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AMI EL NIÑO DE LAS ESTRELLAS
Enrique Barrios
“Es difícil a los 10 años escribir un libro. A esta edad nadie entiende mucho de literatura... ni le interesa mayormente; pero tengo que hacerlo, porque Ami dijo que si yo quería volver a verlo, debería relatar en un libro lo que viví a su lado. Me advirtió que entre los adultos, muy pocos iban a entenderme, porque para ellos es más fácil creer en lo horrible que en lo maravilloso. Para evitarme problemas me recomendó decir que todo es una fantasía, un cuento para niños. Le haré caso: esto es un cuento .”
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ADVERTENCIA
(DIRIGIDA SOLAMENTE A LOS ADULTOS)
No siga leyendo, no le va a gustar: lo que viene es maravilloso.
Dedicado a los niños de cualquier edad y de cualquier pueblo de esta redonda y hermosa patria esos futuros herederos y constructores de una nueva Tierra sin divisiones entre hermanos.
“Cuando los pueblos se congregan es uno y los reinos para servir al amor” (Salmo 102:22)
“... y volverán sus espadas en rejas de arado y sus lanzas en hoces no alzará espada gente contra gente ni se ensayarán más para la guerra” (Isaías 2:4)
“... y mis escogidos poseerán por heredad la tierra y mis siervos habitarán allí” (Isaías 65:9)
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suspiró con resignación y se puso a mirar las estrellas que comenzaban a brillar en el cielo. Parecía más o menos de mi edad, un poco menor y algo más bajito, vestía un traje blanco como de piloto, hecho de algún material impermeable, ya que no estaba mojado, su vestimenta terminaba en un par de botas blancas de gruesas suelas. En el pecho llevaba un emblema color oro: un corazón alado dentro de un círculo. Su cinturón, también dorado tenía a cada lado una especia de radios portátiles, y en el centro una hebilla grande y muy bonita. Me senté junto a él. Pasamos un rato en silencio; como no hablaba le pregunté qué le había sucedido.
- Aterrizaje forzoso – Contestó riendo. Era simpático, tenía un acento bastante extraño, supuse que venía desde otro país en el avión. Sus ojos eran grandes y bondadosos.
- ¿Qué le pasó al piloto? – Pregunté. Como él era un niño, pensé que el piloto tendría que ser una persona mayor.
- Nada. Aquí está, sentado a tu lado - respondió
- ¡Ah! – Quedé maravillado. ¡Ese niño era un campeón! ¡A mi edad ya manejaba aviones! Supuse que sus padres serían ricos.
Fue llegando la noche y tuve frío. El se dio cuenta, porque me preguntó:
- ¿Tienes frío?
- Sí.
- La temperatura está agradable – Me dijo sonriendo. Sentí que realmente no hacía frío.
- Es verdad – le contesté Después de unos minutos le pregunté qué iba a hacer.
- Cumplir con la misión – respondió sin dejar de mirar el cielo. Pensé que estaba frente a un niño importante, no como yo, un simple estudiante en vacaciones. El tenía una misión... tal vez algo secreto... No me atreví a preguntarle de que se trataba.
- ¿No lamentas haber perdido el avión?
- No se ha perdido – respondió, dejándome sin comprender.
- ¿No se perdió, no se destruyó entero?
- No.
- ¿Cómo se puede sacar del agua para repararlo... o no se puede?
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- Oh, si, se puede sacar del agua – me observó con simpatía y agregó - ¿Cómo te llamas?
- Pedro – respondí, pero algo comenzaba a no gustarme: él no respondía a mi pregunta. Al parecer, se dio cuenta de mi disgusto y le hizo gracia.
- No te enojes, Pedrito, no te enojes... ¿Cuántos años tienes?
- Diez... casi. ¿Y tú? Rió muy suavemente, con la risa de un bebé cuando le hacen cosquillas. Yo sentí que él intentaba oponerse sobre mi, debido a que manejaba un avión y yo no, eso no me gustaba; sin embargo, era simpático, agradable, no pude enojarme seriamente con él.
- Tengo más años de los que tú me creerías – respondió sonriendo. Sacó del cinturón uno de los aparatos parecidos a radios a pila. Era una especie de calculadora de bolsillo, la encendió y aparecieron unos signos luminosos, desconocidos para mi. Hizo algún cálculo y al ver la respuesta me dijo riendo:
- No, no... si te lo digo, no me creerías...
Llegó la noche y apareció una hermosa luna llena que iluminaba toda la playa. Miré su rostro con atención. No podía tener más de ocho años, sin embargo, era piloto de avión... ¿Tendría más años?... ¿No sería un enano?
- ¿Crees en los extraterrestres? – me preguntó sorpresivamente. Tardé un buen rato en responder. Me observaba con unos ojos llenos de luz, parecía que las estrellas de la noche se reflejaban en sus pupilas. Se veía demasiado bonito para ser normal. Recordé el avión en llamas, su aparición, su calculadora con signos extraños, su acento, su traje, además, era un niño, y los niños no manejamos aviones...
- ¿Eres un extraterrestre? – pregunté con algo de temor.
- Y si lo fuera ... ¿Te daría miedo? Fue entonces que supe que sí venía de otro mundo. Me asusté un poco, pero su mirada estaba llena de bondad.
- ¿Eres malo? – pregunté tímidamente. El rió divertido.
- Tal vez tu eres más malito que yo...
- ¿Porqué?
- Porque eres terrícola
- ¿De verdad eres extraterrestre?
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Aquello me gustó menos aún. Retiré la cabeza, me molesta que me miren como a un tonto, porque soy uno de los primeros de mi clase, además, iba a cumplir diez años.
- Si este planeta es tan malo, ¿Qué haces aquí?
- ¿Te has fijado como refleja la luna en el mar? Continuaba ignorándome y cambiando el tema.
- ¿Viniste a decirme que me fije en el reflejo de la luna?
- Tal vez... ¿te diste cuenta que estamos flotando en el universo? Cuando me dijo eso, creí comprender la verdad: ese niño estaba loco. ¡Claro! Se creía extraterrestre, por eso hablaba cosas tan extrañas. Quise irme a casa, otra vez me sentí mal, ahora, por haber creído sus historias fantásticas. Había estado tomándome el pelo... Extraterrestre... ¡Y yo se lo creí! Me dio vergüenza, rabia conmigo mismo y con él. Me dieron ganas de darle un buen golpe en la nariz.
- ¿Por qué; es muy fea mi nariz?...
- Quedé paralizado. Sentí temor. ¡Me había leído el pensamiento! Lo miré. Sonreía victorioso. No quise rendirme, preferí creer que eso fue una casualidad, una coincidencia entre lo que yo pensé y lo que él dijo. No le demostré sorpresa, tal vez fuera verdad, pero tenía que comprobarlo... tal vez estaba ante un ser de otro mundo, un extraterrestre que podía leer el pensamiento... Decidí hacerle una prueba.
- ¿Qué estoy pensando ahora? – dije, y me puse a imaginar una torta de cumpleaños.
- ¿No te basta con las pruebas que ya tienes? – preguntó. Yo no estaba dispuesto a ceder un milímetro.
- ¿Cuáles pruebas? Estiró las piernas y apoyó los codos sobre la roca.
- Mira, Pedrito, hay otro tipo de realidades, otros mundos más sutiles, con puertas sutiles para inteligencias sutiles...
- ¿Qué significa sutiles?
- ¿Con cuántas velitas?... – dijo sonriendo
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Fue como un golpe al estómago. Me dieron ganas de llorar, me sentí tonto y torpe. Le pedí que me disculpara, pero no se molestó por aquello, no me hizo caso y se puso a reír. Decidí no volver a dudar de él.
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- ¡Ahora... Arriba! Realmente comenzábamos a mantenernos en el aire durante algunos instantes. Caíamos suavemente y continuábamos corriendo para luego volver a elevarnos. Cada vez lo hacíamos mejor, eso me sorprendía...
- No te sorprendas... tú puedes... ¡Ahora! En cada intento era más fácil lograrlo. Ibamos corriendo y saltando como en cámara lenta por la orilla de la playa, bajo la noche llena de luna y estrellas... Parecía otra forma de existir, otro mundo.
- ¡Con amor por el vuelo! – me animaba. Un poco más adelante me soltó la mano.
- ¡Tú puedes, si puedes! – me miraba transmitiéndome confianza mientras corría a mi lado.
- ¡Ahora!- nos elevábamos lentamente, nos manteníamos en el aire y comenzábamos a caer como si planeáramos, con los brazos extendidos.
- ¡Bravo, bravo! – me felicitaba.
No sé cuanto tiempo jugamos esa noche. Para mí fue como un sueño. Cuando me sentí cansado, me lancé sobre la arena jadeando y riendo feliz. Había sido algo fabuloso, una experiencia inolvidable. No se lo dije, pero interiormente le di las gracias a mi extraño amiguito por haberme permitido realizar cosas que yo creía imposibles. No sabía aún todas las sorpresas que me aguardaban aquella noche...
Las luces de un balneario brillaban al otro lado de la bahía. Mi amigo contemplaba con deleite los movedizos reflejos sobre las aguas nocturnas, extasiado, tendido sobre la arena bañada por la claridad lunar, luego se regocijaba mirando la luna llena.
- ¡Que maravilla... no se cae! – reía - ¡este planeta tuyo es muy hermoso!
Yo nunca había pensado que lo fuera, pero ahora que él lo decía... si, era hermoso tener estrellas, mar, playa y una luna tan bonita allí suspendida... y además, no se caía...
- ¿Tu planeta no es bonito? – pregunté. Suspiró profundamente mirando hacia un punto del cielo, a nuestra derecha.
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- Oh, si, también lo es, pero todos nosotros lo sabemos... y lo cuidamos Recordé que me había insinuado que los terrícolas no somos demasiado buenos. Creí comprender una de las razones: nosotros no valoramos nuestro planeta, ni lo cuidamos; ellos sí lo hacen con el suyo.
- ¿Cómo te llamas? Le hizo gracia mi pregunta.
- No te lo puedo decir.
- ¿Por qué... es un secreto?
- ¡Que va; nada es secreto! Es solo que no existen en tu idioma esos sonidos.
- ¿Cuáles sonidos?
- Los de mi nombre. Eso me sorprendió, porque yo había pensado que hablaba mi idioma, aunque con otro acento.
- ¿Cómo aprendiste entonces a hablar mi lengua?
- No la hablo ni la comprendo... a menos que tenga esto – respondió divertido mientras tomaba un aparato de su cinturón.
- Esto es un “traductor”. Esta cajita explora tu cerebro a la velocidad de la luz y me transmite lo que quieres decir, así puedo comprenderte, y cuando voy a decir algo, me hace mover los labios y la lengua como lo harías tú... bueno... casi como tú. Nada es perfecto... Guardó el “traductor” y se puso a contemplar el mar, mientras se tomaba las rodillas, sentado en la arena.
- ¿Cómo puedo llamarte entonces? – le pregunté.
- Puedes llamarme “Amigo”, porque eso es lo que soy: un amigo de todos.
- Te llamaré “Ami”. Es más corto y parece nombre. Le gustó su nuevo apodo.
- ¡Es perfecto, Pedrito! – Nos dimos la mano. Yo sentí que sellaba una nueva y gran amistad. Así iba a ser...
- ¿Cómo se llama tu planeta?
- ¡Puf!... tampoco. No hay equivalencia de sonidos, pero está por allí – apuntó sonriendo hacia unas estrellas.
Mientras Ami observaba el cielo, yo me puse a pensar en las películas de invasores extraterrestres que había visto tantas veces en la televisión.
- ¿Cuándo nos van a invadir?
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-¡ “Inteligentes y malvados”! – Ami reía a todo pulmón- Es como decir buenos-malos. Yo no podía comprender. ¿Y esos científicos locos y perversos que inventan armas para destruir el mundo, contra los que Batman y Superman luchan? Ami captó mi pensamiento y explicó riendo:
- Esos no son inteligentes; son locos.
- Bueno, entonces es posible que exista un mundo de científicos locos que podrían destruirnos...
- Aparte de los de la Tierra, imposible...
- ¿Porqué?
- Porque si son locos, se destruyen ellos mismos primero. No alcanzan a obtener el nivel científico necesario como para lograr abandonar sus planetas y partir a invadir otros mundos. Es más fácil construir bombas que naves intergalácticas, y si una civilización no tiene bondad y consigue alto nivel científico, más tarde o más temprano utilizará su poder destructivo contra si misma, mucho antes de poder partir a otros mundos.
- Pero en algún planeta podrían sobrevivir, por casualidad.
- ¿Casualidad? En mi idioma no existe esa palabra. ¿Qué significa casualidad? Tuve que poner varios ejemplos para que comprendiera. Cuando lo conseguí, le hizo gracia. Dijo que todo está relacionado, pero que nosotros no comprendemos la ley que enlaza todas las cosas, o que no la queremos ver.
- Es que si son tantos millones de mundos, como tu dices, podrían sobrevivir algunos malvados sin destruirse. – Yo seguía pensando en la posibilidad de invasores. Ami intentó hacerme comprender:
- Imagina que muchas personas tienen que tomar una barra de hierro al rojo, una a una con las manos desnudas. ¿Qué posibilidad hay de que alguna no se queme?
- Ninguna; todas se queman – respondí.
- Asimismo, todos los malvados se autodestruyen si no logran superar su maldad. Nadie puede escapar a la ley que rige ese asunto.
- ¿Cuál ley?
- Cuando el nivel científico de un mundo supera demasiado el nivel de amor, ese mundo se autodestruye...
- ¿Nivel de amor?
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Yo podía entender claramente lo que es el nivel científico de un planeta, pero no comprendía que era el “Nivel de amor”.
- Lo más sencillo es para algunos, lo más difícil de comprender... El amor es una fuerza, una vibración, una energía cuyos efectos pueden ser medidos por nuestros instrumentos. Si el nivel de amor de un mundo es bajo, hay infelicidad colectiva, odio, violencia, división, guerras y ... con un nivel peligrosamente alto de capacidad destructiva ... ¿Me comprendes, Pedrito?
- En general, no. ¿Qué quieres decirme?
- Debo decirte muchas cosa, pero vamos poco a poco. Empecemos por tus dudas. Yo todavía no podía creer que no existieran monstruos invasores. Le conté una película en la que unos “extraterrestres lagartos” dominaban muchos planetas porque estaban muy bien organizados. El dijo:
- Sin amor no puede existir una organización duradera. En ese caso, se debe obligar, forzar. Al final, hay rebeldía, división y destrucción. Existe una sola forma universal perfecta de organización, capaz de garantizar la sobrevivencia, y se alcanza naturalmente cuando una civilización se acerca al amor, cuando evoluciona. Los mundos que la consiguen son evolucionados, civilizados, no hacen daño a nadie. Ninguna otra alternativa existe en todo el universo. Una inteligencia mayor que la nuestra inventó todo esto...
Yo continué sin comprender una palabra, aunque después logró explicármelo mejor, por el momento, yo seguía con la duda acerca de los monstruos inteligentes y malvados.
- ¡Demasiada televisión! – Exclamó Ami, y luego agregó:
- Los monstruos que imaginamos están dentro de nosotros mismos. Mientras no los abandonemos, no merecemos alcanzar todas las maravillas del universo... Los malvados no son bonitos ni inteligentes.
- Pero... ¿Y esas mujeres hermosas y malvadas que salen en las películas?
- O no son hermosas o no son malvadas... La inteligencia verdadera, la bondad y la belleza van de la mano; todo es consecuencia del mismo proceso evolutivo hacia el amor.
- ¿Entonces quieres decirme que no hay gente mala en el universo, aparte de la de la Tierra?
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Capítulo 3 No te pre-ocupes
- ¿Qué signo es ese que llevas en el pecho? – pregunté.
- Es el emblema de mi trabajo – respondió, mientras señalaba hacia lo alto - ¿Sabes?, aquí cerquita, en un planeta de Sirio hay unas playas color violeta... son espléndidas. Si vieras lo que es un atardecer con esos dos soles gigantes...
- ¿Viajas a la velocidad de la luz? Mi pregunta le pareció cómica.
- Si viajara “tan lento” me habría hecho viejo antes de poder llegar hasta aquí.
- ¿A qué velocidad viajas entonces?
- Nosotros en general no “viajamos”; más bien, nos “situamos”, pero de un lado a otro de la galaxia demoraría... – tomó s calculadora del cinturón y sacó unas cuentas – según tus medidas de tiempo... mmmm... una hora y media, y de una galaxia a otra tardaría varias horas.
- ¡Qué bárbaro! ¿Cómo lo consigues?
- ¿Puedes explicar a un bebé porqué dos más dos son cuatro?
- No – respondí – ni yo mismo lo sé.
- Yo tampoco puedo explicarte cosas que tienen que ver con la contracción y curvatura del espacio – tiempo... ni hace falta... Fíjate como se deslizan esas pequeñas aves por la arena, parecen patinar... ¡Qué maravilla! Ami estaba contemplando unas aves que corrían en grupo por la playa, recogiendo algún alimento que las olas depositaban sobre la arena. Yo recordé que era tarde.
- Tengo que irme... mi abuelita...
- Todavía duerme.
- Estoy preocupado.
- ¿Preocupado? Qué tontería.
- ¿Por qué?
- “Pre” significa “antes de”. Yo no me “pre-ocupo”; yo me “ocupo”.
- No te entiendo, Ami.
- No vivas imaginando problemas que no han ocurrido ni van a ocurrir. Disfruta del presente. La vida es corta. Cuando aparezca un problema real, entonces ocúpate de él. ¿Te parecería bien que estuviésemos preocupados imaginando que podría venir una ola gigante y devorarnos? Sería tonto no
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disfrutar de este momento, , de esta noche tan hermosa... observa esas aves que corren sin preocuparse... ¿Por qué perder este momento por algo que no existe?
- Pero mi abuelita si existe...
- Si, y no hay ningún problema al respecto... ¿Y éste momento, no existe?
- Estoy preocupado...
- Ah, terrícola, terrícola... Está bien, veamos a tu abuelita. Tomó su aparato televisor y comenzó a manipularlo. En la pantalla apareció el camino que lleva hacia mi casa. La “cámara” iba avanzando por entre los árboles y las rocas del sendero. Todo se veía en colores e iluminado como si fuese de día. Penetramos a través de una ventana de la casa, apareció mi abuelita durmiendo profundamente en su cama, hasta se escuchaba su respiración. ¡Aquel aparato era increíble!
- Duerme como un angelito – comentó Ami riendo.
- ¿No es una película?
- No. Es “en vivo y en directo”... vamos al comedor. La “cámara” atravesó la pared del dormitorio y apareció el comedor. Allí estaba la mesa con su mantel de cuadros grandes, y en el lugar que yo ocupo había un plato cubierto por otro, invertido.
- ¡Eso se parece a mi “ovni”! – bromeó Ami-. Veamos qué te tienen para cenar – operó algo en el aparato y el plato superior se hizo transparente como vidrio. Apareció un trozo de carne asada, con papas fritas y ensalada de tomates.
- ¡Bof! – exclamó Ami con asco - ¡Como pueden comer cadáver!...
- ¿Cadáver?
- Cadáver de vaca... vaca muerta. Un trozo de vaca muerta. Así como él lo pintaba, me dio asco a mi también.
- ¿Cómo funciona este aparato; donde está la cámara? – le pregunté muy intrigado.
- No necesita cámara. Este artefacto enfoca, capta, filtra, selecciona, amplifica y proyecta... sencillo, ¿no? Al parecer se estaba burlando de mí.
- ¿Por qué se ve de día, siendo de noche?
- Hay otras “luces” que tu ojo no puede ver; este aparato si las capta.
- ¡Qué complicado!
- Nada de eso. Yo mismo hice este cachivache...
- ¡Tú mismo!
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- Hay muchas posibilidades. La relación entre ciencia y amor está terriblemente inclinada hacia el lado de la ciencia; millones de civilizaciones como ésta se han autodestruido. Es un punto de cambio... peligroso. Me asusté. Yo no había pensado seriamente en la posibilidad de una tercera guera mundial o de una catástrofe. Me quedé largo rato meditando. De pronto se me ocurrió una idea maravillosa:
- ¡Hagan algo ustedes!
- ¿Algo como qué?
- No sé... bajar mil naves y decirles a los presidentes que no hagan la guerra... algo así. – Ami sonrió.
- Si hiciéramos algo así, en primer lugar, habría miles de infartos cardíacos, por culpa justamente de esas películas de invasores, y nosotros no somos inhumanos, no podemos provocar algo semejante. En segundo lugar, si les dijéramos, por ejemplo: transformen sus armas en instrumentos de trabajo, pensarían que es un plan extraterrestre para debilitarlos y luego dominar el planeta. Tercero, supongamos que lleguen a comprender que somos inofensivos, de todos modos no soltarían las armas.
- ¿Porqué no?
- Porqué tendrían temor de los otros países. ¿Quién va a desarmarse primero? Ninguno.
- Pero tienen que tener confianza...
- Los niños pueden tener confianza, los adultos no... y menos los presidentes, y con razón, porque algunos tienen ganas de dominar todo lo que puedan... Yo estaba realmente intranquilo. Comencé a buscar una solución para evitar la guerra y la posible destrucción de la humanidad. Pensé que los extraterrestres podrían por la fuerza tomar el poder en la Tierra, destruir las bombas y obligarnos a vivir en paz. Se lo dije. Cuando terminó de reír, aseguró que yo no podía dejar de ser terrícola para pensar.
- ¿Porqué?
- Por la fuerza , destruir , obligar , todo eso es terrícola, incivilizado, violencia. La libertad humana es algo sagrado, tanto la nuestra como la ajena. Obligar no existe en nuestros mundos; cada persona es valiosa y respetada. Por la fuerza y destruir es violencia, lo cual viene de “violar”; violar la Ley del universo...
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- ¿Entonces ustedes no hacen la guerra? – Todavía no terminaba de hacer esa pregunta cuando me sentí estúpido por haberla hecho. Me miró con cariño y poniendo su mano sobre mi hombro, dijo:
- Nosotros no hacemos la guerra, porque creemos en Dios.
Me sorprendió mucho su respuesta. Yo también creía en Dios, pero últimamente estaba pensando que sólo los curas de mi colegio creían en El, y también la gente sin mucha cultura, porque tengo un tío que es físico nuclear de la universidad y dice que “a Dios lo mató la inteligencia”
- Tu tío es un tonto – Aseguró Ami después de percibir mis pensamientos.
- No me parece; está considerado como uno de los hombres más inteligentes del país.
- Es un tonto – insistió Ami -. ¿Puede una manzana matar al manzano? ¿Puede una ola matar al mar?...
- Yo había pensado que...
- Te equivocaste. Dios existe. Me puse a pensar en Dios, un poco arrepentido por haber puesto en duda su existencia.
- ¡Oye, sácale la barba y la túnica! Ami reía, porque había visto mis imágenes mentales de Dios.
- Entonces... ¿No tiene barba; Dios se afeita? Mi amigo espacial se regocijaba con mi confusión.
- Ese es un dios demasiado terrícola – comentó.
- ¿Por qué?
- Porque tiene la apariencia de un terrícola. ¿Qué me estaba queriendo decir; que los extraterrestres no tienen apariencia humana?
- Pero, ¿Cómo?... Dijiste que los seres humanos de otros mundos no tienen forma extraña o monstruosa, además, tú mismo pareces terrícola... Ami, sonriendo tomó una ramita y dibujó una figura humana sobre la arena.
- El modelo humano es universal: cabeza, tronco y extremidades, pero hay pequeñas variaciones en cada mundo: altura, color de la piel, forma de las orejas; pequeñas diferencias. Yo parezco terrestre porque la gente de mi planeta es igual a los niños de la Tierra, pero Dios no tiene la forma de un hombre. Ven, vamos a pasear.