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Cartas a milena para las personas que quieran leer detalladamente y entender el amor desde otros puntos de vista, Resúmenes de Literatura

Cartas a milena para las personas que quieran aprender mas sobre las perspectivas del amor en su sana distancia.

Tipo: Resúmenes

2019/2020

Subido el 19/09/2020

juan-g-altahona
juan-g-altahona 🇨🇴

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Por
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Cartas a Milena

Por

Franz Kafka

[Abril de 1920] Merano-Untermais, pensión Ottoburg

Querida señora Milena: La lluvia, que ha durado dos días y una noche, acaba de cesar, probablemente sólo de modo provisional; sin embargo es un acontecimiento digno de celebrarse, y yo lo celebro escribiéndole. Por lo demás, la lluvia ha sido soportable, esto es el extranjero, pequeñito sin duda, pero uno se siente a gusto en él. Si mi impresión es correcta (un breve encuentro, ocasional y casi silencioso, por lo visto es inagotable en mi recuerdo), a usted también le gustaba esa Viena extranjera, que más tarde quizás se haya enturbiado debido a la situación general, pero ¿también le gusta el extranjero como tal? (Lo que, por cierto, tal vez sería, y no debe serlo, una mala señal.)

Yo vivo aquí muy bien, el cuerpo mortal apenas podría soportar más cuidados, el balcón de mi habitación está inmerso en un jardín: rodeado, recubierto de florecientes arbustos (la vegetación de aquí es asombrosa; cuando en Praga, con este tiempo, casi se congelarían los charcos, delante de mi balcón se abren poco a poco las flores), pero al mismo tiempo expuesto plenamente al sol (o mejor dicho al cielo encapotado, como ocurre desde hace ya una semana). Lagartijas y pájaros, desiguales parejas, vienen a verme: ¡cómo le recomendaría este Merano! Hace poco me escribía usted que no- podía-respirar, en esa expresión están muy próximos la imagen y su significado, y aquí ambas cosas pueden ser un poco más llevaderas.

Con mis más cordiales saludos

Suyo F Kafka

[Abril de 1920] Merano-Untermais, pensión Ottoburg Querida señora Milena:

Le escribí unas líneas desde Praga y luego desde Merano. No he recibido respuesta. Por otra parte, esas líneas no necesitaban una respuesta tan inmediata, y si su silencio sólo significa que se encuentra medianamente bien, lo que a menudo se manifiesta en un rechazo de la escritura, estoy completamente satisfecho. Pero también es posible —y por eso escribo— que yo la haya ofendido de algún modo en mis cuartillas (qué grosera sería mi mano, totalmente contra mi voluntad, si hubiera ocurrido eso) o bien, lo que

Kafka

[Merano, abril de 1920] De modo que el pulmón. Lo he estado rumiando todo el día, no he podido pensar en otra cosa. No es que esa enfermedad me asuste excesivamente, es probable, y así lo espero —sus insinuaciones parecen ir en esa dirección—, que en usted se presente con suavidad, e incluso una verdadera enfermedad pulmonar (pulmones más o menos defectuosos los tiene media Europa Occidental), que yo conozco en mí desde hace tres años, me ha aportado más cosas buenas que malas. En mí empezó en plena noche, hace unos tres años, con un vómito de sangre. Me levanté (en lugar de seguir acostado, como supe más tarde que era lo preceptivo), con la excitación que se siente ante todo lo nuevo, claro, también un poco asustado, fui a la ventana, me asomé, fui al lavabo, anduve por la habitación, me senté en la cama: sangre todo el tiempo. Sin embargo no me sentía desgraciado, porque poco a poco sabía por una razón concreta que, si dejaba de sangrar, después de tres o cuatro años casi insomnes dormiría por primera vez. Cesó en efecto (desde entonces no se ha repetido) y dormí el resto de la noche. Por la mañana vino la sirvienta (yo tenía entonces un apartamento en el Palacio Schönborn), una muchacha buena y casi abnegada, pero extremadamente objetiva; vio la sangre y dijo: Pane doktore, s Vámi to dlouho nepotrvá. Pero yo me encontraba mejor que otras veces, estuve en la oficina y hasta por la tarde no fui al médico. Aquí no tiene importancia cómo continuó la historia. Sólo he querido decir lo siguiente: no me ha asustado su enfermedad (sobre todo porque continuamente me interrumpo, le doy vueltas a mis recuerdos, vuelvo a ver, a través de toda esa fragilidad, lo casi campesino y saludable que hay en usted, y compruebo que no, que no está enferma; es un aviso, pero no una enfermedad del pulmón); eso no me ha asustado, por tanto, sino pensar en lo que ha de haber precedido a ese trastorno. Y de entrada descarto además todo lo que también pone en su carta: no tiene un céntimo; té y manzana; cada día de dos a ocho; son cosas que no puedo entender, por lo visto para explicar eso de verdad hay que hacerlo de palabra. Por tanto prescindo aquí de eso (pero sólo en esta carta, porque olvidarlo es imposible) y pienso sólo en la explicación que entonces, cuando caí enfermo, elaboré para mi caso, y que es aplicable a muchos otros casos. Era que el cerebro ya no podía soportar la cantidad de preocupaciones y dolores que pesaban sobre él. Y dijo: «Ya no puedo más; pero si hay alguien interesado en conservar todo esto, que me quite, por favor, una parte de la carga y todo seguirá adelante algún tiempo más». Entonces se presentó el pulmón; de todos modos seguramente no tenía mucho que perder. Esos debates entre el cerebro y el pulmón, que tuvieron lugar sin conocimiento mío, pueden haber sido horribles.

¿Y qué hará usted ahora? Probablemente, todo quedará en nada si la cuidan a usted un poco. Pero que hay que cuidarla un poco, eso tiene que entenderlo todo el que sienta afecto por usted, todo lo demás es secundario. ¿Así que ahí estaría la salvación? Diría que sí…, no, fuera bromas; no estoy para bromas ni lo estaré hasta que me haya escrito que va a organizar su vida de otra manera y pensando más en su salud. Después de su última carta ya no pregunto por qué no se marcha un poco de Viena, eso lo entiendo ahora, pero muy cerca de Viena hay también hermosos lugares donde estar, y posibilidades de que la cuiden. Hoy no toco ningún otro tema, no hay nada más importante que pueda contarle. Todo lo demás, mañana; también darle las gracias por el número de la revista, que me conmueve y me avergüenza, que me entristece y me alegra. No, una cosa todavía: si usted emplea un solo minuto de su sueño en trabajar en la traducción, es como si me lanzara un anatema. Porque si eso va alguna vez a los tribunales, nadie se meterá en complicadas pesquisas, sino que bastará con esta simple constatación: le ha quitado el sueño. Con ello estoy sentenciado y con toda justicia. Por tanto lucho por mí cuando le pido que no vuelva a hacerlo.

[Merano, finales de abril de 1920] Querida señora Milena:

Hoy quiero escribir sobre algo distinto, pero no lo consigo. No es que yo lo tome realmente en serio; si lo hiciera, escribiría de otro modo, pero de vez en cuando debería haber una tumbona en algún sitio del jardín, esperándola a usted en la penumbra, y unos diez vasos de leche al alcance de su mano. Podría ser también en Viena, e incluso ahora, en verano, pero sin hambre ni inquietud. ¿No es eso posible? ¿No hay nadie que lo haga posible? ¿Y qué dice el médico?

Cuando saqué el ejemplar del gran sobre, estaba casi decepcionado. Yo quería oírla a usted y no esa voz demasiado conocida proveniente de la vieja tumba. ¿Por qué se ha interpuesto entre nosotros? Hasta que caí en la cuenta de que también había mediado entre nosotros. Por lo demás es para mí incomprensible que se haya tomado tanto trabajo y hondamente conmovedor que lo haya hecho con tal fidelidad, frase tras frase, una fidelidad que nunca habría creído posible en la lengua checa, ni tampoco la hermosa y natural legitimación con que usted se sirve de ella. ¿Están tan cerca el alemán y el checo? Pero como quiera que sea, en cualquier caso es un relato malísimo; con extraordinaria facilidad, querida señora, podría probarle esto casi línea por línea, aunque la falta de ganas de hacerlo sería un poco más fuerte que las ganas de probárselo. Que el relato le guste le confiere naturalmente un valor, aunque enturbia un poco mi imagen del mundo. Pero ni una palabra más sobre esto. Recibirá, enviado por Wolff, Un médico rural, ya le he escrito.

aire de Merano), más de las que necesitan; aunque esas causas sean a veces casi imperceptibles, lo dejan a uno insensible como un tarugo y al mismo tiempo inquieto como un animal del bosque.

Pero tengo una satisfacción. Usted ha dormido bien; ha sido algo «raro» aún; ayer le «faltó el sosiego», pero tuvo un sueño tranquilo. Así pues, cuando por la noche el sueño pasa de largo a mi lado, conozco su camino y lo tomo con calma. Además sería tonto rebelarse, el sueño es el ser más inocente y el hombre insomne el más culpable.

Y a esa persona insomne le da usted las gracias en su última carta. Si una persona ajena, sin conocimiento de causa, leyera eso, tendría que pensar: «¡Qué hombre! En este caso parece haber movido montañas». Sin embargo no ha hecho absolutamente nada, no ha movido un dedo (excepto el dedo para escribir), se alimenta de leche y de cosas buenas, sin tener siempre (pero sí muy a menudo) delante «té y manzanas», y, por lo demás, deja que las cosas sigan su curso y que las montañas sigan donde están. ¿Conoce la historia del primer éxito de Dostoievski? Es una historia que resume muchísimo y que yo sólo cito por comodidad y debido al gran nombre, porque una historia del vecino de al lado o de aún más cerca tendría la misma importancia. Por lo demás, esa historia yo también la conozco de modo muy imperfecto, incluso los nombres. Dostoievski escribió su primera novela, Pobres gentes; él vivía entonces con un literato amigo, Grigoriev. Éste veía a diario sobre su mesa un gran número de hojas escritas, pero sólo tuvo en su poder el manuscrito cuando estuvo terminada la novela. La leyó, le gustó muchísimo y, sin decirle nada a Dostoievski, se la llevó al entonces famoso crítico Nekrassov. Al día siguiente por la noche llaman a la puerta de Dostoievski. Son Gregoriev y Nekrassov, que entran en la habitación y abrazan y besan a Dostoievski; Nekrassov, que no le había visto hasta entonces, le llama la esperanza de Rusia, pasan una o dos horas conversando, en esencial sobre la novela, y no se despiden hasta la madrugada. Dostoievski, que siempre consideró aquella noche la más feliz de su vida, se asoma a la ventana, los sigue con la vista, no puede contenerse y rompe a llorar. Su sentimiento básico, que ha descrito no sé dónde, era éste: «¡Qué excelentes personas! ¡Qué buenas y nobles son! ¡Y qué miserable soy yo! ¡Si pudieran ver en mi interior! Si me limito a decírselo, no lo creerán». Que Dostoievski se propusiera después imitarlos es sólo la rúbrica, es sólo la última palabra que ha de tener la juventud invencible y ya no forma parte de mi historia, que ha terminado por tanto. ¿No percibe usted, querida Milena, lo misterioso, lo inaccesible al entendimiento, de esta historia? Es, en mi opinión, lo siguiente: Grigoriev y Nekrassov no eran sin duda, si se habla de ello de un modo general, más nobles que Dostoievski, pero deje usted ahora la mirada general, que Dostoievski tampoco exigía aquella noche y que no ayuda en el caso concreto, escuche sólo a Dostoievski y se convencerá de que Grigoriev y Nekrassov eran en efecto maravillosos, y

Dostoievski, impuro, rastrero y villano, de forma que, naturalmente, nunca jamás se aproximará ni de lejos a Grigoriev y a Nekrassov, y, por supuesto, jamás será cuestión de que les pague ese inmenso e inmerecido favor. Se los ve, literalmente, desde la ventana, cómo se alejan, insinuando así su inaccesibilidad. Lamentablemente, la importancia de esta historia queda borrada por el gran nombre de Dostoievski.

¿Adónde me ha llevado mi insomnio? Por supuesto a nada que no haya sido dicho con la mejor intención.

Suyo Franz K

[Merano, mayo de 1920]

Querida señora Milena: Sólo unas palabras, seguramente volveré a escribirle mañana, hoy sólo escribo pensando en mí, sólo por hacer algo para mí, sólo para liberarme un poco de la impresión que me ha causado su carta, de lo contrario seguiría agobiándome día y noche. Es usted muy extraña, Milena, vive allá en Viena, tiene que sufrir también lo suyo y entremedias aún le queda tiempo para asombrarse de que otros, yo por ejemplo, no se encuentren demasiado bien y duerman una noche un poco peor que la anterior. Las tres amigas que tengo aquí (tres hermanas, la mayor de cinco años) pensaban a este respecto de manera mucho más sensata; en todo momento, estuviéramos o no a orillas del río, querían echarme al agua y no porque yo les hubiera hecho nada malo, no, en absoluto. Cuando las personas mayores amenazan así a los niños, es, por supuesto, en broma y con cariño, y viene a significar más o menos: ahora vamos a decir, para divertirnos, las cosas más imposibles. Pero los niños son gente seria y no conocen lo imposible; aunque fracasen diez veces en su intento de echarme al agua, no se convencerán por eso de que la vez siguiente tampoco lo conseguirán es más, ni siquiera saben que no lo han conseguido en los diez intentos anteriores. Son inquietantes los niños, si se aplica a sus palabras y a sus intenciones el saber del adulto. Cuando una niñita así de cuatro años, que sólo parece existir para que la besen y la apretujen, pero que al mismo tiempo es fuerte como un roble y un poco gordezuela aún, de la época de la lactancia, se lanza contra uno, y las dos hermanas la ayudan a derecha e izquierda y detrás de uno está ya el parapeto, y el afable padre de las niñas y la madre, guapa, apacible y rolliza (junto al cochecito del cuarto hijo), sonríen desde lejos a lo que está pasando y no quieren ayudar, entonces casi no hay salvación y apenas es posible describir cómo uno, a pesar de todo, pudo ponerse a salvo. Unas niñas cargadas de sensatez o de presentimientos querían arrojarme al agua sin ningún motivo, tal vez porque me consideraban

Columna I línea 2: arm [pobre] tiene aquí también el sentido secundario de «deplorable, digno de lástima», pero sin insistir en lo sentimental, una compasión libre de empatía, que tiene también Karl con sus padres; tal vez uboží.

I, 9: freie Lüfte [aires libres] es un poco grandilocuente, pero ahí no existe otra solución.

I, 17: z dobré nálady a ponĕvadž byl silný chlapec: suprímalo todo. No, prefiero enviar la carta, mañana le enviaré las observaciones, serán por cierto muy pocas, no páginas enteras; esa verdad, que parece tan natural, de la traducción me asombra una y otra vez cuando tomo conciencia de que no es tan natural; no hay apenas errores, eso por otra parte no sería tan extraordinario, pero sí hay en todo momento una comprensión, intensa y resuelta, del texto. Sin embargo no sé si los checos le echan en cara esa fidelidad, justo lo que más me gusta de la traducción (y ni siquiera por el relato sino por mí mismo); mi sentimiento de la lengua checa —yo también lo tengo— está plenamente satisfecho, pero es extremadamente unilateral. Como quiera que sea, si alguien llegara a echárselo en cara, trate de subsanar la ofensa con mi gratitud.

[Merano, mayo de 1920] Querida señora Milena (sí, la denominación se vuelve molesta, pero en este mundo inseguro es uno de esos asideros a los que pueden aferrarse los enfermos, y, si los asideros les resultan molestos, eso no es prueba alguna de que hayan recobrado la salud), yo nunca he vivido entre alemanes, el alemán es mi lengua materna y, por tanto, lo natural en mí, pero el checo me resulta mucho más entrañable, por eso su carta destruye ciertas inseguridades, la veo a usted con más claridad, los movimientos del cuerpo, de las manos, tan rápidos y resueltos, es casi como estar con usted, sin embargo cuando quiero alzar la vista hasta su rostro, estalla un incendio en el transcurso de su carta —¡qué historia!— y no veo sino fuego.

Eso podría inducir a creer en la ley de su vida decretada por usted misma. Se comprende muy bien, por supuesto, que no quiera que la compadezcan por esa ley a la que por lo visto está sujeta, porque el establecimiento de esa ley no es sino mera soberbia y engreimiento (já jsem ten který platí); pero las pruebas que ha dado de esa ley no necesitan más comentarios, ahí no queda sino besarle la mano en silencio. Por mi parte, creo en su ley, pero no creo que marque su vida para siempre de una manera tan señaladamente cruel y llamativa; es conocimiento, pero sólo un conocimiento en camino, y el camino es interminable.

Pero, sin estar influido por eso, para el entendimiento limitado y terrenal de una persona es horrible verla a usted en ese horno sobrecalentado en el que vive. Quiero, por una vez, hablar sólo de mí. Si uno lo toma todo como un deber escolar, por ejemplo, usted tenía respecto a mí tres posibilidades. Habría podido, por ejemplo, no decirme nada de usted misma; entonces me habría privado de la dicha de conocerla y, lo que es más que esa dicha, de ponerme a prueba en relación con ella. Por tanto, no debía ocultármelo. Luego habría podido no mencionar algunas cosas o presentarlas a una luz más favorable, y todavía podría hacerlo, pero en la situación actual yo lo notaría, aunque no dijera nada, y me dolería el doble. Por tanto, tampoco puede usted hacer eso. Como tercera posibilidad sólo queda tratar de salvarse un poco a sí mismo. En sus cartas aparece en efecto una pequeña posibilidad. Con cierta frecuencia habla en ellas de sosiego y firmeza, a menudo también, de modo pasajero sin duda, de otras cosas y al final incluso de: reelní hrůza.

Lo que dice sobre su salud (la mía es buena, lo único es que duermo mal en el clima de altura) no me basta. El diagnóstico del médico no me parece demasiado favorable, es, más bien, ni favorable ni desfavorable, sólo su propio comportamiento puede decidir cómo hay que interpretarlo. Por supuesto, los médicos son tontos o, mejor dicho, no son más tontos que otras personas, pero sus pretensiones son ridículas en cualquier caso hay que contar con que, desde el momento en que uno se deja tratar por ellos, se vuelven cada vez más tontos, y lo que de momento exige el médico no es ni muy tonto ni imposible. Imposible es que usted enferme de verdad, y esa imposibilidad ha de permanecer. En qué ha cambiado su vida desde que habló con el médico: ésa es la cuestión esencial.

Luego otras preguntas secundarias, que le ruego me permita: ¿por qué y desde cuándo no tiene dinero? ¿Está en contacto con su familia? (Creo que sí porque una vez me dio usted una dirección de donde le enviaban regularmente paquetes, ¿se ha terminado eso?) ¿Por qué antes se trataba usted en Viena, como me escribe, con mucha gente y ahora con nadie?

No quiere enviarme sus ensayos para los periódicos, por tanto no confía en que yo pueda insertar sus artículos en el lugar adecuado de la imagen que me he formado de usted. Bueno, entonces estoy enfadado con usted en ese punto, lo que por lo demás no es una desdicha, porque no es malo, aunque sólo sea para que exista cierto equilibrio, que en un rinconcito de mi corazón haya para usted un poco de enfado.

Suyo Franz K

[Merano, 29 de mayo de 1920]

ataúdes ya han sido destapados, pero los muertos aún yacen en ellos.

He hecho una pequeña excursión (no la grande que he mencionado y que no llegó a realizarse) y, de puro cansancio (no desagradable), durante casi tres días he sido casi incapaz de hacer nada, ni siquiera de escribir; sólo leía, su carta, sus artículos, varias veces, convencido de que esa prosa no estaba allí por sí misma sino que era una suerte de indicador del camino hacia una persona, de un camino por el que se sigue caminando cada vez más feliz, hasta que en un momento de lucidez se reconoce que uno no avanza sino que sigue dando vueltas en el propio laberinto, sólo más excitado, más desorientado que nunca. Pero como quiera que sea: todas esas páginas no las ha escrito cualquiera. A partir de ahora confío casi tanto en lo que escribe como en usted misma. En checo sólo conozco (dados mis escasos conocimientos) una musicalidad del lenguaje, la de Božena Nĕmcová; ésta es otra música, pero afín a ella en decisión, ardor, dulzura y sobre todo en una lúcida inteligencia. ¿Es esto un producto de los últimos años? ¿Escribía usted ya antes? Puede decir, como es natural, que yo soy ridículamente unilateral, y tiene razón, en efecto; claro que soy unilateral, pero unilateral debido únicamente no a lo que he encontrado, sino a lo que he reencontrado en sus artículos (desiguales, por lo demás, en algunos pasajes perniciosamente influidos por el periódico). El poco valor de mi juicio puede usted reconocerlo en seguida si sabe que, seducido por dos pasajes, considero también que el artículo de moda recortado es obra suya. Mucho me gustaría quedarme con los recortes para enseñárselos al menos a mi hermana, pero como usted los necesita en seguida se los envío adjuntos; veo también al margen las operaciones aritméticas.

Sobre su marido yo me había formado sin duda un juicio distinto. En el grupo del café me parecía el más fiable, el más sensato y tranquilo, paternal casi en exceso, pero también poco transparente, aunque no hasta tal punto de que lo anterior quedase por ello desvirtuado. Siempre he sentido respeto por él, para saber más me ha faltado ocasión y capacidad, pero los amigos, en especial Max Brod, tenían una elevada opinión de él, eso siempre estaba presente en mí cuando pensaba en él. En especial me gustó durante algún tiempo una peculiaridad suya: que en el café lo llamaban por teléfono varias veces cada noche. Posiblemente había alguien que, en lugar de dormir, estaba sentado junto al aparato, dormitando con la cabeza apoyada en el respaldo de la silla, y de vez en cuando se despertaba de golpe para llamarle por teléfono. Entiendo tan bien ese estado que quizás sólo por eso lo menciono en esta carta.

Por lo demás, les doy la razón a Staša y a él; doy la razón a todo lo que para mí es inalcanzable, sólo en secreto, cuando nadie mira, doy más la razón a Staša.

Suyo

Franz K ¿Qué cree usted? ¿Podré recibir todavía una carta antes del domingo? Posible sí sería. Pero es insensato ese deseo inmoderado de cartas. ¿No basta con una sola? ¿No basta saber una vez? Basta, sin duda, pero pese a ello uno se recuesta cómodamente y absorbe las cartas y ya sólo sabe que no quiere dejar de absorber. ¡Explique eso, Milena, maestra!

[Merano, 30 de mayo de 1920] ¿Cómo es, Milena, su conocimiento del género humano? A veces he dudado de él, por ejemplo cuando escribió sobre Werfel; todo denotaba cariño, y quizás sólo cariño, pero mal interpretado, y si se prescinde de todo lo que es Werfel y sólo se detiene uno en el reproche de la gordura (que yo, además, considero injustificado; Werfel me parece cada año más apuesto y amable, por otra parte sólo lo veo de modo esporádico), ¿no sabe usted que sólo los gordos son dignos de confianza? Sólo en esos recipientes de gruesas paredes se cuece todo hasta el final, sólo esos capitalistas del espacio aéreo están protegidos, en la medida en que eso es posible entre los humanos, contra las preocupaciones y la locura y pueden dedicarse tranquilamente a sus tareas; y, como alguien ha dicho, sólo ellos, auténticos ciudadanos del mundo, son utilizables en el mundo entero, porque en el norte dan calor, y en el sur, sombra. (Por otra parte, se pueden invertir los términos, pero entonces no coincide con la realidad.) […]

Luego, el judaísmo. Me pregunta si soy judío, tal vez es sólo una broma, tal vez pregunta sólo si pertenezco a ese judaísmo medroso, en cualquier caso, siendo usted de Praga, no puede ser tan inocente como por ejemplo Mathilde, la mujer de Heine. (A lo mejor no conoce la anécdota. Tengo la impresión de que he de contarle algo importante, además en cierto modo me perjudico a mí mismo sin lugar a dudas, no por la anécdota sino por contarla, pero alguna vez he de contarle algo bonito. Meissner, un escritor alemán de Bohemia, no judío, lo cuenta en sus memorias. Mathilde lo enojaba a menudo con sus ataques a los alemanes: que los alemanes eran malintencionados, engreídos, porfiados, discutidores, impertinentes, en una palabra, un pueblo insoportable. «Pero usted no conoce a los alemanes —dijo por fin en una ocasión Meissner—. Henry sólo trata con periodistas alemanes, y ésos aquí, en París, son todos judíos». «Bueno —dijo Mathilde—, en eso exagera usted, puede que entre ustedes haya de vez en cuando algún judío, por ejemplo, Seiffert». «No —dijo Meissner—, ése es el único no judío». «¿Qué? —dijo Mathilde—, que Jeitteles, por ejemplo (era un hombre alto, fuerte y rubio), ¿es judío?». «Por supuesto», dijo Meissner. «¿Y Bamberger?». «También». «¿Y Arnstein?». «Lo mismo». Así pasaron revista a todos los conocidos. Finalmente Mathilde se enfadó y dijo: «Usted lo que quiere es tomarme el pelo, va a acabar afirmando

Una advertencia para que lo deje por hoy, para que deje libre su mano dispensadora de felicidad. Mañana escribiré otra vez y explicaré por qué, en la medida en que puedo responder de ello, no iré a Viena y no me quedaré tranquilo hasta que usted diga: tiene razón.

Suyo F

Por favor, escriba un poco más claramente la dirección; cuando su carta está metida en el sobre ya casi es propiedad mía, y usted debe tratar la propiedad ajena con más cuidado, con más sentido de la responsabilidad. Tak. Por cierto, tengo también la impresión, sin poder precisarlo más, de que se ha perdido una carta mía. Miedos de judío. ¡En lugar de temer que las cartas lleguen bien a su destino!

Ahora voy a decir una tontería sobre el mismo asunto, es decir, es tonto que yo diga algo que considero correcto sin tener en cuenta que me perjudica. Y luego habla Milena de apocamiento, me da un golpe en el pecho o me pregunta, lo que en checo viene a ser lo mismo en la dinámica y en el sonido: jste žid? ¿No ve cómo en jste se retira el puño para […] acumular fuerza en los músculos? ¿Y luego en žid el alegre, el infalible golpe que sale disparado hacia delante? La lengua checa tiene muchas veces esos efectos secundarios para el oído alemán. Por ejemplo, preguntó usted una vez a qué se debe que yo haga depender de una carta mi estancia aquí y respondió en seguida usted misma: nechápu. Una palabra extraña en checo, su lengua además; es tan dura, tan impasible, de mirada tan fría; tan parca y sobre todo tan parecida a un cascanueces; en esa palabra chocan tres veces las mandíbulas una contra otra, o mejor dicho: la primera sílaba intenta atrapar la nuez, no es posible, entonces la segunda sílaba abre por completo la boca, ahora ya entra en ella la nuez, y la tercera sílaba la casca por fin, ¿oye las muelas? Es sobre todo ese definitivo cierre de labios al final lo que prohíbe al otro cualquier réplica, lo que por otra parte es a veces una buena cosa, por ejemplo cuando el otro no para de charlar como yo ahora. En cuyo caso el charlatán pide perdón diciendo: «Sólo se tiene esta locuacidad cuando uno, por fin, está un poco alegre»

Como quiera que sea, hoy no ha llegado carta suya. Y lo que yo quería decir al final aún no lo he dicho. La próxima vez. Cuánto, cuánto me gustaría tener alguna noticia suya mañana; las últimas palabras que le oí decir a usted antes del portazo —todos los portazos son abominables— son horribles.

Suyo F

[Merano, 31 de mayo de 1920]

Lunes Así pues, he aquí la explicación prometida ayer: No quiero (Milena, ayúdeme. Comprenda más de lo que digo), no quiero (no es tartamudeo) ir a Viena porque no soportaría psíquicamente el esfuerzo. Soy un enfermo psíquico, la enfermedad pulmonar es sólo la enfermedad psíquica que se ha desbordado. Estoy así de enfermo desde el cuarto o quinto año de mis dos primeros compromisos matrimoniales. (No podía explicarme en un primer momento lo alegre que estaba usted en su última carta, fue más tarde cuando caí en la cuenta; lo olvido una y otra vez: usted es jovencísima, quizás no tenga ni 25 años, como mucho 23, quizás. Yo tengo 37, casi 38, casi una breve generación mayor que usted, y con el pelo casi blanco de las antiguas noches y los antiguos dolores de cabeza.) No quiero desplegar ante usted esa larga historia, con sus verdaderos bosques de detalles de los que aún tengo miedo como un niño, pero sin la capacidad de olvido del niño. Común a los tres noviazgos fue que yo tuve la culpa de todo, sin duda alguna fui culpable, hice desgraciadas a las dos jóvenes y además —aquí hablo sólo de la primera, de la segunda no puedo hablar, es susceptible, cada palabra, hasta la más amable, sería la más monstruosa ofensa para ella, yo lo comprendo—, y además sólo porque con ella (que, si yo lo hubiera querido, quizás se habría sacrificado) no pude tener una alegría duradera, ni sosiego, ni energía para tomar decisiones ni para afrontar el matrimonio, aunque así se lo aseguré a ella repetidas veces y de modo totalmente voluntario, aunque a veces la quería desesperadamente, aunque yo no conocía nada más deseable que el matrimonio. Me ensañé con ella (o, si usted quiere, conmigo) a lo largo de casi cinco años, pero, por suerte, ella era indestructible, una mezcla judeo-prusiana, mezcla sólida y victoriosa. Yo no era tan fuerte, ella sin embargo sólo sufría, mientras que yo golpeaba y sufría.

Termino, no puedo seguir escribiendo, no puedo explicar nada más, aunque acabo de empezar y debería describir la enfermedad psíquica, aducir las otras razones que me impiden ir a verla; ha llegado un telegrama: «El ocho encuentro Karlsbad, ruego confirmación escrita». Cuando lo abrí, confieso que aquello tenía una catadura terrible, aunque detrás está la persona más desprendida, más apacible, más modesta, y aunque todo ello en el fondo haya sido iniciativa mía. Ahora no puedo explicar eso, porque no puedo referirme a una descripción de mi enfermedad. Hasta ahora lo seguro es que me iré de aquí el lunes, a veces veo el telegrama y apenas puedo leerlo, es como si hubiera en él una escritura secreta que borra la otra y que dice así: «Pasa por Viena», una orden evidente pero sin lo horrible de las órdenes. No lo haré, objetivamente es absurdo no tomar el trayecto corto a través de Múnich, sino el otro doble de largo a través de Linz y luego más largo aún pasando por Viena. Hago un experimento: en el balcón hay un gorrión y espera que yo,

última fila, durante una hora; entonces renuncio a encontrarme nunca con usted (lo que de todas maneras no ocurrirá), renunciaré a todos los viajes y…, basta, este papel blanco que no se acaba y no se acaba quema los ojos, y por eso escribo.

Esto ha sido a primera hora de la tarde, ahora son casi las once. Lo he organizado de la única manera posible en este momento. He telegrafiado a Praga que no puedo ir a Karlsbad, daré como explicación mi abominable estado, lo que por una parte es muy cierto, pero por otra no muy lógico porque justamente debido a ese estado quería ir antes a Karlsbad. Así juego con un ser humano. Pero no puedo hacer otra cosa porque en Karlsbad no podría ni hablar ni callar o, mejor dicho: hablaría incluso si callara, porque ahora no soy sino una sola palabra. Pero lo seguro es que no viajaré pasando por Viena sino el lunes pasando por Múnich, no sé adónde: Karlsbad, Marienbad, en cualquier caso, solo. Tal vez le escriba, pero no recibiré carta suya hasta dentro de tres semanas, en Praga.

[Merano, 1 de junio de 1920] Martes Echo cuentas: escrita el sábado; a pesar del domingo llegó ya el martes a mediodía, el martes se la arranqué de la mano a la muchacha; un servicio postal tan estupendo y el lunes me marcho y renuncio a él.

Tiene usted la bondad de preocuparse, echa de menos mis cartas, sí, varios días de la semana pasada no he escrito nada, pero desde el sábado lo he hecho cada día, de forma que ahora recibirá tres cartas, que la harán alegrarse de los días sin carta. Se dará cuenta de que todos sus temores están justificados, o sea, que estoy muy enfadado con usted en general y que, en particular, no me han gustado nada muchas cosas de sus cartas, que los artículos de las revistas me han irritado, etc. No, Milena de nada de eso ha de tener miedo, ¡pero tiemble por lo contrario!

Qué bien haber recibido su carta y tener que responderle con este cerebro insomne. No sé qué escribir, me limito a moverme aquí entre las líneas, bajo la luz de sus ojos, en el hálito de su boca como en un día hermoso y feliz, que sigue siendo hermoso y feliz aunque la cabeza esté enferma, cansada, y uno viaje el lunes pasando por Múnich.

Suyo F ¿Ha ido a casa corriendo, sin aliento, a causa mía? ¿Entonces ya no está enferma y no he de preocuparme por usted? Si es realmente así, ya no me preocupo…, no, estoy exagerando ahora como entonces, pero es una preocupación como si la tuviera aquí, bajo mis cuidados, como si la alimentara

a la vez con la misma leche que bebo yo, como si la fortaleciera con el aire que respiro y que entra del jardín; no, eso sería muy poco, la fortalecería mucho más que a mí.

Probablemente, por diversos motivos, aún no me marcharé el lunes, sino un poco más tarde. Pero entonces viajaré directamente a Praga, hay últimamente un tren expreso directo Bolzano-Múnich-Praga. Si quisiera escribirme aún unas líneas, podría hacerlo; si no llegaran a tiempo, me las reenviarán a Praga.

Mantenga su afecto por mí. F.

Uno es el colmo de la estupidez. Estoy leyendo un libro sobre el Tíbet; cuando describe un poblado de montaña, en la frontera del Tíbet, de pronto me entra una pesadumbre, tan triste y solitaria aparece allí esa aldea, tan lejos de Viena. Lo que considero estúpido es la idea de que el Tíbet está lejos de Viena. ¿Está realmente lejos?

[Merano, 2 de junio de 1920] Miércoles Las dos cartas han llegados juntas, al mediodía; no son para leerlas sino para desplegarlas, poner la cara sobre ellas y perder la razón. Pero ahora resulta que es bueno haberla perdido ya casi del todo, porque el resto muy posiblemente lo seguiré manteniendo largo tiempo aún. Y por eso dicen mis 38 años judíos ante sus 24 cristianos:

¿Cómo sería eso? ¿Y dónde están las leyes del universo y toda la policía del firmamento? Tienes 38 años y un cansancio que probablemente no proviene de la edad. O mejor: no estás cansado, sino inquieto, simplemente tienes miedo de dar un paso en esta tierra plagada de cepos, por eso en realidad tienes siempre a la vez ambos pies en el aire, no estás cansado sino que tienes miedo del inmenso cansancio que seguirá a esa inmensa inquietud y que (como eres judío, sabes lo que es el miedo) uno imagina, en el mejor de los casos, como un estúpido mirar al vacío en el jardín del manicomio, detrás de la Karlsplatz.

Bien, ésa sería entonces tu situación. Has librado algunos combates, con ellos has hecho desgraciados a amigos y enemigos (y además sólo tenías amigos, gente buena y amable, ningún enemigo), así te has convertido en inválido, uno de esos que empiezan a temblar cuando ven una pistola de juguete y ahora, ahora te sientes de pronto como llamado al gran combate que salvará al mundo. Eso sería cuando menos muy extraño, ¿no?