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Una historia basada en hechos reales
Typology: Thesis
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E L ESPEJO DEL CEREBRO
A mi sobrino Mateo,
por regalarme el presente.
1
SABOREAR LA PALABRA
En el barrio de Huertas, en el casco antiguo de Madrid, hay un espacio dedicado a la cultura persa, llamado Centro Persépolis. Además de la belleza de la artesanía iraní que envuelve sus paredes y vitrinas, se respira acogimiento, introspección, profundidad, y cariño. Mucho cariño. Este centro me ha dado alguno de los regalos más importantes de mi vida. Solía asistir a sus recitales de música, baile y poesía, que completaba siempre con un vino de Jerez en La Venencia, a pocos metros de allí. En uno de sus encuentros se recitaba a la poeta sufí del siglo XVIII Rabiah al-BaᒲUĩ8QRGHVXV versos arrojaba esta sabiduría: «el que habla miente, el que saborea conoce». Aquella estrofa caló en mí y me asomó al abismo. En aquellos años estaba deambu- lando por Madrid, sumergida en un tiempo sabático que me había tomado después de haber trabajado de investigadora en neurociencia en laboratorios de gran prestigio como el instituto Max Planck de Frankfurt o el King’s College de Londres. Llevaba más de veinte
cho recorrido en los pasillos del rectorado, a pesar de los esfuerzos realizados. Ambos queríamos investigar la mente. No sabíamos cómo, pero sabíamos que algo debía cambiar en los laboratorios. Meses después me incorporé a Niaraka Lab para dirigir un proyecto con HOÀQGHLQYHVWLJDUVLPHGLWDPRVFRQHOFXHUSRHQWHUR QRVRORFRQHOFHUHEUR8QDxRGHVSXpVQXHVWURODER- ratorio fue reconocido como cátedra extraordinaria GH0LQGIXOQHVV\&LHQFLDV&RJQLWLYDVGHOD8QLYHUVL- dad Complutense de Madrid.
Fue mi vuelta a los laboratorios, a los números, a medir al milímetro lo inconmensurable, a analizar. Pero sobre todo fue empezar a diseñar cómo hablar y saborear a la vez. Investigar la meditación parecía un buen lienzo. Conocer las bases neuronales de la meditación me permitía aunar el conocimiento de la neurociencia con aquel que viene de las tradiciones FRQWHPSODWLYDV 8Q GLiORJR HQWUH ORV TXH KDEODQ \ los que saborean. La meditación y la contemplación siempre han ido de la mano, aunque meditar se asocie PiVDUHÁH[LRQDU\FRQWHPSODUDPLUDUDWHQWDPHQWH Pero sobre todo, para mí, era la oportunidad de vol- ver a la ciencia pero esta vez saboreando. Saborear la palabra. La meditación es un procedimiento comple- MRGLItFLOGHGHÀQLUSHURWUDWDGHODIDEXORVDFDSDFL- dad de controlar voluntariamente la atención frente a las distracciones involuntarias. Es un baile donde lo consciente abraza y desenmascara al cautivador y es- curridizo inconsciente. La meditación no es exclusiva de la tradición budista, hay evidencias de que se prac-
ticaba en todas las culturas de las que tenemos cono- cimiento. En la neurociencia de la meditación no solo se estudia la respuesta del cerebro ante la práctica de la meditación, sino que se evidencia además el papel que tiene la mente en la transformación del cuerpo. 4XL]iV OR TXH PiV PH DWUDtD GHO HVWXGLR FLHQWtÀFR de la meditación era poder ver en el laboratorio de qué modo el ejercicio que consiste en observarse uno mismo hace cambiar aquello que se observa. Nunca he concebido la meditación como una técnica exclusi- va de una cultura o como un método, sino como una capacidad intrínseca de los seres humanos. Observar- se a sí mismos. Y observar el mundo que nos rodea. Vivir con consciencia el momento presente no parece ser una técnica propia de una escuela, sino una pro- piedad de la vida. Propiedad que no siempre usamos cuanto deberíamos.
Poco tiempo después de mi vuelta a los labora- torios recibí la llamada de una mujer con una energía cautivadora, una de esas personas que con su labor hacen el mundo más humano. Era Cristina Alonso, la directora del Instituto de Humanidades Francesco Petrarca de Madrid. Me ofrecía dar cursos de neu- rociencia a un público no técnico, a divulgar lo que encuentra la ciencia que estudia el cerebro. Era el reto que necesitaba. Aprender a destilar la esencia de lo que aporta la ciencia fue sanador para mí. Como dice el físico Feyman, cuando uno da clases el que más aprende es el profesor. Además de lo mucho que me divierte dar clases, cada día descubro nuevas caras a
frente a otro, su resignación ante la emoción pero so- bre todo veremos su capacidad de convertirse en un espejo de sí mismo. Este libro pretende plasmar mi voluntad de transmitir y vivir la neurociencia desde una perspectiva más humana, que abarque el estudio de algo tan complejo como la mente no solo desde lo técnico, sino desde un mundo multidimensional que englobe las ciencias y la inspiración desde lo hu- manista. Pero es un recorrido que haremos principal- mente de la mano de la neurociencia, por ser la farola más cercana que tengo. Nasrudin es el Sancho Panza de la cultura persa. Cierta noche estaba Nasrudin bajo una farola buscan- GRFRQLQTXLHWXG8QYHFLQROHSUHJXQWyTXpHVWDED haciendo. «Busco mis llaves», contestó. Ambos se pu- sieron a buscarlas. Pasado un rato, el vecino exclamó que allí no había nada, y le preguntó: «Nasrudin, ¿has perdido aquí las llaves?». «No, pero es aquí donde hay luz», dijo Nasrudin.