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Y sigo con una confesión religiosa: El catecismo me enseñó en la infancia a hacer el bien por conveniencia y a no hacer el mal por miedo
Typology: Assignments
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Teología de doble Moral Eduardo Galeano Y sigo con una confesión religiosa: El catecismo me enseñó en la infancia a hacer el bien por conveniencia y a no hacer el mal por miedo, dios me ofrecía castigos y recompensas me amenazaba con el infierno y me prometía el cielo y yo, temía y creía. Han pasado los años y ya no temo ni creo y en todo caso pienso, si merezco se asado en la parrilla a eterno fuego lento, que así sea. Así me salvaré del purgatorio que estará lleno de horribles turistas de la clase media y al fin y al cabo se hará justicia, porque sinceramente, merecer merezco. Nunca he matado a nadie, es verdad, pero ha sido por falta de coraje o de tiempo no por falta de ganas, no voy a misa los domingos, ni en fiestas de guardar y he codiciado a casi todas las mujeres de mis prójimos y por lo tanto he violado al menos en intención, la propiedad privada que dios, en persona, sacralizó en las tablas de Moisés: “No codiciarás a la mujer de tu prógimo, ni a su toro, ni a su asno” y por si fuera poco compré meditación y alevosía, he cometido el acto del amor sin el noble propósito de reproducir la mano de obra. Yo bien sé que el pecado carnal está mal visto en el alto cielo, pero sospecho que dios condena lo que ignora. El dios de los cristianos, dios de mi infancia, no hace el amor, quizás es el único dios que no ha hecho el amor entre todos los dioses de todas las religiones de la historia humana, cada vez que lo pienso siento pena por él. Y entonces le perdono que haya sido mi Súper Papá Castigador, jefe de policía del universo y siento que al fin y al cabo dios también supo ser mi amigo en aquellos viejos tiempos, cuando yo creía en él y creía que él creía en mí. Entonces paro la oreja a la hora de los rumores mágicos, entre la caída del sol y la caía de la noche y me parece escuchar sus melancólicas confidencias: Lástima que Adán fuera tan bruto, lástima que Eva fuera tan sorda y lástima que yo no supe hacerme entender. Adán y Eva eran los primeros seres humanos que de mi mano nacían y reconozco que tenían ciertos defectos de estructura, armado y terminación, ellos no estaban preparados para escuchar ni para pensar y yo, bueno quizás yo no estaba preparado para hablar, antes de Adán y Eva nunca había hablado con nadie, yo había pronunciado bellas frases como «hágase la luz» pero siempre en soledad, así que aquella tarde cuando me encontré con Adán y Eva a la hora de la brisa, no fui muy elocuente, me faltaba práctica. Lo primero que sentí fue asombro, ellos acababan de robar la fruta del árbol prohibido, en el centro del paraíso, Adán había puesto cara de general que viene de entregar la espada y Eva miraba al suelo como contando hormigas, pero los dos estaban increíblemente jóvenes y bellos y radiantes, me sorprendieron yo los había hecho, pero yo no sabía que el barro podía ser luminoso. Después, lo reconozco, sentí envida, como nadie puede darme órdenes ignoro la dignidad de la desobediencia, tampoco puedo conocer la osadía del amor, que exige dos. En homenaje al principio de autoridad, me aguanté las ganas de felicitarlos por haberse hecho súbitamente sabios en pasiones humanas, entonces vinieron los equívocos. Ellos
entendieron caída donde yo hablé de vuelo, creyeron que un pecado merece castigo si es original, dije que peca quien desama, entendieron que peca quien ama, donde anuncié pradera de fiesta entendieron valle de lágrimas, dije que el dolor era la sal que daba gustito a la aventura humana entendieron que yo los estaba condenando al otorgarles la gloria de ser mortales y loquitos. Entendieron todo al revés, y se lo creyeron.