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Leer a fanon en el siglo XXl PDF PDF PDF pdfpdfpdf
Tipo: Apuntes
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Frantz Fanon nació en Martinica en 1925 y murió de leucemia, demasia- do joven, en 1961. En 1952, cuando ya era médico y psiquiatra, publicó su primer libro, Piel negra, máscaras blancas^1. Era un libro notable y tuvo algún impacto en los círculos intelectuales de aquella época en Francia. Era un apasionado cri de cœur sobre su «experiencia de hombre negro sumergido en un mundo blanco», en las palabras que Francis Jeanson, au- tor de un Prólogo al libro, empleó para describir su tema.
Fanon dice en la Introducción que para superar la alienación del hombre negro se requiere más de lo que ofrece Freud. Freud había argumentado la necesidad de avanzar de una explicación filogenética a una explicación ontogenética, pero Fanon dice que se requiere llegar a una explicación so- ciogenética. Sin embargo, reconocía las limitaciones de este tipo de expli- cación, recordando al lector: «Yo pertenezco irreductiblemente a mi época».
Su época eran los años cincuenta. El libro tuvo una resurrección en in- glés, treinta años después, cuando fue convertido en un texto central del canon posmoderno. Pero el libro no era de ninguna manera una invitación a la política de la identidad. Muy al contrario. Analiza con mucha claridad por qué no hay que perseguir una política de la identidad en la página con la que concluye el libro:
La desgracia del hombre de color es el haber sido esclavizado.
La desgracia y la inhumanidad del blanco son el haber matado al hombre en algún lugar.
Es, todavía hoy, organizar racionalmente esta deshumanización. Pero yo, hombre de color, en la medida en la que me es posible existir absolutamente, no ten- go derecho a refugiarme en un mundo de reparaciones retroactivas.
Yo, hombre de color, sólo quiero una cosa:
(^1) Frantz Fanon, Peau noire, masques blancs, París, Éditions du Seuil, 1952 [ed. cast.: Piel negra, máscaras blancas, Madrid, Akal, 2009].
Que nunca el instrumento domine al hombre. Que cese para siempre el so- metimiento del hombre por el hombre. Es decir, de mí por otro. Que se me permita descubrir y querer al hombre, allí donde se encuentre.
El negro * no es. No más que el blanco.
En Francia, donde Fanon vivía en aquel momento, la década de los años cincuenta estaba dominada por la guerra de independencia argelina, que empezó en 1954 y terminó en 1962, un año después de la muerte de Fanon. En 1953 fue nombrado director de psiquiatría en el hospital de Blida, en Argelia. Enseguida le escandalizaron las historias de tortura que le relataban sus pacientes argelinos. Ya era simpatizante de la causa argelina, pero en-
También me sorprende, como a Sartre, el grado en que estos libros no se dirigen en absoluto a los poderosos del mundo sino más bien a los «parias de la tierra», una categoría que para él se solapa ampliamente con «la gen- te de color». Fanon siente siempre ira ante el poderoso, que es a la vez cruel y condescendiente. Pero siente mucha más ira ante esa gente de color cuyo comportamiento y actitud contribuyen a sostener el mundo de la desigual- dad y la humillación y que a menudo se comporta así únicamente para ob- tener unas pocas migajas para ellos mismos.
Quisiera organizar mis reflexiones alrededor de tres dilemas en torno a los que en mi opinión gira Fanon: (1) el uso de la violencia, (2) la afirmación de la identidad y (3) la lucha de clases.
Liberación nacional, renacimiento nacional, devolución de la nación al pue- blo, Commonwealth, sean cual sean las rúbricas empleadas o las nuevas fór- mulas introducidas, la descolonización es siempre un fenómeno violento.
Inmediatamente y casi de manera inevitable el lector se pregunta: ¿esto es una observación analítica o se trata de una recomendación táctica? Y, por supuesto, la respuesta podría ser que quiere ser ambas cosas simultánea- mente. Tal vez el propio Fanon no esté seguro de cual de los dos sentidos es prioritario. Y quizá tampoco importa lo que pensara Fanon sobre el par- ticular. La reacción de los lectores ante esta ambigua frase inicial es más, sin duda, una función de la psique del lector que de la del escritor.
La idea de que el cambio social fundamental nunca ocurre sin violencia no era una idea nueva. Formaba parte de todas las tradiciones emancipatorias radicales del siglo XIX, que creían que los privilegiados nunca cedían el verda- dero poder de buena gana ni voluntariamente; el poder siempre se arreba- ta. Esta creencia constituye en gran parte lo que definiría la supuesta diferen- cia entre una vía «revolucionaria» y una vía «reformista» hacia el cambio social. El problema es que, precisamente en el periodo posterior a 1945, la utilidad de la distinción entre «revolución» y «reforma» disminuía cada vez más entre los propios militantes de los movimientos más impacientes, airados e intransi- gentes. Y, por lo tanto, el empleo de la violencia, no como un análisis socio- lógico sino como una recomendación táctica, empezaba a cuestionarse.
Si los movimientos «revolucionarios», una vez alcanzado el poder estatal, parecían lograr muchos menos cambios de los que habían prometido, era igualmente cierto que los movimientos «reformistas», una vez en el poder, no lo hacían mucho mejor. De ahí esa ambivalencia ante la recomendación táctica. Los nacionalistas argelinos habían vivido sus propios ciclos biográ- ficos. Ferhat Abbas, el primer presidente del GPRA, había pasado los prime- ros treinta años de su vida política como reformista, para acabar concedien-
do que él y su movimiento no habían llegado a ninguna parte. Concluyó que el alzamiento violento era la única táctica con sentido si Argelia no que- ría seguir siendo para siempre una colonia, una colonia esclavizada.
Fanon parece afirmar tres cosas, esencialmente, sobre la violencia como tác- tica política. En primer lugar, en el «maniqueo» mundo colonial, la fuente ori- ginal de violencia se localiza en los continuados actos violentos del coloni- zador:
Aquel a quien nunca se le dejó de decir que sólo entendía el lenguaje de la fuer- za, decide expresarse por la fuerza. De hecho, desde siempre, el colono le ha se- ñalado el camino que debiera ser el suyo si quería liberarse. El colonizado elige el argumento que le ha señalado el colono y, por un retorno irónico de las cosas, es el colonizado quien ahora afirma que el colonizador sólo entiende la fuerza.
El segundo punto es que la violencia transforma la psicología social, la cultura política de los que fueron colonizados.
Pero resulta que para el pueblo colonizado esta violencia, puesto que constitu- ye su único trabajo, reviste caracteres positivos, formadores. Su praxis violenta es totalizante, puesto que cada uno se hace eslabón violento de la gran cade- na, del gran organismo violento que surge como reacción a la violencia prime- ra del colonialista. Los grupos se reconocen entre ellos y la nación futura es ya indivisa. La lucha armada moviliza al pueblo, es decir, lo arroja en una sola di- rección de sentido único.
El tercer punto, sin embargo, se desarrolla en el resto del libro y parece con- tradecir el tono extremadamente optimista del segundo punto, el sendero aparentemente irreversible hacia la liberación nacional, hacia la liberación humana. El segundo capítulo de este libro se titula «Grandeza y debilidad de la espontaneidad», y el tercero «Desventuras de la conciencia nacional». Son especialmente fascinantes a la luz del primer capítulo sobre la violen- cia, escritos como fueron durante el transcurso de la guerra por la libera- ción nacional en Argelia.
El capítulo 2 es una crítica generalizada de los movimientos nacionalistas, cuyo «vicio congénito», dice Fanon, es
dirigirse con prioridad a los elementos más conscientes: al proletariado urba- no, a los artesanos y a los funcionarios, es decir, a una ínfima parte de la po- blación que no representa apenas un 1 por 100 [...].
Los partidos nacionalistas, en su inmensa mayoría, experimentan una enorme desconfianza ante las masas rurales [...].
Los elementos occidentalizados experimentan ante la visión de las masas cam- pesinas sentimientos que nos recuerdan los que se dan en el seno del prole- tariado de los países industrializados.
Y es muy cierto que los grandes responsables de esta racialización del pensa- miento [...] son y siguen siendo los europeos que no han dejado de oponer la cultura blanca a las otras no culturas. El concepto de negritud, por ejemplo, era la antítesis afectiva, cuando no lógica, de este insulto del hombre blanco hacia la humanidad.
Pero, dice Fanon:
Esta obligación histórica de racializar sus reivindicaciones en la que se han en- contrado los hombres de cultura africanos [...] los va a conducir a un callejón sin salida.
En su charla de 1959 ante el II Congreso de Escritores y Artistas Negros, que se reproduce en el capítulo 4, «Sobre la cultura nacional», Fanon es muy crítico ante todo intento de afirmar una identidad cultural que sea indepen- diente y no localizada en el interior de la lucha política por la liberación nacional.
Imaginar que se hará cultura negra es olvidar singularmente que los negros están en vías de desaparición [...]. No habrá cultura negra porque ningún hombre polí- tico se imagina con vocación de engendrar repúblicas negras. El problema es sa- ber el lugar que estos hombres quieren reservar a su pueblo, el tipo de relacio- nes sociales que han decidido instaurar, la concepción que se hacen del futuro de la humanidad. Eso es lo que cuenta. Todo lo demás es literatura y engaño.
Su alegato final es exactamente lo contrario a las políticas de la identidad:
Si el hombre es lo que hace, entonces diremos que hoy la tarea más urgente del intelectual africano es la construcción de su nación. Si esta construcción es verda- dera, es decir, si traduce el querer manifiesto de la gente, si revela en su impa- ciencia a los pueblos africanos, entonces la construcción nacional se acompaña necesariamente del descubrimiento y de la promoción de valores universalizan- tes. Lejos pues de alejarla de las otras naciones, la liberación nacional presenta a la nación sobre el escenario de la historia. En el corazón de la conciencia nacio- nal se cría y vivifica la conciencia internacional. Y esta doble emergencia no es, en definitiva, sino el hogar de toda cultura.
Pero entonces, en su conclusión, como si pensara que había ido demasiado lejos en la minimización de los méritos de una vía diferente para África, de la vía no europea, apunta el ejemplo de Estados Unidos, que convir- tió en su objetivo alcanzar a Europa y lo lograron tan bien que «se han convertido en un monstruo en el que las taras, las enfermedades y la inhu- manidad de Europa han alcanzado dimensiones espantosas». Para Fanon, entonces, África no debe «alcanzar» a Europa, convertirse en una tercera Europa. Todo lo contrario:
La humanidad espera otra cosa de nosotros, no esa imitación caricaturesca y en su conjunto obscena.
Si queremos transformar África en una nueva Europa, entonces confiemos a los europeos el destino de nuestros países. Sabrán hacerlo mejor que los más dotados de entre nosotros.
Pero si queremos que la humanidad avance un paso, si queremos llevarla a un nivel diferente de su manifestación en Europa, entonces hay que inventar, hay que descubrir [...].
Por Europa, por nosotros mismos y por la humanidad hay que hacer piel nueva, desarrollar un pensamiento nuevo, tratar de poner en pie a un hombre nuevo.
El zigzagueo de Fanon en ambos libros alrededor de la cuestión de la iden- tidad cultural, de la identidad nacional, expresa el dilema fundamental que ha invadido el pensamiento antisistémico durante el último medio siglo y que lo invadirá probablemente también en el siguiente. El rechazo del uni- versalismo europeo es fundamental para el rechazo de la dominación pan- europea y su retórica de poder en la estructura del moderno sistema-mun- do, lo que Aníbal Quijano ha denominado la «colonialidad del poder». Pero, al mismo tiempo, todos los que se han implicado en la lucha por un mun- do igualitario, lo que podría llamarse la aspiración histórica del socialismo, son muy conscientes de lo que Fanon llamó «las trampas de la conciencia nacional». Así que zigzaguean. Todos zigzagueamos. Todos seguiremos zig- zagueando. Porque zigzaguear es la única forma de mantenerse más o me- nos en una vía hacia el futuro en la que, en palabras de Fanon, «la humani- dad avance un paso».
El tema clave en los debates sobre la lucha de clases es la cuestión, ¿cuáles son las clases que están luchando? Durante mucho tiempo ese debate es- taba dominado por las categorías del marxismo de los partidos: el Partido Socialdemócrata Alemán y el Partido Comunista de la Unión Soviética. El ar- gumento básico era que en un mundo capitalista moderno las dos clases
(^3) Aimé Césaire, Discours sur le colonialisme, París, Ed. Réclames, 1950, pp. 14-15 [ed. cast.: Discurso sobre el colonialismo, Madrid, Akal, 2007].