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Columna periodística sobre el cambio climático y las transformaciones humanas al medio ambiente.
Tipo: Apuntes
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MIGUEL ÁNGEL CRIADO 27 MAY 2018 - 05:05 CDT
En la cala de Tunelboka, en Getxo (Bizkaia), hay unas rocas que han atrapado el ingenio humano. De reciente formación, entre la arena cementada incluyen materiales de desecho del pasado industrial de Bilbao, como escorias del mineral de hierro o trozos del ladrillo usado en los altos hornos. Son rocas naturales, sí, pero también verdaderos tecnofósiles de una
época que está comenzando, el Antropoceno, donde los humanos están dando forma a su destino y al de todo el planeta.
"Estas rocas son un destacable ejemplo del Antropoceno, que se caracteriza por la radical transformación de los ecosistemas terrestres por la actividad humana", dice la investigadora de la Universidad de Queensland (Australia) Nikole Arrieta. Desde 2008, y como parte de su doctorado, Arrieta ha estudiado este tipo de rocas, conocidas como beachrocks , primero en
España, ahora en Australia. Aunque lo más probable es que la erosión acabe disolviéndolas, una Nikole Arrieta del futuro las estudiaría "como cualquier otro yacimiento geológico y utilizaría las evidencias materiales ahí encontradas para reconstruir la actividad humana de dicha época, que son muchas y no únicamente industriales: hemos encontrado antiguas botellas de cerveza, envases lácteos y de lejía, neumáticos, calzado, redes y un sinfín de materiales más", añade la científica vasca.
Las rocas de Tunelboka son sólo una minúscula parte de los datos, hechos y fenómenos que atestiguan la llegada del Antropoceno. En unos siglos, las actividades humanas han creado dos centenares de nuevos minerales, algo para lo que la naturaleza habría necesitado millones de años. En Europa, hay cemento o asfalto a menos de 1,5 kilómetros de cualquier parte. En el mundo, la agricultura, la minería o la urbanización han transformado ya el 75% de la superficie terrestre. Sobre ella, está en marcha la sexta gran extinción (la quinta fue la de los dinosaurios), con un ritmo de desaparición de especies 100 veces mayor desde el siglo XX. En el aire, la concentración de CO 2 , principal agente del calentamiento global, va camino de doblarse desde la Revolución Industrial. En el agua, el plástico y los desechos que generan humanos han llegado hasta los polos o lo más profundo de la fosa de las Marianas.
Para muchos científicos, el problema no es el cuánto, sino cuándo comenzó la nueva época. "Se han propuesto diferentes fechas de inicio para el Antropoceno, en buena medida porque han surgido distintos conceptos, a veces que se solapan, desde distintos grupos del mundo académico de diferentes disciplinas", dice el profesor Jan Zalasiewicz, del departamento de geología de la Universidad de Leicester (Reino Unido). Zalasiewicz es también miembro del Grupo de Trabajo sobre el Antropoceno (GTA), al que la Comisión Internacional de Estratigrafía ha encargado determinar (en una primera fase) si el impacto humano sobre el planeta se merece que le pongan su nombre ( Anthropos , humano en griego) a la porción de la cronología terrestre que parece estar comenzando.
están entrando en una nueva época de la que son, al mismo tiempo, sus creadores, sus protagonistas y, para los más pesimistas, sus víctimas.
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Los rasgos que mejor definen el nuevo tiempo son el abanico y la escala de impactos y transformaciones que ha sufrido y está sufriendo el planeta y la naturaleza que le da vida. Es cierto que los humanos llevan modificando la Tierra desde el mismo instante en el que aprendieron a cultivar los primeros cereales y legumbres en la tierra, al inicio del Holoceno. Pero esas alteraciones locales son hoy globales y probablemente ya no tengan vuelta atrás. El traspaso de esa puerta o umbral sería también otra prueba más de la llegada e irreversibilidad del Antropoceno.
A comienzos de semana, la revista científica PNAS publicaba un estudio sobre la biomasa, la parte orgánica, que tiene vida, existente en el planeta. Casi ningún dato es nuevo, pero leídos todos juntos apabullan: aunque los humanos vamos camino de la cifra de los 8.000 millones de personas, apenas suponemos el 0,01% de la biomasa terrestre. Aun así, algo tan minúsculo ha provocado que, desde el despertar de las primeras civilizaciones humanas, hace solo unos milenios, hayan desaparecido el 83% de los animales salvajes, el 80% de los mamíferos marinos, la mitad de las plantas del edén original o el 15% de los peces. El drama cobra todo su sentido humano al repasar los datos de la vida que queda: el 70% de las aves del planeta son de granja y el 60% de los mamíferos se crían en establos. Sólo el 4% de estos últimos viven en estado salvaje, el resto es vida domesticada; el porcentaje que falta es el que le corresponde a los humanos. El principal autor del estudio, el profesor Ron Milo, del Instituto Weizmann de Ciencias (Israel), decía al diario británico The Guardian : "Espero que todo esto muestre a la gente una perspectiva sobre el papel tan dominante que la humanidad juega ahora en el planeta".
Esta intromisión y modificación humana de la naturaleza ha acabado con la tradicional separación entre lo natural y lo social. La naturaleza entendida como la veían los exploradores románticos del XIX, remota, exótica, limpia de las inmundicias, salvaje..., ha dado paso a una naturaleza híbrida que empieza en los parques urbanos y acaba en la reserva de la biosfera más valiosa. ¿Qué hay más híbrido, más perturbador, que el hecho de que las escasas regiones del planeta relativamente prístinas lo sean precisamente porque los humanos han decidido conservarlas? Para el ecólogo mexicano Gerardo Ceballos, director del Laboratorio de Ecología y Conservación de Fauna Silvestre de la UNAM, "el impacto de los humanos sobre la vida salvaje
en los últimos 100 años es tan grande que hemos perdido la mayoría de los mamíferos que sobrevivieron a la transición del Pleistoceno al Holoceno". En este sentido, los humanos están teniendo el efecto que en el pasado tuvieron cataclismos como las glaciaciones o algún que otro meteorito.
Sin embargo, hay quienes consideran que el nuevo tiempo, el de los humanos (el sufijo - ceno viene del griego nuevo), aún no ha llegado. A muchos científicos les parece pretencioso denominar un periodo geológico con el nombre de uno de los seres que lo viven por muy humano que sea. Otros reconocen el papel central de nuestra especie, pero, añaden, es un rol que los humanos llevan ejerciendo al menos desde que las benignas condiciones climáticas que iniciaron el Holoceno favorecieron la expansión humana. Es decir, este nuevo tiempo habría empezado tras la última glaciación y no con la primera bomba atómica.
Esa es la tesis del geólogo estadounidense George Klein, fallecido recientemente. Ya en el título de uno de sus últimos escritos lo deja claro: Antropoceno. ¿Cuál es su utilidad geológica? (Respuesta: ninguna). En este texto, Klein reconoce los impactos humanos, pero duda de que sean realmente globales y menos aún perdurables en el tiempo. "¿Cuál es el potencial de conservación a largo plazo de cualquiera de los criterios que definirían el llamado Antropoceno? Probablemente sea pequeño ya que la mayoría de los estudios que recogen pruebas de las alteraciones humanas se han hecho en áreas geomórficas que son en su mayoría erosionables". Pero que rocas como las de Tunelboka desaparezcan sin dejar rastro no hará que se borre el impacto de los altos hornos, de los trabajadores que los hacían funcionar, del capital amasado con aquella industria, de toda la historia humana y natural que hay detrás de ellas.
A otros científicos, en su mayoría sociales, lo que les incomoda es el nombre y lo que pueda esconder detrás. La profesora de historia de la Universidad de Stanford (EE UU) Gabrielle Hecht publicó en febrero un ensayo en el que, partiendo de la realidad africana, del verdadero papel de los africanos en los cambios globales, se preguntaba por los protagonistas o causantes del Antropoceno. "Lo que critico es una noción del Antropoceno que atribuye el cambio ecológico a toda la humanidad, sin tener en cuenta la geopolítica o las dinámicas de poder de la desigualdad".
Cambio climático
Como sucede con el cambio climático (quizá la prueba definitiva de la nueva época), buena parte de la comunidad científica insiste en que el reparto de responsabilidades ha de ser desigual puesto que, tanto en el calentamiento