y Cami parecía una persona imprevisible. Probablemente, el mayor reto al que se había enfrentado desde que había empezado a trabajar para Pryce. Le sorprendía que aquella mujer todavía no

ella se quedó con la boca abierta. Se bajó la falda sin abrocharse la segunda liga, algo que a Duke no le resultó fácil olvidar. Aquella mujer no debería llevar ropa interior de raso y encaje. El vestido era amplio y poco atractivo, los zapatos de tacón bajos y pudorosos y el peinado pasado de moda. Era el tipo de mujer que debería llevar puesta ropa interior de algodón y calcetines. ¿Por qué no era así? Duke se sentía incómodo. Sabía demasiado sobre las leyes de acoso sexual como para saber que se metería en un buen lío si decía algo. Sin embargo, le resultaba imposible guardar silencio. Aquellas piernas tan espectaculares se merecían una mención. ¿Sería aquello lo que habría presentido su cuerpo días antes? ¿Que aquellas ropas tan feas eran solo un camuflaje para una mujer espectacular? La intensidad del rubor que le cubría las mejillas hubiera podido calentar una casa en invierno. Rápidamente apartó la mirada. Su nerviosismo evocaba una ternura que no encajaba con la excitación sexual que se había apoderado de Duke. Entonces, Cami se pudo a juguetear con sus gafas, quitándoselas para limpiarlas y luego volvió a ponérselas. —Creo que teníamos una reunión a las diez y media hoy —dijo él. —Has llegado con unos minutos de adelanto —le espetó ella. Duke se dio cuenta de que ella trataba de no recordar el hecho de que había tenido subida la falda hasta casi la cintura. Él mismo intentó apartarse aquella imagen de la cabeza, aunque no pudo conseguirlo con la de la liga suelta. No creía en implicaciones emocionales, y mucho menos con mujeres torpes y del montón. Cami extendió una mano. Él se la estrechó con la intención de soltarla tan rápidamente como lo había hecho el otro día, pero aquella mano era tan suave... mucho más suave que ninguna otra que hubiera tocado. Incluso las manos de su difunta esposa tenían callos por las tardes que se pasaban jugando al voleibol. Acarició la palma con el dedo índice antes de soltarla. Sabía que no debería haber hecho ese gesto, pero la maldita liga no dejaba de cruzársele por la mente. La imagen de ella encima del escritorio, rodeándole la cintura con las piernas, era una fantasía difícil de olvidar. —Por favor, siéntate —dijo ella, señalándole una de las dos butacas. A pesar de que las sillas parecían tan incómodas como solían ser las de un despacho, aquella habitación le dio la bienvenida de un modo que jamás hubiera imaginado. Había una estantería repleta de libros y todas las superficies tenían marcos de fotos con grupos familiares o personas solas. Los candeleros y las flores secas perfumadas también abundaban, y hacían que aquel despacho fuera el que mejor olía de toda la planta. Tenía una suave música de fondo. Aquel despacho, tan femenino, era un reflejo de la mujer en sí misma y le molestaba. Incluso había un pañito de encaje en una de las superficies, repleto de un montón de pequeños objetos que no hacían más que recoger polvo. Duke se sentía algo incómodo y fuera de lugar, como un guerrero que acabara de regresar de la batalla para encontrar que su casa había sido invadida por alienígenas, del mismo modo en que se sentía cuando pasaba por las tiendas de lencería del centro comercial, lugares que, con toda seguridad, ella frecuentaba a menudo. —Duke, he realizado unos cálculos preliminares de la seguridad que necesitaremos en la gala, pero me encantaría escuchar tu opinión. Él también tenía algunos pensamientos que le hubiera gustado compartir con ella, pero sabía que era mejor concentrarse en el trabajo. La seguridad para la gala era un asunto crucial, sobre todo con las recientes amenazas que se habían recibido. Dado que los huelguistas no estaban a punto de resolver sus problemas laborales, Duke debía encargarse personalmente de la seguridad. —He reservado la Mansión Seashore en Hilton Head para el evento.

Duke sacudió la cabeza. Conocía aquel recinto turístico de cinco estrellas y su situación. Con los balcones y el acceso desde la playa resultaba bastante difícil controlar la entrada, ya que la única manera de mantener a los intrusos a raya era por medio de la playa privada. Aquello no era suficiente. Tendría que recorrer él mismo la zona y encontrar un lugar que garantizara las medidas de seguridad que consideraba necesarias. —No sacudas la cabeza. Ya he firmado un contrato con ellos. —Tal vez tengas que romperlo. —No pienso hacerlo. Tu trabajo es encargarte de la seguridad, no reservar el lugar para la celebración. —No puedo hacer mi trabajo si no tengo todo lo que necesito. Llamaré yo mismo al hotel y veré si cumplen con los requisitos que necesitamos. —¿Que necesitamos? —Tanto para el evento como para la seguridad del mismo. —¿Es que hay algún peligro? —Nada de lo que mi equipo no pueda ocuparse, pero se han producido algunas amenazas desde que empezó la huelga. —No lo sabía. Soy muy buena en mi trabajo, Duke. No dejes que mi aspecto externo te haga pensar lo contrario. —¿Y tu ropa interior? Cami se sonrojó. De nuevo, él se sintió fascinado por el rubor que le cubrió las mejillas. ¿Empezaría a sonrojarse desde el pecho? Duke nunca había conocido a ninguna mujer que demostrara sus sentimientos tan abiertamente como ella. —Eres un desvergonzado al mencionar eso. —¿Un desvergonzado? —Sí, desvergonzado —reiteró ella, con una tensa sonrisa. —Estamos un poco chapados a la antigua en nuestro modo de hablar, ¿no te parece? —También lo soy en mi estilo de vida, pero eso no es asunto tuyo. Espero que no tengamos que buscar otro lugar. La sala de baile tiene vistas al mar y el jardín para la recepción es el mejor que he visto en toda la costa. Este año queremos que las cosas salgan perfectas. —Lo sé, pero la seguridad tiene que tomarse en cuenta. —Muy bien. En ese caso, tengo una opción de reserva. Duke no respondió. Se limitó a admirar su viveza y capacidad de planificación. Se había dado cuenta de que él podría no aprobar aquel lugar, por lo que había buscado una alternativa. A pesar de que su aspecto físico no fuera muy destacable, su personalidad era todo lo contrario. Estaba llena de espíritu. Aunque Duke siempre había alabado el empuje y la inteligencia, no quería admirarla por tener aquellas características. Eran dos cualidades que siempre había encontrado muy atractivas en una mujer y él no se sentía atraído por ella... Sin embargo, el modo en que la sangre le corría por las venas a toda velocidad y la erección que había experimentado decían todo lo contrario. —¿Dónde está esa opción de reserva? Cami se lo explicó y luego se pusieron a hablar de otros detalles del evento. El orador invitado era un animador de mucho renombre, por lo que también necesitaría medidas de seguridad. Incluso hablaron de registrar a los trabajadores antes de dejarles pasar la noche de la gala. A medida que la reunión iba progresando, algo resultó evidente: Cami quería estar a cargo de todo. Duke se preguntó si tenía la seguridad en sí misma que hacía falta para sacar adelante el evento y las reuniones de alto nivel que le acompañaban. Sabía que tenía la habilidad necesaria, algo que había demostrado con todos los

Cami estaba harta de que los hombres siempre sacaran a colación que era una chica del montón. ¿Por qué tenían que empezar siempre las frases con «una mujer como tú»? ¿Es que no entendían que ella era algo más de lo que estaba a la vista? —Duke, nos llevaremos mucho mejor si dejas de señalar lo poco atractiva que soy. —Cualquier mujer que tenga esas piernas está muy lejos de ser poco atractiva. Ella levantó las cejas. Aquellas palabras le provocaron una oleada de deseo que fue a romper en el centro de su cuerpo. Se removió en la silla e intentó recordarse que estaban teniendo una reunión. —Tal vez no seas una guapa oficial pero, con un poco de esfuerzo, resultarías bastante atractiva. «Ya es suficiente. Voy a agarrar el pisapapeles y me lo voy a cargar», pensó ella. Sin embargo, vio en los ojos de Duke algo que le detuvo la mano. No estaba disfrutando con aquello, como lo habían hecho los hombres que había conocido en el pasado. Parecía haber cierto dolor en sus ojos, tanto que ella deseó ser una guapa oficial en aquellos momentos. —¿Estás intentando hacerme perder la paciencia? —Sí. —Pues tendrás que esforzarte —replicó ella. Duke estuvo a punto de sonreír, pero se contuvo y apartó la mirada—. Lo he visto. Casi has sonreído. —Si me vuelves a enseñar las piernas, me pondré de pie y te dedicaré una ovación lleno de alegría. Cami se sonrojó. Tal vez pudiera ser rival de aquel hombre en el terreno del ingenio, pero estaba a años luz de él en la experiencia sexual.

Capítulo Dos

Tres días después, Duke todavía estaba perplejo por el carisma de Cami. Su vida se había quedado devastada por la muerte de su esposa, seis años atrás, pero perderla le había demostrado lo que él siempre había sospechado. El amor no era para él. Sin embargo, un rayo de luz había penetrado en aquella oscuridad, Cami Jones y su vibrante ansia de vivir. Si la única mujer poseedora de aquella energía hubiera sido una mujer de poca moral, Duke la hubiera tentado para que tuvieran una aventura, hubiera tomado lo que hubiera querido y después la habría dejado marchar. Pero aquellos ojos eran tan inocentes... Y tampoco podía olvidar las piernas de Cami. Solo deseaba verla acercarse a él, con nada puesto más que unas medias de seda y un par de zapatos de tacón alto. Sin embargo, mientras contemplaba el panorama de la ruidosa cafetería para empleados de Pryce Enterprises, Duke llegó a la conclusión de que Cami era de las decentes. Era un oasis de tranquilidad en la bulliciosa metrópolis de humanidad que la rodeaba. Duke recogió su almuerzo y se dispuso a salir por la puerta, sin estar del todo preparado para enfrentarse a Cami. La habilidad que ella tenía para hacerle sonreír le recordaría que estaba vivo. Y solo. Le recordaría el tiempo que había pasado desde que había disfrutado de verdad la vida. Le recordaría que no era el hombre que siempre había esperado ser sino el hombre en el que la vida le había convertido. Casi había alcanzado la puerta cuando ella levantó los ojos. Rápidamente se sonrojó y apartó la mirada. Duke sabía que hubiera debido marcharse, regresar a su despacho y tomarse el almuerzo mientras trabajaba, tal y como había planeado. Sin embargo, aquel rubor era como un faro. ¿Qué habría provocado aquella reacción? Sin prestar atención a las mujeres que esperaban subir en la empresa cultivando su amistad todos los días por su amistad con Max y su cargo, se dirigió a la mesa

donde ella estaba sentada. —Cami, ¿puedo sentarme contigo? A ella le hubiera gustado negarse. Se le veía en la cara pero, a pesar de todo, asintió y señaló la silla que estaba enfrente de ella. Para turbarla un poco más, Duke se sentó al lado de ella. Ya había terminado de comer y tenía un libro boca abajo sobre la mesa. —¿Qué estás leyendo? —Solo es un libro que una amiga me recomendó. —¿«Diez pasos para una presentación eficaz»? —bromeó él. —No, es una novela —dijo Cami, sonriendo—. ¿Has recibido ya los expedientes que le pedí a Sally que te enviara? —Sí, pero todavía estoy esperando recibir los expedientes de los servicios de restauración. Me gustaría tenerlos antes de la reunión que tenemos hoy a las tres. —No hay ningún problema. Mi secretaria está haciéndote copias. Siento haberme empecinado tanto sobre el lugar de celebración de la gala el otro día. —No pasa nada. Yo también me excedí un poco. —¿Por qué? A Duke le hubiera gustado responderle que habían sido sus piernas lo que le habían afectado tanto pero, como no podía decirlo, se encogió de hombros y dio un bocado a la hamburguesa de beicon que llevaba en el pequeño envase de plástico. Quería saber por qué Cami se había sonrojado. Ella trató de sonreír. El silencio que había en su mesa contrastaba con el bullicio de las mesas de alrededor. Cerca de ellos, una mujer se rió a carcajadas, lo que provocó que Cami se volviera hacia ella. Duke aprovechó la oportunidad para arrebatarle el libro. En la cubierta, había un hombre y una mujer, sonriéndose, en una postura muy sugerente. —¡Eh! Dame mi libro. —Claro —respondió él, devolviéndoselo. Duke dio un nuevo bocado a la hamburguesa y entonces se dio cuenta de que no había comprado nada para beber. Había pensado sacar una botella de agua del frigorífico que tenía en su despacho. —¿Qué? ¿No vas a hacer ningún comentario jocoso, como que esto es lo más cerca que una mujer como yo va a estar de una relación entre hombre y mujer? —No. Como nunca he leído ninguno de estos libros, no puedo hacer ningún comentario al respecto. Además, no sé nada de tu vida personal. —Sí, claro, pero si me miras, te darás cuenta de que yo no soy material para una tórrida aventura amorosa —Tampoco lo eres para un convento, pero eso no significa que yo vaya a asumir que seas una atea. Cami se mordió el labio inferior. A Duke le hubiera gustado inclinarse sobre ella y besarla, tomarla entre sus brazos y protegerla del cruel mundo, pero no era un buen protector de la inocencia, y eso lo sabía mejor que nadie. Por primera vez desde la muerte de Rebecca lo lamentó. —Lo siento, hoy no soy yo misma. —No pasa nada. Duke tenía una buena cantidad de cosas por las que culparse, así que podía culparla a ella. Sabía más de ella de lo que nunca había esperado saber. Aquella mujer de la picara ropa interior estaba poco segura de sí misma. Aquella mujer que se había enfrentado a él por un evento, no tenía seguridad en sí misma a nivel personal. Cami le intrigaba de un modo en que Rebecca nunca lo había hecho, porque su difunta esposa había sido una versión femenina de sí mismo. Lo habían compartido todo. Rebecca había sido la persona más indicada para entablar una relación porque entendía perfectamente todo sobre las barreras de protección y sobre el control de

—Me encantan los picnic. Cuando yo era niña, mi familia y yo solíamos ir al parque Golden Gate al menos una vez al mes para volar cometas y comer —dijo ella, notando que Duke levantaba los ojos para mirarla—. ¿Es grande tu familia? —No, ¿y la tuya? —Supongo que sí. Aparte de mis padres y una hermana mayor, tengo unos quince tíos y tías y más primos de los que puedo contar. En cualquier reunión, somos multitud. —¿Eres de California? —Sí. —¿Por qué te mudaste a Atlanta? —Me atraía la ciudad. Ya sabes que esta es la tierra de Lo que el viento se llevó. Además, quería establecerme lejos de mi familia. —¿Te protegen mucho? —Un poco. —¿Y por eso no eres materia de una tórrida aventura amorosa? —Siento haber reaccionado de ese modo —respondió ella. En realidad, le había molestado que un hombre guapo la sorprendiera leyendo una novela romántica. Seguramente se imaginaría que se pasaba todos los viernes y los sábados en casa, leyendo un libro tras otro en la seguridad del porche de su casa. Sabría que nunca había experimentado ni una décima parte de la excitación, la pasión o el drama de los personajes de aquellas novelas. Duke le hacía desear que fuera de otro modo. —No hay por qué sentirlo —dijo él, quitándose las gafas—. En realidad, me gustaría mucho saber por qué no hay un hombre en tu vida —añadió él, dejándola perpleja—. ¿Cami? —Trabajo todo el tiempo y... —¿Qué? —preguntó Duke, acercándose más a ella. Durante toda su vida, Cami había vivido a la sombra de su hermosa hermana. Mudarse a Atlanta le había permitido escapar, pero la distancia le había creado una sensación de vacío, que había llenado con libros. Le había llevado tiempo darse cuenta de que, en realidad, le gustaba estar en un segundo plano y poder observarlo todo. Aunque quería ser igual a su hermana, sabía que no dejaría de ser la muchacha tímida de siempre. Deseaba tener seguridad en sí misma, pero no sabía cómo alcanzarla. —A los hombres les gustan las mujeres con brillo y dinamismo. Duke la miró fijamente. En aquel momento, Cami lamentó haber dicho aquellas palabras porque él entornó los ojos y le pasó un dedo por la mejilla. El deseo la hizo temblar. —No he conocido nunca a nadie con más dinamismo que tú. Ella sonrió. Era lo más bonito que le había dicho un hombre. Sin embargo, la mirada que tenía en los ojos le prendía fuego a las venas. Los pezones se le irguieron contra el encaje del sujetador. Tuvo que rebullirse un poco en el asiento, preguntándose si él había sentido lo mismo. Había una tensión en el aire que le hacía querer inclinarse sobre él y levantar la cabeza para tentarle a que la besara. —No era dinamismo lo que tú viste. —¿Qué era entonces? —Mis piernas. Duke estuvo a punto de sonreír, pero no lo hizo. —¿Por qué no sonríes nunca? —¿Por qué te interesa eso? —No lo sé —replicó ella. —¿Podemos sentarnos con vosotros?

Cami vio que Max Williams estaba de pie, enfrente de ellos, con una modelo que fácilmente hubiera podido ser modelo de una portada de revista. —Claro —respondió Duke, después de mirar a Cami. Max les presentó a su acompañante, Melissa Hiñes y luego los recién llegados se sentaron enfrente de ellos. Cami no se había dado cuenta hasta aquel momento de lo importante que era el puesto de Duke. Su despacho no estaba en la misma planta que el del resto de los directivos pero la familiaridad con la que hablaba con el presidente de la empresa lo decía todo. Duke estaba fuera de su alcance. Nunca debería haberle preguntado por qué no sonreía. Dejó que la conversación fluyera en torno a ella, escuchando. Profunda y bien modulada, su voz encajaba perfectamente con el protagonista masculino de sus novelas románticas. Con solo unas pocas palabras, aquella voz podría llevarle a un frenesí... —¿Cami? —¿Sí? —respondió ella, dándose cuenta de que aquella voz estaba pronunciando su nombre. —¿Te gustaría beber algo más? Cami asintió y vio que Duke se marchaba con Max y Melissa. Incluso charlando con Max, que era evidentemente un amigo, Duke mantenía las distancias. Cami sintió un desafío. La primera vez que se habían tocado, había sentido una chispa. Durante días, había soñado con él. El héroe de la novela romántica que estaba leyendo tenía sus características físicas. La noche anterior se había pasado cuarenta y cinco minutos en una tienda de lencería para comprarse algo nuevo solo porque esperaba encontrarse con él. ¿Había sentido él la misma chispa? ¿Sentía algo aquel hombre? Se dio cuenta de que las personas que rodeaban a Duke en aquel momento no lo tocaban. Era como isla. ¿Podría ser ella la que le hiciera sentir? Lo dudaba pero, por una vez, quería intentarlo. Duke le hacía querer reconfortarle, lo que le sorprendía aún más que el deseo sexual que había despertado en ella. Reconfortar a un hombre como Duke podría significar perder el corazón. Cami no sabía sentir emociones a medias.

Duke avanzó entre el tráfico de la tarde con facilidad. No había visto a Cami desde el picnic del fin de semana anterior. Ella le había invitado para ir a comprobar un evento que estaba organizando la empresa de restauración que había seleccionado. Como podría ver cómo funcionaba aquella empresa y cómo podría adaptarse a su sistema de seguridad, decidió ir con ella. En realidad, había estado evitándola desde el día del picnic. Sabía que había atravesado una barrera que no pretendía derribar al preguntarle si no había hombres en su vida. Por eso, estaba dando marcha atrás e intentando restablecer la distancia que siempre había mantenido entre los demás y él. Cami había querido ir en su coche, pero él había insistido. Estaba sentada a su lado, vestida con uno de sus habituales trajes, tarareando la música de Vivaldi que iban escuchando. Si se podía decir que alguna mujer era la primavera, esa era Cami, por mucho que ella tratara de ocultarlo. Trataba de mostrarse tranquila, cortés, como la chica del montón que quería ser, pero no lo conseguía. La verdadera mujer que llevaba dentro no dejaba de enviar destellos y era a aquella mujer a la que Duke quería conocer íntimamente. —Ahí está el desvío —dijo ella. Había estado teniendo sueños eróticos con ella y sus medias. Cuando se había

callada y taciturna. A pesar de aquel traje tan extravagante, era una dama hasta la médula. Los hombres la trataban corno a una hermana y las mujeres se sentían cómodas con ella porque no suponía ninguna amenaza. Si pudieran verle las piernas... Cuarenta y cinco minutos al día no podían competir con los dones de la naturaleza. De nuevo, el deseo se apoderó de él. Movió las piernas y dio las gracias por llevar traje y no pantalones vaqueros. Aquella sala estaba llena de mujeres mucho más atractivas y más disponibles, por lo que Duke se preguntó si habría perdido su impulso para el romance porque solo tenía ojos para una de ellas. Aunque se moría por tener a Cami en su cama, no la quería en su vida. Era una mujer muy dulce. En otra situación, se hubiera limitado a tomar lo que ella quería ofrecerle, pero no quería tratarla del modo en que le habían tratado a él toda su vida. ¿Por qué no podía ser la mujer corriente que quería ser? ¿Por qué no tenía la piel cubierta de granitos en vez de ser suave y translúcida? ¿Por qué no podía ser peor oradora o menos ingeniosa en vez de ser una mujer de talento e inteligencia? Incluso aquellas gafas estaban empezando a gustarle... Protestó por la falta de platos vegetarianos en el buffet, hasta que el chef le indicó otra de las mesas. Luego, pidió cerveza de importación y, a pesar de que solo compraban nacional, mandaron a alguien a buscar la que él quería. En conjunto, le agradó el servicio de restauración que Cami había elegido. Eran eficaces y serviciales. Cuando volvieron a reunirse al final de la tarde, ella tenía un aspecto cansado. Parecía una mujer que necesitaba un beso... Sin embargo, Duke no era el que debía dárselo. Aquella tarde se había demostrado sin duda que deseaba a Cami Jones. Se recordó que las cosas que más deseaba en la vida eran las que destruía. La vida le había mostrado siempre la misma rutina, la de la traición y la pérdida. Con treinta y tres años, era lo suficientemente maduro como para saber que no quería volver a repetir el ciclo.

Capítulo Tres

A Duke le pareció que la presentación a la junta de directores había ido bien, aunque él no había hecho más que pensar en su compañera. No podía evitarlo. Si alguna vez había conocido a una mujer que necesitara su protección, aquella era Cami Jones. Se ponía nerviosa por todo y, cada vez que algo iba mal, parecía que iba a estallar en mil pedazos. Había intentado gastarle bromas para ver si se relajaba pero muchas veces se preguntaba si aquello sería suficiente. Todavía les quedaban cuatro meses de trabajo en común, por lo que Duke esperaba que ella se hiciera más fuerte. Había tantas cosas que podían ir mal... La junta de directores era un grupo muy astuto de hombres y mujeres que habían hecho todo lo posible por llegar a la cima. Para ellos, una joven que se ocupaba temporalmente del puesto de coordinadora de eventos era una presa fácil, pero nunca se meterían con Duke. Por ello, quería proteger a Cami pero, en primer lugar, tendría que protegerse a sí mismo de ella. En cuanto la reunión terminó, Cami se puso de pie para marcharse rápidamente. Al mirar a la mesa, Duke se dio cuenta de que se había dejado el bolso. Ella estaba esperando el ascensor cuando logró encontrarla. —Pensé que ya habrías regresado a tu despacho —dijo él. —Max me pidió que fuera a concertar una cita con su secretaria para la semana que viene. —Te has dejado esto. Al extender la mano para recoger el bolso rozó la de Duke. Sobresaltada, dejó caer

el bolso al suelo. Enseguida, se inclinó para recoger todos los papeles que se habían esparcido por el suelo. Duke se puso a ayudarla. —Gracias —musitó ella, justo cuando se abrían las puertas del ascensor. —¿Sigues leyendo el mismo libro? —preguntó él. Cami se sonrojó y asintió—. ¿Te acuerdas que te dije que yo nunca había leído uno de esos? —Sí. —¿Por qué no me lees un párrafo mientras bajamos? —sugirió Duke, entregándole el libro. —No creo que eso sea buena idea —respondió ella, muy seria, mientras entraban en el ascensor. —¿Por qué no? —Porque... —Podría darte la sonrisa que me has estado pidiendo. Sabía que Cami no podría resistir aquel desafío durante mucho tiempo. Y tenía razón. Ella abrió el libro y lo abrió por la página que tenía marcada. Se sonrojó vivamente, por lo que Duke sospechó que aquella sería una de las partes más eróticas de la historia. —¿Por qué no lo lees tú mismo? —replicó Cami, entregándole el libro. De repente, las luces se apagaron y el ascensor se detuvo en seco. Cami gritó y, en la oscuridad, Duke sintió que se acercaba a él. Las luces de emergencia se encendieron, iluminando la escena con una luz tétrica. Ella levantó la mirada, con las gafas algo torcidas. Su pecho subía y bajaba rápidamente, como si le costara acostumbrarse a aquella situación. Con aquella luz, el vestido que llevaba puesto parecía femenino y muy atractivo. Tenía que calmarla, aliviar aquel temor innecesario. En realidad, lo que tenía que hacer era aplacar aquel deseo irracional y el único modo en el que podía hacerlo era besarla, aunque sabía que aquello la sobresaltaría. Una mujer que se sonroja al leer un pasaje de un libro no es una mujer experimentada. Suavemente, le quitó las gafas y se las guardó en un bolsillo que tenía en el vestido. —Bueno, ¿es esto lo que sentía ese Matt cuando la tenía entre sus brazos? —No te rías de mí, por favor. Él la miró a los ojos, grandes y marrones, y comprendió en aquel momento que la situación había dejado de ser una broma. Quería besarla y, en aquellos hermosos ojos, veía que Cami también quería besarlo. Se preguntó si habría estado pensando en él mientras leía aquel párrafo. —No me estoy riendo de ti. Aquella piel translúcida y los suaves y rosados labios le atraían. Cami siempre tenía un aspecto tan inocente, una inocencia que él quería saborear. Quería saber por sí mismo lo que se sentía al tenerla entre sus brazos. El aroma de ella lo envolvió como el del fuego en una noche de invierno. Como la primavera, olía a flores, Duke se sentía como el invierno, frío. Hacía mucho tiempo desde que los rayos del sol habían calentado su alma. —No estoy seguro de que pueda prometerte un abrazo que sea inocente. —No importa —dijo ella, rodeándole el cuello con los brazos y hundiendo los dedos entre el cabello de él. —Cielo, voy a lamentar esto. Se inclinó sobre ella y se apoderó de sus labios con un beso que venía directamente de su hambrienta alma. Como un hombre que no hubiera comido en mucho tiempo, se solazó en aquel festín. Inclinó la cabeza y le dibujó los labios con la lengua. El suave aliento de Cami le tentaba a profundizar un poco más, a saborear a la mujer que se escondía bajo aquellas ropas algo extrañas. Y así lo hizo. Introdujo la lengua entre los dientes y saboreó la esencia que era Cami. La estrechó

familia. Siempre pensé que Cami florecería del mismo modo que el Patito Feo». Horrorizada, se dio cuenta de que llevaba toda su vida huyendo de aquello. Se puso de pie y miró al reloj. Eran casi las cinco, hora de irse a casa. Necesitaba estar en su hogar para recuperar perspectiva y equilibrio. Tras recoger su maletín y su bolso, se marchó del despacho. Sonrió a todas las personas con las que se encontró y debió haberlo hecho bien porque nadie pareció darse cuenta de lo que le pasaba. Nadie se daba cuenta nunca de lo que le ocurría. Al salir del edificio, intentó recordar dónde había aparcado el coche. El utilitario marrón era tan poco llamativo como ella, por lo que le iba como anillo al dedo. El resto de los empleados salían del edificio en dirección a sus coches. Sin embargo, Cami no podía moverse. Por primera vez en mucho tiempo, se dio cuenta de quién era en realidad y le dolió mucho más que el beso en el ascensor. Sabía que tenía que tomar decisiones sobre su vida pero, ¿sería lo suficientemente fuerte como para realizarlas? —¿Cami? Duke. ¿Por qué no se habría alejado de la entrada para intentar encontrar su coche? —Sí. —¿Es que no vas a mirarme? —preguntó él. Cami había decidido que no lo haría. No quería volver a mirarle—. ¿Dónde está tu coche? Te acompañaré hasta él. —Puedo ir sola. Entonces, empezó a caminar como si supiera dónde iba. El lado izquierdo del aparcamiento estaba casi vacío y no se veía su coche. Al mirar a la derecha, lo vio al fondo. —¿Cami? —¿Sí? —respondió ella, negándose a mirarlo. —Ese beso... Aquel beso había sido uno en un millón. Cami se había sentido transformada completamente. Todavía podía saborearlo en la boca, sentir el cuerpo de Duke. Y él se había marchado de aquel ascensor sin decir nada. Rápidamente, se dirigió hacia su coche. Lo único que quería hacer era meterse en su vehículo y marcharse a casa, para poder reconstruir su mundo en el entorno de su hogar y de sus libros románticos. Sin embargo, también quería darse la vuelta y abofetearle. Aquel deseo de violencia la sorprendió Duke la agarró por el brazo. Ella intentó zafarse, pero él la sujetó más fuerte. Al mirarle a los ojos, vio una expresión que no pudo definir, algo que era más que un lamento. —No puedo hacer esto ahora —susurró ella. —Yo sonreiré si lo haces tú. Cami no podía creer lo que estaba oyendo. Estaba tendiéndole una rama de olivo, pero no era la que ella anhelaba en secreto. Seguramente, Duke había notado lo dolida que estaba y estaba intentando ser amable con ella. Le hubiera gustado engañarse y creer que había habido algo más, algún sentimiento que hubiera nacido en el corazón de él... Intentó mostrar su habitual entusiasmo, pero fue en vano. Por fin, consiguió darle una media sonrisa. —Venga, Cami. Dame esa sonrisa de mil vatios. Ella volvió a intentarlo. —No es culpa tuya. —¿Por qué no? —preguntó Duke. —Yo no soy la clase de chica para ti. Entonces, Cami se soltó de él y se alejó hacia el coche. Él acababa de confirmar lo que ella había sabido siempre. Estaba a punto de meterse en el vehículo cuando la

voz de Duke se lo impidió. —Tal vez no seas la chica adecuada, pero me resultas muy tentadora, cielo. Y no lo olvides. —¿Cómo es posible que yo te tiente? —Tienes unas piernas muy sensuales, una dulce sonrisa y una viva inteligencia — respondió él, acercándose al coche—. Esa es la combinación más tentadora que puede ofrecer una mujer. Entonces, se marchó antes de que ella pudiera responder, aunque nunca hubiera conseguido hacerlo. Tras cerrar la puerta del coche, trató de ahogar las lágrimas. Trató de convencerse de que aquella era la actitud que Duke siempre seguía en sus relaciones. Sin embargo, su corazón se resistió a creerlo. Tenía que haber mucho más en Duke Merchon que una serie de movimientos ensayados. Y ella iba a tratar de sacarlos a la luz.

Capítulo Cuatro

Aquella noche Duke no cenó para poder terminar un informe que tenía que estar en el escritorio de Max a primera hora de la mañana. El despacho estaba tranquilo, justo como a Duke le gustaba. Aunque Cami había llamado dos veces para hablar sobre el equipo de seguridad y del servicio de restauración, no había tenido mucho tiempo para charlar con ella. En realidad, seguía evitándola. Implicarse sentimentalmente con Cami había sido lo peor que hubiera podido hacer. Tras su comportamiento no sabía cómo ella iba a tratarle. Después de la energía y la pasión de aquel beso... Cami le había llegado al corazón. Empezó a recordar las cosas que anhelaba de niño, cosas que creía que el dinero y el prestigio habían sustituido. Sin embargo, mientras contemplaba el cielo de Atlanta, se dio cuenta de que no había sido así. Seguía anhelando el respeto, la aceptación y una familia. Se metió la mano en el bolsillo y sacó el anillo de Rebecca. Ella formaba todavía una parte muy importante del niño que había sido y del hombre en el que se había convertido. Su muerte le había enseñado que estaba demasiado dedicado a su trabajo para tener una vida familiar. Su muerte le había hecho comprender que estaba hecho para vivir solo. Volvió a leer la inscripción que había en el interior de la alianza. Dos en contra del mundo. Habían sido el uno la familia del otro, pero Duke la había perdido. La oscuridad que había en su interior le había asegurado que nunca tendría nada duradero con la encantadora Cami Jones. Era ella demasiado dulce para la amargura que había dentro de él. La noche anterior había visto las lágrimas que ella tenía en los ojos. Verla tan triste había dejado una marca en la armadura con la que protegía su corazón. Ver su energía reemplazada por aquel aire solemne resultaba descorazonador. Le recordaba al orfanato. Primero, no había hablado durante los seis primeros años. Luego, se había ensimismado tanto en su mundo que los posibles padres adoptivos se habían sentido intimidados por él y por su silencio. A primera vista, el orfanato parecía un lugar acogedor y agradable, pero en el interior solo había frías habitaciones y silenciosos pasillos. Ni padres, ni hermanos con los que compartir sus recuerdos. Aunque hubiera tenido una pequeña esperanza de tener una relación con Cami Jones, había muerto con aquellos recuerdos. No quería arrebatarle su creencia en el mundo que se había creado a través de los libros. Sabía que su realidad y la de ella no se mezclarían bien. Eran completamente opuestas y Cami se merecía algo mejor. A pesar de que, desde el principio, siempre había sabido que ella no era para él, se había sentido tentado, tal vez por el sentimiento hogareño que Cami evocaba en su