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Este documento reflexiona sobre la historia de la guerra en Colombia, sus víctimas y la importancia de la paz. Se abordan temas como la cultura, la narrativa histórica, la impunidad, el narcotráfico y la transformación del sistema de seguridad. Se propone la necesidad de reconocer a las víctimas, mirar críticamente la historia y establecer una nueva visión de la seguridad para la construcción de paz.
Typology: Thesis
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Declaración de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición
Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición, 2022
Francisco José de Roux Rengifo, presidente Alejandro Castillejo Cuéllar Saúl Franco Agudelo Lucía González Duque Carlos Martín Beristain Alejandra Miller Restrepo Leyner Palacios Asprilla Marta Ruiz Naranjo Patricia Tobón Yagari Alejandro Valencia Villa
Secretario general Mauricio Katz García
Equipo directivo Gerson Arias Ortiz, director para el Diálogo Social Tania Rodríguez Triana, directora de Territorios Sonia Londoño Niño, directora de Pueblos Étnicos Diana Britto, directora de Conocimiento Juan Carlos Ortega, director Administrativo y Financiero
HAY FUTURO
Declaración de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición
PAZ
GRANDE
19
Introducción
Esclarecer la verdad
Primer paso del esclarecimiento: acoger la realidad de las víctimas
Contenido
21 El reclamo de la indignación 22 22 24 26
Los desaparecidos Los secuestros Las masacres Los falsos positivos
El llamado ¿Desde dónde hablamos? Lo que hicimos La solidaridad internacional Creemos que es posible El legado El acontecimiento de la verdad
9 12 13 14 15 16 17
28 30
31 32
El dolor de niñas y niños Cuerpos rotos por el desprecio y el prejuicio La multitud errante Los campesinos, campo de batalla
41
41
43 44 45 45 46 47 49
51 52 59
La discusión sobre la explicación
Segundo paso del esclarecimiento: la explicación para poder firmar
El entramado complejo Las responsabilidades La historia Las armas en la política El enemigo interno Morir por la patria o por el pueblo El tiempo duro de la guerra y de la gran victimización El riesgo de la paz imperfecta Los hallazgos y mensajes El desafío de la reconciliación
contexto explicativo
33
35 36 37
Los indígenas, negros, afrocolombianos, raizales y palenqueros y rrom Protagonistas a todo riesgo El campo del infierno El modelo económico
Convocatoria
a la paz grande
Lo hacemos a partir de la pregunta que ha cuestio- nado a la humanidad desde los primeros tiempos: ¿dónde está tu hermano? Y desde el reclamo perenne del misterio de justicia en la historia: la sangre de tu hermano clama sin descanso desde la tierra. Llamamos a sanar el cuerpo físico y simbólico, plu- ricultural y pluriétnico que formamos como ciudadanos y ciudadanas de esta nación. Cuerpo que no puede sobrevi- vir con el corazón infartado en el Chocó, los brazos gan- grenados en Arauca, las piernas destruidas en Mapiripán, la cabeza cortada en El Salado, la vagina vulnerada en Tie- rralta, las cuencas de los ojos vacías en el Cauca, el estó- mago reventado en Tumaco, las vértebras trituradas en Guaviare, los hombros despedazados en el Urabá, el cuello degollado en el Catatumbo, el rostro quemado en Machu- ca, los pulmones perforados en las montañas de Antioquia y el alma indígena arrasada en el Vaupés. Llamamos a liberar nuestro mundo simbólico y cultu- ral de las trampas del temor, las iras, las estigmatizaciones y las desconfianzas. A sacar las armas del espacio venerable de lo público. A tomar distancia de los que meten fusiles en la política. A no colaborar con los mesías que pretenden apo- yar la lucha social legítima con ametralladoras. Convocamos a proteger los derechos humanos y poner las instituciones al servicio de la dignidad de cada persona, de las comuni- dades y de los pueblos étnicos. A asumir juntos, por las vías democráticas, la responsabilidad de los cambios sociales e institucionales que la convivencia exige, como se estableció en el Acuerdo de Paz entre el Estado y las FARC-EP, y a abrir, con el entendimiento de las actuales circunstancias, este acuerdo al ELN y a otros grupos armados. No pretendemos acabar con el debate legítimo entre quienes mantienen el statu quo y quienes desean cambiarlo. Llamamos a tomar conciencia de que nuestra forma de ver
Introducción
el mundo y relacionarnos está atrapada en un «modo gue- rra» en el que no podemos concebir que los demás piensen distinto. Los contrincantes pasan a ser vistos como conspi- radores, sus argumentos dejan de parecernos interesantes o discutibles para ser peligrosos y temibles, y tenerlos en cuenta a la hora de debatir es una supuesta traición a lo propio. Así, la oposición se vuelve mortal porque las per- sonas se convierten en meros obstáculos. Esa forma de pensar es la que ha posibilitado aberraciones como que los seres humanos fueran convertidos en humo y cenizas en las chimeneas del horno crematorio de Juan Frío, o pasa- ran a ser simples cifras en los listados de «dados de baja en combate» de los «falsos positivos»; también fue lo que posibilitó que los soldados devinieran trofeos de caza para la guerrilla, que encontráramos en bolsas de basura los des- pojos de políticos abaleados, que nos acostumbráramos a las muertes suspendidas del secuestro y a recoger los cadá- veres diarios de líderes incómodos. Llamamos a aceptar responsabilidades éticas y políti- cas ante la verdad del daño brutal causado y a hacerlo con la sinceridad del corazón. Hemos constatado que quienes reconocen responsabilidades, lejos de destruir su reputa- ción, la engrandecen, y de ser parte del problema pasan a ser parte de la solución que anhelan las víctimas y que necesitan ellos mismos, los perpetradores. Esta nación tiene la riqueza conmovedora de su pue- blo, la multiplicidad de sus expresiones culturales, la pro- fundidad de sus tradiciones espirituales y la tenacidad laboral y empresarial para producir las condiciones que satisfagan la vida anhelada; tiene la feracidad salvaje de su ecología, la potencia natural de dos océanos y miles de ríos, montañas y valles; la audacia de su juventud, el coraje de sus mujeres y la fuerza secular de sus indígenas, campesi- nos, negros, afrocolombianos, raizales, palenqueros y rrom.
Introducción
pública; de otras comisiones de la verdad, y de la Iglesia y otras tradiciones espirituales. También, de acoger a orga- nizaciones de soldados y policías y a exguerrilleros heridos en combate. Y debemos nuestro origen al coraje de estos grupos que forman el movimiento por la salida negociada al conflicto, la paz y la reconciliación. Somos una de las tres entidades creadas por el Acuerdo de Paz entre el Estado colombiano y las FARC- EP. Formamos el Sistema Integral para la Paz, junto con la Unidad de Búsqueda de Personas Dadas por Desapare- cidas (UBPD) y a la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP). La Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición —o, simplemente, la Comi- sión, como la llamaremos aquí—, es una entidad del Estado, autónoma, de carácter constitucional, que no depende de la Presidencia, el Congreso ni el poder judicial, con el deber de esclarecer la verdad sobre el conflicto. Dedicados a esta causa murieron nuestros compañe- ros comisionados Alfredo Molano y Ángela Salazar. Alfre- do, hasta su último día, recorrió ríos, caminos y páramos en su pasión por los campesinos, y Ángela gastó su fuerza y alegría en favor de tantas comunidades hasta que una noche del Urabá el cóvid la arrancó de su gente. Siguiendo el reglamento, elegimos a quienes tomaron el relevo de nuestro amigo y nuestra amiga. Dos meses antes de con- cluir el Informe Final, uno de los comisionados, escogido al inicio de la Comisión, decidió retirarse.
Durante más de tres años escuchamos a más de 30.000 víc- timas en testimonios individuales y encuentros colectivos en 28 lugares donde establecimos Casas de la Verdad, en
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resguardos y comunidades afrocolombianas, en kumpañys gitanos y entre los raizales, así como en el exilio en 24 países. Recibimos más de mil informes de la sociedad civil organiza- da, empresas, organizaciones por la defensa de los derechos humanos y la naturaleza, buscadoras de desaparecidos, mujeres y población LGBTIQ+; de cientos de niños y miles de jóvenes, además de quienes fueron llevados a la guerra a esas edades. Escuchamos a todos los expresidentes vivos, a intelectuales, periodistas, artistas, políticos, obispos, sacer- dotes y pastores, y nos reunimos muchas veces con la fuerza pública y recibimos del presidente Iván Duque el Aporte a la verdad de las Fuerzas Militares. Escuchamos a compare- cientes ante la JEP y sostuvimos reuniones y actos de reco- nocimiento con excombatientes de las FARC-EP, miembros del Partido Comunes, exintegrantes de las demás guerrillas, exparamilitares del Pacto de Ralito y otros responsables que están en las cárceles. Realizamos la misión a partir de dos procesos interco- nectados: la escucha en diálogo social abierto y la investiga- ción. La Corte Constitucional prolongó por siete meses más nuestra vigencia inicial de tres años, en respuesta a la soli- citud de víctimas y organizaciones de derechos humanos, para recuperar el tiempo reducido por la pandemia, ampliar nuestro ejercicio de escucha y terminar la preparación del Informe Final y del legado que entregamos.
Tuvimos el apoyo del Sistema de Naciones Unidas y todas sus agencias, del secretario general, el Consejo de Seguri- dad, la Misión de Verificación y el Fondo Multidonantes; y recibimos el respaldo claro y discreto del papa Francisco, el apoyo eficaz de la Unión Europea y sus países miembros,
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Lo ganado con el Acuerdo de Paz de noviembre de 2016 es una realidad. Si bien no se dio la transformación participativa regional que se esperaba y los planes de desa- rrollo con enfoque territorial (PDET) se limitaron a proyec- tos demostrativos validados por la Misión de Verificación de la ONU, estos mismos y la elección al Congreso de las víctimas en las circunscripciones especiales de paz mues- tran que se puede y se debe ir más allá, «hasta que amemos la vida», como lo hemos cantando en los territorios. El pue- blo conoció en 2017, el año más tranquilo vivido en medio siglo, lo que significa la paz, y no va a renunciar a ella.
Recibimos la misión de esclarecer en tres años y medio la verdad de este conflicto armado de más de seis déca- das, dignificar a las víctimas, alcanzar el reconocimien- to voluntario por parte de los responsables, favorecer la convivencia en los territorios y formular propuestas via- bles para la no repetición. Con decisión y en medio de presiones, oposiciones y riesgos, así como del cóvid, hici- mos lo que nos fue posible. Entregamos el Informe Final , conformado por un conjunto de volúmenes que abordan las diferentes dimensiones del conflicto, en un diálogo constante con la sociedad, para dejar en marcha un pro- ceso que esperamos que sea irreversible y creciente. Que- remos que el Informe produzca el efecto de una piedra que cae en un cuerpo de agua y que sus ondas ericen la superficie entumecida de Colombia. Con la entrega, legamos también un Archivo de Dere- chos Humanos y nuestro Sistema de Información Misional –que contiene el compilado de toda nuestra investigación con los instrumentos tecnológicos para seguir produciendo
Introducción
conocimiento hacia la paz–, así como la Transmedia Digi- tal, accesible en computadores y celulares desde cualquier parte, y en la que quedan el Informe Final , las recomen- daciones de la Comisión, narrativas audiovisuales y pro- ductos pedagógicos construidos en el cumplimiento de nuestra misión. Entregamos este legado de verdad a la sociedad colombiana, a la JEP, a la UBPD y a la Unidad para la Aten- ción y Reparación Integral a las Víctimas (Uariv), y lo pone- mos en manos de más de 3.000 organizaciones e institu- ciones aliadas. Tenemos confianza en que el presidente elegido, Gustavo Petro, y la unidad social y política que él ha convocado, así como las altas cortes, tomarán el Infor- me Final y sus recomendaciones e impulsarán el diálogo democrático e institucional para desarrollar los cambios necesarios. Queda en marcha el Comité de Seguimiento y Monitoreo sobre las recomendaciones, formado por siete personas, la mayoría mujeres, elegido por nosotros mismos en cumplimiento del Decreto 588 de 2017 y del reglamento de la Comisión.
Junto con la JEP, la UBPD y el Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH), la Comisión ha contribuido a hacer de la verdad un derecho público y un acontecimiento dentro y fuera del país. Esto se constata en la disposición de las víctimas que llegaron por miles a la Comisión, superando el miedo que aún se vive en algunos territorios; en las palabras de aceptación de los responsables en actos de reconocimiento; en la generosidad de pueblos que tras escucharlos acogieron a victimarios; en los documentos entregados por centenares
Esclarecer la verdad
Recibimos la misión de esclarecer la verdad sobre el conflicto y lo hemos hecho en dos momentos. Primero, al escuchar para acoger la realidad del impacto físico y emocional de la violencia en las personas y las comunida- des, esos daños y dolor incuestionables que no necesitan interpretación. Segundo, al buscar la verdad que explique: ¿por qué pasó eso? ¿Quiénes lo hicieron, cuál es su res- ponsabilidad y cómo evitar que continúe? ¿Qué pasó con la sociedad y el Estado mientras eso ocurría?
«Antes de cualquier discurso o sermón, pongan las manos sobre el cuerpo ensangrentado de su pueblo», les pidió el papa Francisco a los obispos reunidos en Medellín. Noso- tros, los comisionados, acogemos el llamado poniendo las manos sobre la Colombia herida. Nos han puesto ante la realidad de las víctimas y res- ponsables los más de 500 encuentros de diálogo social para escuchar la verdad, los de reconocimiento de respon- sabilidades, las juntas de mujeres, la presencia en mingas y
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comunidades ribereñas o de montaña, con sus correspon- dientes caminatas, horas de mula, camioneta y aviones; los actos de convivencia, las acogidas de grupos que traen su tragedia y los miles de horas de testimonios individuales y colectivos. Los testimonios, con sus palabras elocuentes y silen- cios conmovedores, están recogidos en los volúmenes del Informe Final y particularmente en el libro dedicado al relato oral de la vida: Cuando los pájaros no cantaban. Estamos ante las kilométricas filas de niños y niñas lle- vados a la guerra; la procesión interminable de buscadoras de compañeros e hijos desaparecidos; la multitud de jóvenes asesinados en ejecuciones extrajudiciales; las fosas comunes y cadáveres de muchachos y muchachas rurales desperdiga- dos en las montañas, muchos de ellos indígenas y afros que fueron llevados como guerrilleros, paramilitares o soldados y que murieron sin saber por quién peleaban; los miles de mujeres abusadas y humilladas; los poblados masacrados y abandonados; resguardos indígenas y comunidades negras devastados y en confinamiento; millones de familias des- plazadas que abandonaron parcelas y ranchos; miles de sol- dados, policías, exguerrilleros y exparamilitares que deam- bulan cojos, mancos y ciegos por los explosivos; miembros de comunidades que tuvieron que sufrir ese mismo destino por cuenta de las minas antipersona; centenares de miles de exiliados que escaparon para sobrevivir; multitudes de fami- lias que llevan el golpe del secuestro y lloran a retenidos que no volvieron; la naturaleza victimizada en los ríos y el canal del Dique, convertidos en cementerios y quebradas de aguas negras de petróleo por causa de las voladuras de oleoduc- tos; las selvas quemadas y centenares de especies nativas desaparecidas, cientos de miles de hectáreas envenenadas con los químicos producto de la elaboración de la pasta base de coca y arruinadas con el glifosato rociado a diestra y