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En el adulto contemporáneo se presenta la crisis en la edad media de la vida
Tipo: Apuntes
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Crisis en la Edad Media de la Vida
Lo primero es definir qué es “la mediana edad”. Hace un par de siglos, la mitad de la vida perfectamente podía estar situada entre los 20 y los 30 años. Hoy en día la esperanza de vida ha aumentado significativamente, con lo que la mediana edad puede estar entre los 40 y los 65 años, en condiciones “normales”.
Lo segundo es definir más claramente lo que significa la palabra “crisis”. Etimológicamente es un término que deriva de un vocablo griego y significa “decidir”. El uso popular le ha ido otorgando un significado que es más bien peyorativo. Cuando se habla de “crisis” muchos entienden que se hace referencia a un caos indeseable.
Desde el nacimiento hasta la muerte los seres humanos transitamos diversas crisis vitales que se inician con la vida extrauterina y culminan con el fin de la existencia. Y, si bien esto es algo por todos sabido, no significa que siempre sea pensado. El ser humano (al menos en la cultura occidental) no está preparado para la muerte, que por otra parte es la única certeza que existe. El resto de los acontecimientos vitales son conjeturas, hipótesis, verdades a medias y (quizás lo más importante) el misterio.
Así las cosas, la muerte es el rasgo central de la crisis de la edad media de la vida. El logro de la adultez madura e independiente se presenta como la principal tarea psicológica. La paradoja consiste en que el estado de plenitud tiene una fecha de terminación. Más allá, está la muerte que deja de ser una idea general, una liberación, un fenómeno natural o un misterio para pasar a ser un problema personal.
Esta travesía nos enfrenta con la problemática del duelo porque estamos ante una crisis depresiva; a la declinación biológica se agregan las cosas que no volveremos a tener: posibilidades frustradas, tiempo y oportunidades perdidas, un adiós a la juventud irrecuperable. Los propios padres han envejecido o han muerto y los amigos y seres allegados han corrido una suerte similar. Esto puede traer aparejado un empuje vital: decisiones de llevar una vida mejor, es decir una mayor aceptación de la propia muerte.
Si la confianza y el amor por uno mismo permiten contrarrestar la destructividad, tiene lugar un renacimiento de la esperanza y una transformación del miedo a morir en una experiencia constructiva y también creativa, con lo cual el clima emocional será el acompañante de un disfrute de la vida adulta y una mayor profundización en la naturaleza de las cosas. Estaríamos recorriendo el potencial camino de la sabiduría.
Pero el manejo adecuado en esta crisis vital no es la única porque existen otras reacciones o estrategias que se ponen al servicio de evitar el dolor mental La crisis de la edad media puede resultar en esperanza o patetismo juvenil, que la crisis trae aparejada. Cuando este estado no es tolerado la salida común son el despliegue de actividades destinadas a la negación de la depresión y un culto al hedonismo y al éxito fácil.
El listado es enorme: divorcios, búsqueda de amantes, infidelidades, mudanzas, cirugías estéticas, viajes que no hacen sino empobrecer la vida emocional. Padres o madres que se identifican con la adolescencia de los hijos e hijas, salidas nocturnas, novios o parejas más jóvenes que generan la ilusión del “amor de sus vidas” (¿?) ofrecen lo que he denominado “la dimensión patética de la crisis” que no es sino el resultado de pactos faustianos por la inmortalidad.
Las fantasías y ansiedades específicas que surgen durante tales crisis son de distinta clase. Pueden estar referidas a la salud y al propio cuerpo: son fantasías hipocondríacas que abarcan toda clase de preocupaciones y temores a enfermedades, por ejemplo, el cáncer o el infarto; pueden estar vinculadas con una inquietud económica: temor al descalabro financiero aunque no exista una base real, o a no poder incrementar los ingresos para mantener o reforzar el estándar de vida; o bien fantasías que se relacionan con el temor de perder el status social o el prestigio alcanzado, etcétera.
Cuando el individuo siente que ha llegado al punto medio de la vida, comprueba que ha dejado de crecer y ha comenzado a envejecer. Debe enfrentar un nuevo conjunto de circunstancias externas. Ya ha vivido la primera fase de la vida adulta. Ha establecido su familia y su ocupación (o debiera haberlas establecido). Sus padres han envejecido o han muerto y sus hijos están en el umbral de la adultez. La niñez y la juventud pasaron y se fueron, y debe realizar el duelo por ellas. El logro de la adultez madura e independiente se presenta como la principal tarea psicológica. La paradoja consiste en que se entra en la etapa de plenitud pero la muerte acecha.
Este enfrentamiento con la realidad e inevitabilidad de la propia muerte es el rasgo central y crucial de la fase de la mitad de la vida; es lo que determina la naturaleza crítica de este período. En lugar de concebirse la muerte como una idea general, o un acontecimiento experimentado en términos de la pérdida de algún ser, se convierte en un problema personal: la eventualidad real y actual de la propia muerte. Una actitud relativamente frecuente ante la posible pérdida de un ser allegado es reaccionar como frente a una advertencia para cuidar la propia vida: entonces aparecen decisiones de tener un tipo de vida mejor, permitirse mayores gratificaciones, no postergarse, entre otros. Se busca estar preparado y
Algunas personas toman decisiones importantes en forma repentina, a menudo sin consultar a su pareja. Es posible que decidan vender la casa, renunciar al empleo, mudarse o solicitar el divorcio. Hablan acerca de efectuar cambios significativos en su vida, como realizar adquisiciones importantes o embarcarse en nuevos pasatiempos, porque se sienten infelices. Dichos cambios parecen deberse a su descontento y la sensación de que se les está acabando el tiempo.
El alcohol y las drogas son vicios peligrosos durante la crisis de la edad mediana. Algunos hombres toman más, posiblemente porque estén intentando revivir su juventud. La depresión y el estrés también pueden provocar un aumento en el consumo de alcohol.
Es posible que un hombre se obsesione con su juventud y sus amores pasados y fantasee con el “qué hubiera pasado” con respecto a sus antiguas relaciones.
Es posible que los hombres comiencen a mirar más al resto de las mujeres para compensar la disminución en su sensación de virilidad, aunque permanezcan fieles a su pareja. Los hombres que atraviesan la crisis de mediana edad se sienten atraídos por mujeres que no solían ser su tipo, jóvenes y atractivas. Algunos son infieles para validar su masculinidad. Otro signo que puede indicar la existencia de un romance es la aparición de un interés renovado por el sexo y por la implementación de posiciones nuevas y diferentes con su pareja.
Una de las características de la crisis de la mediana edad son las desapariciones bruscas inmotivadas, misteriosas y a veces permanentes que experimentan algunas mujeres. Otras planean la huida cuidadosamente con meses de anterioridad. Intentan realizar sueños antes de envejecer. Entre las conductas extravagantes se destacan los cambios en su manera de vestir: ropas juveniles como si fueran adolescentes. Algunas compran motocicletas y autos deportivos o cambian los autos por los que compran la gente más joven. Cuando las mujeres llegan a los cuarenta vuelven a la minifalda a la ropa ajustada, se preocupan por la dieta, la línea, el uso de cremas para las arrugas y se independizan de sus maridos rebelándose contra ellos o contra sus hijos.
Se ven acompañadas por jóvenes heterosexuales y algunas veces homosexuales generalmente de menor rango social e intelectual que ellas. Esto es una expresión de la crisis muy obvia. La aventura sexual, aunque sea una sola vez se da a esta edad. Se plantean la promesa que antes de envejecer quieren conocer nuevas parejas y se sienten halagadas si los hombres veinte años más jóvenes que ellas las cortejan.
El aburrimiento, la falta de diálogo, la baja frecuencia sexual, la revelación o descubrimiento de aventuras sexuales por parte de su pareja y de ella, son los conflictos que generalmente sufren las parejas cuando ella está atravesando por la crisis de la edad mediana.
Cuando la mujer tiene una profesión y su salario es mayor que el del esposo los conflictos se incrementan pues eso hace que se inviertan los roles tradicionales de la pareja en los cuales el esposo supone ser el proveedor para la familia. Cuando estos conflictos llegan, la ansiedad de la mujer que atraviesa por la crisis de media vida aumenta.
La búsqueda de una nueva pareja empieza y casi siempre se van a vivir con hombres mucho más jóvenes que ellas y de un menor nivel económico. Huyen de las relaciones con parejas de su misma edad o un poco mayores que ellas. Es decir, buscan parejas jóvenes y atractivas para sentirse jóvenes y decirle a la gente que pueden todavía conquistar muchachos que podrían ser sus hijos. Sus nuevas parejas no las juzgan sino que las admiran por su madurez y experiencia y las consideran sus grandes maestras. La búsqueda de parejas más jóvenes ocurre durante la crisis y algunas se casan con hombres quince o veinte años menores que ellas.