Docsity
Docsity

Prepara tus exámenes
Prepara tus exámenes

Prepara tus exámenes y mejora tus resultados gracias a la gran cantidad de recursos disponibles en Docsity


Consigue puntos base para descargar
Consigue puntos base para descargar

Gana puntos ayudando a otros estudiantes o consíguelos activando un Plan Premium


Orientación Universidad
Orientación Universidad

EWglogas de poetas españoles, Apuntes de Literatura

Un apunte de clase sobre poetas españoles

Tipo: Apuntes

2019/2020

Subido el 06/03/2020

usuario desconocido
usuario desconocido 🇦🇷

1 documento

1 / 120

Toggle sidebar

Esta página no es visible en la vista previa

¡No te pierdas las partes importantes!

bg1
Égloga I
de Garcilaso de la Vega
El dulce lamentar de dos pastores,
Salicio juntamente y Nemoroso,
he de contar, sus quejas imitando;
cuyas ovejas al cantar sabroso
estaban muy atentas, los amores,
(de pacer olvidadas) escuchando.
Tú, que ganaste obrando
un nombre en todo el mundo
y un grado sin segundo,
agora estés atento sólo y dado
el ínclito gobierno del estado
Albano; agora vuelto a la otra parte,
resplandeciente, armado,
representando en tierra el fiero Marte;
agora de cuidados enojosos
y de negocios libre, por ventura
andes a caza, el monte fatigando
en ardiente jinete, que apresura
el curso tras los ciervos temerosos,
que en vano su morir van dilatando;
espera, que en tornando
a ser restituido
al ocio ya perdido,
luego verás ejercitar mi pluma
por la infinita innumerable suma
de tus virtudes y famosas obras,
antes que me consuma,
faltando a ti, que a todo el mondo sobras.
En tanto que este tiempo que adivino
viene a sacarme de la deuda un día,
que se debe a tu fama y a tu gloria
(que es deuda general, no sólo mía,
mas de cualquier ingenio peregrino
que celebra lo digno de memoria),
el árbol de victoria,
que ciñe estrechamente
tu gloriosa frente,
dé lugar a la hiedra que se planta
pf3
pf4
pf5
pf8
pf9
pfa
pfd
pfe
pff
pf12
pf13
pf14
pf15
pf16
pf17
pf18
pf19
pf1a
pf1b
pf1c
pf1d
pf1e
pf1f
pf20
pf21
pf22
pf23
pf24
pf25
pf26
pf27
pf28
pf29
pf2a
pf2b
pf2c
pf2d
pf2e
pf2f
pf30
pf31
pf32
pf33
pf34
pf35
pf36
pf37
pf38
pf39
pf3a
pf3b
pf3c
pf3d
pf3e
pf3f
pf40
pf41
pf42
pf43
pf44
pf45
pf46
pf47
pf48
pf49
pf4a
pf4b
pf4c
pf4d
pf4e
pf4f
pf50
pf51
pf52
pf53
pf54
pf55
pf56
pf57
pf58
pf59
pf5a
pf5b
pf5c
pf5d
pf5e
pf5f
pf60
pf61
pf62
pf63
pf64

Vista previa parcial del texto

¡Descarga EWglogas de poetas españoles y más Apuntes en PDF de Literatura solo en Docsity!

Égloga I

deGarcilaso de la Vega

El dulce lamentar de dos pastores, Salicio juntamente y Nemoroso, he de contar, sus quejas imitando; cuyas ovejas al cantar sabroso estaban muy atentas, los amores, (de pacer olvidadas) escuchando. Tú, que ganaste obrando un nombre en todo el mundo y un grado sin segundo, agora estés atento sólo y dado el ínclito gobierno del estado Albano; agora vuelto a la otra parte, resplandeciente, armado, representando en tierra el fiero Marte; agora de cuidados enojosos y de negocios libre, por ventura andes a caza, el monte fatigando en ardiente jinete, que apresura el curso tras los ciervos temerosos, que en vano su morir van dilatando; espera, que en tornando a ser restituido al ocio ya perdido, luego verás ejercitar mi pluma por la infinita innumerable suma de tus virtudes y famosas obras, antes que me consuma, faltando a ti, que a todo el mondo sobras. En tanto que este tiempo que adivino viene a sacarme de la deuda un día, que se debe a tu fama y a tu gloria (que es deuda general, no sólo mía, mas de cualquier ingenio peregrino que celebra lo digno de memoria), el árbol de victoria, que ciñe estrechamente tu gloriosa frente, dé lugar a la hiedra que se planta

debajo de tu sombra, y se levanta poco a poco, arrimada a tus loores; y en cuanto esto se canta, escucha tú el cantar de mis pastores. Saliendo de las ondas encendido, rayaba de los montes al altura el sol, cuando Salicio, recostado al pie de un alta haya en la verdura, por donde un agua clara con sonido atravesaba el fresco y verde prado, él, con canto acordado al rumor que sonaba, del agua que pasaba, se quejaba tan dulce y blandamente como si no estuviera de allí ausente la que de su dolor culpa tenía; y así, como presente, razonando con ella, le decía: Salicio: ¡Oh más dura que mármol a mis quejas, y al encendido fuego en que me quemo más helada que nieve, Galatea!, estoy muriendo, y aún la vida temo; témola con razón, pues tú me dejas, que no hay, sin ti, el vivir para qué sea. Vergüenza he que me vea ninguno en tal estado, de ti desamparado, y de mí mismo yo me corro agora. ¿De un alma te desdeñas ser señora, donde siempre moraste, no pudiendo de ella salir un hora? Salid sin duelo, lágrimas, corriendo. El sol tiende los rayos de su lumbre por montes y por valles, despertando las aves y animales y la gente: cuál por el aire claro va volando, cuál por el verde valle o alta cumbre paciendo va segura y libremente, cuál con el sol presente

y después de llegado, sin saber de cuál arte, por desusada parte y por nuevo camino el agua se iba; ardiendo yo con la calor estiva, el curso enajenado iba siguiendo del agua fugitiva. Salid sin duelo, lágrimas, corriendo. Tu dulce habla ¿en cúya oreja suena? Tus claros ojos ¿a quién los volviste? ¿Por quién tan sin respeto me trocaste? Tu quebrantada fe ¿dó la pusiste? ¿Cuál es el cuello que, como en cadena, de tus hermosos brazos anudaste? No hay corazón que baste, aunque fuese de piedra, viendo mi amada hiedra, de mí arrancada, en otro muro asida, y mi parra en otro olmo entretejida, que no se esté con llanto deshaciendo hasta acabar la vida. Salid sin duelo, lágrimas, corriendo. ¿Qué no se esperará de aquí adelante, por difícil que sea y por incierto? O ¿qué discordia no será juntada?, y juntamente ¿qué tendrá por cierto, o qué de hoy más no temerá el amante, siendo a todo materia por ti dada? Cuando tú enajenada de mi cuidado fuiste, notable causa diste, y ejemplo a todos cuantos cubre el cielo, que el más seguro tema con recelo perder lo que estuviere poseyendo. Salid fuera sin duelo, salid sin duelo, lágrimas, corriendo. Materia diste al mundo de esperanza de alcanzar lo imposible y no pensado, y de hacer juntar lo diferente, dando a quien diste el corazón malvado, quitándolo de mí con tal mudanza

que siempre sonará de gente en gente. La cordera paciente con el lobo hambriento hará su ayuntamiento, y con las simples aves sin ruido harán las bravas sierpes ya su nido; que mayor diferencia comprendo de ti al que has escogido. Salid sin duelo, lágrimas, corriendo. Siempre de nueva leche en el verano y en el invierno abundo; en mi majada la manteca y el queso está sobrado; de mi cantar, pues, yo te vi agradada tanto que no pudiera el mantuano Títiro ser de ti más alabado. No soy, pues, bien mirado, tan disforme ni feo; que aún agora me veo en esta agua que corre clara y pura, y cierto no trocara mi figura con ese que de mí se está riendo; ¡trocara mi ventura! Salid sin duelo, lágrimas, corriendo. ¿Cómo te vine en tanto menosprecio? ¿Cómo te fui tan presto aborrecible? ¿Cómo te faltó en mí el conocimiento? Si no tuvieras condición terrible, siempre fuera tenido de ti en precio, y no viera de ti este apartamiento. ¿No sabes que sin cuento buscan en el estío mis ovejas el frío de la sierra de Cuenca, y el gobierno del abrigado Estremo en el invierno? Mas ¡qué vale el tener, si derritiendo me estoy en llanto eterno! Salid sin duelo, lágrimas, corriendo. Con mi llorar las piedras enternecen su natural dureza y la quebrantan; los árboles parece que se inclinan: las aves que me escuchan, cuando cantan,

árboles que os estáis mirando en ellas, verde prado, de fresca sombra lleno, aves que aquí sembráis vuestras querellas, hiedra que por los árboles caminas, torciendo el paso por su verde seno: yo me vi tan ajeno del grave mal que siento, que de puro contento con vuestra soledad me recreaba, donde con dulce sueño reposaba, o con el pensamiento discurría por donde no hallaba sino memorias llenas de alegría. Y en este mismo valle, donde agora me entristezco y me canso, en el reposo estuve ya contento y descansado. ¡Oh bien caduco, vano y presuroso! Acuérdome, durmiendo aquí alguna hora, que despertando, a Elisa vi a mi lado. ¡Oh miserable hado! ¡Oh tela delicada, antes de tiempo dada a los agudos filos de la muerte! Más convenible fuera aquesta suerte a los cansados años de mi vida, que es más que el hierro fuerte, pues no la ha quebrantado tu partida. ¿Dó están agora aquellos claros ojos que llevaban tras sí, como colgada, mi ánima doquier que ellos se volvían? ¿Dó está la blanca mano delicada, llena de vencimientos y despojos que de mí mis sentidos le ofrecían? Los cabellos que vían con gran desprecio al oro, como a menor tesoro, ¿adónde están? ¿Adónde el blando pecho? ¿Dó la columna que el dorado techo con presunción graciosa sostenía? Aquesto todo agora ya se encierra, por desventura mía, en la fría, desierta y dura tierra.

¿Quién me dijera, Elisa, vida mía, cuando en aqueste valle al fresco viento andábamos cogiendo tiernas flores, que había de ver con largo apartamiento venir el triste y solitario día que diese amargo fin a mis amores? El cielo en mis dolores cargó la mano tanto, que a sempiterno llanto y a triste soledad me ha condenado; y lo que siento más es verme atado a la pesada vida y enojosa, solo, desamparado, ciego, sin lumbre, en cárcel tenebrosa. Después que nos dejaste, nunca pace en hartura el ganado ya, ni acude el campo al labrador con mano llena. No hay bien que en mal no se convierta y mude: la mala hierba al trigo ahoga, y nace en lugar suyo la infelice avena; la tierra, que de buena gana nos producía flores con que solía quitar en sólo vellas mil enojos, produce agora en cambio estos abrojos, ya de rigor de espinas intratable; yo hago con mis ojos crecer, llorando, el fruto miserable. Como al partir del sol la sombra crece, y en cayendo su rayo se levanta la negra escuridad que el mundo cubre, de do viene el temor que nos espanta, y la medrosa forma en que se ofrece aquello que la noche nos encubre, hasta que el sol descubre su luz pura y hermosa: tal es la tenebrosa noche de tu partir, en que he quedado de sombra y de temor atormentado, hasta que muerte el tiempo determine que a ver el deseado

Tras esto el importuno dolor me deja descansar un rato. Mas luego a la memoria se me ofrece aquella noche tenebrosa, escura, que siempre aflige esta ánima mezquina con la memoria de mi desventura Verte presente agora me parece en aquel duro trance de Lucina, y aquella voz divina, con cuyo son y acentos a los airados vientos pudieras amansar, que agora es muda. Me parece que oigo que a la cruda, inexorable diosa demandabas en aquel paso ayuda; y tú, rústica diosa, ¿dónde estabas? ¿Ibate tanto en perseguir las fieras? ¿Ibate tanto en un pastor dormido? ¿Cosa pudo bastar a tal crüeza, que, conmovida a compasión, oído a los votos y lágrimas no dieras, por no ver hecha tierra tal belleza, o no ver la tristeza en que tu Nemoroso queda, que su reposo era seguir tu oficio, persiguiendo las fieras por los monte, y ofreciendo a tus sagradas aras los despojos? ¿Y tú, ingrata, riendo dejas morir mi bien ante los ojos? Divina Elisa, pues agora el cielo con inmortales pies pisas y mides, y su mudanza ves, estando queda, ¿por qué de mí te olvidas y no pides que se apresure el tiempo en que este velo rompa del cuerpo, y verme libre pueda, y en la tercera rueda, contigo mano a mano, busquemos otro llano, busquemos otros montes y otros ríos, otros valles floridos y sombríos,

do descansar y siempre pueda verte ante los ojos míos, sin miedo y sobresalto de perderte?


Nunca pusieran fin al triste lloro los pastores, ni fueran acabadas las canciones que sólo el monte oía, si mirando las nubes coloradas, al tramontar del sol bordadas de oro, no vieran que era ya pasado el día, la sombra se veía venir corriendo apriesa ya por la falda espesa del altísimo monte, y recordando ambos como de sueño, y acabando el fugitivo sol, de luz escaso, su ganado llevando, se fueran recogiendo paso a paso.

Salicio ¡Cuán bienaventurado aquél puede llamarse que con la dulce soledad s’abraza, y vive descuidado y lejos d’empacharse en lo que al alma impide y embaraza! No ve la llena plaza ni la soberbia puerta de los grandes señores, ni los aduladores a quien la hambre del favor despierta; no le será forzoso rogar, fingir, temer y estar quejoso. A la sombra holgando d’un alto pino o robre o d’alguna robusta y verde encina, el ganado contando de su manada pobre que en la verde selva s’avecina, plata cendrada y fina y oro luciente y puro bajo y vil le parece, y tanto lo aborrece que aun no piensa que dello está seguro, y como está en su seso, rehuye la cerviz del grave peso. Convida a un dulce sueño aquel manso rüido del agua que la clara fuente envía, y las aves sin dueño, con canto no aprendido, hinchen el aire de dulce armonía. Háceles compañía, a la sombra volando y entre varios olores gustando tiernas flores, la solícita abeja susurrando; los árboles, el viento al sueño ayudan con su movimiento, ¿Quién duerme aquí? ¿Dó está que no le veo? ¡Oh, hele allí! ¡Dichoso tú, que aflojas la cuerda al pensamiento o al deseo! ¡Oh natura, cuán pocas obras cojas

en el mundo son hechas por tu mano, creciendo el bien, menguando las congojas! El sueño diste al corazón humano para que, al despertar, más s’alegrase del estado gozoso, alegre o sano, que como si de nuevo le hallase, hace aquel intervalo que ha passado qu’el nuevo gusto nunca al fin se pase; y al que de pensamiento fatigado el sueño baña con licor piadoso, curando el corazón despedazado, aquel breve descanso, aquel reposo basta para cobrar de nuevo aliento con que se pase el curso trabajoso. Llegarme quiero cerca con buen tiento y ver, si de mí fuere conocido, si es del número triste o del contento. Albanio es este que’stá’quí dormido, o yo conosco mal; Albanio es, cierto. Duerme, garzón cansado y afligido. ¡Por cuán mejor librado tengo un muerto, que acaba’l curso de la vida humana y es conducido a más seguro puerto, qu’el que, viviendo acá, de vida ufana y d’estado gozoso, noble y alto es derrocado de fortuna insana! Dicen qu’este mancebo dio un gran salto, que d’amorosos bienes fue abundante, y agora es pobre, miserable y falto; no sé la historia bien, mas quien delante se halló al duelo me contó algún poco del grave caso deste pobre amante. Albanio ¿Es esto sueño, o ciertamente toco la blanca mano? ¡Ah, sueño, estás burlando! Yo estábate creyendo como loco. ¡Oh cuitado de mi! Tú vas volando con prestas alas por la ebúrnea puerta; yo quédome tendido aquí llorando. ¿No basta el grave mal en que despierta el alma vive, o por mejor decillo, está muriendo d’una vida incierta?

pasada y la presente desventura para espantarme de la horrible historia. Por otra parte, pienso qu’es cordura renovar tanto el mal que m’atormenta que a morir venga de tristeza pura, y por esto, Salicio, entera cuenta te daré de mi mal como pudiere, aunque el alma rehuya y no consienta. Quise bien, y querré mientras rigere aquestos miembros el espirtu mío, aquélla por quien muero, si muriere. En este amor no entré por desvarío, ni lo traté, como otros, con engaños, ni fue por elección de mi albedrío: desde mis tiernos y primeros años a aquella parte m’enclinó mi estrella y aquel fiero destino de mis daños. Tú conociste bien una doncella de mi sangre y agüelos decendida, más que la misma hermosura bella; en su verde niñez siendo ofrecida por montes y por selvas a Diana, ejercitaba allí su edad florida. Yo, que desde la noche a la mañana y del un sol al otro sin cansarme seguía la caza con estudio y gana, por deudo y ejercicio a conformarme vine con ella en tal domestiqueza que della un punto no sabia apartarme; iba de un hora en otra la estrecheza haciéndose mayor, acompañada de un amor sano y lleno de pureza. ¿Qué montaña dejó de ser pisada de nuestros pies? ¿Qué bosque o selva umbrosa no fue de nuestra caza fatigada? Siempre con mano larga y abundosa, con parte de la caza visitando el sacro altar de nuestra santa diosa, la colmilluda testa ora llevando del puerco jabalí, cerdoso y fiero, del peligro pasado razonando, ora clavando del ciervo ligero en algún sacro pino los ganchosos cuernos, con puro corazón sincero,

tornábamos contentos y gozosos, y al disponer de lo que nos quedaba, jamás me acuerdo de quedar quejosos. Cualquiera caza a entrambos agradaba, pero la de las simples avecillas menos trabajo y más placer nos daba. En mostrando el aurora sus mejillas de rosa y sus cabellos d’oro fino, humedeciendo ya las florecillas, nosotros, yendo fuera de camino, buscábamos un valle, el más secreto y de conversación menos vecino. Aquí, con una red de muy perfeto verde teñida, aquel valle atajábamos muy sin rumor, con paso muy quïeto; de dos árboles altos la colgábamos, y habiéndonos un poco lejos ido, hacia la red armada nos tornábamos, y por lo más espeso y escondido los árboles y matas sacudiendo, turbábamos el valle con rüido. Zorzales, tordos, mirlas, que temiendo, delante de nosotros espantados, del peligro menor iban huyendo, daban en el mayor, desatinados, quedando en la sotil red engañosa confusamente todos enredados. Y entonces era vellos una cosa estraña y agradable, dando gritos y con voz lamentándose quejosa; algunos dellos, que eran infinitos, su libertad buscaban revolando; otros estaban míseros y aflitos. Al fin, las cuerdas de la red tirando, llevábamosla juntos casi llena, la caza a cuestas y la red cargando. Cuando el húmido otoño ya refrena del seco estío el gran calor ardiente y va faltando sombra a Filomena, con otra caza, d’ésta diferente aunque también de vida ocioso y blanda, pasábamos el tiempo alegremente. Entonces siempre, como sabes, anda d’estorninos volando a cada parte,

qu’esto hacia pagaba su inocencia con prisión o con muerte lastimera: con tal fuerza la presa, y tal violencia, s’engarrafaba de la que venía que no se dispidiera sin licencia. Ya puedes ver cuán gran placer sería ver, d’una por soltarse y desasirse, d’otra por socorrerse, la porfía; al fin la fiera lucha a despartirse venia por nuestra mano, y la cuitada del bien hecho empezaba a arrepentirse. ¿Qué me dirás si con su mano alzada, haciendo la noturna centinela, la grulla de nosotros fue engañada? No aprovechaba al ánsar la cautela ni ser siempre sagaz discubridora de noturnos engaños con su vela, ni al blanco cisne qu’en las aguas mora por no morir como Faetón en fuego, del cual el triste caso canta y llora. Y tú, perdiz cuitada, ¿piensas luego que en huyendo del techo estás segura? En el campo turbamos tu sosiego. A ningún ave o animal natura dotó de tanta astucia que no fuese vencido al fin de nuestra astucia pura. Si por menudo de contar t’hobiese d’aquesta vida cada partecilla, temo que antes del fin anocheciese; basta saber que aquesta tan sencilla y tan pura amistad quiso mi hado en diferente especie convertilla, en un amor tan fuerte y tan sobrado y en un desasosiego no creíble tal que no me conosco de trocado. El placer de miralla con terrible y fiero desear sentí mesclarse, que siempre me llevaba a lo imposible; la pena de su ausencia vi mudarse, no en pena, no en congoja, en cruda muerte y en un infierno el alma atormentarse. A aqueste ’stado, en fin, mi dura suerte me trujo poco a poco, y no pensara que contra mí pudiera ser más fuerte

si con mi grave daño no probara que en comparación d’ésta, aquella vida cualquiera por descanso la juzgara. Ser debe aquesta historia aborrecida de tus orejas, ya que así atormenta mi lengua y mi memoria entristecida; decir ya más no es bien que se consienta. Junto todo mi bien perdí en un hora, y ésta es la suma, en fin, d’aquesta cuenta. Salicio Albanio, si tu mal comunicaras con otro que pensaras que tu pena juzgaba como ajena, o qu’este fuego nunca probó ni el juego peligroso de que tú estás quejoso, yo confieso que fuera bueno aqueso que ora haces; mas si tú me deshaces con tus quejas, ¿por qué agora me dejas como a estraño, sin dar daqueste daño fin al cuento? ¿Piensas que tu tormento como nuevo escucho, y que no pruebo por mi suerte aquesta viva muerte en las entrañas? Si ni con todas mañas o esperiencia esta grave dolencia se deshecha, al menos aprovecha, yo te digo, para que de un amigo que adolesca otro se condolesca, que ha llegado de bien acuchillado a ser maestro. Así que, pues te muestro abiertamente que no estoy inocente destos males, que aun traigo las señales de las llagas, no es bien que tú te hagas tan esquivo, que mientras estás vivo, ser podría que por alguna vía t’avisase, o contigo llorase, que no es malo tener al pie del palo quien se duela del mal, y sin cautela t’aconseje. Albanio Tú quieres que forceje y que contraste con quien al fin no baste a derrocalle. Amor quiere que calle; yo no puedo mover el paso un dedo sin gran mengua;