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Capítulo: De la moral de los hombres a la ley del alma
"La moral de los hombres es para el cuerpo social; la Ley del Alma es para el viajero eterno."
- Fragmento atribuido a Hermes Trismegisto, códice velado del Templo Interior
I. El velo de la moral externa
Durante las primeras etapas del Camino, el alma del hombre es guiada por los códigos morales que las sociedades y religiones le han entregado. Estos valores -a menudo rígidos, dualistas, e impuestos bajo amenaza de castigo- cumplen la función de una tutela espiritual temprana, como un bastón que sostiene al caminante antes de que pueda sostenerse por sí mismo.
No obstante, el Iniciado que ha comenzado a despertar el fuego de su conciencia intuye que estas normas exteriores, aunque útiles en su momento, ya no le bastan. Percibe que obedecerlas sin discernimiento es permanecer dormido, y que una obediencia ciega es enemiga de la Sabiduría.
Así comienza el proceso de desaprender lo impuesto, no como acto de rebeldía vulgar, sino como exigencia de una Verdad más profunda: la Ley del Alma.
II. La caída del dogma, el nacimiento de la Voluntad
El Hermetismo enseña que el Todo es mente, y que el ser humano -como imagen microcósmica del Todo- posee en su interior una chispa divina, una conciencia creadora.
Cuando el Adepto deja atrás la moral de los hombres, no lo hace para caer en el caos o el hedonismo vacío, sino para recuperar su poder interior, su Voluntad soberana, y así establecer una moral nacida de la sabiduría y no del miedo.
Capítulo: De la moral de los hombres a la ley del alma
Esto exige valentía. Porque el alma que deja de obedecer por mandato externo deberá aprender a obedecer una voz interna más sutil, que no grita ni amenaza, pero que guía con claridad cuando se la escucha desde el Silencio.
III. La Ley del Alma
La Ley del Alma no puede escribirse en piedra ni proclamarse desde púlpitos. Es una vibración interna que resuena cuando el Iniciado actúa en coherencia con su Esencia. No le exige al Adepto que sea bueno, sino que sea verdadero. No le impone códigos, sino que le recuerda su naturaleza divina y le pide serle fiel.
Esta Ley se manifiesta como:
Cada acto conforme a esta Ley eleva la frecuencia del alma, la armoniza con los planos superiores y la aproxima a su Real Ser.
IV. La transmutación de la ética
Así como el alquimista transmuta el plomo en oro, el Iniciado transmuta la moral externa en una ética interna viva. Esta transmutación no es inmediata: requiere introspección, discernimiento y un trabajo espiritual constante.