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Typology: Study notes
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principal de la filosofía platónica y el que ejerce mayor influencia en el distinguido contemporáneo nuestro, como lo fue el maestro Manuel García, considera a la filosofía platónica ubicada no en la corriente de la filosofía idealista; sino más bien en la corriente de la filosofía realista, no obstante que a la filosofía platónica se le ha llamado con justicia la Filosofía de la Ideas, por ser las ideas el principal centro de su investigación. La interpretación del maestro García Morente es válida si se tiene en consideración que las ideas de que nos habla Platón son en verdad entidades exteriores al ser humano cognoscente, que le imponen sus categorías al sujeto en el acto de conocer para producir el conocimiento mismo, que es la tesis de la filosofía realista y no es el sujeto que conoce el que imprime a las ideas sus categorías internas para producir el conocimiento, que es lo que ocurre en todo sistema idealista Sin embargo, se puede ubicar válidamente a la filosofía platónica dentro del idealismo si se tiene en consideración que las ideas del mundo utópico de Platón se internan en nuestra alma antes de nacer, según su teoría, en la contemplación de ese mundo perfecto que es la religión de las almas y de los modelos eternos de las cosas; pero si en nuestra vida material podemos conocer qué son las cosas materiales, esos pálidos reflejos, esas sombras vanas de las cosas perfectas del topos uranos, es precisamente porque ya viene equipada nuestra alma de las imágenes de las ideas perfectas que conoció en ese lugar celeste y ese equipamiento de nuestro yo, de nuestra capacidad intelectiva es lo que proyectamos al mundo exterior para conocer, a través del mundo engañoso de las cosas vanas, de las cosas materiales, el mundo perfecto de las cosas auténticas, de las existencias verdaderas y perfectas y así obtener el conocimiento auténtico y verdadero del mundo, de la existencia de los objetos de conocimiento científico. Que son las cosas y cómo obtenemos el conocimiento de ellas, son los temas principales de la filosofía platónica para Platón, como para Parménides, tenemos dos grados, des categorías de conocimientos: la mera opinión, en griego doxa y el saber auténtico, en griego nus o episteme. La mera opinión es el conocimiento que nos resulta de las noticias que de la realidad exterior nos proporcionan los sentidos, por éso no es de confiar, porque los sentidos nos dan conocimiento superficiales de una realidad cambiante, como dice Heráclito; en cambio, el saber auténtico aspira a profundizar en la estructura básica de las cosas y darnos de esa manera el conocimiento de lo que es eterno, definitivo e imperecedero, porque para Platón, como para Parménides, no es posible admitir que la verdad sea cambiante, es decir, la verdad auténtica acerca de una cosa determinada acerca de un objeto de conocimiento científico determinado. Esta concepción inicial plantea graves problemas a Platón para poder determinar cómo es que ocurre el conocimiento substancial, básico, científico, seguro, sin alteraciones, de la realidad exterior y ante la imposibilidad de explicarlo con la precisión, conservadas en su totalidad hasta nosotros, en las
que hace gala de facilidad literaria y belleza en la exposición, adoptando el estilo de diálogo y en las que inmortaliza la figura de su maestro Sócrates, como personaje central de sus diálogos, matizados de bellas narraciones en las que nos presenta mitos o alegorías, con los cuales pretende explicar su grandiosa concepción. Así surge la teoría de las ideas. Sigue el procedimiento Socrático que conocemos con el nombre de mayéutica o parto del espíritu, mediante el cual se pretende obtener el conocimiento del intelocutor forzando el diálogo para hacerlo incurrir en contradicciones, hasta hacer brotar la luz de la verdad . Platón pone en boca de Sócrates, para citar un ejemplo, un interrogatorio mediante el cual logra obtener de un esclavo iletrado la solución a complicados problemas matemáticos. Eso prueba, piensa Platón, que en realidad el conocimiento de las cosas, tanto el de las cosas materiales como el de los objetos intelectuales, como son, por ejemplo, los números, ya lo traemos los seres humanos en nosotros mismos desde antes de nacer, lo cual implica la existencia en nosotros de una alma racional e inmortal, la cual necesariamente tuvo una existencia previa a nuestra existencia material y que por tanto, conoció en algún lugar diferente a nuestro mundo material, la estructura misma de las cosas, que en este mundo material apenas sí podemos conocer como sombras o reflejos; pero que al alma contempló en su forma perfecta, en su estructura esencial, en el lugar celeste en donde habitó antes de venir al mundo, es decir, en el topos uranos, el cual está poblado por las esencias o formas puras, en griego eidos: imagen, idea. De allí que los sentidos solo nos proporcionan vagos conocimientos que nos llevan a la simple creencia, conjetura u opinión; mientras que, como en su vida anterior el alma adquirió el conocimiento auténtico de la esencia de esas mismas cosas en el tipos uranos, donde conoció al hombre perfecto, o sea el concepto, a la idea de hombre, al árbol perfecto, o sea a la idea de árbol, a la justicia perfecta, o sea a la justicia más verdadera y auténtica, al amor perfecto, a la belleza perfecta, etcétera, para alcanzar ese saber auténtico solamente tenemos que esforzarnos en recordar, en hacer memoria para hacer presente ese conocimiento que ya traíamos con nosotros desde que nacimos. Algunos conocimientos los recordamos con mucha facilidad, simplemente los evocamos al ver las cosas materiales; pero para otros, necesitamos el diálogo con un interlocutor más entendido que, como en la mayéutica socrática, nos ayude, mediante un auténtico parto del espíritu, a evocar el recuerdo de los conocimientos olvidados por el alma al momento de nacer. Del diálogo platónico se originó la dialéctica, sistema de conocimiento que implica el poner nuestras opiniones una frente a otra y aplicar todas las reglas de la Lógica para purgarlas de todo error, hasta quedarnos con la verdad sola.
de que lo que él imaginaba antes que eran las cosas, no son sino sombras vanas, un pálido reflejo de lo que las cosas son en la realidad. Por la noche verá el cielo estrellado y la luna, al amanecer, vera la imagen reflejada del sol y por último, después de un largo esfuerzo, en griego: gimnasia, podrá llegar a contemplar al mismo sol. Entonces se daría cuenta de que el mundo en que había vivido antes, el mundo de la caverna y de las sombras, era un mundo irreal y desdeñable, por lo que seguramente sentirá un gran deseo de volver a ese lugar; pero para hablar con sus compañeros de esclavitud, para hacerles ver, para decirles, para convencerlos de que esas sombras no son reales; sino el pálido reflejo de un mundo mucho más pleno y hermoso, mucho más perfecto, para llegar a conocer el cual deberán abandonar la caverna, porque las sombras a que están habituados no son si no una mera reproducción, una figura, una silueta de las cosas perfectas que representan. Si así lo hiciera, sus compañeros esclavos no podría creerle, sino al contrario se reirían de él y si él continuará en su empeño de tratar de salvarlos de las tinieblas de su ignorancia y sacarlos a la luz esplendorosa de la verdad del mundo real, seguramente se amotinarían contra él y llegarían a matarlo. En la alegoría anterior Platón ha simbolizado en la caverna el mundo sensible que nosotros conocemos y en el cual las cosas cuya realidad percibimos únicamente a través de los sentidos, no son sino sombras de las ideas perfectas, paradigmas que existen en el lugar celeste que imaginó, donde el alma, en su estancia anterior a la vida presente, pudo conocer y tratáramos de liberarnos de las cadenas que nos atan al conocimiento superficial, superando los obstáculos que se oponen a que conozcamos la realidad que solamente percibimos mutilada por nuestros sentidos, podríamos transponer los umbrales de la caverna de la ignorancia y poco a poco recordaríamos, primero las imágenes, después las cosas verdaderas en sí, después la realidad exterior plena y finalmente, después de habituar nuestros ojos a la perfección, pasando de las cosas menos perfectas a las más perfectas, mediante un esfuerzo o ejercicio gimnástico de nuestro entendimiento, podríamos alcanzar a comprender la máxima sabiduría que corresponde a la idea del bien; pero el filósofo, el hombre que puede realizar esa proeza y que se ve arrastrado por el anhelo, por la pasión arrolladora de comunicar a sus semejantes el resultado de sus meditaciones y los logros de su sabiduría corre el riesgo, como ocurrió con Sócrates, de morir incomprendido por sus conciudadanos, incapaces de liberarse de la miserable condición de la ignorancia. En sus diálogos y en sus mitos Platón ha recurrido a la alegoría, al cuento, a la conversación, porque la sabiduría auténtica es de tal naturaleza inaccesible al conocimiento humano, que no es posible comunicarla directamente, o por raciocinios o demostraciones y la actividad misma filosófica no es una labor precisa y determinada, como las restantes ocupaciones habituales en la vida; sino más bien se trata de un modo de ser, de una manera de vivir, de un entregarse apasionado a encontrar un sentido a la existencia. Es necesario subrayar que la teoría postulada por Platón en la exposición de su filosofía no es ni mucho menos una tesis caprichosa o arbitraria, un mito o una leyenda ni una explicación religiosa, mística o puramente imaginativa. Lejos de ello, la filosofía de Platón es un esfuerzo sincero, razonable y
respetable, por encontrar la solución adecuada a los dos grandes problemas filosóficos de que hemos venido hablando en las páginas anteriores: el problema epistemológico y el problema matafísico, es decir un esfuerzo por encontrar la solución más racional y adecuada al problema que consiste en explicarnos como es posible el conocimiento, si el conocimiento científico de las cosas que integran la realidad exterior universal es o no posible para el entretenimiento humano y en caso de ser afirmativo esa respuesta, que son, en qué consisten, cuál es la estructura de las cosas mismas y en qué consiste éso que les comunica el ser, la existencia, a todos los objetos del cosmos. El referirse a un lugar celeste en donde existen los paradigmas de toda realidad, imágenes de las cosas que conocemos en el mundo material, de las cuales esta última no son sino meras sombras o reflejos por las cuales podemos ascender hasta comprender las primeras, no es un mito religioso; sino el resultado directo de la exigencia de estricta racionalidad, exigencia planteada primero por los filósofos presocráticos y después por los sofistas y Sócrates, especialmente este último que fue quien hizo notar y subrayó la necesidad de encontrar el concepto de cada objeto de conocimiento en tanto es objeto de conocimiento universal y la necesidad de definir los conceptos precisando su alcance y contenido, necesidad que, unida a la exigencia de universalidad y fijeza del conocimiento científico, frente a la realidad cambiante del devenir del mundo material que descubrió Heráclito, llevan de la mano a Platón a proponer una hipótesis, la primera hipótesis seria, científica, racional, que responde a la pregunta acerca de que es éso que llamamos el concepto universal de las cosas que son objeto del conocimiento científico. Bajo esa perspectiva, podemos decir que Platón ha sacado provecho de los sistemas filosóficos intentados por los presocritos; pero que se interesa también en el hombre, tanto como los sofistas y no olvida el valor objetivo de la verdad y del bien, siguiendo las enseñanzas de Sócrates, su maestro; que su mundo material tiene la movilidad es inmutable y perfecto, como el ser de Parménides. Será un discípulo de Platón quien nos ha dejado la enseñanza de la única forma en que puede darse un discipulado digno en el terreno filosófico, Aristóteles quien impregnado de toda la majestad del pensamiento de la filosofía platónica, aprovecha sus logros y los proyecte en un nuevo sistema conceptual, de proporciones monumentales, que habrá de eliminar todo el desarrollo del pensamiento posterior, hasta los albores del Mundo Moderno y cuyos destellos se proyectan fecundos hasta nuestros días.