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Como Hacer Una Historia de Vida, Guías, Proyectos, Investigaciones de Investigación Histórica

Conoceremos sobre como hacer o realizar una historia de vida y sin olvidar que significa esta en el ámbito educativo

Tipo: Guías, Proyectos, Investigaciones

2018/2019

Subido el 15/12/2019

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Athenea Digital - 14(3): 129-170 (noviembre 2014) -ARTÍCULOS- ISSN: 1578-8946
HACER UNA HISTORIA DE VIDA: DECISIONES CLAVE DURANTE EL PROCESO DE
INVESTIGACIÓN
CONSTRUCTING A LIFE HISTORY: K EY DECISIONS IN THE RESEARCH PROCESS
Javier Ernesto Bassi Follari
Universidad de Chile; Universidad Nacional Andrés Bello;
javier.e.bassi@gmail.com
Historia editorial Resumen
Recibido: 02-02-2014
Aceptado: 13-06-2014
En este trabajo presento una serie de aspectos del método biográfico —o método
de las historias de vida— que suelen surgir durante procesos de investigación y
acerca de los cuales los/as investigadores/as deben poder tomar decisiones funda-
das. Me detengo en distinciones terminológicas, diferencias con áreas fronterizas
—como el enfoque narrativo o la literatura— y en la relevancia del método para la
ciencia social. Analizo el «problema» de la objetividad y de la representatividad y
la disyuntiva entre (sólo) presentar o analizar el material generado. Comento algu-
nos criterios para la elección de un/a «buen/a» informante, las estrategias de pro -
ducción y análisis de la información y la cuestión de la (des)confianza en los rela -
tos de informantes e investigadores/as. Mi objetivo es plantear —no resolver— es-
tas cuestiones, con el fin de que sean tenidas en cuenta en la toma de decisiones
durante los procesos de composición de una historia de vida.
Palabras clave
Historia de vida
Relato
Método biográfico
Enfoque narrativo
Abstract
Keywords
Life History
Life Story
Biographical Method
Narrative Method
On this paper I present a series of dimensions of the biographical method of re-
search that usually arise in the course of social research processes and in regard to
which researchers must be able to take informed decisions. I analyse definitions
issues, differences between the method and related areas —such as the narrative
method of inquiry and literature— and the relevance of this method for the social
sciences. I focus on the “problems” of objectivity and representativity and the
dilemma of only presenting or also analysing the information generated. I com-
ment on some criteria to choose “good” informants, production and analysis tech -
niques and the issue of trust in regard to the stories told by informants and also
by researchers themselves. My goal is to present —not to close— these issues, so
they can be taken into account to take informed decisions during the process of
constructing a life history.
Bassi Follari, Javier Ernesto (2014). Hacer una historia de vida: decisiones clave durante el proceso de
investigación. Athenea Digital, 14(3), 129-170. http://dx.doi.org/10.5565/rev/athenead/v14n3.1315
Introducción
El método biográfico —también conocido como el método de las historias de vida— se
ha consolidado, en el contexto de las ciencias sociales iberoamericanas, como una al-
ternativa metodológica académicamente legítima, si bien comparativamente poco uti -
lizada. En este sentido, existen, en castellano, textos destacados que abordan sus aspec-
tos epistemológicos, ético-políticos, históricos, teóricos y metodológico-técnicos.
Por ello, en este trabajo me propongo tomar un camino diferente: mirar el método
con ojos de investigador/a y con un objetivo prioritario: presentar y analizar crítica-
mente ciertas disyuntivas que emergen al realizar una historia de vida, que pueden re-
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Athenea Digital - 14(3): 129-170 (noviembre 2014) -ARTÍCULOS- ISSN: 1578-

HACER UNA HISTORIA DE VIDA: DECISIONES CLAVE DURANTE EL PROCESO DE

INVESTIGACIÓN

CONSTRUCTING A LIFE HISTORY: KEY DECISIONS IN THE RESEARCH PROCESS

Javier Ernesto Bassi Follari Universidad de Chile; Universidad Nacional Andrés Bello; javier.e.bassi@gmail.com Historia editorial Resumen Recibido: 02-02- Aceptado: 13-06- En este trabajo presento una serie de aspectos del método biográfico —o método de las historias de vida— que suelen surgir durante procesos de investigación y acerca de los cuales los/as investigadores/as deben poder tomar decisiones funda- das. Me detengo en distinciones terminológicas, diferencias con áreas fronterizas —como el enfoque narrativo o la literatura— y en la relevancia del método para la ciencia social. Analizo el «problema» de la objetividad y de la representatividad y la disyuntiva entre (sólo) presentar o analizar el material generado. Comento algu- nos criterios para la elección de un/a «buen/a» informante, las estrategias de pro- ducción y análisis de la información y la cuestión de la (des)confianza en los rela- tos de informantes e investigadores/as. Mi objetivo es plantear —no resolver— es- tas cuestiones, con el fin de que sean tenidas en cuenta en la toma de decisiones durante los procesos de composición de una historia de vida. Palabras clave Historia de vida Relato Método biográfico Enfoque narrativo Abstract Keywords Life History Life Story Biographical Method Narrative Method On this paper I present a series of dimensions of the biographical method of re- search that usually arise in the course of social research processes and in regard to which researchers must be able to take informed decisions. I analyse definitions issues, differences between the method and related areas —such as the narrative method of inquiry and literature— and the relevance of this method for the social sciences. I focus on the “problems” of objectivity and representativity and the dilemma of only presenting or also analysing the information generated. I com- ment on some criteria to choose “good” informants, production and analysis tech- niques and the issue of trust in regard to the stories told by informants and also by researchers themselves. My goal is to present —not to close— these issues, so they can be taken into account to take informed decisions during the process of constructing a life history. Bassi Follari, Javier Ernesto (2014). Hacer una historia de vida: decisiones clave durante el proceso de investigación. Athenea Digital, 14 (3), 129 - 170. http://dx.doi.org/10.5565/rev/athenead/v14n3. 1315

Introducción

El método biográfico —también conocido como el método de las historias de vida— se ha consolidado, en el contexto de las ciencias sociales iberoamericanas, como una al- ternativa metodológica académicamente legítima, si bien comparativamente poco uti- lizada. En este sentido, existen, en castellano, textos destacados que abordan sus aspec- tos epistemológicos, ético-políticos, históricos, teóricos y metodológico-técnicos. Por ello, en este trabajo me propongo tomar un camino diferente: mirar el método con ojos de investigador/a y con un objetivo prioritario: presentar y analizar crítica- mente ciertas disyuntivas que emergen al realizar una historia de vida, que pueden re-

Hacer una historia de vida: decisiones clave durante el proceso de investigación sultar complejas de abordar y respecto de las cuales, entiendo, un/a investigador/a debe poder tomar decisiones fundadas. Se trata de disyuntivas clave que provienen de la forma que el método ha tomado en su recorrido histórico, pero también de ciertas condiciones contextuales en las que los procesos de investigación se desarrollan. Me propongo aquí, a partir de mi experiencia en la utilización del método —mi te- sis de doctorado fue una historia de vida—, de mis lecturas posteriores y de los proce- sos de tesis que he guiado, abordar dichas disyuntivas clave, no para zanjarlas (¿es eso posible y/o deseable?), sino para servir de orientación a investigadores/as, facilitar la toma de dichas «decisiones fundadas» y, más importantemente, contribuir a la difu- sión y uso del método.

El método biográfico: la imposibilidad de separar teoría

e historia

A continuación, me detendré sobre algunos aspectos básicos vinculados al método, para luego, en el apartado titulado Disyuntivas teórico-metodológicas clave, adentrarme en el análisis de las «disyuntivas clave» a las que he aludido.

¿Qué es el método biográfico?

Lo primero que podría decirse es que no es el único. En efecto, el método biográfico es una de las opciones cualitativas que los/as investigadores/as tienen a su disposición. Para presentar esta cuestión, creo que resulta útil distinguir entre metodologías, métodos y técnicas. Sugiero preservar el término metodología para las diferentes alter- nativas a la (obsoleta) distinción cualitativo/cuantitativo (Bassi, 2014a). Así, habrá tres tipos de metodologías —las cualitativas, las cuantitativas y las mixtas—, que se diferen- cian por su modo de comprender y abordar la realidad social (para un detalle, ver Bas- si, 2014a). Método puede utilizarse así para denominar las diversas estrategias que, dentro de cada metodología, existen (o habrán de existir). Dentro de las opciones cualitativas: análisis del discurso, teoría del actor-red, enfoque narrativo, método etnográfico, in- vestigación-acción participativa, sistematización de experiencias, método documental, teoría fundamentada, etc. Finalmente, las técnicas son herramientas de mayor grado de especificidad, que se insertan (de forma coherente) en métodos. Pueden dividirse en técnicas de recogida o construcción de información (la primera opción para quienes creen que la información

Hacer una historia de vida: decisiones clave durante el proceso de investigación como algo más que una técnica novedosa. ¿Puede, en este sentido, hablarse, en los días dorados de la Escuela de Chicago (1900-1920), de un «método biográfico» como algo más que una técnica? En definitiva, como en el caso del pasado que nos cuenta la Historia y de la «reali- dad» que «reflejan» las historias de vida, las vicisitudes históricas de un enfoque tan poliédrico como el (que me empeño en llamar) «método biográfico», no pueden ser re- ducidas a un relato simple y consistente. Sería ése un relato más propio de la (re)cons- trucción, mitológica y a posteriori, de un pasado ordenado y sin aristas por limar, un relato como el de los/as «fundadores/as» à la Wundt y su laboratorio seminal (Danzi- ger, 1979; Harris, 1999). Pero, en el caso del método biográfico, existen demasiadas dis - continuidades, divorcios, separaciones, diferencias, distancias (físicas también, no sólo teóricas), ignorancias mutuas, desfases temporales y objetivos dispares como para po- der construir un relato pleno de sentido. Como siempre, contar la Historia de una dis- ciplina o de un área de conocimiento, supone torcer las historias para que se alineen y no desentonen en la foto de familia. Hecha la advertencia, creo que puede esbozarse un esqueleto tentativo de las dife- rentes disciplinas que se han acercado al método biográfico, de sus antecedentes, sus intenciones, su evolución y de sus relaciones con otras áreas de las ciencias sociales, tanto a nivel estadounidense y europeo, pero también iberoamericano. En primer lugar, un tema habitualmente espinoso en ciencias sociales: las defini- ciones. A fines de este escrito, usaré el término método biográfico para referirme a una serie de tradiciones, tanto académicas como no académicas, que utiliza o ha utilizado «todo tipo de fuentes que aportan información de tipo personal y que sirven para do- cumentar una vida, un acontecimiento o una situación social», haciendo «inteligible el lado personal y recóndito de la vida, de la experiencia, del conocimiento». Así, «en él tienen cabida todos los enfoques y vías de investigación cuya principal fuente de datos se extrae de biografías, material personal o fuentes orales (…)» (Bolívar y Domingo, 2006, p. 4, las cursivas son mías). La definición es reconocidamente amplia y difusa a fin de, más que nada, distinguir esta (dispersa) tradición del ethos metodológico deriva- do del positivismo: la encuesta, el laboratorio, la cuantificación y el análisis estadístico. Baste aquí, en palabras de Wittgenstein, un «aire de familia». Esta (literal) indefinición puede entenderse más fácilmente (y dejar de ser fuente de preocupación) si, como hacen Kenneth Gergen (1973), Gary Collier, Henry Minton y Graham Reynolds (1991/1996) y, por otra parte, Alicia Garrido y José Luis Álvaro (2007) respecto de la psicología social, se concibe a las ciencias sociales como una pro- ducción histórica contingente. Así, no sólo no es probable sino tampoco deseable una de-

Javier Ernesto Bassi Follari finición clara y estable de una disciplina social: los límites difusos y cambiantes (y la crónica «indefinición» de dichas áreas de producción de conocimiento) derivan de su carácter histórico y son, por tanto, consustanciales a ellas. Desde este punto de vista, una aparentemente mala definición —por tautológica— puede convertirse en la defini- ción más honesta y precisa de un campo de estudio. Veamos un ejemplo. Dicen Ches- ter Insko y John Schopler (1972, en Collier, Minton y Reynolds, 1991/1996, p. 35) de la psicología social: es «aquella disciplina que los que se llaman a sí mismos psicólogos sociales están interesados en estudiar» (!). Definición que, sin decir nada, dice en bue- na medida todo lo que es posible decir. En definitiva, podríamos decir que una disciplina social —y en lo que aquí es per- tinente, un método— son su historia y no existen al margen de ella, por lo que la difi- cultad en hallar definiciones únicas y estables no sólo se explica sino que también pier- de su carácter negativo (como defecto). Por lo demás, es ésta una postura —historicista— plenamente coherente con una visión antirrepresentacionista del cono- cimiento en general (Rorty, 1972; 1979/2001) y de la ciencia en particular (Bloor, 1976/2003; Latour, 1987/1992; Latour y Woolgar, 1979; Woolgar, 1988/1991). En tanto la ciencia es una práctica social convencional y sin particulares privilegios epistemológi- cos (o una «actividad humana» en la terminología de Peter Berger y Thomas Luck- mann, 1967/2008), no es de sorprender que sea tan variable como cualquier otra área del funcionamiento social. Desde esta perspectiva, la historia asume un rol vital: en un sentido fuerte, el mé - todo biográfico, como he dicho antes de las ciencias sociales, es su historia. Es por ello que recomiendo a los/as lectores/as interesados/as la lectura de las obras que, en caste- llano y sistemáticamente, se han ocupado del asunto, particularmente, los textos de Jorge Aceves Lozano (1993), Jorge Balán (1974), Antonio Bolívar y Jesús Domingo (2006), José Miguel Marinas y Cristina Santamarina (1993) y José Pujadas (1999/2002). Estos textos repasan el recorrido histórico del método (un recorrido «a tres bandas»: Estados Unidos, Europa y Latinoamérica), reseñando sus autores/as clave y obras señe- ras, además de, claro, sus aspectos epistemológicos, teóricos y metodológicos esencia- les.

Disyuntivas teórico-metodológicas clave

Una vez hechas estas primeras advertencias acerca de las dificultades para una delimi- tación simple del método (dificultades derivadas, como he dicho, de su carácter históri- co en tanto disciplina social), resulta más fácil adentrarse en los aspectos teóricos y metodológicos y comprender su lógica. En lo que aquí importa, haré énfasis en lo que

Javier Ernesto Bassi Follari En este sentido, debería concebirse la transcripción del mismo modo en que algu- nos/as autores/as conciben la traducción: como una (re)creación de un texto a partir de otro, más que de su traspaso o reflejo en una lengua diferente (Eco, 2003/2008; Gross- man, 2009/2011; Ortega y Gasset, 1937; Ricoeur, 2004/2009). Algo similar ocurre con los textos escritos por los/las informantes: lo habitual es que los/as investigadores/as los modifiquen (por ejemplo, para ordenarlos cronológicamente, corregir ortografía o eliminar redundancias), no constituyendo ya —si seguimos fielmente la definición— un relato «puro». Otro término relevante dentro del modelo es el de «documentos personales»: «cualquier tipo de registro no motivado o incentivado por el investigador (…) que posea un valor afectivo y/o simbólico para el sujeto analizado» (las cursivas son mías) y que incluiría «diarios personales, correspondencia, fotografías, películas, objetos persona- les» (Bolívar y Domingo, 2006 , p. 6). El ejemplo paradigmático de su valor y uso sigue siendo El campesino polaco en América y en Estados Unidos, de William Thomas y Flo- rian Znaniecki (obra originalmente publicada entre 1918 y 1927 y editada en castellano en 2006) que los consideraron la «clase perfecta de material sociológico» (en Bolívar y Domingo, 2006, p. 6). Por otra parte, la forma —es decir, qué puede incluirse como documento personal para enriquecer una historia de vida— es virtualmente infinita y en buena medida de- pendiente de las necesidades, creatividad y posibilidades concretas de los/as investiga- dores/as. En la actualidad, si bien es poco probable, en algunos casos, contar con, por ejemplo, cartas o fotografías en papel, sí es esperable que pueda accederse a correos electrónicos, fotos en archivos digitales y toda la gama de registros derivados del uso por parte del/de la informante de las redes sociales e internet en un sentido general. Esto, claro, además de documentos de más larga historia y de uso convencional en ciencias sociales: registros oficiales de diverso tipo (como partidas de nacimiento), le- gajos educacionales o laborales, etc. De este modo, más que estarse reduciendo la can- tidad y el tipo de documentos secundarios, como quizás podría pensarse, lo que sucede es que están, en tanto expresión de una forma de vida, cambiando. Así, una historia de vida será, como mínimo, un trabajo analítico a partir de un re- lato biográfico —escrito o verbal— obtenido a pedido de un/a investigador/a y que pue- de —y suele— incluir documentos personales como fuentes de información comple- mentarias.

Hacer una historia de vida: decisiones clave durante el proceso de investigación Relevancia del método biográfico para la ciencia social (o por qué tomarse el trabajo de hacer una historia de vida) Se asocian al método biográfico una serie de ventajas (Pujadas, 1999/2002, pp. 44-45): riqueza y profundidad de la información, posibilidad de generar hipótesis teóricas (en el mismo sentido que el postulado por la teoría fundamentada), facilidad para evaluar in vivo todas las variables que determinan el comportamiento del individuo, equipara- ción y rebasamiento de todas las informaciones que pudieran obtenerse por otras téc- nicas más conservadoras, posibilidad de representatividad a través de las biografías cruzadas (como en el clásico de Oscar Lewis, Los hijos de Sánchez, 1961/2012) o a través de la estrategia de saturación teórica (en la que me detendré más adelante), contraste de resultados obtenidos por otros métodos e ilustración vívida de un caso. De las ven- tajas mencionadas quiero detenerme en dos: la «riqueza y profundidad de la informa- ción» y la «posibilidad de generar hipótesis teóricas». La primera ventaja se inscribe en una más general, tradicionalmente asociada a las metodologías cualitativas: en tanto los/as informantes no son constreñidos/as a responder en unos términos limitados y predefinidos (como lo harían en una encuesta de ítems cerrados), la información derivada es consecuentemente más detallada, rica y «libre» (en el sentido de más abiertamente configurada por el/la informante). En efec- to, dado que el núcleo duro de una historia de vida está constituido por un largo y mi- nucioso relato en primera persona de alguien acerca de su propia vida, es esperable que el emergente esté más directamente ligado a la vivencia según el/la informante la arti- cula y comunica. También es más probable que dicho emergente contenga más detalles y matices, es decir, sea más profundo, al tiempo que más amplio temáticamente. Así, una primera razón para hacer una historia de vida sería poder acceder a un tipo de información que improbablemente podría ser producida mediante metodologí- as más estructuradas y que supongan una relación más superficial entre investigador/a e informante. La segunda ventaja —«generar hipótesis teóricas»— está directamente vinculada a dos cuestiones centrales para el método biográfico: su relevancia para la ciencia social y la cuestión de la representatividad. Dos cuestiones, a su vez, vinculadas entre sí, pero que no son exactamente lo mismo. Trataré la primera a continuación y la segunda más adelante (ver subapartado La cuestión de la representatividad). Dice Jean Paul Sartre (citado en Marinas y Santamarina, 1993 , p. 123): Un hombre no es nunca un individuo; un término mejor sería el de un uni- versal singular; al haber sido totalizado, y por tanto universalizado, por su

Hacer una historia de vida: decisiones clave durante el proceso de investigación Desde un punto de vista teórico es útil comprender lo dicho hasta aquí acudiendo a un concepto clásico: el de «problemas públicos de la estructura social» de Charles Wright Mills. El autor, en su obra La imaginación sociológica (1959/2003, p. 27) propone distinguir entre «inquietudes» y «problemas de la estructura social». Dice el autor (cursivas en el original): La distinción más fructuosa con que opera la imaginación sociológica es qui- zás la que hace entre «las inquietudes personales del medio» y los «proble- mas de la estructura social». Esta distinción es un instrumento esencial de la imaginación sociológica y una característica de toda obra clásica en ciencia social. Se presentan inquietudes en el carácter de un individuo y en el ámbito de sus relaciones inmediatas con otros; tienen relación con su yo y con las áreas li- mitadas de vida social que conoce directa y personalmente. En consecuencia, el enunciado y la resolución de esas inquietudes corresponde propiamente al individuo como entidad biográfica y dentro del ámbito de su ambiente inme- diato: el ámbito social directamente abierto a su experiencia y, en cierto gra- do, a su actividad deliberada. Una inquietud es un asunto privado: los valores amados de un individuo le parecen a éste que están amenazados. Los problemas se relacionan con materias que trascienden del ambiente local del individuo y del ámbito de su vida interior. Tienen que ver con la organi- zación de muchos ambientes dentro de las instituciones de una sociedad his- tórica en su conjunto, con las maneras en que diferentes medios se imbrican e interpenetran para formar la estructura más amplia de la vida social e his- tórica. Un problema es un asunto público: se advierte que está amenazado un valor amado por la gente. Wright Mills provee varios ejemplos (p. 28 y ss.). Revisemos uno particularmente claro (p. 29): Veamos el matrimonio. En el matrimonio el hombre y la mujer pueden expe- rimentar inquietudes personales, pero cuando la proporción de divorcios du- rante cuatro primeros años de matrimonio es de 250 por cada 1000, esto es prueba de un problema estructural que tiene que ver con las instituciones del matrimonio y de la familia y con otros relacionados con ellas. Es evidente que, desde este punto de vista, una historia de vida se vuelve relevan- te si aborda un «problema de la estructura social» y no solamente una «inquietud» (con todo lo acuciante que ésta pueda ser para una persona particular). Así, puede pensarse una historia de vida como un «pretexto» para investigar «otras cosa»: en esa posibili- dad reside, justamente, la relevancia del método biográfico para la ciencia social.

Javier Ernesto Bassi Follari Desde un punto de vista metodológico, y para cerrar este punto, el requerimiento de abordar un «problema de la estructura social» en los términos que propone Wright Mills tiene importantes implicaciones. Por un lado, que —si se está de acuerdo con la distinción del autor y su rol en las ciencias sociales— no resulta relevante hacer la his- toria de vida de cualquier persona (con todo lo «interesante» que ésta pueda ser). En una investigación concreta (habitualmente en su proyecto y más específicamente y en el apartado fundamentación, contextualización o formulación del problema), debe poder mostrarse en qué sentido la historia de vida que se pretende componer ilustra, repre- senta o se vincula a un «problema de la estructura social». Es decir, la vida en cuestión (al menos algunas de sus aristas) debe aludir a algo diferente de sí misma. En definitiva, la historia de vida debe poder comprenderse y presentarse en térmi- nos teóricos, es decir, debe poder ser «leída» a partir de un cierto punto de vista teórico o de cierta teoría específica. De ahí aquella «ventaja» del método biográfico a la que aludí —«generar hipótesis teóricas»—, aunque yo preferiría decir que, más que una «ventaja», se trata de un «requisito»: que la historia de vida pueda ser comprendida desde una teoría o puesta en sus términos. De ese modo, podrá sacarse la historia de vida del espacio de la anécdota colorida y se la hará «hablar» a la ciencia social en el idioma que entiende: la teoría. Del éxito de esa maniobra, entiendo, depende el éxito de una historia de vida en tanto algo más que una buena historia y la posibilidad de le- gitimarse dentro de una ciencia social que, en general, pide más que anécdotas: pide regularidades, generalidades y, puestos/as a pedir, ¡pide incluso leyes! Para terminar, diré que considero difícil poder justificar —sobre todo en entornos académicos teórica y metodológicamente conservadores— una historia de vida que no cumpla este «requisito». Requisito que alude a la cuestión de los límites: en qué medi- da una historia de vida puede considerarse «dentro» de la academia (de «este lado» del criterio de demarcación) y no fuera de ella, por ejemplo, en la literatura. Volveré a esto luego. La objetividad: ese «problema» Antonio Bolívar y Jesús Domingo (2006, p. 23) hacen referencia a un aspecto espinoso del método biográfico: la (intensa) relación del investigador con la persona investigada y los «sesgos» que ello podría suponer. Evidentemente, los efectos que una relación duradera y cercana entre investigador/a e informante pueden tener sobre la marcha —y por tanto sobre los «hallazgos»— de un proceso de investigación no son menores y no deberían ser tomados livianamente. De hecho, la cuestión de la neutralidad o impli- cación del/de la investigador/a ha sido objeto de debate respecto de las metodologías cualitativas en general, particularmente aquéllas en que la relación investigadores/as-

Javier Ernesto Bassi Follari para las ciencias sociales. (No se puede optar por las dos, «al mismo tiempo y bajos las mismas condiciones», si se cree en el principio de no contradicción.) En este sentido, considero que la idea de objetividad —junto a otras, como la de que es posible un co - nocimiento no contingente y generalizable— se inserta en y depende de una mirada re- presentacionista del conocimiento en general y de la ciencia social en particular. Por tanto, su peso —o su «carácter problemático»— depende de la discusión más general entre perspectivas epistemológicas (Bassi, 2014a; Páramo y Otálvaro, 2007, p. 13; y ss.). ¿Y cómo podría dicha discusión resolverse? Entiendo que no puede. Como toda concepción global de la realidad (llámesela paradigma, cosmovisión, ideología, episte- mología, principio rector, conjunto de supuestos, etc.), estas posiciones no pueden de- mostrar su superioridad en términos epistemológicos (ser más «verdadera» o más «objetiva» que la otra) sin acudir a algo distinto de sí mismas: no pueden, en palabras de Steve Woolgar (1988/1991, p. 8), asignarse ningún «atributo epistemológico espe- cial». No pueden, en otros términos, acudir a «un/a juez/a imparcial», ajeno —externo— a las concepciones mismas. Un requisito —escapar de sí mismas y hablar desde un no lugar epistemológico y sociopolítico— que, ninguna está en disposición de cumplir, toda vez que les está vedado acudir a lo que Rorty (1979/2001) llamó el «pun- to de vista de Dios»: una «segunda vía», por fuera de lo humano, que pueda zanjar las disputas, decidiendo cuál de las versiones «representa adecuadamente» el estado de cosas «real» (el famoso aunque elusivo nóumeno kantiano). En este sentido, Bloor, al proponer su Programa fuerte de sociología de la ciencia acepta la imposibilidad de mostrar «desde fuera» de los supuestos del programa mis- mo que la alternativa que él combate —que llama sociología «teleológica»— es inferior en algún sentido epistemológico esencial. Dice Bloor (1976/2003, p. 44, las cursivas son mías): Los modelos causales y teleológicos representan, por tanto, alternativas pro- gramáticas que se excluyen entre sí. En realidad, se trata de posiciones meta- físicas opuestas. Podría parecer que es necesario decidir desde ahora cuál es la verdadera. ¿Acaso la sociología del conocimiento no depende de que la po- sición teleológica sea falsa? ¿No habría entonces que dejar esto zanjado antes de que el programa fuerte se atreva a actuar? La respuesta es «no». Es más sensato ver las cosas dando un rodeo. Es poco probable que puedan aducirse «a priori» razones decisivas e independientes que prueben la verdad o false- dad de tales alternativas «metafísicas». En caso de que se propongan objecio- nes y argumentos contra una de las dos teorías se verá que dependen de —y que presuponen— la otra, de modo que se cae en un círculo vicioso. Todo lo que se puede hacer es verificar la consistencia interna de las diferentes teorí- as y luego ver qué sucede cuando la investigación y la teorización prácticas se

Hacer una historia de vida: decisiones clave durante el proceso de investigación basan en ellas. Si es posible decidir su verdad, sólo se podrá hacer después de que se hayan adoptado y usado, no antes. Así la sociología del conocimiento no está obligada a eliminar una posición rival; sólo tiene que tomar distan- cias, rechazarla y asegurarse de que su propia «casa» está en orden (lógico). La propuesta de Bloor es claramente antirrepresentacionista y particularmente pragmatista, es decir, considera como factor decisor entre epistemologías contrarias, no su adecuación a un mundo anterior e independiente de ellas, sino sus efectos. En este mismo sentido, dice Carlos Pérez Soto (1998/2008, p. 215, las segundas cursivas son mías): Ninguna ideología puede demostrar que otra ideología es falsa. Lo que se puede hacer es producir un mundo en el que esa ideología carezca de sentido. Un buen ejemplo (…) es que lo que los marxistas tienen que hacer no es de- mostrar que Dios no existe, lo que los marxistas tienen que hacer es crear un mundo donde Dios no sea necesario. La refutación posible no es una refutación teórica, es un hecho práctico. (…) Cuando se considera la existencia de Dios como una existencia histórica entonces Dios existe, pero puede dejar de exis- tir. Es posible, claro, proponer otros criterios —además del pragmático— para decidir entre estas versiones (y así se hace todo el tiempo, según postulara Paul Feyerabend): su novedad, su potencial explicativo, su capacidad de abrir nuevas líneas de investiga- ción o de «remover el avispero» del pensamiento social, su potencia para diseñar líne- as de acción alternativas o solucionar problemas, ¡hasta su belleza! según argumentara Pablo Fernández Christlieb (2013). Más honestamente, se podría reconocer que los/as actores/actrices sociales que sostienen las diferentes versiones entran, en el espacio so- cial, en reyertas de poder/saber —en general desiguales y más o menos abiertas— con el fin de imponer su propia versión, es decir, de que ésta sea tomada por Verdadera. Una reyerta que, según la entiendo, se produce en los términos propuestos por Michel Foucault (1971/1992) y por Jean François Lyotard (1984/2004) respecto de la pugna en- tre la doxa (o saber de la vida cotidiana) y el conocimiento científico. En cualquier caso, criterios, todos, discutibles y discutidos. Todos menos uno: aquél que opta entre versiones en base a un mito: el supuesto ajuste, adecuación o co- rrespondencia entre el mundo «tal cual es» y nuestro conocimiento de él. Así, no hay punto de vista arquimedeano (ahistórico o alingüístico) desde el que se pueda decidir entre visiones epistemológicas contrarias: sólo queda, en lo que aquí importa, optar y justificar la elección (algo sobre lo que insistiré bastante en este texto).

Hacer una historia de vida: decisiones clave durante el proceso de investigación posición afectiva de la otra en su vida cotidiana. (…) Por eso, el investigador tiene problemas a la hora de realizar su análisis, ya que debe objetivar y tra- ducir a términos científicos lo que es, en primera instancia, un encuentro hu- manos, donde los límites del «yo» y «él» se funden como en una relación amorosa. Todo esto alude, en última instancia, a la dimensión dialógica de toda investiga- ción (Bajtín, 1979/1998; Sisto, 2008), es decir, al hecho de que se trata de procesos in- tersubjetivos y situados de construcción, realizados a través de y en el lenguaje. Desde este punto de vista, «los hallazgos» de una investigación —en este caso, la historia de vida en tanto informe de investigación— no puede entenderse al margen de sus condi - ciones contingentes de producción —rol del/de la investigador/a incluido— que son las que, literalmente, producen esos «hallazgos». Más radicalmente, entender la investigación desde un punto de vista dialógico su- pone, entiendo, el fin de la ciencia social según la entendemos y practicamos (Gálvez y Bassi, 2013) en tanto ningún proceso de producción de conocimiento podría extender sus «hallazgos» más allá de sí mismo, contraviniendo de forma importante el ethos de la ciencia moderna (e incluso de la que se autodefine como «posmoderna»), como mí- nimo respecto de la posibilidad de generar un conocimiento «general» (ahistórico) y relativamente estable y duradero. Independientemente del grado de radicalidad en que se asuman —o no en lo abso- luto— estas consideraciones, resulta evidente que un/a investigador/a deberá, como mínimo, reflexionar acerca de ellas y sus consecuencias y, sobre todo, asumir una posi- ción fundada al respecto: ¿es la objetividad una posibilidad y «el norte» en la cons- trucción de una historia de vida? ¿Es la implicación investigador/a-informante un pro- blema o una fortaleza? En definitiva, ¿es posible reflejar sin mancha, en un texto, la vida de una persona? Si sí, ¿cómo? Si no, ¿qué rol ha de asignarse a informante e investigador/a en la confi - guración de los resultados? Como se ve, no son preguntas místicas: definen directa- mente cómo se procederá y cómo habrá de entenderse lo que «se halle». La cuestión de la representatividad La exigencia de representatividad suele confundirse con lo que he presentado antes (subapartado Relevancia del método biográfico para la ciencia social), sea, la capacidad de poder comprender y presentar una vida en términos teóricos y poder así contribuir a la ciencia social con algo más que una historia colorida. Trataré de mostrar que son és- tas dos cuestiones diferentes, aunque a menudo se presenten como la misma.

Javier Ernesto Bassi Follari La representatividad es un criterio metodológico que alude a la relación entre una «muestra» y un «universo». La idea (y aparentemente, lo ideal) es que la primera re- presente («hable por») el segundo. Así, según el «discurso metodológico» establecido (Cottet, 2006, p. 185), las personas que efectivamente operan como informantes resul- tan relevantes si y sólo si «representan» a unas personas distintas de sí mismas (nótese que digo «unas personas» y no un «problema de la estructura social»). Esta exigencia, como es evidente, proviene de una noción muy específica de cien- cia social y aplica, como en el caso de la objetividad, sólo si se está de acuerdo con ella. El supuesto de base (propio de una noción representacionista de la práctica científica) sería el siguiente: «El propósito último de la ciencia es el establecimiento de leyes uni- versales que permitan explicar y predecir el comportamiento de la naturaleza (y de hombres y mujeres como partes de ella). Por tanto, es necesario diseñar y poner en marcha mecanismos que garanticen que lo que se afirma de unas determinadas perso- nas, contextos, eventos, documentos, etc., se aplica a personas, contextos, eventos, do- cumentos, etc., similares u homologables. Si no, el conocimiento es local e idiosincráti - co y, por tanto, irrelevante.» De este supuesto proviene, en última instancia, la exigen- cia de representatividad y, como digo, aplica sólo si se comulga con él. Esto alude, como es evidente, a un debate antiquísimo (y ya anquilosado), que ha tomado muy diversas formas y que apenas puedo presentar en detalle aquí (aunque he insinuado sus principales aristas antes): comprensión/explicación, representacionismo/antirrepresentacionismo, positivismo/pospositivismo/antipositi- vismo, cuantitativo/cualitativo, etc. Lo importante, en todo caso, es que se trata de una exigencia discutible (un punto en debate) en la medida que son discutibles los princi- pios en que se apoya. Así las cosas, lo que puede hacerse en este debate, como en otros, es tomar y justi- ficar una posición. En el caso de las historias de vida habrá que mostrar en qué medida la generalización no es exigible o deseable (y, quizás, tampoco posible). Entiendo que hay al menos cuatro líneas de respuesta: i. Defender, en un sentido esencial (radical), que la generalización en ciencias so- ciales no es posible, toda vez que sus objetos de estudio son históricos y contin- gentes y sólo «hablan» de sí mismos; ii. argumentar que es la comprensión y no la generalización la meta de la ciencia so- cial;

Javier Ernesto Bassi Follari la idea de «problemas de la estructura social» de Wright Mills. Si se concede que hay allí una diferencia importante, una historia de vida singular —y por tanto «no repre- sentativa»— puede bien ser relevante para la ciencia social en los términos de este últi- mo autor. De hecho, es éste el caso de la gran mayoría de las historias de vida, incluso de las más conocidas y no veo cómo podría ser de otra forma sin traicionar la voluntad de profundidad y riqueza de información características del método. En cualquier caso, y como destaqué antes, de lo que se trata, en última instancia, es de enfrentar —no negar ni ocultar— el problema y tomar una decisión informada y justificable respecto de algunas preguntas: ¿es posible la generalización en ciencias so- ciales?, ¿es posible, específicamente, en el marco del método biográfico?, ¿es deseable generalizar?, aún si no se lo hace, ¿puede asignarse algún valor a una historia de vida? ¿Analizar o presentar? ¿Es suficiente (para la ciencia social) construir y dar a conocer una historia de vida? ¿O debería extraerse algo de ella? En ese caso, ¿qué? José Pujadas (1999/2002) sostiene que las historias de vida «de caso único» resul- tan «poco interesantes» a nivel analítico, ya que los autores parecen creer que la histo- ria habla por sí misma y, por tanto, no necesita ser explicada o no deben extraerse con- clusiones de ella. A pesar de esto, el autor no considera esto necesariamente como una debilidad: El débil componente analítico en este tipo de trabajos, que es lógico y justifi- cable, no les priva de interés para la comunidad científica, de la misma forma en que los historiadores, antes de llegar a la fase de síntesis sobre un determi- nado período precisan de la acumulación de «documentos», de «evidencias», que permitan la labor de análisis e interpretación (p. 72). Es decir, las historias de vida «pobres» en análisis, o aún carentes de él, serían no obstante importantes… aunque no en sí mismas: constituirían piezas que permitirán re- construir unas regularidades, unos procesos más generales de los cuales dichas histo- rias serían los «casos» (algo que, claro, alude a la idea de representatividad que he tra- tado antes). Bertaux y Bertaux-Wiame (1980, p. 29, las cursivas son mías) coinciden: Las singulares, las «grandes» historias de vida que han sido publicadas (por Thomas y Znaniecki, Clifford Shaw, Sutherland, Oscar Lewis, Leo W. Sim- mons, etc.) han hecho análisis completamente irrelevantes. Son trabajos que se sostienen por sí mismos. Y agregan, en consonancia con Pujadas (las cursivas son mías):

Hacer una historia de vida: decisiones clave durante el proceso de investigación Nuestra tarea como intelectuales consiste en conjugar estos elementos de co- nocimiento que pueden ser encontrados en cualquier lugar (por ejemplo, en- tre la gente analfabeta más joven de la Ciudad de Méjico, como Oscar Lewis nos enseñó a descubrir), y construir un retrato del conjunto de estos movimien- tos. Éste es el verdadero significado del estadio llamado «análisis» —que pide, a su vez, otro siguiente estadio, la síntesis—. Nicole Gagnon y Ferrarotti, en ese mismo volumen, expresan una crítica similar hacia el atomismo idiosincrático de las historia de vida que «hablan por sí mismas». Dice Gagnon (Marinas y Santamarina, 1993, p. 138): ¿O es que la tarea del sociólogo debe limitarse a buscar relatos de vida y a la transmisión de las significaciones sociales que se encuentran en ellos? ¿No se trataría, más bien, de hacer que los hechos hablen un lenguaje sociológico? (en Marinas y Santamarina, 1993, p. 36). Y, luego, Ferrarotti (en Marinas y Santamarina, 1993, p. 138): Cuando no se esclarece su relación dialéctica (con situaciones objetivas), se cae en una yuxtaposición banal del dato y de lo vivido, que conserva a veces una cierta eficacia sociográfica o descriptiva, pero que está desprovista de todo valor de conocimiento o de toda capacidad predictiva. Las investigacio- nes de Thomas y Znaniecki verifican ab abundantiam esta afirmación. Su cantidad es impresionante, pero sus resultados siguen siendo, en resumidas cuentas, si no decepcionantes, más bien inciertos y, en todo caso, inferiores a lo que se habría podido esperar. Esta es una crítica a lo que se conoce como «testimonialismo» puro (Bolívar y Domingo, 199 6, p. 24), es decir, a las historias de vida como piezas narrativas que no deben ser alteradas, «completadas» o analizadas teóricamente: [Los] más puristas, desde el punto de vista narrativo que —como Bourdieu— intentan manipular lo menos posible la misma (la información) hasta llegar a pensar que lo oportuno es sólo mostrar las evidencias desde la voz de sus protagonistas, sin interpretación posterior. Esta opinión es defendida también por William Rodríguez (2003, pp. 122-123): «El “investigador” no busca reunir ningún tipo de datos con ninguna finalidad. Su finali- dad es la misma historia”» (las cursivas son mías). Como ejemplos de este «testimonialismo» encontramos la obra de Tony Parker en Inglaterra, Hacer la América de Juan Marsal (1969) e incluso Los hijos de Sánchez de Le- wis que, más que un análisis, contiene una contextualización y la propuesta de la idea