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Final alternativo del cuento la dama del perrito, Papers of Spanish Language

Es la creacion de un final diferente para el cuento la dama del perrito

Typology: Papers

2024/2025

Uploaded on 04/15/2025

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sofia-elizabeth-merchan-perugachi 🇺🇸

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La dama del perrito
Y les parecía que pasado algún tiempo más la solución podría encontrarse. Que empezaría
entonces una vida nueva, hermosa, en la que ambos se comprenderían y serían felices.
Pero el invierno volvió. La ciudad se cubrió de una persistente garúa que calaba los huesos y
envolvía las calles en una atmósfera melancólica. Dmitri Gurov, ahora de vuelta a su rutina,
se encontró con una vieja fotografía en un libro olvidado. Era Anna Serguéievna, sonriendo
tímidamente bajo un sombrero adornado con una pequeña pluma. Un escalofrío recorrió su
espalda. No era la nostalgia lo que sentía, sino una punzada fría de incertidumbre.
Unos días después, mientras paseaba por el Parque Calderón bajo la llovizna, Gurov creyó
divisar una figura familiar al otro lado de la calle. Una mujer solitaria, con un abrigo oscuro y
un pequeño perro blanco a sus pies. Su corazón dio un vuelco. ¿Podría ser Anna? Pero la
distancia y la penumbra no le permitían distinguir sus rasgos. Dudó, luego cruzó la calle
apresuradamente.
Al llegar al otro lado, la mujer y el perro habían desaparecido. Gurov escrutó los alrededores,
sus ojos buscando desesperadamente cualquier señal. Nada. Solo la lluvia cayendo sobre las
hojas mojadas y el eco lejano de unas campanas.
Volvió a su apartamento con una sensación extraña, una mezcla de esperanza y creciente
inquietud. Esa noche no pudo dormir. Soñó con playas lejanas, con el murmullo del mar y
con una silueta femenina que siempre se desvanecía justo antes de que pudiera ver su rostro.
A la mañana siguiente, recibió un telegrama sin remitente. El papel era grueso y perfumado
con un aroma vagamente familiar. El mensaje era breve y enigmático: "La gaviota vuela alto.
Busca en el jardín de las sombras cuando la luna sea nueva."
Gurov sintió un escalofrío más intenso que el de la noche anterior. La "gaviota" era un
recuerdo íntimo de su tiempo con Anna en Yalta. Pero ¿qué significaba "el jardín de las
sombras"? ¿Y por qué un mensaje tan críptico?
Durante las semanas siguientes, Gurov se obsesionó con el telegrama. Investigó jardines
antiguos en los alrededores de Cuenca, consultó mapas antiguos y leyendas locales sobre
lugares olvidados. No encontró nada que coincidiera con la descripción del "jardín de las
sombras".
Finalmente, llegó la noche de luna nueva. Impulsado por una fuerza que no comprendía,
Gurov se encontró caminando sin rumbo por las calles oscurecidas de la ciudad. La garúa
había cesado, pero una densa niebla envolvía los faroles, creando halos misteriosos.
De repente, al doblar una esquina poco iluminada, vio una figura de espaldas. Era una mujer,
vestida de negro, con un pequeño perro blanco sentado a sus pies. Su postura le resultaba
familiar, pero no podía ver su rostro.
Se acercó lentamente, con el corazón latiéndole con fuerza. "Anna Serguéievna?", susurró, la
voz apenas audible.
La mujer se giró lentamente. Su rostro estaba oculto por la sombra de un amplio sombrero.
Antes de que Gurov pudiera distinguir sus rasgos, un suave silbido llenó el aire. El pequeño
perro blanco se levantó y corrió hacia un callejón oscuro. La mujer lo siguió,
desvaneciéndose en la niebla sin pronunciar una sola palabra.
Gurov se quedó inmóvil, con el brazo extendido, sintiendo el frío húmedo de la noche en su
piel. Buscó en el callejón, pero solo encontró la oscuridad y el eco de sus propios pasos.
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La dama del perrito Y les parecía que pasado algún tiempo más la solución podría encontrarse. Que empezaría entonces una vida nueva, hermosa, en la que ambos se comprenderían y serían felices. Pero el invierno volvió. La ciudad se cubrió de una persistente garúa que calaba los huesos y envolvía las calles en una atmósfera melancólica. Dmitri Gurov, ahora de vuelta a su rutina, se encontró con una vieja fotografía en un libro olvidado. Era Anna Serguéievna, sonriendo tímidamente bajo un sombrero adornado con una pequeña pluma. Un escalofrío recorrió su espalda. No era la nostalgia lo que sentía, sino una punzada fría de incertidumbre. Unos días después, mientras paseaba por el Parque Calderón bajo la llovizna, Gurov creyó divisar una figura familiar al otro lado de la calle. Una mujer solitaria, con un abrigo oscuro y un pequeño perro blanco a sus pies. Su corazón dio un vuelco. ¿Podría ser Anna? Pero la distancia y la penumbra no le permitían distinguir sus rasgos. Dudó, luego cruzó la calle apresuradamente. Al llegar al otro lado, la mujer y el perro habían desaparecido. Gurov escrutó los alrededores, sus ojos buscando desesperadamente cualquier señal. Nada. Solo la lluvia cayendo sobre las hojas mojadas y el eco lejano de unas campanas. Volvió a su apartamento con una sensación extraña, una mezcla de esperanza y creciente inquietud. Esa noche no pudo dormir. Soñó con playas lejanas, con el murmullo del mar y con una silueta femenina que siempre se desvanecía justo antes de que pudiera ver su rostro. A la mañana siguiente, recibió un telegrama sin remitente. El papel era grueso y perfumado con un aroma vagamente familiar. El mensaje era breve y enigmático: "La gaviota vuela alto. Busca en el jardín de las sombras cuando la luna sea nueva." Gurov sintió un escalofrío más intenso que el de la noche anterior. La "gaviota" era un recuerdo íntimo de su tiempo con Anna en Yalta. Pero ¿qué significaba "el jardín de las sombras"? ¿Y por qué un mensaje tan críptico? Durante las semanas siguientes, Gurov se obsesionó con el telegrama. Investigó jardines antiguos en los alrededores de Cuenca, consultó mapas antiguos y leyendas locales sobre lugares olvidados. No encontró nada que coincidiera con la descripción del "jardín de las sombras". Finalmente, llegó la noche de luna nueva. Impulsado por una fuerza que no comprendía, Gurov se encontró caminando sin rumbo por las calles oscurecidas de la ciudad. La garúa había cesado, pero una densa niebla envolvía los faroles, creando halos misteriosos. De repente, al doblar una esquina poco iluminada, vio una figura de espaldas. Era una mujer, vestida de negro, con un pequeño perro blanco sentado a sus pies. Su postura le resultaba familiar, pero no podía ver su rostro. Se acercó lentamente, con el corazón latiéndole con fuerza. "Anna Serguéievna?", susurró, la voz apenas audible. La mujer se giró lentamente. Su rostro estaba oculto por la sombra de un amplio sombrero. Antes de que Gurov pudiera distinguir sus rasgos, un suave silbido llenó el aire. El pequeño perro blanco se levantó y corrió hacia un callejón oscuro. La mujer lo siguió, desvaneciéndose en la niebla sin pronunciar una sola palabra. Gurov se quedó inmóvil, con el brazo extendido, sintiendo el frío húmedo de la noche en su piel. Buscó en el callejón, pero solo encontró la oscuridad y el eco de sus propios pasos.

Volvió a su apartamento con una confusión profunda y persistente. ¿Había sido realmente Anna? ¿O una cruel ilusión de su mente atormentada? ¿Quién le había enviado ese extraño telegrama? Y, sobre todo, ¿qué significaba todo aquello? Miró por la ventana hacia la ciudad envuelta en la niebla. La promesa de una "vida nueva, hermosa" se había transformado en un enigma oscuro y perturbador. La historia de Dmitri Gurov y Anna Serguéievna no había encontrado una conclusión, sino que se había sumido en un misterio sin resolver, dejando al lector con la inquietante sensación de que algo más, algo desconocido y quizás siniestro, se ocultaba tras su fugaz encuentro. La dama del perrito había vuelto, pero esta vez, envuelta en un aura de secreto impenetrable.