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Lima es una ciudad de 10,000 de habitantes que genera a diario 26 millones de viajes. Esto que aparenta ser un número enorme y que parecería ser el origen del caos de nuestras calles está muy por debajo de otras ciudades latinoamericanas que bordean los 4 viajes por habitante cuando la tasa de viajes en Lima es de 2.6, lo cual significa, por increíble que parezca, que en nuestra ciudad existe aún una gran necesidad de viajes por cubrir. Nuestro sistema de transporte es informal, inseguro y contaminante. El congestionamiento vehicular es uno de los principales problemas que afectan la calidad de vida de los ciudadanos; esta situación se origina en el modelo del sistema de transporte público, así como en la mala gestión del transporte, que además de la perdida de horas y millones en producción y competitividad, atenta contra la vida y la salud. La informalidad del sistema se origina en el marco legal y regulatorio, en la falta de institucionalidad y en la dispersión del uso de suelo, producto del crecimiento expansivo y no planificado de la ciudad, esto sumado al estado de la infraestructura vial y la inadecuada gestión y fiscalización del tránsito. En cuanto al modelo, este se estructura a partir de tres actores: las empresas dueñas de las rutas, los propietarios de los vehículos afiliados a las empresas y, finalmente, un chofer y un cobrador que no cuentan con beneficios sociales, ni sueldo fijo y que alquilan la unidad, y son responsables de generar diariamente el dinero para sostener toda la operación. Un sistema que genera que las miles de unidades velen por su propio interés y compita por los pasajeros, degradando el servicio y convirtiendo las calles en escenarios inseguros y caóticos. Frente a esto, la pregunta es ¿cómo enfrentar esta situación? Una reforma del sistema de transporte pasa por construir una institucionalidad sólida, articulada en los diferentes niveles de gobierno y permanente en el tiempo; un proceso a largo plazo que generará costos económicos, sociales y políticos que se deben asumir. Este sistema debe ser seguro, confortable y sostenible, interconectando medios de transporte y priorizando a peatones y ciclistas. La educación vial y gestión del tránsito también son esenciales, así como la vinculación entre la planificación urbana y el transporte. Finalmente, las empresas concesionarias de rutas deben formalizarse, contar con su propia flota y reconocer los derechos laborales de sus trabajadores. Lima creció sin planificación y sin un sistema de transporte ordenado, resultando en el caos y la inequidad social en que vivimos, de los que solo podremos salir con una reforma integral que genere un beneficio colectivo que permita avanzar hacia una ciudad sostenible, segura y justa para todos. El Diario Oficial El Peruano no se solidariza necesariamente con las opiniones vertidas en esta sección. Los artículos firmados son responsabilidad de sus autores. Cuando le pregunté al chat GPT sobre cómo solucionar el problema del transporte público, me contestó casi como un alcalde tradicional: poner más orden, pistas exclusivas y sistemas masivos. Al preguntarle lo mismo a mis alumnos de la maestría en marketing, me propusieron primero subirme a una combi.
Me dijeron, profe, póngase en la posición del chofer de una combi que debe estresarse 14 o 15 horas compitiendo con otros tan cansados como él. Que sabe que las multas son para pagar mañana, o nunca, pero los soles para la comida y el colegio de sus hijos, los necesita hoy. Póngase también en el lugar del pasajero, que pierde varias horas diarias para ir al trabajo, al estudio y regresar a su casa. Entenderá allí, profe, que es mejor una combi incómoda y peligrosa hoy, que el prometido transporte oficial, limpio y seguro, que no llega nunca. Se dará cuenta, entonces, de que el transportista no es ese “asesino de la combi ” que se hace rico siendo informal. Y que el pasajero no es un desobediente al que le gusta la incomodidad y el peligro. Verá, más bien, que ambos son rehenes de un sistema ineficiente y que ninguna mano dura será más fuerte que la voluntad de supervivencia de los choferes o la necesidad de movilizarse del público. Verá, así, que se necesitan soluciones que aseguren la cooperación de los involucrados. Que tengan en cuenta que cualquier sistema nuevo deberá tener capacidad de competir, de tú a tú, con el caos actual. Que es ilógico prohibirle al chofer que use una vía cuando hay público esperando su servicio; y también prohibirle al público que use esa movilidad sin darle una alternativa mejor. Por ello, sabiendo que prohibir indiscriminadamente no funciona, deberíamos pensar que el transporte es un servicio que también sigue reglas de oferta y demanda. Que las autoridades debieran explorar formas de estimular a la mejor oferta, como, por ejemplo, apoyar a las líneas que mejoren su servicio, con limpieza, seguridad y respeto a las señales. Y que, por el lado de la demanda, generen campañas para que los pasajeros prefieran a las líneas que dan un servicio cómodo, seguro y en rutas lógicas. Verá que muchos esperarán para tomar “La Sanmartincito”, en vez de esas caóticas que pasan gritando y corriendo como locas. Tenemos, profe, muchas más ideas de ese tipo, que no van a frenar a métodos más eficientes y ordenados, siempre que sean competitivos, como el tren eléctrico. ¿No es ingenuo pensar que eso va a funcionar? Bueno, profe, así es como funcionan las empresas de la vida real, con calidad y lealtad de marca. ¿No es más ingenuo seguir repitiendo y repitiendo algo que ya sabemos que no funciona? Me dejaron pensando. Que tengan una buena semana.