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Tipo: Apuntes
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Universidad Autónoma de Madrid
' BATAÜÍON, M. , se lo atribuyó a Fray Juan de Ortega — Novedad y fecundidad del «Lazarillo de Tormes», Anaya, Salamanca, 1968—; GONZÁLEZ PAÍENCIA, A., y MELÉ, E. , a don Diego Hurtado de Mendo2a — Vida y obras de don Biegp Hurtado de Mendoza, m , Madrid, 1943, pp. 206-222—; MÁRQUEZ VILLANUEVA, F., a Sebastián de Horozco — Espiritualidad y literatura en el siglo xv¡. Alfaguara, Madrid, 1968, pp. 67-137—; RiCAPnt), ]., a Alfonso de Valdés —ed. del Lazarillo, Cátedra, Madrid, 1976—; ASENSIO, M. J., a su hermano Juan de Valdés — «La intención religiosa del Lazarillo de Tormes y Juan de Valdés», HR, XXVHI, 1959, pp. 78-102—; MARASSO, A. , pensó en Pedro Rúa — Estudios de literatura castellana, Buenos Aires, 1955, pp. 157-186—> y RuMEAU, A , en Hernán Núftez — Le «Lazarillo de Tormes». Essai d'interpretatio, essai d'at- tribution, París, 1964—, por no mencionar más. ^ CLAUDIO GUILLEN, «LOS silencios de Lázaro de Tormes», en El primer Siglo de Oro, Barcelona, 1988, pp. 98 y ss.
Antonio Rey Hazas
intelectual de los Plinianos de Toledo —^recuérdese que el primer autor mencionado en el pról<%o es Plinio—, y por ende próximo a los Vei^ara, profesores de griego en la mencionada Universidad, o a Alvar Gómez de Castro, también pliniano, docente universitario y magnífico escritor de epístolas latinas —no olvidemos que el Lazarillo, además de una autobiografia, es también una carta—, que contaba entre sus miembros aristocráticos con el conde de Fuensalida y el conde de Orgaz, entre otros. Es posible, en tal contexto, que la novela surgiera como protesta y como crítica, al calor de la polémica habida entre el cardenal Silíceo y sus canónigos, muchos de los cuales eran conversos, y que dio lugar a los tristemente célebres Estatutos de Limpieza de Sangre. Con todo, ¡quién sabe!
La fecha de conq)oáción también ofrece muchos problemas y dudas, ya que las referencias de cronología interna soa contradictorias y no aclaran demasiado las cosas. Lo que podenK» dedr es lo siguiente: desde que Lázaro dice ser «niño de ocho años», con ocasión de la muerte de su padre «en la de los Gelves», hasta que concluye su autobiografia «el mesmo año que nuestro victorioso Emperador en esta insigne dbdad de Toledo entró, y tuvo en ella cortes, y se hicieron grandes regoajos y fiestas», pasan, seguramente, unos 16 ó 17 años, por más que el tiempo novelesco no esté precisado en la obra. «La de los Gelves», por tanto, debió de ser la ambiciosa expedición militar de 1510, al mando de don García de Toledo, que pretendía iniciar la conquista de Afiica y fue un desastre total, tristemente famoso por ello, como cree M. J. Ásenáo, y no la de 1520, como pensaba Bataillon ^ simple operación de lin^ieza de piratas. En consecuencia, las cortes de Toledo deben ser las de 1525, verdaderamente victoriosas y festivas, tras la triunfal batalla de Pavía sobre los firanceses, con el propio rey Francisco I de Francia preso en Madrid, que además accedieron a las peticiones económicas de Carlos V; y no las de 1538, tras la paz de Niza, que no suponía éxito alguno para España. Sin embaí^, estas precisiones cronol^icas no ocultan que el Lazarillo se escribió muy poco antes de su publicación, en tomo a 1550, y no hacia 1525, fecha en la que, hipotéticamente, acaba la autobiografia, como podríamos suponer. Posiblemente, haya un deseo de alejar en el tiempo la vida del picaro, para atenuar su carácter marcadamente conflictivo y crítico. De hecho, las últimas palabras de la autobí(%rafia, las que aluden a la entrada en Toledo de «nuestro victorioso emperador», dicen: «como Vuestra Merced habrá oído», aludiendo a algo pasado, que el destinatario de la epístola no vio, porque entonces no estaba en Toledo, signemos, y ahora, tiempo después, probablemente sí. El propio Lázaro asegura además, refiriéndose a sí mismo, que en ese «tiempo estaba en mi prosperidad y en la cumbre de toda buena fortuna». Eoaba, dice, también en pasado para resaltar la distancia —iát 25 años?— que ha transcurrido entre el final de su autobic^rafía y el momento en que la escribe, hacia 1550, a lo que creo. El alejamiento temporal pretendía, án duda, mitigar la dura crítica anticlerical de la novela.
' Vid. los ttabajos atados en b nota anta»».
Antonio Rey Hazas
y también potque conskleten los que heredaron nobles estados cuan poco se les debe, pues Fortuna fue ccm ellos pardal, y cuánto más hicieron los que, siéndoles contraria, ccHi fuerza y maña remando, salieron a buen puerto ^.
Esto nos plantea tres preguntas: ¿qué es el caso?, ¿quién es Vuestra Merced? y ¿cómo entiende Lázaro la solicitud?
A vueltas con d «caso»
El caso se menciona expresamente al final, en el tratado VII, cuando el picaro dice «hasta el día de hoy nuiKa nadie nos oyó sobre el cax)», y se refiere, en consecuencia, a la peculiar relación sexual, amigablemente compartida, que existe entre Lázaro, su mujer y el arcipreste de San Salvador, dado que es obvio que su mujer, antigua barragana del sacerdote, que ya antes de casarse con el antihéroe «había parido tres veces», sigue haciendo y «deshaciendo» la cama del clérigo, pese a su matrimonio, o mejor, amparada de murmuraciones por él. Ésta es la situación, lo que Rico llamó ménage á trois, com- placientemente aceptada por el marido. Sin embargo, lo que podía llamar la atención de alguien en el Toledo de mediados del si^o XVI no era que un clérigo hubiera casado a su manceba con un pobre degradado para seguir acostándose con ella, ya que esa situación era muy común, tanto, que hasta las Cortes se habían visto obleadas a intervenir:
Dedaramos que ninguna mujer casada pueda decirse manceba de clérigo, fraile ni casado, salvo seyendo sdtera, y tenida por el clérigo por manceba pública; y que la tal mujer casada no pueda ser demandada en juicio ni fiíera de él, salvo sí su marido la quisia% acusar —reza la Pragmática de Sevilla, 1491—. Y porque se dice que algunos casados consientoi y dan lugar que sus mujeres estén publicamente en aquel pecado con clérigos, mandamos a las nuestras Justicias que [...] ejecuten en ellos las penas en que hallaren que s^ún Derecho han incurrido '.
Por tanto, los maridos cartujos, como Lázaro de Tormes, tampoco estaban a salvo de una ley que perseguía sobre todo a las mancebas de clérigo, con independencia de que ellos las acusaran o no, pues la Pragmática de 1503 prescinde de tal exigencia denunciatoria:
Por cuanto muchas veces acaesce que, habiendo tenido algunos clérigos algunas muje- res por mancebas pt^idicas, de^niés, por enadnir el delito, las casan con sus criados, [...] mandamos [...] punan y castiguen las tales mujeres, [...] aunque sus maridos no las acusen
' Todas las citas, a partir de ahora, se tefíeten a mi edición del Lazarillo de Tomes, Alianza Editmial, Madrid, 2000; que agüe el texto de Medina del Campo, 1574. ' Novísima Rect^lacüfn, Ht. XXVI, Ley IV, p. 420.
EL «CASO» DE LÁZARO DE TORMES, TODO PROBLEMAS
[...] y mandamos que ningunas mujeres so^iechosas [...] no estén en casa de clérigo alguno, aunque sean casadas'".
Como dice V. García de la Concha, «es obvio que el arcipreste de San Salvador conocía muy bien esta legislación», y, dado que mantener soltera a su barragana habría resultado peligroso, «de acuerdo con la Pragmática de 1503», decidió casarla y «no albergarla en casa, sino teneria próxima, en una casilla par de la suya». Buscó para ella un marido adecuado, consciente del «provecho» que obtenía y del peligro legal que amenazaba su situación, que fuera discreto y complaciente; y lo consiguió a plena satisfacción. «Para mayor seguridad, Lázaro aparecerá como marido que rechaza las acusaciones que las "malas lenguas" vierten sobre su mujer. En consecuencia, se despeja cualquier obligación jurídica de denuncia» '^
La situación era tan frecuente en Toledo hacia 1525, que Andrea Navagero, el embajador de Veneda, decía en su Viaje por España que «los amos de Toledo y de las mujeres precipue son los clérigos, que tienen hermosas casas y gastan y triunfan, dándose la mejor vida del mundo sin que nadie les reprenda» '^. El ménage á trois, por tanto, no sorprendía a nadie. En consecuencia, por sí solo, no constituye el caso, ya que se trataría, como dice V. García de la Concha, de «un caso irrelevante y tópico» para la época, reseñado con normalidad en numerosos textos contemporáneos. El caso, lo extraño, lo inusitado, lo que deja pasmado a Vuestra Merced y atrae su interés, es la presunción de honra y la ostentación de ascenso que hace el antihéroe a contrapelo de todo y de todos. De una parte, a pesar de sus cuernos y de su deshonor, evidentes para todos, Lázaro de Tormes sostiene, jura y perjura, incluso por la hostia consagrada, que tiene honra y que la suya «es tan buena mujer como vive dentro de las puertas de Toledo». Esto sí que era pasmoso y admiraUe para cualquiera: que el pfcaro aguiera insistiendo en su hcHira, a pesar de estar completamente de^KHirado. Se trata, pues, de tm extraordinario caso de honra equivocada: eso le [ñden que cuoite. De otra, y simul- táneamente, el caso consiste en que Lázaro as^iura encontrarse en ese mismo momento «en la cumbre de toda buoia fortuna», en el mejor estado y más satisfactorio posiUe para él, y se pone como ejenqdo de los que han sido capaces de subir «siendo bajos». Lo cual, an duda, también forma parte d d com{Jejo y llamativo «caso» de honra, porque sin honor no hay ascoiso, además de que este mismo resulta inacq>taUe para cualquier lector de la ^xxa, dado que Lázaro no es más que un [»egonero cornudo. Desde el princó>io, en fin, «la primera mención de Vuestra Merced aparece ligada a un pr(q)óáto de ostentación que [...] se convierte en punto de vista articulador dd tot^ro relato» ^.
'" Novísima Recopilación, Tit. XXVI, Ley V, p. 421. " Nueva lectura del «Lazarillo», Madrid, 1981, p. 30. " Viajes por España, Libros de Antaño, VII, Madikl, 1879, pp. 256- " Dice GARCÍA DE LA CONCHA, V., Nueva lectura del «Lazarillo», p. 74.
EL «CASO» DE LÁZARO DE TORAÍES, TODO PROBLEMAS
Nuestro héroe, por su parte, toma una decisión importante, ya que sabe muy bien qué le han pedido que cuente y qué le interesa a su demandante: únicamente el caso extraño de honra trastocada y medro social que sucede al final de su vida. Sin embatgo, decide no relatar sólo el caso —«no tomalle dd medio sino del principio»— , sino tam- bién toda su vida, «porque se tenga entera noticia de mi persona»; esto es, porque él cree que el caso está íntimamente relacionado con el discurso convicto de su exis- tencia. Y, al interpretarlo y hacerlo así, Lázaro adopta un punto de vista diferente al de Vuestra Merced, con lo cual, en la estructura de la obra, hay dos interpretaciones diferentes del caso, la del protagonista-narrador y la de Vuestra Merced, pues una cosa es lo que le preoct^ a éste y otra lo que le interesa a Lázaro, por más que los dos confluyan en el mismo punto. En verdad, por tanto, hay dos casos, y no uno solo, ya que hay dos puntos de vista diferentes sobre él; y ambos actuando decisivamente en la novela, pues Lázaro hace constantes referencias en su carta autobiográfica a Vuestra Merced, destinatario de la misma, a quien pretende convencer de su ascenso social y de «cuánta virtud sea saber los hombres subir siendo bajos» (tratado I), y ello porque el designio que le lleva a narrar toda su vida va unido al caso, forma parte de él, para Lázaro, pero no para Vuestra Merced: «y también porque consideren los que heredaron nobles estados cuan poco se les debe, pues fortuna fue con ellos parcial, y cuánto más hicieron los que, siéndoles contraria, con fuerza y maña remando, salieron a buen puerto». Dos casos, en fin, dos maneras diferentes de interpretado, confluyen en esta genial novela anónima. De ahí la forma epistolar, para que estén presentes los dos puntos de vista, por más que uno sea mudo, el del interlocutor, el del destinatario, ya que, pese a su mudez, tiene im agnificado fundamental, y actúa, y está presente y vivo, como contraste del punto de vista de Lázaro, en choque con la perspectiva del narrador. Como dice Carmen Martín Gaite: «las historias son su sucesión misma, su encenderse y surgir por un orden irrepetible, el que les va marcando el interlocutor, aunque no interrun^, es según te mira, ahora las desvía por aquí, ahora por allá, a base de mirada, y nvinca dan igual unos ojos que otros; el que oye, sí, ése es quien cataliza las historias, basta con que sepa escuchar bien» '^. No olvidemos que el Lazarillo es, en cierta medida, «una epístola hablada», como pensaba Claudio Guillen, avinque sea «con términos algo contradic- torios, porque parece que escuchamos, de hurtadillas, la confesión dirigida por Lázaro al amigo de su confesor» ".
Vuestra Merced, sea quien fuere, es un individuo con honra que representa, en cualquier caso, el concepto habitual del honor en la época, y no entiende la deformación invertida a que lo somete Lázaro; para éste, en cambio, dicha inversión de la honra tiene una explicación clara, que se encuentra en el transcurso de toda su vida. Vuestra
'" Raaháas. 2.' ed., Barcelona, 1981, p. 100. " «La disposici<te temporal del Lazarillo de Tormo», en El primer Siglo de Oro, Barcekxia, 1988, p. 54.
A»toHÍo Rey Hazas
Merced, de elevada posición scxáal, tampoco entiende d ascenso de Lázaro de Tormes, ni ve su «cumbre de toda buena fortuna». De este modo, el picaro somete su auto- bic^raña y su punto de vista a otro muy distinto, que debe jiu^ado, aceptado o recha- zado, y constituye, en consecuencia, la clave interpretativa de la novela. Este pimto de vista normal sobre el honor no se sitúa en el mismo plano social que el de Lázaro, ya que su categoría y su jerarquía son evidentemente superiores al las del antihéroe. Ello quiere dedr que la autobic^rafia no se dirige, como carta, a los de la misma dase social y moral que Lázaro de Tormes, sino a los de rango superior, a los que de verdad tienen honra, directamente imf^cados por la ostentadón final que d picaro hace, equivocada y erróneamente, de la suya. Así, en virtud de un esquema novdesco genial, la per^)ectiva de escritura de Lázaro es vertical, va de abajo a arriba, en términos sociales y temáticos, mientras que la perspectiva de lectura, al contrario, va de arriba a abajo. El choque interpretativo, por ende, y a tenor dd módulo narrativo, es total: difidlmoite los lectores aceptarían lo que sostiene d picaro. Porque d lector habitual dd siglo xvi — aparte de que lo más lógico es que fiíera honrado o se moviera en d entorno de la honra, en cualquier caso, porque los demás apenas sabían leer ^— se ve obligado a situarse en d per^)ectiva de Vuestra Merced, por obra dd magistral diseño novdesco de la obra, y, así, a ref^car y enfrentarse dialécticamente con d punto de vista de Lázaro. De este dioque, de esta interacdón surge la interpretadón de la novela. Por tanto, y con independencia de quién sea en verdad Vuestra Merced, lo derto es que su presencia en la novela no sólo es d pretexto veros&nil que produce d texto narrativo, al originar la respuesta epistdar y autobic^ráfica de Lázaro, sino tíonbién, y sobre todo, una creación inexcusaUe del texto mismo de la novela, que le crea por necesidad literaria, por la neceádad narrativa de inq>licarie en el caso y de situar al lector en su lugar ^'. Y es que, como dice Carmen Martín Gaite: «d narrador literario las puede quebrar (las limitadones de la realidad), saltárselas; puede inventar ese interiocutor que no ha aparecido, y, de hecho, es d prodigio más serio que lleva a cabo cuando se pone a escribin inventar con las palabras que dice, y d mismo golpe, los oídos que tendrían que oídas» ^. Así lo hizo el genial y anónimo autor dd Lazarillo.
La composición novelesca
«La redacción dd Lazarillo es ante todo un acto de obedienda» ^, pero Lázaro de Tormes, aunque obedece, dedde que tengamos «entera noticia de m persona», e incorpora a ese cotKxñnüento vital y personal los sucesos de su autobiografía que explican
'" CHEVAUER, M., ha destacado que sób ei 20 por 100 de los eq>añdes del sigio xvi sabían leer, en Lecttmi y lectores eu la España de ka a^ XVI y xvn,Madíid, 1976. " Orno sostiene SIEBER, H., cp. cit, p. 95. ^ La búsqueda dd interlocutor y otras hüsípiedas, 2.* ed., Baicekna, 1982, p. 26. ^ Por dedrio con palabras de GtMXÉN, C, «La disposictón temporal», p. 54.
Antonio Rey Hazas
justo al revés que en el tercero, donde el amo abandona al mozo, y en medio, en el s^undo, el amo despide al mozo. En conjunto, pues, hay un esquema fuertemente unitario que oi^aniza los tres tratados iniciales. El problema estructural radica en que dicho esquema no prosigue y se interrumpe, tras el tratado tercero, y no, como piensa Femando Lázaro Carreter, porque se trata de una soldadura mal realizada entre dos tradiciones constructivas distintas, folklórica, una, y literaria, la otra, lo que origina una quiebra de la composición; sino porque, como cree C. Guillen, tras el episodio del escudero, se produce una acderadón del ritmo narrativo, originado por el hecho de que Lázaro ha consumado ya su fase de aprendizaje y se ha convertido en adulto, por lo que la autobic^rafia, a partir de ese momento, acentúa su criterio selectivo y relata aceleradamente los fragmentos de su vida que tienoi importancia para el caso de hcHira final.
La primera parte concluye de manera lógica cuando el picaro sirve a un noble y entra en contacto por vez primera con la honra hereditaria, patrimonio de la hidalguía, aunque, a causa de la pobreza de su amo, su conocimiento sea un tanto sesgado y se cimente, sobre todo, en vanas y superficiales apariencias. Lázaro no olvidará, en cualquier caso, esta lección de honra basada en el porte, la indumentaria y la presunción, impartida por un hidalgo auténtico: sus resultados aflorarán rotundamente en el caso final, en el tratado VD, al que apunta toda la autobic^rafia.
Además, lo cierto es que este primer bloque novelesco tiene una serie de rasgos muy marcados que le dan personalidad propia: no sólo por la graduación del hambre, su articulacito novelesca y la final lección de honra, sino también porque se trata de un periodo en el que Lázaro es, fundamentalmente, un mendigo, ya que pide direc- tamente limosna con d ciego, entre Escalona y Maqueda, a su libada a Toledo, e incluso para A y para el escudero, después de entrar a su servicio, y, cuando no lo hace, sirve de mozo sólo por la comida —muy escasa, por cierto— y la cama, lo que no es más que una variante de la mendicidad. Simultáneamente, es la parte que le introduce en Toledo, donde se centrará después la autobic^rafiía, al tiempo que d mucha- cho consuma su aprendizaje y su maduración. Se trata de ima experiencia muy negativa de la vida, pues conlleva un descenso material evidente y constante, ligado a unos amos que representan, hasta cierto punto y en síntesis, a la sociedad quinientista española, al pueblo (el d^o), a la iglesia (el dérigo) y a la nobleza (el hidalgo). Lázaro, en fin, durante esra primera fase de su autobic^rafia, no cambia de nmdus vivendi, y man- tiene unos valores morales incuestionables, como demuestra al final, donde, pese a su hambre atroz, ayuda al hidalgo y ejerce con él la caridad, dándole de comer. Después, todos estos elementos se modificarán, pues a partir dd tratado IV, Lázaro ya no volverá a pasar hambre, d^ará de ser mendigo, inidará su ascenso material hacia «la cumbre de toda buena fortuna» y se ligará fundamentalmente a la iglesia, a miembros dd dero regalar y secular. Ha deddido, pues, tras su aprendizaje, cambiar de vida e iniciar un camino distinto al que llevaba antes; pero, simultáneamente a su medro
EL «CASO» DE LÁZARO DE TORMES, TODO PROBLEMAS
material, que se pnxludrá a partir del tratado IV, su comportamiento moral se resentirá, y no volverá a ser caritativo, porque se envilecerá para medrar. Las modificaciones que sufre su vida, por tanto, son muy importantes. De ahí la marca estructural que separa los tres primeros tratados. Con todo, la estructura no se quiebra, ya que otro nuevo módulo constructivo cohe- rente oi^aniza su ascenso. De hecho, hay otros tres tratados articulados, aunque en menor medida, que son el IV, el V y el VI. La trabazón se observa incluso visualmente, por la mera extensión del IV y el VI, ambos brevísimos, que no pasan de una página. <fPor qué? ¿Se trata de un error? ¿Con qué objeto dividir capítulos tan cortos? No es im error, sino una llamada de atención, una marca estructural para atraer la mirada del lector sobre ellos, con el objeto de que se fije en el cambio radical que significan en la vida de Lázaro, ya que en el IV el mercedario le compra los primeros zapatos que Lázaro tuvo en su vida (hasta entonces, pues, había ido descalzo), y en el VI, con el capellán, se viste de «hombre de bien» y adquiere por primera vez sayo, jubón, capa y espada. De este modo, el lector se percata de que el picaro está ascendiendo en la escala social y de que ese ascenso va ligado a la apariencia extema, como le enseñó el escudero, esto es, a la mera indumentaria. La breve extensión de los tratados IV y VI, y su paralelismo constructivo, indica asimismo que ambos sirven de marco para el tratado V, el cual queda así resaltado entre dos trazos similares, para acentuar su interés. Y eso se debe a su capital iaywrtancia, realzada además por ser el único capítulo de la autobic^rafia en el que Lázaro no cuenta su vida, y se limita a ser espectador del engaño que su amo, el buldero, hace en un pueblo, simulando im falso milagro, con el objeto de vender las bulas. El antihéroe no participa nada en la artimaña, por lo que fimdona casi como un narrador en tercera persona que relata pormenorizadamente la astuta treta del buldero. Al hacerio, manifiesta también, indirectamente, su propia incapacidad para la vida picaresca, pues ni siquiera se da cuenta del engaño, hasta que, ya pasado, ve cómo se rien y budan su amo y el alguacil, los auténticos picaros. Lázaro de Tormes, criado del buldero, resulta tan engañado y burlado como los demás porque no está capacitado para la vida picaresca. El verdadero picaro es su amo, no él. Realmente, durante su vida apenas si había sido capaz de burlar a un ciego, y eso a pesar de su ceguera, pues quien demostró ingenio a raudales fiíe el invidente, y no él; porque tampoco parece muy destacable su habilidad para ratonar los bodigos de un clérigo avariento y sacar unas migajas. En general, se trata de un exiguo balance picaresco. Cuando, finalmente, se percata de que ni siquiera es capaz de entrever las astucias del buldero, no ya desde fiíera, como los lugareños, sino desde dentro, siendo su mozo, decide abandonar la vida picaresca, en buena l^ca, dada su incapacidad para ella, e integrarse en la sociedad y dedicarse a trabajar. Y así lo hace, a partir del tratado VI, donde pasa cuatro años como aguador al servicio del capellán, en los que consigue ahorrar el dinero suficiente para vestirse hon-
EL «CASO» DE LAZARO DE TORMES, TODO roOBLEMAS
Durante k primera fase de la autobic^raíiía (I, II y m), pese a estar daramente condicicmado por una herencia I n d i c a envilecida, pese a sufrir una e^)eriencia de la vida completamente n^ativa, llena de malos tratos, hvimilladones y haml»e, Lázaro de Tormes conserva en su alma una serie considerable de valores morales cristianos y mantiene un evidente respeto por los usos sociales de la época. De hecho, es im mendi^ ejemplar, que, como pedían los teóricos de la benefícienda, sólo pide limooia cuando no tiene amo, ni dinero, ni qué llevarse a la boca; pero que, en caso contrario, atmque sufra un hambre atroz, como le sucede mientras está al servicio del clérigo de Maqueda, jamás mendiga, actuando así conforme a las recomendaciones de fray Domingo de Soto, en su Deliberación en la causa de los pobres (Salamanca, 1545) ^^ De manera semejante, el muchacho alimenta al escudero, al percatarse de su apetito, sin humillarlo, siguiendo en ello los consejos de Luis Ywes, según los cuales no se debía esperar a que los nobles manifestaran sus necesidades, por re^>eto a su condición social, sino que habían de adivinarse y socorrerse discretamente. Lázaro, además de ejemplar como mendigo y como mozo, es caritativo con el hidalgo, lo que implica su bondad y su calidad cristiana, ya que, según los erasmistas, la principal virtud del cristiano era la caridad. Dice, por ejemplo, Juan de Valdés: «caridad no es otra cosa sino amor de Dios y del prójimo, [...] sin ella no podemos ser cristianos [...] la prefiere San Pablo a la fe y a la esperanza» {Diálogp de Doctrina Christiana, 1529). Jimto a él, únicamente las «mujercillas» toledanas que le socorren y alimentan ejercen la caridad en la autobi(^ra£ía. Al contrario de sus amos, al contrario de los ricos y poderosos, que no practican nunca esta virtud fundamental del catolicismo. De modo que no es cierto lo que dice el propio picaro, nada más comenzar el tratado III: que «ya la caridad se subió al cielo», esto es, que en la tierra ya no hay caridad; porque al menos él y algunas mujeres de su misma dase social son caritativos. Pero no lo son, harto significativamente, los clérigos. ¿Es que los sacerdotes no son cristianos? Más adelante retomaremos el asunto. Veamos ahora las implicadones sociales de este peculiar ejerddo de la caridad. Porque lo derto es que, visto desde los numerosos esfuerzos por reformar la mendiddad que se hideron en la España del si^o xvi, resulta iluminador, ya que, como ha dicho Molho, «parece así que la sodedad de los ricos se exduye de la caridad y que, en definitiva, ésta es asunto de los pobres y que no se trata más que entre pobres». Lo cual, firente a los abundantes escritos y prefectos que pretendían reformar la benefidenda ^, significa que el Lazarillo toma partido y adopta una postura diferente, hadendo una «discreta réplica —en palabras de Mol-
^ Ccmio ha señalado Mcuio, M, bttmducáótt al pensamiento picaresco. Salamanca, 1972, p. 37. " Reaiizados, ya pot k Administración, en virtud de distintas leyes como la del Gmsejo Real, hecha pública en 1745, pot ejemplo, según la cual no se pennitia que los pordioseros {ñdieran limosna fuera de sus lugares naturales de or^en, y aun en éstos deliran llevar una cédula de identificación que k» acreditara como pol»es auténticos; ya por teók^os y humanistas, en tratados que van desde d DesubventionepauperwH, de Luis VIVES, hasta el Amparo de ios ¡estimas pobres y reducción de vagabundos, de Cristóbal PÉREZ DE lÍESBíM,
Antonio Rey Hazas
ho ^— , no menos pesimista que cristiana, al comentario de los doctos sobre la orga- nización de la beneficoida»: no es una cuestión de leyes, ordenanzas, pragmáticas ni tratados, viene a decimos el autor de la novela, sino más sencilla y más grave, dado que quienes debían soportar el peso de la caridad, los ricos, no lo hacen, y todo se reduce a un asunto entre pobres, por lo cual, a partir de semejante premisa, cualquier reforma de la mendicidad está condenada al fracaso. En cuanto a la capacidad de Lázaro para ejercer la caridad, a pesar de las adversas circunstancias de herencia y ambiente que rodean tal ejercicio, resulta clave para la evolución de su vida, pues coincide con la fase final de su aprendizaje, con d cono- cimiento de la honra y con el final de la primera parte de k autobiografla, en el tratado tercero, a fin de mostrar que tanta acumulación de elementos negativos no había alterado su bondad ni su calidad humana. Sin embargo, a partir de ese momento, comienza su ascenso material, se relaciona particularmente con la clerecía y, harto significativa- mente, nunca más vuelve a ser caritativo.
Anticlericalismo y erasmismo
No es fruto de la casualidad que, cuando h mayor parte de sus amos son religiosos (mercedario, buldero, capellán y arcipreste), es decir, cuando lo lógico sería esperar una mqoría de los valores morales y espirituales del antihéroe, se produzca una evolución contraria y el personaje vaya haciéndose cada vez más inmoral, paradójicamente, a medi- da que va ascendiendo en la escala social y mejorando sus condiciones de bienestar material La consecuencia que se extrae de ello es evidente: los clérigos, en vez de moralizar cristianamente, como es su deber, iiunoralizan al joven. La clerecía, por tanto, incumple sus deberes espirituales, ofr-ece ejemplos inmoralizantes y, en vez de educar, deseduca y malogra las virtudes naturales del muchacho. Curiosamente, le ayuda en su medro material, porque sí ofi:ece, en cambio, ejemplos evidentes de apego a las cosas materiales y fisicas, incluidas el dinero y las mujeres. Nada tiene de extraño, pues, que el primer índice de libros prohibidos de la Inqui- sición emanóla, el de Valdés, prohibiera el Laxaríllo en 1559, ni que un librero empa- redara la recién descubierta edición de Medina del Campo de 1554, junto a otros libros perseguidos, por miedo al Santo Oficio, en Barcarrota, un pueblo de Badajoz. Cuando el libro volvió a publicarse, en 1573, lo hizo expurgado de fr:ase$ irreverentes y sin dos de sus tratados ordinales, el IV y el V, que fueron suprimidos totalmente. Obvio es decir que el antíclericalismo de la obra no había pasado desapercibido a los inqui- sidores.
ya en la ^poca de Fe&pe II, pasando por una latga serie de escritos de de fray Domingo de Soto, fray Juan de Robies, y un la^o etcétera. ^ q». cit.. p. 41.
Antonio Rey Hazas
salvo de murmuraciones, con lo cual, además de un ddito de adulterio, está cerca de cometer sactil^o, dado que el matrimcMiio es un sacramento. El antidericaliano del Lazarillo, en consecuencia, es obvio. Ahora bien, ¿a qué se dd}e? ¿Cuál es su motivación ideol(^ca? Podría ser, como poisaba Bataillon, un anti- doicalismo medieval, sin verdadera fuerza reformista, ñeramente t^ico y carente de otras motivaciones que no fueran las de la mera denuncia moral. Sin embaí^, no parece muy probable, dada la prdiibición inquisitorial de que fue objeto el libro, sobre todo porque, como estudió Mdho ^, una anécdota anticlerical que fuera intrascendente en la Edad Media, donde no implicaba ataque alguno contra la Iglesia, situada en el sig^o xvi, GR ú contexto de los abundantes movimientos de reforma espiritual de la época, tras la de Lutero, tenfo un significado diferente y mucho más crítico. No hay que pensar, desde lu^o, en luteranismo de ninguna dase, ni en elementos de judaíano, porque d OMicepto rdigioso de la obra es siempre ortodoxo y católico, como ha estudiado Garda de la CcMidia ^; pero sí en la visión crítica de un erasmista, de im reformador que desea cand>iar d comportamiento de los dérigos desde dentro de k ortodoxia. El ataque contra la dereda puede aclarase bastante si pensamos en im autor huma- nista familiarizado con d erasmistno; y ello porque todos los religiosos que aparecen en la obiti pueden encuadrarse dentro de la máxima erasmiana: «Monachatus non est pietas», dado que, en verdad, stm sacerdotes ajenos a la piedad cristiana. Y tamlñén, porque d tema coitral de la caridad cristiana nos conduce a la misma interpretadón, ya que ninguno de los amos edesiásticos de Lázaro es caritativo, a pesar de su condidón de cristianos sobresalientes, de ministros de Dios. Antes al contrario, son religiosos egoís- tas, avaridosos, ambidosos y lujuriosos, complétamete ajenos a la virtud máxima para d eraanismo, a la caridad. Recordemos que, como deda Juan de Valdés, «sin ella no podemos ser cristianos». Y, s^ín esto, ninguno de los dérigos de la novela serían cristianos. De ahí d chiste que hace Lazarillo, didendo que «la caridad se subió al ddo», porque la caridad era, xgím la época, scala coeli ' \ «escala para subir al ddo», y, como nadie quería usar de tal escalera, ella misma se subió: pero, ¿no es la virtud esencial dd cristiano? ¿No son cristianos los sacerdotes? Si para los humanistas cercanos a los movimioitos de reforma e^iritual dd si^o xvi los «verdaderos cristianos» debían ser «legítimos y no fingidos, evangélicos y no ceremoniáticos, espirituales y no supers- ticiosos» —ccMifcwme a la autraizada voz dd autor dd Diálogo de Doctrina Christíana — , y poner «la cristiandad en la siiKeridad del ánimo, y no en solas apariencias exteriores», resulta palmario que ninguno de los religiosos dd Lazarillo es un cristiano auténtico, pues todos rimen ídolos interiores —por s^uir la terminología de Juan de Valdés— , c<Mno la avaricia, la gula, la lujuria y la ambidói^ ya que «hay [...] dos maneras de idolatría, una es exterior y otra interior. La exterior es adorar un madero, una piedra.
» ffiá/., p. 43. '" Nueva lectura del «Lazmtto», pp.llAy ss. " Ad reza, por ejemido, en k pintada del mi^ntfico y bantxx) Hospital de k Caridad de Sevilla.
EL «CASO» DE LÁZARO DE TORMES, TODO HIOBLEMAS
un animal; [...] la interior [...] es cuando el hombre [...] deja de adorar extericmnente estas criaturas, pero en lo interior tiene {Hiesto su amor y su confianza en días».
La honra, la nobleza y el erasmismo
El pensamiento erasmiano está también presente en la critica de la honra que hace el Lazarillo. De hecho, el propio pkaro censura el honrar dd escudero desde esta pers- pectiva religiosa innovadora, cuando dice: «¡Oh, Señor, y cuántos de aquestos debéis Vos tener por d mvindo derramados que padescen por la negra que llaman honra lo que por Vos no sufrirán!» Coindde así con Alejo Vendas, en su Primera parte de las d^erencias de libros que hay en el universo, donde dice que: «El triunfo mayor de la razón es vencer al ídolo mayor, que en castellano se dice qué dirán.» Y con Juan de Valdés: «Poca santidad es, a la verdad, no hincar las rodillas a las honras, ni a las riquezas, ni a otras criaturas, si por otra parte les ofrecemos nuestros corazc»ies [...], que esto no es otra cosa sino adorar a Dios con la carne [...] y adorar interiormente a la criatura con d e^Mtu.» Y con Antonio de Torquemada, en sus Coloquios satíricos (1553), en el VI de los cuales, «que trata sobre la vanidad y la honra dd mundo», dice: «la más verdadera definición será presunción y soberlxa y vanagloria dd mimdo [...], porque todos los que quieren y procuran y buscan honra van fuera dd camino que deben xffúi los que son christianos» (fol. cxiv, v.°). Nuestro picaro, en efecto, tanüñén «qui- siera que no tuviera XsíiXai presunción» d escudoo. De modo que, induso d honor, tema clave de la autobi(^;rafía, se ve desde la perspectiva erasmista y espiritual. Aparte, claro está, de la critica puramente social de un concepto de la honra basado en meras apariencias superficiales: vestido linqno y planchado, porte, arrogancia, cortesía, simuiadón de haber comido, coa un palillo entre los dientes, etc. La censura contra el escudero, a causa de que tiene todos estos rasgos de vana presundón, se justifica además porque d mismo, noUe al fin y al cabo, pone en solfa y cuestiona la supuesta superioridad social y moral de la aristocracia, ya que denuncia a los caballeros y señores de rango superior al suyo, cuando dice cómo pretende entrar a su servido y actuar hipócritamente, al tenor de su bellaquería, con servilismo, engaño y fingimientos aduladores. Así, desautoriza a la nobleza entera, y no sdo a la hidalguía. De hecho, este personaje —al igual que sucede con los clérigos y por los mismos motivos— no tiene nombre propio y es simplemente llanudo escudero, esto es, hidalgo, porque su fundón es representar a todos los de su dase social, que constituye la más baja escala de la nobleza, para criticarla, e incluir en la diatriba a la nobleza en general, desde dentro de ella. Sin embalso, el escudero no es sólo im personaje negativo, sino también muy posi- tivo, dado que es el único amo de Lázaro que le trata bien, con respeto y consideradón. Y es que, junto a la visión crítica de la hidalguía, debida a motívadones tanto sociales
EL «CASO» DE LAZARO DE TORMES, TODO PROBLEMAS
poráneos captaron el significado critico del libro, sobre todo con req>ecto al clero, lo que hizo que la Inquisición lo prohibiera en 1559, y que un librero atemorizado empa- redara la edición de Medina del Campo, por esas fechas. Ambas lecturas, la seria y la divertida, conviven, pues, separadas o entremezcladas, entre los coetáneos. Con todo, la clave interpretativa múltiple del Lazarillo reside en la dialéctica que se establece entre d punto de vista de Lázaro y el de Vuestra Merced, como ade- lantábamos al comienzo de este trabajo, dado que cada uno expresa previamente un interés distinto por el mismo caso de honra y, con él, por el ascenso del picaro. Lázaro insiste en haber accedido a «la cumbre de toda buena fortuna», y se pone a sí mismo como ejemplo de los que han sabido «subir siendo bajos» (I), de los que han conseguido salir «a buen puerto» (prólc^), aunque siempre dirige esta apreciación suya, de ot^ullo satisfecho, a Vuestra Merced, y la somete a su lectura, a sabiendas de que no coincide, de que su interpretación es distinta. El lector, por su parte, se ve conducido por el esquema de la autobiografía a situarse en la perq)ectiva de Vuestra Merced, con lo que el enfrentamiento entre apreciaciones o valoraciones distintas es obligado. El antihéroe se considera, en el caso, a la conclusión de su relato, honrado y en un estado plenamente satisfactorio, aunque, visto desde el destinatario de la epfetola, su estado sea el de un sinq>le pregonero, el más bajo de los oficios reales, deshonrado a todas luces. Él piensa que ha medrado mucho en la escala social, pero Vuestra Merced no lo acepta. (iRealmente, ha ascendido? ¿Tanto ha mejorado de situación como para considerarse «en la cumbre de toda buena fortuna»? Desde su punto de vista, desde su origen vil y su experiencia de la vida, es cierto que ha mejorado bastante en lo material, dado que ya no pasa hambre, va vestido de «hombre de bien», tiene oficio, casa, mujer —aunque compartida— y, a su parecer, incluso honra. Desde el punto de vista de los hombres con honor verdadero, en cambio, desde el de Vuestra Merced, que es también el de los lectores con honra de la época (casi los únicos, porque los demás apenas sabían leer), no es admisible, pues su mujer sigue siendo la barragana del arcipreste, con la aceptación gustosa del picaro: tal es el peculiar caso de hcMira que constituye el centro de la obra. Los dos pimtos de vista diferentes, las dos maneras distintas de interpretar el caso, en consecuencia, condicionan la interpretación de la novela de manera decisiva.
El «caso» según Lázaro de Tonnes: la crítica sociomoral
Lázaro cree estar en la mejor situación posible, pese a que su deshonra es evidente para todos. Su insistencia en tener honra, por consiguiente, es inaceptable a los ojos de los demás, pues choca firontalmente con el concepto habitual del honor en el si^o xvi. Pero, ¿y a los suyos? ¿Él se percata de tal incongruencia? ¿Es consciente de su con- tradicción? No, el picaro no reconoce su deshonra, porque desde su punto de vista
Antonio Rey Hazas
no hay tal: por eso interpreta d caso como toda su vida, para contada entera y explicar así su petq>ectiva; a sabiendas de que el caso, ainado y solo, imi^ca una interpretación distinta y claramente deshonrada. Peto no sucede lo mismo sí se ve como el resultado final de una e^>eríencia muy particular de la vida, y se interpreta desde esa vivencia concreta.
La ironía que define al picaro cuando sostiene su honra contra la realidad y contra la evidencia se halla, manó>ulada por d autor real de la novela, no en la perspectiva de Lá2aro, sino en la del lector honrado de la época, con la que se confi»nta obli- gadamente la del pkaro, en virtud del genial ju^o enástente entre los dos puntos de vista diferentes de la carta: el del emisor y el d<d intedocutor. Lázaro íMraba su autobi<%rafia con un punto de vista chocante para k» demás, con- tradictcHÍo pata todos, sin duda, pero no para él, porque así, como él sostiene, le han enseñado a ver el mundo sus «maestros», sus diferentes amos. Él es el resultado de una sociedad invertida, donde todo está trastocado, y los rdigiosos no viven cristia- namente, ni los hidalgos con nobleza y honra auténticas. Nada más lógico, pues, que su visífki sea la que es. Si todo está al revés, también es natural que la mmtalidad del antihétoe esté revesada. Su aq>eriencia de la vida le ha creado una viaón errónea de la moral, s^;ún la cual, como ckmostró Wardropper '^ «lo bueno» y «la bondad» se identifican con «lo conveliente» y «lo provechoso». Lázaro, igual que hiciera su madre, dedde «arrimarse a los buen(»», esto es, al arcq>reste de San Sahrador, entendiendo por tal actitud «ase- gurarse el bienestar material». Un amo es bueno cuando le da de comer y no le maltrata; su mujer es «la bcnidad» porque le da cama y comida. Lo mismo sucede con la luxiía. El escudero le enseñó que era pura ^>arienda superficial, basada en los vestkbs o el porte, y carente de autenticidad, y d, en con- secuencia, creyó estar honrado sólo con vestirse de la indumentaria adecuada, «porque —como dice Torquemada— una de las cosas con que los hombres andan más honrados es con andar muy bien aderezados y vestidos» (Coloquios satíricos, fol. d r."). Su inter- pretación es pardal y equivocada, sin duda, pero explicable. Al final, para acentuar hasta d límite su viciado entendimiento dd honor, d ardpreste dd caso le dice, con ocasión de las murmuradtxies sobre el adukerio de su mujer, que «ella entra (en la casa dd clérigo) muy a tu boma y suya, y esto te lo prometo. Por tanto, no mires a lo que puedan decir, sino a lo que te toca, digo, a tu provecho». Y asi lo interpreta Lázaro, entendiendo d honor como provecho material, y desoyendo haUadutias.
Tan errada concepdón del honor y de la ética es consecuencia de una educadón deformada y de una experiencia de la vida analmente secada, en la que sólo ha visto ambidón, avaricia, egoísmo y lujuria. La enseñanza es aún más nodva por el hecho de proceder, en su mayor parte, de religiosos, dado que esa misma procedenda explica
" «El tnstonio de la moral en d Lazan'Uo», NRFH, 15 (1961), pp. 441-447, y VILA-NOVA, A., «Lázaro de Tormes como ejemplo de una educacirái corruptora», en Erasmo y Cervantes, Barcelona, 1989, pp. 180-236.