Docsity
Docsity

Prepare for your exams
Prepare for your exams

Study with the several resources on Docsity


Earn points to download
Earn points to download

Earn points by helping other students or get them with a premium plan


Guidelines and tips
Guidelines and tips

Relaciones Complejas: Un Análisis de la Dinámica Interpersonal en la Novela, Cheat Sheet of Conjunctive Queries

odemos resolver este modelo utilizando cualquier software de programación lineal, como Excel o Solver en Microsoft Excel. El resultado de la solución óptima será x1 = 0 y x2 = 5, lo que significa que se deben alquilar 5 autobuses pequeños y 0 autobuses grandes para transportar a los 200 estudiantes al menor costo posible. Espero que esto te ayude a resolver el pr

Typology: Cheat Sheet

2019/2020

Uploaded on 04/26/2023

eduardo-3cd
eduardo-3cd 🇺🇸

3 documents

1 / 418

Toggle sidebar

This page cannot be seen from the preview

Don't miss anything!

bg1
pf3
pf4
pf5
pf8
pf9
pfa
pfd
pfe
pff
pf12
pf13
pf14
pf15
pf16
pf17
pf18
pf19
pf1a
pf1b
pf1c
pf1d
pf1e
pf1f
pf20
pf21
pf22
pf23
pf24
pf25
pf26
pf27
pf28
pf29
pf2a
pf2b
pf2c
pf2d
pf2e
pf2f
pf30
pf31
pf32
pf33
pf34
pf35
pf36
pf37
pf38
pf39
pf3a
pf3b
pf3c
pf3d
pf3e
pf3f
pf40
pf41
pf42
pf43
pf44
pf45
pf46
pf47
pf48
pf49
pf4a
pf4b
pf4c
pf4d
pf4e
pf4f
pf50
pf51
pf52
pf53
pf54
pf55
pf56
pf57
pf58
pf59
pf5a
pf5b
pf5c
pf5d
pf5e
pf5f
pf60
pf61
pf62
pf63
pf64

Partial preview of the text

Download Relaciones Complejas: Un Análisis de la Dinámica Interpersonal en la Novela and more Cheat Sheet Conjunctive Queries in PDF only on Docsity!

hi-pó-te-sis (sustantivo)

Suposición o propuesta de explicación basada en pruebas

limitadas que sirve como punto de partida para una investigación posterior.

Ejemplo: «Basándome en la información disponible y en los datos recogidos hasta el momento, mi hipótesis es que, cuanto más

alejada me mantenga del amor, mejor me irá».

Prólogo

Sinceramente, Olive estaba un poco indecisa con todo aquel asunto de la escuela de posgrado. No porque no le gustara la ciencia. (Sí le gustaba. Le encantaba la ciencia. La ciencia era lo suyo.) Ni tampoco por la carretada de evidentes señales de alarma. Era muy consciente de que comprometerse con años de semanas laborales de ochenta horas poco valoradas y mal pagadas tal vez no fuese bueno para su salud mental. De que pasarse las noches trabajando hasta la extenuación frente a un mechero Bunsen para descubrir un segmento de conocimiento trivial quizá no fuera la clave de la felicidad. De que probablemente dedicarse en cuerpo y alma a las actividades académicas, con solo algún que otro descanso esporádico para robar unos bocadillos que alguien hubiera dejado desatendidos,no fuese una elección sabia. Era muy consciente y, sin embargo, nada de todo aquello la preocupaba. O tal vez sí, un poco, pero podía sobrellevarlo. Era otra cosa lo que la refrenaba de entregarse sin reservas al círculo más notorio y amargavidas del infierno (a saber, un programa de doctorado). La refrenaba, esto es, hasta que la invitaron a hacer una entrevista para el Departamento de Biología de Stanford y se topó con El Tío. El Tío cuyo nombre nunca llegó a saber. El Tío al que conoció tras entrar dando trompicones, a ciegas, en el primer baño que encontró. El Tío que le preguntó:

—Vaya, perdón. Pensé… Sin atinar. Había pensado sin atinar, como era su costumbre y maldición. —¿Estás bien? Debía de ser muy alto. Su voz le llegaba como de tres metros más arriba. —Claro. ¿Por qué lo preguntas? —Porque estás llorando. En mi baño. —Ah, no estoy llorando. Bueno, un poco sí, pero solo son las lágrimas, ya me entiendes. —No, no te entiendo. Olive suspiró y se dejó caer contra la pared de azulejos. —Son las lentillas. Caducaron hace un tiempo, y tampoco es que antes fueran de muy buena calidad. Me han destrozado los ojos. Me las he quitado, pero… —Se encogió de hombros. Con un poco de suerte, mirando hacia donde se encontraba El Tío—. Tardan un rato en mejorar. —¿Te has puesto unas lentillas caducadas? Parecía personalmente ofendido. —Solo un poco caducadas. —¿Qué es «un poco»? —No sé. ¿Varios años? —¿Qué? Pronunció aquella palabra de una forma tajante y precisa. Definida. Agradable. —Solo un par, creo. —¿Solo un par deaños? —No pasa nada. Las fechas de caducidad son para los cobardes. Un ruido brusco, una especie de bufido. —Las fechas de caducidad son para que no te encuentre llorando en un rincón de mi baño. Salvo que aquel tipo fuera el mismísimo señor Stanford, tenía que dejar de llamarlosu baño.

—No es nada. —Olive le quitó importancia al asunto con un gesto de la mano. Habría puesto los ojos en blanco si no hubiera sido porque le ardían—. Por lo general, el escozor dura solo unos minutos. —O sea, ¿que ya lo has hecho más veces? La joven frunció el ceño. —¿El qué? —Ponerte lentillas caducadas. —Por supuesto. Las lentillas no son baratas. —Losojos tampoco. Hum. Buen argumento. —Oye, ¿nos hemos visto antes? A lo mejor anoche, en la cena de presentación de los futuros doctorandos. —No. —¿No fuiste? —No me van esos rollos. —Pero ¿y la comida gratis? —No compensa las charlas triviales. A lo mejor estaba a dieta, porque ¿qué clase de alumno de doctorado decía algo así? Y Olive estaba segura de que El Tío estaba haciendo el doctorado; el tono altivo y condescendiente lo delataba. Todos los doctorandos eran así: se creían mejores que todos los demás solo porque tenían el dudoso privilegio de masacrar moscas de la fruta en nombre de la ciencia por noventa céntimos la hora. En el lúgubre y oscuro infierno del mundo académico, los alumnos de posgrado eran las criaturas más humildes y, por lo tanto, debían convencerse de que eran las mejores. Olive no era psicóloga clínica, pero le parecía un mecanismo de defensa bastante de manual. —¿Has hecho la entrevista para incorporarte al programa? —quiso saber El Tío. —Sí. Para la hornada de Biología del próximo curso. —Dios, cómo le quemaban los ojos—. ¿Y tú? —preguntó

—Canadiense. Oye, si por casualidad hablas con alguien del Comité de Admisiones, ¿te importaría no mencionarle mi percance con las lentillas? Creo que no me haría parecer una aspirante precisamente estelar. —¿Eso crees? —dijo en tono socarrón. Lo habría fulminado con la mirada si hubiera podido. Aunque a lo mejor no se le estaba dando tan mal conseguirlo, porque El Tío se echó a reír; no fue más que un resoplido, pero ella adivinó que era una risa. Y tampoco le resultó desagradable. Cuando El Tío la soltó, Olive se dio cuenta de que se había quedado agarrada a su mano durante más tiempo del debido. Uy. —¿Tienes pensado matricularte? —preguntó El Tío. Ella se encogió de hombros. —Puede que no me ofrezcan la plaza. Pero había hecho muy buenas migas con la profesora que la había entrevistado, la doctora Aslan. Olive había tartamudeado y mascullado mucho menos que de costumbre. Además, su puntuación en el examen de acceso a la escuela de posgrado y la nota media de su expediente eran casi perfectas. A veces no tener vida resultaba útil. —Vale, ¿tienes pensado matricularte si te ofrecen la plaza? Sería tonta si no lo hiciera. A fin de cuentas, se trataba de Stanford, que tenía uno de los mejores programas de Biología. O, al menos, eso era lo que Olive se remachaba para ocultar la petrificante verdad. Que era que, sinceramente, estaba un poco indecisa con todo aquel asunto de la escuela de posgrado. —Pues… quizá. Debo decir que la línea que separa una excelente elección de carrera profesional y una cagada vital crítica se me está volviendo un poco borrosa. —Parece que te inclinas más hacia la cagada.

Le dio la sensación de que El Tío estaba sonriendo. —No. Bueno… Solo es que… —¿Solo es que qué? Olive se mordió el labio. —¿Y si no soy tan buena? —le soltó. ¿Por qué, Dios, por qué estaba desnudándole los miedos más profundos de su secreto corazoncito a aquel tipo desconocido del baño? ¿Y qué sentido tenía, además? Cada vez que les exponía sus dudas a sus amigos y conocidos, todos le repetían automáticamente las mismas expresiones de ánimo trilladas y vacías. «Te irá bien. Puedes hacerlo. Yo creo en ti.» Seguro que aquel tío hacía lo mismo. No tardaría mucho. Estaba a punto. En cualquier momento… —¿Por qué quieres hacerlo? ¿Eh? —¿Hacer… qué? —Doctorarte. ¿Cuál es tu razón? Olive carraspeó. —Siempre he tenido una mente inquisitiva y la escuela de posgrado es el entorno ideal para estimularla. Me aportará importantes destrezas transferibles… El hombre resopló. Ella frunció el ceño. —¿Qué? —No me sueltes la frase que has encontrado en un libro de preparación de entrevistas. ¿Por qué quieres tú ser doctora? —Es cierto —insistió ella en un tono algo débil—. Quiero perfeccionar mis habilidades de investigación… —¿Es porque no sabes qué otra cosa hacer? —No. —¿Porque no has encontrado trabajo en la industria?

acabó. Esa era la respuesta—. Una cosa que me temo que nadie más descubrirá si no lo hago yo. —¿Una pregunta? Olive notó un cambio en el entorno y se dio cuenta de que ahora El Tío estaba apoyado en el lavabo. —Sí. —Sentía la boca seca—. Algo que es importante para mí. Y… no confío en que lo haga nadie más. Porque nadie lo ha hecho hasta ahora. Porque… «Porque ocurrió algo malo. Porque quiero hacer cuanto esté en mi mano para que no vuelva a suceder.» Pensamientos intensos para tener en presencia de un extraño, en la oscuridad de sus párpados cerrados. Así que los abrió; seguía teniendo la vista borrosa, pero el ardor había desaparecido casi por completo. El Tío la estaba mirando. Quizá tuviera los contornos borrosos, pero estaba muy presente, esperando pacientemente a que ella continuara. —Es importante para mí —repitió—. La investigación que quiero hacer. Olive tenía veintitrés años y estaba sola en el mundo. No quería fines de semana ni un sueldo decente. Quería retroceder en el tiempo. Quería estar menos sola. Pero, como eso era imposible, se conformaría con arreglar lo que pudiera. Él asintió, pero no dijo nada; se enderezó y dio unos cuantos pasos hacia la puerta. No cabía duda de que se iba. —¿Mi razón es lo bastante buena como para que me matricule en la escuela de posgrado? —le preguntó, a pesar de que odiaba lo ansiosa de aprobación que debía de parecer. Quizá estuviera en medio de una especie de crisis existencial. Él se detuvo y se volvió para mirarla. —Es la mejor. —Estaba sonriendo, pensó Olive. O algo parecido—. Buena suerte con lo de la entrevista, Olive.

—Gracias. —El Tío ya casi había salido por la puerta—. Quizá nos veamos el año que viene —balbuceó ella, un poco sonrojada—. Si consigo entrar. Y si no te has graduado. —Quizá —lo oyó decir. Y, sin más, El Tío se fue. Y Olive nunca llegó a saber su nombre. Pero, unas semanas después, cuando el Departamento de Biología de Stanford le ofreció una plaza, la aceptó. Sin dudarlo.

baobab, y le rodeó la cintura con unas manos grandes y que transmitían una calidez agradable en contraste con el aire acondicionado del pasillo. Después las deslizó unos centímetros hacia arriba para rodear la caja torácica de Olive y atraerla hacia sí. Ni demasiado, ni demasiado poco. Lo justo. Fue un pico prolongado, más que otra cosa, pero resultó bastante agradable y, durante un lapso de unos pocos segundos, Olive se olvidó de un gran número de cosas, incluido el hecho de que estaba apretada contra un tipo desconocido y aleatorio. De que apenas había tenido tiempo de susurrar «¿Puedo besarte, por favor?» antes de posar los labios sobre los suyos. De que lo que en un principio la había llevado a montar todo aquel espectáculo era la esperanza de engañar a Anh, su mejor amiga en el mundo. Pero un buen beso tiene esas cosas: hace que una chica se olvide de sí misma durante un rato. Olive se descubrió fundiéndose con un pecho ancho y sólido que no cedía en lo más mínimo. Desplazó las manos desde una mandíbula bien definida hasta un pelo asombrosamente grueso y suave y luego… Luego se oyó suspirar, como si ya se hubiera quedado sin aliento, y fue en ese momento cuando cayó en la cuenta —y fue como si le dieran con un ladrillo en la cabeza— de que… No. No. No, no,no. No tendría que estar disfrutando de esa situación. Del tipo desconocido y todo el rollo. Olive jadeó y se apartó de él mientras buscaba a Anh frenéticamente con la mirada. En el resplandor azulado de las once de la noche del pasillo de los laboratorios de biología, no se veía a su amiga por ninguna parte. Qué raro. Olive estaba segura de haberla visto unos segundos antes. El Tipo Del Beso, por otro lado, seguía de pie justo delante de ella, con los labios separados, el pecho agitado y

una extraña luz titilándole en los ojos, y fue justo entonces cuando Olive se percató de la enormidad de lo que acababa de hacer. Dea quién acababa de… «Me cago en mi vida.» «Me. Cago. En. Mi. Vida.» Porque el doctor Adam Carlsen era un reputado imbécil. No se trataba de un hecho destacable en sí mismo, ya que en el mundo académico todos los puestos de trabajo situados por encima del nivel de doctorando (el nivel de Olive, por desgracia) requerían de cierto grado de imbecilidad para poder mantenerse en el tiempo, y el profesorado titular ocupaba la cúspide de la pirámide de la imbecilidad. El doctor Carlsen, sin embargo, era excepcional. Al menos si lo que decían los rumores era cierto. Él era la razón de que Malcolm, el compañero de piso de Olive, hubiera tenido que desechar por completo dos proyectos de investigación y de que tal vez acabase doctorándose con un año de retraso; el que había hecho vomitar de ansiedad a Jeremy antes de sus exámenes del primer año; el único culpable de que la mitad de los alumnos del departamento se vieran obligados a posponer su defensa de tesis. Joe, que antes formaba parte de la hornada de Olive y la llevaba a ver películas europeas desenfocadas con subtítulos microscópicos todos los jueves por la noche, había sido ayudante de investigación en el laboratorio de Carlsen, pero al cabo de seis meses había decidido dejarlo por «razones». Seguro que había sido lo mejor para él, porque la mayoría de los ayudantes doctorales que le quedaban a Carlsen tenían las manos perennemente temblorosas y a menudo parecía que no hubieran dormido en un año. Puede que el doctor Carlsen fuera una joven estrella del rock en el mundo académico y el niño prodigio de la

adonde tal vez se dirigiera en un principio. Olive empezaba a creer que conseguiría irse de rositas cuando él se detuvo y se volvió con una expresión escéptica en la cara. —¿Estás segura? «Porras.» —Pues… —Olive se tapó la cara con las manos—. No es lo que parece. —Vale. Eh… Vale —repitió él despacio. Tenía una voz profunda y grave que sonaba como si estuviera a punto de enfadarse. Quizá como si ya estuviera enfadado—. ¿Qué está pasando aquí? No había manera sencilla de explicarlo. A cualquier persona normal, la situación de Olive le habría parecido extraña, pero Adam Carlsen, que a todas luces consideraba que la empatía era un error del sistema y no un rasgo de humanidad, no la entendería jamás. La joven dejó caer las manos a los costados y respiró hondo. —Uf… Oiga, no se lo tome a mal, pero esto no es asunto suyo. Se la quedó mirando un momento y luego asintió. —Ya. Claro. —Carlsen debía de estar recuperando su compostura habitual, porque su tono de voz había perdido parte de la sorpresa y volvía a ser como de costumbre: seco. Lacónico—. Entonces, volveré a mi despacho y empezaré a trabajar en mi denuncia del Título IX. Olive exhaló aliviada. —Sí. Eso estaría muy bien, porque… Un segundo. ¿Su qué? El doctor Carlsen ladeó la cabeza. —El Título IX es una ley federal que protege contra la mala praxis sexual en los entornos académicos… —Sé lo que es el Título IX.

—Entiendo. Así que has decidido ignorarlo de forma voluntaria. —No… ¿Qué? No. No, ¡qué va! Él se encogió de hombros. —Debo de haberme equivocado, entonces. Habrá sido otra persona la que me ha agredido. —Agredirle… No le he «agredido». —Me has besado. —Pero no eraen serio. —Sin contar con mi consentimiento. —¡Le hepreguntado si podía besarle! —Y lo has hecho sin esperar a que te contestara. —¿Qué? Ha dicho que sí. —¿Cómo dices? Olive frunció el ceño. —Le he preguntado si podía besarle y ha contestado que sí. —Incorrecto. Me has preguntado si podías besarme y yo he resoplado. —Estoybastante segura de que le he oído decir que sí. Carlsen enarcó una ceja y, durante un instante, Olive se permitió soñar despierta con ahogar a alguien. Al doctor Carlsen. A ella misma. Ambas opciones le parecían maravillosas. —Oiga, lo siento mucho. Ha sido una situación extraña. ¿No podemos olvidarnos sin más de lo que ha pasado? El hombre la estudió durante un momento eterno, con el rostro anguloso, serio y algo más, algo que Olive no llegó a descifrar del todo porque estaba demasiado ocupada fijándose de nuevo en lo alto y ancho de hombros que era. Es que era enorme. Olive siempre había sido flaca, casi demasiado, pero las chicas que miden 1,75 no suelen sentirse diminutas. Al menos hasta que se encontraban de pie junto a Adam Carlsen. Ya se había fijado en que era alto,