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Orientación Universidad
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Feminidad criminología, Resúmenes de Criminología

Compendio de criminología y la feminidad dentro de las conductas antisociales

Tipo: Resúmenes

2021/2022

Subido el 07/03/2022

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CRIMINOLOGÍA Y PERSPECTIVA DE GÉNERO:
LA DELINCUENCIA JUVENIL FEMENINA1
Criminology and gender perspective:
Female juvenile delinquency
SERGIO CÁMARA ARROYO
Universidad Nacional de Educación a Distancia
scamara@der.uned.es
Cómo citar/Citation
Cámara Arroyo, S. (2020).
Criminología y perspectiva de género: la delincuencia juvenil femenina.
IgualdadES, 3, 519-555.
doi: https://doi.org/10.18042/cepc/IgdES.3.09
(Recepción: 30/06/2020; aceptación tras revisión: 06/10/2020; publicación: 18/12/2020)
Resumen
La delincuencia juvenil femenina es un sector minoritario dentro de un sector
minoritario, que es la delincuencia femenina. A pesar de haber sido ignorado durante
mucho tiempo por la criminología, en los últimos años ha recabado la atención de
los estudiosos de esta disciplina, ante su posible aumento en la última década. En
el presente estudio se analizará la delincuencia juvenil femenina en España desde la
perspectiva de género, atendiendo específicamente al modo en el que los comporta-
mientos antisociales de las menores se manifiestan, así como al análisis de los espacios
criminógenos más relevantes en la actualidad en los que se ha registrado un aumento
1 Esta investigación se ha realizado durante el programa de estancias de investigación
postdoctorales de la UDIMA 2019-2020. Asimismo, el presente artículo se ubica en
el marco de una investigación más amplia que conformará un corpus único sobre la
delincuencia juvenil femenina, en forma de tesis doctoral del Programa de Ciencias
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CRIMINOLOGÍA Y PERSPECTIVA DE GÉNERO:

LA DELINCUENCIA JUVENIL FEMENINA^1

Criminology and gender perspective:

Female juvenile delinquency

SERGIO CÁMARA ARROYO

Universidad Nacional de Educación a Distancia scamara@der.uned.es Cómo citar/Citation Cámara Arroyo, S. (2020). Criminología y perspectiva de género: la delincuencia juvenil femenina. IgualdadES , 3, 519-555. doi: https://doi.org/10.18042/cepc/IgdES.3. (Recepción: 30/06/2020; aceptación tras revisión: 06/10/2020; publicación: 18/12/2020) Resumen La delincuencia juvenil femenina es un sector minoritario dentro de un sector minoritario, que es la delincuencia femenina. A pesar de haber sido ignorado durante mucho tiempo por la criminología, en los últimos años ha recabado la atención de los estudiosos de esta disciplina, ante su posible aumento en la última década. En el presente estudio se analizará la delincuencia juvenil femenina en España desde la perspectiva de género, atendiendo específicamente al modo en el que los comporta- mientos antisociales de las menores se manifiestan, así como al análisis de los espacios criminógenos más relevantes en la actualidad en los que se ha registrado un aumento (^1) Esta investigación se ha realizado durante el programa de estancias de investigación postdoctorales de la UDIMA 2019-2020. Asimismo, el presente artículo se ubica en el marco de una investigación más amplia que conformará un corpus único sobre la delincuencia juvenil femenina, en forma de tesis doctoral del Programa de Ciencias Forenses de la UAH.

520 SERGIO CÁMARA ARROYO de la actividad delictiva de las mujeres jóvenes y menores de edad: la violencia intra- familiar y la cibercriminalidad. Palabras clave Agresión relacional; ciberdelincuencia; COVID-19; criminología feminista; delincuencia juvenil; género; igualdad. Abstract Female juvenile delinquency is a minority sector within a minority sector, which is female delinquency. Despite having been ignored for a long time by Criminology, in recent years it has attracted the attention of scholars of this discipline, given its possible increase in the last decade. In this study, female juvenile delinquency in Spain will be analyzed from a gender perspective, paying specific attention to the way in which the antisocial behaviors of girls are manifested; as well as the analysis of the most relevant criminogenic spaces at present, in which there has been an increase in the criminal activity of young women and minors: intrafamily violence and cyber- crime. Keywords COVID-19; cybercrime; equality; feminist criminology; gender; juvenile delin- quency; relational aggression.

522 SERGIO CÁMARA ARROYO aseguran que para tratar de explicar la delincuencia de las jóvenes «hemos de hablar por tanto de multicausalidad y de interdependencia de las mismas, sin que en la actualidad exista un modelo teórico explicativo único y consensuado en el que quede claramente delimitadas y cuantificadas las variables intervi- nientes». La investigación sobre las diferencias presentes en el desarrollo entre los jóvenes varones y las mujeres, es un área de estudio relativamente nueva dentro de la criminología (Romero Mendoza, 2003). La criminalidad infantil femenina comenzó a estudiarse específicamente a finales de los años sesenta del pasado siglo, momento en el que, con el movimiento de liberación de la mujer, comienza a percibirse socialmente un aumento considerable de la misma (Montañés Rodríguez, Bartolomé Gutiérrez et al. , 1999; Bartolomé Gutiérrez, 1999; Pozo Gordaliza, 2011; Ondarre, 2017). Como indican muy acertadamente Sherman y Balck (2015), un argumento fundamental para enfocarse en las niñas radica en los principios de equidad e igualdad. La equidad en el campo de la justicia juvenil significa un sistema diseñado para abordar de manera justa y significativa las circuns- tancias individuales de las niñas, así como las preocupaciones colectivas de las niñas como grupo. No significa replicar lo mismo que existe para los niños, particularmente cuando ese sistema es, frecuentemente, demasiado punitivo e ineficaz. Significa crear sistemas estructurados con una comprensión, respeto por el género y las diferencias individuales. Actualmente existe una convicción generalizada en la comunidad académica sobre la necesidad de introducir en el estudio de las ciencias sociales, económicas, políticas y jurídicas la denominada perspectiva de género. La crimi- nología no ha sido, ni mucho menos, ajena a esta demanda (Heidensohn, 2003). Como disciplina que estudia el fenómeno criminal y a sus autores en conjunto, tanto el sexo, entendido como la diferenciación puramente biológica que define y distingue fisiológicamente a hombres y mujeres, como el concepto social de género, que comprende la construcción social, psico- lógica y cultural de lo que es ser un hombre o una mujer en nuestras sociedades contemporáneas, han sido integrados tanto en los trabajos teóricos como en la investigación empírica criminológica (Belknap, 2001; Bloom et al. , 2005). La perspectiva de género se ha convertido en los últimos años en una herramienta metodológica (un enfoque) y programática (generador de políticas sociales) exigible en todos los campos de estudio jurídicos, sociales y políticos. Sin embargo, históricamente se ha ignorado a la población delictual juvenil femenina con base en el paradigma «género-crimen» (Brown et al. , 2010). Como expone Pozo Gordaliza (2011: 403; 2012b: 270), las menores delin- cuentes «han sido definidas y estudiadas por el sexo, no por el género. Esto ha provocado una distorsión en la fotografía».

CRIMINOLOGÍA Y PERSPECTIVA DE GÉNERO: LA DELINCUENCIA JUVENIL FEMENINA 523 Recientemente han comenzado a realizarse investigaciones diferen- ciales acerca de los factores de riesgo de comisión del delito entre infractores menores de edad de ambos sexos, donde se establecían algunas diferencias importantes que pueden resultar de utilidad a la hora de prevenir la delin- cuencia juvenil femenina (Farrington, y Painter, 2004; Wong, 2012). Desde la óptica del control social intrafamiliar, el aprendizaje social y las tesis de la tensión pueden establecerse algunas diferencias fundamentales en la delin- cuencia juvenil según su género. La construcción teórica de los feminismos ha influido de manera determinante en la traslación de la perspectiva de género al campo de la criminología en general, y en particular al estudio de la menor infractora (Del Olmo, 1998; Romero Mendoza, 2003). Bajo el paraguas de las perspectivas criminológicas feministas (Maqueda Abreu, 2014), como resumen Belknap y Holsinger (2006), las variables que conducen al comportamiento problemático de las menores pueden atribuirse a una variedad de fuentes: roles de género socializados, opresión estructural, vulnerabilidad al abuso de los hombres y respuestas femeninas a la combi- nación de factores de riesgo. En otras palabras, las historias de niñas y niños en la delincuencia pueden ser parcialmente específicas de género, con diferencias en los procesos de desarrollo, comportamientos problemáticos resultantes, etc. Una de las corrientes doctrinales que operan dentro de los estudios de género, y que se han ocupado de la delincuencia de las menores de edad, es la llamada «teoría feminista de la delincuencia de la mujer» (Daly y Chesney-Lind, 1988). Según Chesney-Lind (1989: 19-20), principal impulsora de la teoría feminista explicativa de la delincuencia juvenil femenina, esta corriente de pensamiento no se basa exclusivamente en la influencia de los roles de género, sino que también significa la construcción de explicaciones sobre el compor- tamiento femenino que sean sensibles al contexto patriarcal, el papel de las agencias de control social en el mantenimiento de las desigualdades de género y a la situación de las niñas desde una perspectiva interseccional. Se trata de focalizar la investigación de la delincuencia juvenil desde una perspectiva individualizadora por razones de género que atienda no solamente al contexto (el papel de la menor en la sociedad), sino a la propia menor y su mundo como protagonista y axioma principal del estudio (Chesney-Lind y Shelden, 2004; Chesney-Lind y Pasko, 2004; Chesney-Lind, 2007). Las teorías feministas también examinan la criminalidad femenina como un reflejo de las situaciones de las vidas de mujeres y niñas y sus intentos de sobrevivir (Chesney-Lind, 1997; Chesney-Lind y Bloom, 1997). Esta escuela criminológica examina el rol que juegan las desigualdades de género en los factores de riesgo para la comisión de hechos delictivos, y también cómo afectan tales desigualdades en la naturaleza de los delitos cometidos por las jóvenes. Su principal esquema conceptual fue desarrollado

CRIMINOLOGÍA Y PERSPECTIVA DE GÉNERO: LA DELINCUENCIA JUVENIL FEMENINA 525 por Aedo Rivera en 2014. No obstante, el trabajo se centra en la compa- rativa entre el sistema penal juvenil español y chileno en materia de género y cita alguna de las obras científicas de mi autoría precedentes a esta investi- gación, por lo que considero pertinente avanzar aún más en la investigación criminológica de esta temática. En cuanto a Pozo Gordaliza, probablemente después de Bartolomé Gutiérrez sea la autora que con mayor profundidad y más modernamente se haya ocupado del fenómeno de la delincuencia juvenil femenina, si bien desde la óptica de la sociología y, sobre todo, fundamental- mente desde la pedagogía social y preventiva. A estas investigaciones deben unirse, como parte fundamental de este trabajo de investigación, aquellas que ya he tenido oportunidad de realizar y publicar como parte del continuo proceso de estudio y análisis que ha dado origen a este escrito (Cámara Arroyo, 2011, 2013). No es mi intención en este trabajo abordar todas las teorías criminoló- gicas que se han ocupado de explicar el delito de las menores de edad (Cámara Arroyo, 2013; Aedo Rivera, 2014). Baste decir, al respecto, que el renovado interés por este sector de la delincuencia juvenil se debe, en gran parte, al percibido incremento de las menores en los sistemas de justicia juvenil. II. EL AUMENTO DE LA PRESENCIA DE LAS MENORES EN LOS SISTEMAS DE JUSTICIA JUVENIL Durante las últimas décadas se han venido realizando toda suerte de pronósticos acerca del posible aumento de la delincuencia femenina y, recien- temente, algunos estudios de ámbito internacional han focalizado la cuestión en el área de las menores de edad (Bloom y Covington, 2001; Miller, Leve y Kerig, 2012). No existe consenso acerca de la explicación de tal fenómeno crimi- nógeno. Como resume Carrington (2013), en el debate sobre la etiología de un repunte de la delincuencia juvenil femenina en algunos territorios (EE. UU., Reino Unido, Canadá, etc.) se han dibujado dos bandos opuestos: mientras que los informes oficiales de crímenes y un sector doctrinal indican que la brecha de género se ha reducido en las últimas dos décadas (Lauritsen et al ., 2009), otros argumentan que esto se debe en gran parte al recrudecimiento de los sistemas de política criminal juvenil, que han derivado en aumentos en el número de arrestos de niñas por comportamientos que en el pasado no eran vigilados o directamente eran pasados por alto (Chesney-Lind y Paramore, 2001; Batchelor y Burman, 2004; Chesney-Lind, 2004; Zahn et al. , 2008; Steffensmeier y Schwarz, 2009; Sherman y Balck, 2015; Sherman, 2016; en nuestro país, Fernández et al. , 2009). En apoyo de esta última visión, hay que

526 SERGIO CÁMARA ARROYO tener en cuenta que en algunos Estados se han implementado estrategias de política criminal menos punitiva, reduciéndose considerablemente la tasa de arrestos de las menores (Patino y Moore, 2015; Patino y Sanders, 2016; Vera Institute of Justice, 2017). Por otra parte, algunas investigaciones apuntan a un cambio en la última década, tanto cuantitativo como cualitativo, en los patrones de comportamiento antisocial y violento de las adolescentes respecto a los varones de la misma edad (Odgers et al ., 2007). Una tercera explicación argumenta que «no es que las chicas estén adoptando conductas propiamente masculinas, sino que comparten con los chicos una forma de comportarse normativa en los jóvenes de nuestra sociedad, especialmente en contextos de ocio y con los iguales, que incluye la participación en conductas antisociales» (Bartolomé y Montañés, 2007: 287; Bartolomé et al. , 2009: 10). Si la delincuencia juvenil femenina solamente ha aumentado en algunas tipologías delictivas, una posible explicación para este patrón podría ser la respuesta cambiante de la policía, cambios legislativos de endurecimiento de la norma penal, así como cambios en materia de prevención del delito o política criminal (Zahn et al ., 2008). Asimismo, es importante tener en cuenta la percepción subjetiva de la población (miedo a la delincuencia juvenil) en relación con las conductas antisociales reales de las jóvenes (Chesney-Lind y Eliason, 2006). Algunos países han tratado la cuestión, como es el caso de Canadá, llegando a asegurar que un área que se relaciona, tanto con la percepción sobre un aumento de la violencia, como con una tasa de incidencia creciente real, es el de las adolescentes (Leschied et al ., 2000). Así, por ejemplo, Reitsma-Street (1999) considera que esta tendencia de procesar a más niñas a través del sistema de justicia juvenil refleja prácticas discriminatorias y el mayor temor al delito de las niñas en general, a pesar de las bajas tasas reales de denuncias oficiales. Al igual que ocurre en otros países, en España algunos informes apuntan al crecimiento de la presencia de las menores en nuestro sistema de justicia juvenil en la última década (Graña Gómez y Rodríguez Biezma, 2010: 8). Según los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), en 2018 el número de infracciones totales cometidas por las menores asciende al 19,49 % del total, pasando al 21,3 % de las condenas. En los últimos diez años de la estadística conocida ha habido un incremento aproximado del 6 % en las condenas impuestas a las niñas por la comisión de hechos delictivos, muy parejo al incremento de infracciones cometidas. Aunque pudiera explicarse parcialmente por el cambio de política criminal operado en 2015, con la supresión de las faltas y su conversión en delitos leves o menos graves, lo cierto es que esta tendencia al alza ya se estaba produciendo en años anteriores a la reforma. Comparativamente, la tasa de infracciones cometidas por las

528 SERGIO CÁMARA ARROYO posteriormente en 2011 con una tendencia a la baja. Sin embargo, las deten- ciones de las chicas han crecido ligeramente en términos longitudinales: en los años de mayor descenso de detenciones, las menores se mantenían en unas cifras más estables que los varones, y en el momento de repunte han experimentado una igual subida. A pesar de los malos datos de 2016 y 2017, las detenciones de niñas han descendido ligeramente en 2018, encontrándose por debajo de las ratios de 2011-2014. Puede afirmarse que, para las cifras absolutas de detenciones, la brecha de género no ha dismi- nuido considerablemente en los últimos años. Sin embargo, mientras que longitudinalmente el decrecimiento de las detenciones de los varones ha sido prácticamente constante, en los mismos términos el aumento de las deten- ciones de las menores de la misma edad ha sido más acusado. Una de las tipologías delictivas para las que ha subido el número de detenciones son las lesiones, que han experimentado un repunte en los últimos años. Esto podría interpretarse como un mayor uso de la violencia física por parte de las menores, así como una mayor implicación en peleas. No obstante, si a las cifras se le suman las faltas de lesiones (ahora delitos leves), compro- bamos que las cifras pre y post reforma penal de 2015 se homogeneizan en gran medida. En conclusión, si bien es cierto que los arrestos por lesiones han engrosado la cifra total de detenciones de las menores de edad, no puede interpretarse un cambio cualitativo radical respecto al modo de expresar la agresividad de las menores. Puede que las menores en España se hayan vuelto más activas en el ámbito de la violencia física en los últimos años, pero no son mucho más violentas. Una tipología que sí presenta un progresivo aumento en el número de detenciones son los malos tratos en el ámbito familiar. Se trata de una clasi- ficación que ha merecido la atención de los criminólogos que han estudiado las diferentes vías de acceso de los niños y niñas a los sistemas de justicia juvenil. Además de ello, se trata de una categoría que se integra dentro de la agresión relacional, de especial prevalencia en las menores infractoras. Lo mismo puede predicarse de los delitos contra la libertad, para los que las detenciones también han aumentado en los últimos tres años y que engloban fundamentalmente agresiones verbales (amenazas) e indirectas (coacciones, delitos contra la integridad moral, stalking ). Una constante preocupación expuesta en las memorias de la Fiscalía General del Estado (FGE) es el incremento de los delitos de violencia doméstica o intrafamiliar (FGE, 2008: 756). Se trata de ilícitos que son cometidos de manera cada vez más paritaria por ambos sexos, detectándose un incremento las cifras de infractoras: cada vez se tiende a una mayor equiparación entre el número de victimarios hijos e hijas (FGE, 2011: 1352; 2013: 413). Es una tipología delictiva con un porcentaje alto de reincidencia y, ciertamente,

CRIMINOLOGÍA Y PERSPECTIVA DE GÉNERO: LA DELINCUENCIA JUVENIL FEMENINA 529 parece que la política de actuación en estos casos se ha recrudecido, lo que puede suponer un incremento de la actividad de la Administración de Justicia Juvenil para las menores de edad (FGE, 2009: 855; 2010: 1009; 2011: 1052). En el ejercicio de 2011 se advertía un ligero descenso de esta clase de criminalidad, aunque no de carácter relevante, lo que llevaba a caracteri- zarla, en realidad, de estabilización (FGE, 2012: 1089). En efecto, este ligero decrecimiento no se mantuvo en los siguientes años, subiendo en 2012 y manteniendo una progresión constante (FGE, 2015: 492; 2016: 537; 2018: 677), hasta el punto de ser nombrada por la Fiscalía como verdadera «lacra social» (FGE, 2012: 955), «mal endémico de la sociedad» (FGE, 2018: 678) o «drama humano» (FGE, 2014: 442). De hecho, se advertía el creciente uso de medidas cautelares en las situaciones de violencia filioparental y doméstica, lamentando la excesiva judicialización del problema (FGE, 2013: 413-414; 2017: 594; 2018: 678). Finalmente, muy conectado con el ligero ascenso de los delitos contra la libertad sexual ( grooming , pornografía infantil), pero sobre todo con la preocu- pación existente respecto a los delitos cometidos a través de las TIC por parte de los y las menores, también debe hacerse alusión a algunas tipologías perte- necientes al descubrimiento y difusión de secretos (sexting, sex casting) , así como a toda una constelación de comportamientos englobados en el ámbito de la agresión como son las coacciones, injurias y amenazas, muchas veces pertenecientes a ámbito criminológico del denominado ciberacoso escolar (cyberbullying) o ciberacecho (cyberstalking). En consecuencia, a la luz de los datos antes expuestos, se puede decir que «la delincuencia juvenil femenina es minoritaria, pero estable» (Cámara Arroyo, 2011; 2013). Se podría añadir que dentro de esta tendencia a la estabilidad en los últimos cinco años se ha producido un ligero incremento de la participación de las menores en infracciones delictivas, sin que de ello pueda extraerse una conclusión alarmista respecto a la delincuencia juvenil femenina. En cuanto a la tendencia para los próximos años, hay que tener en cuenta que debido al periodo de confinamiento como resultado del estado de alarma decretado en marzo de 2020 con motivo de la pandemia de la COVID-19, cualquier estimación estará viciada por este contexto coyuntural. Además de ello, el distanciamiento social y la permanencia en el hogar pueden tener una especial relevancia en el ámbito de la delincuencia juvenil, por sus especiales características, pues se trata de una delincuencia muy expresiva, de carácter eminentemente grupal y que tiende a asumir situaciones de riesgo u oportu- nidad (García Pérez, 1999; Vázquez González, 2019). Llegados a este punto, cabe preguntarse varias cuestiones fundamen- tales: en primer lugar, por qué determinadas conductas delictivas relativas a

CRIMINOLOGÍA Y PERSPECTIVA DE GÉNERO: LA DELINCUENCIA JUVENIL FEMENINA 531 culturales de su género. En concreto, algunos estudios atienden a la interna- lización de la agresividad por parte de las jóvenes, en lugar de su expresión dinámica o externa, que correspondería a una reacción más habitual en los varones (Leadbeater et al. , 1999). De este modo, la agresividad de las chicas y los chicos, aun cuando experimenten los mismos sentimientos de ira, enfado y frustración, tiene vías diferentes de manifestación. Debido a la configuración fisiológica de nuestros cerebros, existe una mayor prevalencia de la activación del enfado o la cólera en los hombres (amígdala más desarrollada y su relación con la testosterona). Lo cierto es que algunas investigaciones apuntan a que las menores y jóvenes cometen delitos violentos similares a los de los niños, pero involu- crando principalmente a otras personas del mismo género, utilizándolas por razones de estatus y jerarquía social (Smith-Adcock y Kerpelman, 2005). Uno de los modos habituales en los que se manifiesta la agresividad en las jóvenes es a través de los ataques dirigidos a los vínculos sociales de sus víctimas. Es lo que se ha venido a denominar agresión relacional, que puede definirse como una forma de agresión en la cual el daño es causado a otra persona al amenazar o dañar sus relaciones sociales. Debido a que va en contra de las normas de género convencionales que las mujeres actúen violentamente, estas a menudo usan la agresión relacional para lastimar a otros, generalmente a otras mujeres jóvenes (Le, 2012). Esto puede relacionarse con algunos estudios que indican que las menores utilizan formas más indirectas de agresión a medida que ingresan en la adolescencia (Stattin y Magnusson, 1989; Pulkkinen, 1992). Concep- tualizar la agresión en las niñas como relacional o social tiene el potencial de capturar mejor los problemas de desarrollo de las adolescentes. Las niñas, más que los niños, se socializan en la cultura para valorarse y definirse dentro de las relaciones. Por lo tanto, tiene sentido que el comportamiento agresivo pueda tomar la forma de aspectos perjudiciales de la relación entre las niñas en lugar de la expresión más física utilizada por los niños (Leschied et al ., 2000). A partir de los 10-11 años se observa un cambio en el proceso de agresividad en las menores; autores como Talbott (1997), Schlossman y Cairns (1993) o Björkqvist y Niemela(1992) sugieren que este cambio podría acompañar a una mayor capacidad para procesar relaciones sociales más complejas que reflejen una inteligencia social creciente. Ahora bien, si esta capacidad tiene un componente biológico diferencial más fuerte, simplemente es producto del curso de maduración social de la menor o ambos no está convenientemente acreditado. Todo apunta a que se trata de una interacción de ambos factores: una predisposición de carácter biológico y la adquisición de mayores o menores habilidades sociales durante el proceso de socialización de la menor (Eron, 1992). Así, según Talbott (1997), las menores con mayor tendencia a expresar

532 SERGIO CÁMARA ARROYO su agresividad mediante métodos directos son aquellas que se caracterizan por tener «poca conciencia cognitiva social» y ser incapaces de «mantenerse al día con los complejos intercambios en el grupo social». Según algunos autores, la incapacidad de generar soluciones alternativas al conflicto radica en la base de la agresión relacional de las niñas antes de la adolescencia (Leschied, et al ., 2000). En cualquier caso, las cifras de delincuencia juvenil evidencian que las niñas también participan en la intimidación, pero esta adopta una forma diferente y más sutil. Los niños que intimidan usan preferentemente la denominada intimidación física o directa, esto es, la amenaza de causar lesión física. Sin embargo, las niñas son más propensas a usar los chismes y las técnicas de exclusión social. Están en una buena posición para hacer esto porque, a diferencia de los niños, las niñas se unen con otras niñas al compartir secretos. Si luego se enojan o se ponen celosas (por la apariencia física, la ropa, un niño o la popularidad percibida) pueden usar esos secretos para comenzar un rumor hiriente o vergonzoso. Con las redes sociales como la mensajería instantánea y el video en línea, los rumores a menudo se propagan de manera rápida y generalizada. Finalmente, el conflicto puede convertirse en una confrontación física. La agresión relacional es mucho más sutil que la física (actos encubiertos), por lo que su detección y denuncia es menos frecuente (Odgers et al. , 2005). Además de ello, existe una tendencia a minimizar su impacto, considerando que es un tipo de agresividad que genera daños morales no cuantificables. Sin embargo, algunos estudios han señalado que la agresión social no es menos dañina que la agresión física (Prothrow-Stith y Spivak, 2005; Graves, 2007; Letendre, 2007). Llevadas hasta sus últimas consecuencias, la agresión social puede generar desequilibrios psicológicos de carácter grave (depresión, ansiedad, sentimiento constante de miedo, etc.) y puede tener un fuerte impacto en la red de relaciones de la víctima, hasta el punto de llevarla a una situación de aislamiento. Este tipo de agresión relacional puede allanar el camino para las escaladas de violencia, pudiendo jugar un papel clave en la formación del contexto dentro del cual ocurren actos de agresión más graves (Odgers y Moretti, 2002). Según Crick y Dodge (1994) los procesos de socialización diferencial por género, así como las tendencias biológicas producto del dimorfismo sexual, se relacionan con la prevalencia de la agresión relacional en las menores. Según su investigación, los niños están más «orientados instrumentalmente», esto es, orientados al poder, agresivos externamente, controlando eventos externos, mientras que las niñas tienden a estar más orientadas interpersonalmente, al mundo del establecimiento de conexiones y relaciones. La mayor parte de los estudios relativos a la expresión de la agresividad en las menores de edad hacen mención a la importancia del contexto de la

534 SERGIO CÁMARA ARROYO sugieren que las niñas se intensifican primero a través de la manipulación socializada relacional que, en algunos casos, logra una expresión física. También puede relacionarse con la forma en la que las menores interactúan socialmente y construyen las relaciones de poder. Así, Miller (1991) sugería que un modelo de interacción de poder-sobre (power-over) es más común en los hombres y que las mujeres frecuentemente usan un modelo de poder-con (power-with) , que permite una mayor mutualidad e igualdad dentro de las interacciones. Sobre esta cuestión, relativa al modo de operar de la menor delincuente como búsqueda del poder se ha evidenciado también en algunos estudios empíricos. En su investigación, Morton y Leslie (2006) explican que, en el caso de las menores internas, el poder había sido definido de manera negativa (en contraposición al concepto positivo feminista de empodera- miento ). Así, el poder se había derivado de haber manipulado a otros, de haber asaltado a otros, de haber abatido a otros, de haber controlado a otros o de haber usado a otros para su beneficio. En lugar de sentirse eficaces, poderosas y mantener el control a través del cuidado de los demás, las niñas habían derivado su efectividad, poder y control de manera agresiva, antagónica y manipuladora. IV. LOS ESPACIOS CRIMINÓGENOS DE LA PANDEMIA Y SU INCIDENCIA EN LA DELINCUENCIA DE LAS ADOLESCENTES Recientemente, hemos vivido una situación de recogimiento debido a las pautas de distanciamiento social impuestas por el estado de alarma promulgado por el Real Decreto 463/2020, de 14 de marzo, por el que se declara el estado de alarma para la gestión de la situación de crisis sanitaria ocasionada por la COVID-19. Esta situación de confinamiento también puede guardar relación con los procesos delictivos propios de la menor infractora en la actualidad: se puede intensificar en algunos puntos el proceso relacional delictivo. Determinadas tipologías delictivas pueden no ver sus cifras reducidas e, incluso, pueden aumentar precisamente como resultado del encierro de las menores durante el estado de alarma. Así, tendríamos dos entornos criminógenos cruciales en el análisis: el convivencial, sea con la familia de la menor o, en menor número de casos, con su pareja; y, en segundo lugar, como vía de escape a una realidad física enconsertada, el entorno online. Se trata de ilícitos que se cometen en el ámbito de las relaciones familiares y la convivencia o que no requieren del espacio externo para su comisión. Son tipologías que tienen una relativa tendencia a la alza en los últimos años y el

CRIMINOLOGÍA Y PERSPECTIVA DE GÉNERO: LA DELINCUENCIA JUVENIL FEMENINA 535 confinamiento puede crear nuevas oportunidades para la comisión de esta clase de infracciones en las mujeres menores de edad. De esta cuestión se ha ocupado Rosa Burgos (2020) en su artículo confec- cionado a través de fuentes policiales, medios de comunicación y algunas cifras provisionales de organismos estatales durante el tiempo de confinamiento. En su texto se hace alusión al nuevo contexto criminógeno en tiempos de la pandemia, donde se destaca la posible proliferación de delitos pertenecientes a la esfera doméstica y al ciberespacio. En concreto, sobre este último extremo la autora apunta a algunas tipologías delictivas que pueden verse incremen- tadas durante el estado de alarma: el aumento del uso de internet durante la crisis sanitaria puede favorecer situaciones como el cyberbullying , ciberacoso o grooming (añadimos también el cybestalking ), estafas y fraudes online , así como hacking y otros delitos de descubrimiento, revelación y difusión de secretos. Asimismo, se advierte que el uso desmedido de la red también se torna vulnerable para los jóvenes y menores ante los grupos de radicalización violenta, que aprovechan las redes sociales o los videojuegos en línea para identificar y captar nuevos miembros. Otros delitos que pueden haber incrementado su número con motivo del estado de alarma son los relativos al orden público, en concreto los atentados contra la autoridad y los delitos de resistencia o desobediencia. Es posible que durante el tiempo de confinamiento obligatorio aquellos menores que no hayan respetado las normas incluidas en los decretos de estado de alarma tengan más encontronazos con los agentes de la autoridad. Nuevamente me remito a lo expuesto por Rosa Burgos (2020), que alude a varias tipologías relacionadas con esta categoría, tales como los contenidos en los arts. 557-562 CP. Se recogen aquí mensajes con información falsa que tratan de provocar una rebelión o alterar la paz pública, como los que convocaban manifestaciones contra deter- minadas personas, autoridades o instituciones, la quema de contenedores, daños a las fachadas o saltarse el confinamiento.

  1. MENOR INFRACTORA Y VIOLENCIA INTRAFAMILIAR: UNA CONSTANTE TENSIÓN DURANTE EL CONFINAMIENTO Después de sus compañeros, los miembros de la familia son el segundo objetivo más común de la violencia de las niñas. Es más probable que las niñas participen en agresiones agravadas y simples contra adultos miembros de la familia. Cuando una niña usa la violencia contra un miembro de la familia, el objetivo más común es uno de los progenitores, generalmente la madre. Como se ha expuesto, existen evidencias empíricas de que la violencia intrafamiliar ejercida por las menores se encuentra en aumento en los últimos años. Además, parece existir una diferencia cualitativa en cuanto a la forma de

CRIMINOLOGÍA Y PERSPECTIVA DE GÉNERO: LA DELINCUENCIA JUVENIL FEMENINA 537 recogen varias tipologías sobre la etiología de la violencia intrafamiliar y las menores de edad. Según las autoras, un estudio a nivel nacional en EE. UU. identificó cuatro tipologías de «batería doméstica adolescente»: a) defensivo: la joven se defiende del abuso de un padre o cuidador; b) aislado: estrés inusual que resulta en un evento único; c) caos familiar: caos generalizado en el hogar que resulta en violencia, y d) escalada: jóvenes que tienen un perfil más típico de delincuencia y tienen más probabilidades de cometer otro delito. Al respecto, expone Pozo Gordaliza (2011: 307-308 y 416; 2013b: 186-187) que el maltrato o violencia intrafamiliar están relacionados con el mal comportamiento en sus casas, pero también se ha percibido una cuasi relación entre haber padecido violencia en el hogar y el delito por maltrato de las jóvenes. En un similar sentido, Cummings y Leschied (2001) encontraron que el proceso de violencia intrafamiliar manifestado como peleas físicas y verbales con sus padres habían comenzado debido al comportamiento de las propias chicas o por el comportamiento errático de ambos (no escuchar, mencionar determinados temas conflictivos, padres estresados, etc.). En cuanto a los factores de riesgo que pueden predecir este tipo de violencia en el seno de la familia en el caso de las menores (Wong, 2012), los métodos de crianza inadecuados se asocian con la delincuencia juvenil en general, pero el monitoreo de los padres (paradero, actividades y amistades de la niña) estaba relacionado negativamente con la delincuencia femenina. La baja participación de los padres en la escuela también pone a las mujeres en mayor riesgo de convertirse en delincuentes. La baja divulgación infantil (lo que los adolescentes y los adultos jóvenes realmente les dicen a sus padres) parecía estar relacionada con la delincuencia de las niñas. Las chicas que rara vez están en el hogar, un factor que refleja el control de los padres, tienen más probabilidades de ser delincuentes y el establecimiento de reglas en el hogar se relacionó negativamente con la delincuencia femenina —no con la masculina (Martens, 1997)—. Sin embargo, el establecimiento de reglas, castigos severos y abuso físico se relacionó positivamente con la delincuencia juvenil femenina, al igual que la baja confianza de los padres hacia las niñas. La figura materna es clave (Kerig, 2014): la delincuencia masculina se vio afectada por los estilos paternos, pero no maternos; el bajo apoyo de las madres no se asoció con la delincuencia masculina. En síntesis, en las diferentes investigaciones se encontraron muchas similitudes en los factores de riesgo familiares entre chicos y chicas, aunque también surgieron claras diferencias. Las menores parecen estar más afectadas por los factores del contexto social, como los eventos negativos de la vida y el abuso físico por parte de los padres. Además, los problemas de internalización fueron más prominentes. El papel de las madres en la delincuencia de sus hijas es notable. Los factores únicos de delincuencia femenina parecen estar

538 SERGIO CÁMARA ARROYO principalmente en el dominio relacional (Chesney-Lind et al. , 2008). Una mala relación con la madre parece poner a las mujeres adolescentes y adultas jóvenes en riesgo de convertirse en delincuentes, pero las buenas relaciones las protegen. Algunos estudios indican que las historias de vida de las adolescentes infractoras muestran un conflicto con sus madres, frente a una situación de apoyo y cuidado que tienen los varones adolescentes por parte de las mismas (Larraín et al ., 2006: 177). Por supuesto, este extremo tiene muchas implica- ciones sociales que pueden relacionarse con la teoría de roles y con los estudios sociológicos desde la perspectiva de género: en primer lugar, influye el rol de género que representa la madre en la sociedad occidental, en términos de socialización de la progenie de uno y otro género (Realpe Quintero y Serrano Maíllo, 2016); y, en segundo lugar, este hecho también dice mucho acerca de la diferencia de expectativas de comportamiento entre un género y otro, así como los medios de control social informal ejercidos para cada género dentro del núcleo familiar. Según el estudio realizado por Wong (2012: 83), una razón por la cual los niños tienen más probabilidades de cometer delitos que las niñas puede ser que estas hablan más con sus madres, que las madres están más involucradas con sus hijas que con sus hijos y, por último, que los niños tienen más amigos delincuentes que las niñas. Tiene sentido que la participación de las niñas con su madre y viceversa sea mayor que la de los niños, ya que las niñas son mucho más sociables y más orientadas a la familia, lo cual está relacionado con la predisposición biológica a la comunicación y el establecimiento de relaciones, con las teorías del control social informal y la asociación diferencial. Lo más probable es que esto se refleje en el comportamiento recíproco hacia su madre y no hacia su padre porque las madres también son mujeres y tienen esta misma tendencia social. Las niñas probablemente tienen más que perder en términos de participación materna que los niños y son más vulnerables (están más expuestas) a la influencia de la crianza materna. La razón de esta mayor vulnerabilidad podría ser que las niñas están más centradas en la familia que los niños y se les enseña a cuidar a los demás. Esto puede resultar en niveles más altos de control social: las niñas no muestran un comportamiento delin- cuente, ya que no quieren arriesgarse a perder el buen vínculo con sus madres. En líneas generales, las relaciones con los padres en el ámbito de la delin- cuencia juvenil femenina también suelen ser malas, si bien el conflicto puede tener su origen en otros factores que revelan la importancia de los vínculos familiares en las menores: pérdida del respeto y desafío a la autoridad paterna, cuando los padres raramente están cerca, tienen problemas de drogas y alcohol o son violentos con las menores, sus hermanos o con sus madres (Morton, 2004: 18).